“Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir”, dice “Espejismo”, la canción de Los Redonditos de Ricota. La artista visual Marcela Astorga explora, desde siempre, los límites de un juego imposible. A la piel como refugio, memoria y recorrido -un tema recurrente en sus obras-, se le suma ahora la idea de estar Desatando la línea del tiempo, tal como se titula esta nueva exposición en el Parque de la Memoria. A través de usos reales de la piel -el cuero, la lana o las cerdas de caballo con las que su abuelo trabajaba y fabricaba cepillos cuando llegó a la Argentina- se despliegan una serie de piezas en los formatos más variados: fotografías, instalaciones, videos y collages.
“La propuesta es atar o desatar en relación al tiempo, pero también hay un juego con las líneas que aparecen en la muestra y el tiempo en relación a lo transcurrido, a lo que ha ido pasando. Trato de ser elíptica en los títulos de las exposiciones, no uso nombres en las obras, porque me interesa que la imagen provoque lo que el espectador pueda y quiera recibir. Las palabras dirigen demasiado. Me interesan las imágenes como manera de decir. El uso del gerundio “Desatando” tiene que ver con algo que se sigue haciendo. Y, en este caso, referido al espacio donde está la muestra, es una búsqueda que se sigue haciendo”, dice Astorga a Tiempo.
“Hay siempre una pregunta por la identidad y la piel es el mayor archivo de nuestra vivencia. Todo queda marcado en la piel. En nuestras pieles existen cosas que nuestra cabeza a lo mejor no recuerda, van archivando toda nuestra experiencia. Es el órgano más importante en ese sentido. Es un archivo de memoria y de recorrido”, expresa.
La piel como materialidad
Para realizar las piezas, la artista se vale de diferentes materiales, como, por ejemplo, cerdas de caballo. “Siempre la piel que he utilizado ha sido de animales. Toda la materialidad está referida a la piel. O es piel de animal o hace referencia. Me interesa la piel que tenemos, que contiene nuestro cuerpo, nuestro ser, que nos identifica, que nos separa, todo eso está en mi universo y también está la vestimenta como otra piel, la casa, la ciudad, el universo, son todas pieles que tenemos”, dice.
Mantas deshilachadas cuelgan de un lado de la pared. “No es la primera vez que trabajo con textiles sacando los hilos negros. Pienso que esas telas estuvieron tocando cuerpos y queda impregnada en los objetos la vivencia de esos cuerpos. En un juego fantasioso es como si sacara los hilos rojos, curando las heridas de ese cuerpo que cubrió la manta. Y, también, hay como algo desafiante de destejer, destramar, desacar. En vez de tejer, empezar a desarmar ese acto de sacar los hilos, en su momento, rojos, ahora, negros en esta instalación, es como destramar. Voy desgarrando las tramas para poder ir deconstruyendo. Para ir viendo, para ir desatando, para ir investigando qué hay en toda esta historia”, explica la artista.
A la sala se accede por un pasillo y entre dos paredes paralelas, una serie de cerdas se acumulan una al lado de la otra y se enfrentan entre sí. “Es una instalación en homenaje a mi abuelo rumano. Su primer trabajo, cuando llegó a la Argentina, fue hacer cepillos. Es la única pieza que tiene nombre, se llama “hombre de campo” que es la traducción de “Landesman”, el apellido de mi abuelo. En la pieza, el espectador pasa por un pasillo, se roza con esas cerdas y toma consciencia del estar vivo, consciencia del propio cuerpo, de la existencia. Es una obra que al tocarte te configura, te hace estar presente”, dice Astorga.
Otra de las piezas que puede verse en la exposición es una videoinstalación que retrata agujeros en el techo de una casa a punto de ser demolida. Se trata de una obra que se enmarca en un working progress que está realizando la artista y consiste en hacer pequeños cielos a escala humana, y dibujar la estrella del sur en el sur (en Argentina, como muestra esta videoinstalación) y en el norte, más allá de la línea de Ecuador.
“La casa o el lugar de trabajo son como otra piel. También han registrado, han tenido sus vidas y han contenido vidas. Decido hacer pequeños agujeros en los techos para que entre luz, como un ritual, como un homenaje. Romper el techo es un acto político. Y si bien es muy opresivo estar en esa acción, porque se te viene la oscuridad, el sentir golpes en el techo, de pronto aparece el primer haz de luz y eso te da una paz enorme. Se genera un paisaje único y liberador”, concluye la artista.