Se estrena el 2 de marzo “Vanitas Marte”, protagonizada por los artistas de performance, directores y coreógrafos Agustina Sario, quien dialogó con Tiempo Argentino, y Matthieu Perpoint, en una coproducción del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA 2022) junto al Institut Français y la Fundación Cazadores.
La primera parte del tríptico estaba basada en el eje cuerpo-bosque y se presentó en 2020. La segunda se presentó en 2021 y su eje fue ciudad-cuerpo. En esta parte final, Vanitas Marte, se aleja del planeta Tierra para pensar lo humano a escala planetaria y nos interpela acerca de lo que, como habitantes de la Tierra, hemos hecho con nuestro planeta.
El espectáculo, que está sugerido para mayores de 18 años, podrá verse del 2 al 6 de marzo en Villarroel 1438, CABA, con entrada libre y gratuita que debe gestionarse 48 horas antes en ciclosyfestivales.vivamoscultura.com
En diálogo con Tiempo Argentino, Sario se refiere a proyecto que codirige e interpreta con Perpoint
-¿Cómo surgió este proyecto?
-La trilogía nació durante la pandemia. En sus inicios se planteó como audiovisual y en esta última parte damos un paso más porque estamos en un momento de mayor apertura y eso nos permite pensar en otras posibilidades como lo performático, con otro tipo de encuentro con el público. Las Vanitas se basan en dos ejes. Uno Eros/Tánatos, que es el eje de la naturaleza muerta que nos lleva a expresiones en latín como Carpe Diem (aprovecha el día), Memento mori (recuerda que morirás). Por otro lado, como yo soy coreógrafa, intérprete y bailarina y el codirector también, para nosotros fue fundamental el eje cuerpo/entorno, cuál es el diálogo que se establece entre el cuerpo y diferentes paisajes, en distintos medioambientes. En Vanitas I ese paisaje fue algo muy concreto: un bosque. En Vanitas II tomamos el propio cuerpo como paisaje, lo que se relaciona con los momentos más difíciles de la pandemia, del encierro. En Vanitas III el entorno es Marte.
-¿Cómo trabajaron esta última parte de la trilogía?¿Cuál fue el punto de partida?
-Primero investigamos muchísimo, rastreamos en la literatura, en el cine, en la ciencia, en los proyectos existentes para el terrícola en Marte. Terminamos esta primera etapa investigativa preguntándonos cuál es nuestro Marte, qué es Marte para nosotros, cómo lo imaginamos, que corporalidad nos da concretamente. Creo que esas preguntas fueron el punto de partida. Como el humano no estuvo en ese planeta, eso nos permitía la creatividad de preguntarnos a qué nos remite. Fue algo paradójico porque Marte es un lugar muy lejano. Elon Mask tiene el proyecto de instalar una colonia humana allí. Pero nosotros fuimos completamente por otro lado.
-¿Por cuál?
-Por un lugar más íntimo, más propio. Vanitas Marte es una propuesta casi descolonizadora porque no va de la mano de un cuerpo tecnológico completamente híbrido que sale al espacio a conquistarlo. El nuestro es un viaje hacia el afuera y, a la vez, hacia adentro que nos hace pensar en que si nos vamos a Marte, qué somos, qué es lo que nosotros llevamos allí.
-Es una pregunta por la identidad.
-Por la identidad en tanto terrícolas, en tanto el comportamiento que tuvimos con el planeta Tierra y lo que este necesitaría de nosotros hoy. Es decir, no identitario respecto de las subjetividades, sino en términos de especie.
-Es decir que las calamidades ecológicas tuvieron influencia
-Sí, tuvieron toda la influencia. Como artista yo me inscribo en una corriente ecofeminista que se identifica con la fuerza vital de la Tierra de la que la mujer o lo femenino son portadores. En este sentido, tengo conciencia de las acciones de cuidado, de las acciones de despojo, de las acciones de esta etapa capitalista, neoliberal en que todo se explota, todo deber rendir, todo se compra, todo se hace dinero. Esa lógica no fue la más adecuada con la Tierra. Por eso es preciso paramos a reflexionar sobre cuál es la experiencia que nosotros tenemos en un afuera. Hay experiencias que tienen otros valores, no un valor económico y entonces nos preguntamos cuál es el lugar que le damos a ese otro valor, al valor de estar en el entorno, en una experiencia del propio cuerpo ligada a lo sensorial. Esas otras lógicas son las que nos mantienen vivos, las que nos alejan de una visión de autómata. Como artista, mi visión es la visión de lo sensible. Vanitas está muy ligada a ese tipo de experiencias que nos forjan y que quizás terminen siendo las que sostengan los actos. Está muy atravesado por la experiencia de lo vivo, del cuidado. Tiene una mirada súper ecológica.
-¿Esta experiencia está ligada a la danza?
-Está más bien ligada al cuerpo, al entendimiento del cuerpo. Es un proyecto atravesado por la fuerte conciencia de la pandemia, por lo que las preguntas que genera son qué puede un cuerpo, qué baila un cuerpo. Esta también es una pregunta que se puso sobre la mesa. Siempre me moví en los bordes de la danza y de la performance. Creo en el centro de mi cuerpo de mujer, en el cuerpo de una persona que dedicó toda su vida a bailar y al movimiento y que tiene una gran apreciación de que lo que se mueve es pensamiento, conciencia, cuerpo.
-¿Vos participás de este performance como directora o también como bailarina?
– Matthieu Perpoint y yo somos los dos directores y los dos bailamos. Somos una pareja artística y una pareja en la vida real, de modo que trabajamos muy intensamente, compartimos muchos de estos motores que sostienen el trabajo. Los dos participamos como codirectores y también como intérpretes. Tenemos un gran equipo de trabajo, gente que admiro muchísimo, como Joaquim Wall que hace la cámara y el montaje; Leandro Egido, que es el director de arte; Demián Velazco Rochwerger que trabaja la música junto con Mathieu, Juan Bautista Selva, a cargo de la operación de video, Fabián Grimozzi, que trabaja en la iluminación. Creo que todos hemos ido entendiendo cómo se transformaron nuestras prácticas, porque una cosa es trabajar como equipo para el escenario y algo muy distinto trabajar en equipo cuando el escenario se transformó en la cámara.
-¿Hay alguien más sobre el escenario?
-No, no hay otros terrícolas (risas).
-¿Qué diferencia a un espectáculo de danza de una performance relacionada con la danza?
–Es una buena pregunta. Creo que desde hace un tiempo las categorías no aplican a ningún tipo de expresión porque hay muchos artistas que se mueven en los bordes. El teatro posmoderno, por ejemplo, no pretende agotare en un texto como el teatro escrito, sino que va a muchas otras formas de expresión en las que el cuerpo es fundamental. Y el problema del teatro y el de la danza pasa a ser casi el mismo. No sé qué diferencia a la danza de la performance pero creo que cada una habilita distintas formas de pensar. Quizá hay artistas que se sienten mejor en la performance porque les interesa el aquí y ahora están atravesados por cuestiones políticas. Pero desde la coreografía también trabajamos mucho para estar en el aquí y ahora y tenemos un múltiple atravesamiento que nos da diferentes corporalidades en momentos distintos. Es decir que eso es una gran ensalada de frutas muy linda y muy fresca como es la ensalada de frutas. Creo que todas las disciplinas han comenzado a nutrirse unas a otras. Diana Taylor, que es una gran teórica de la performance, se plantea esto, analiza diferentes autores y artistas latinoamericanos. Una de las cuestiones es qué cosas permite la performance, qué es posible imaginar desde el universo performático. Pero hoy la danza se ha corrido tanto, que se hace la misma pregunta. La danza actual no es la misma que la danza moderna donde teníamos escuelas y disciplinas y tenía individualidades como Martha Graham que terminaron definiendo una escuela, pero comenzaron con caminos de investigación súper genuinos, auténticos. De los 80 hasta acá todo ha comenzado a formar parte una muy fresca ensalada de frutas.
-¿Quizá la performance permite que lo que llevan al escenario no sea algo fijo, sino modificable en función del público y el espacio?
-Yo he hecho trabajos performáticos bastante más interactivos en los que la relación con el espectador era más determinante en relación con el devenir mismo de la performance. Tengo una formación en danza muy fuerte, muy académica, una escuela, y mi concepción del uso del tiempo y del espacio vienen desde un lugar súper coreográfico. También eso es una forma de entender qué diferencia a la danza de la performance, sobre todo a la danza moderna, porque la clásica tiene un estilo, diferentes escuelas diferenciadas. En la danza contemporánea es más complejo porque tiene toda esta rama investigativa que busca plantearse un presente, plantearse sus problemáticas y, en este sentido, está muy ligada a la performance. En el caso de Vanitas Marte, exploramos de manera muy abierta, muy libre, con todo el equipo de trabajo recolectando ideas con ganas de que todos los planos se mezclen mucho más que en las dos Vanitas anteriores. Queríamos que el plano sonoro, la corporalidad, los colores devinieran de manera conjunta, que nada fuera adorno o complemento de otra cosa. Esa fue una gran etapa de intercambio de ideas, de pequeñas pruebas, de exploraciones. Eso hizo que fuera más borrosa en los límites, en las fronteras que delimitan qué es una cosa y qué es otra. Lo que siempre hay es un espacio y una escritura, porque lo audiovisual está escrito. Nos preguntamos sobre algo que las Vanitas anteriores no tenían: qué aporta el plano de un cuerpo vivo y presente y eso es lo interesante para mí como creadora de Vanitas Marte, es un desafío.
-¿Entonces lo que se llama “instalación” estaría dado por lo audiovisual?
-No solamente por lo audiovisual, porque también hay una especie de escultura dentro de la cual estamos nosotros. Es un cuerpo que nos contiene.
-¿Qué remarcarías de esta performance?
-Que el arte es una manera de pensarnos y que en esta Vanitas nos estamos pensando como terrícolas. En los últimos 50 años el ser humano ha generado cambios groseros en el planeta Tierra a punto tal que se piensa ese período como era geológica, como «antropoceno». Que el arte facilite esa curiosidad, esa manera de seguir pensándonos o de comenzar a pensarnos es lo que hoy genera sentido.
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