Una despedida a Edgar Morisoli, el gran poeta pampeano

Por: Marina Cavalletti

En 2017 la autora de esta nota viajó a Santa Rosa, La Pampa, para entrevistar a quien fuera una de sus grandes figuras culturales y que falleció el 16 de este mes, a los 89 años. De ese encuentro volvió con el registro de la charla que mantuvo con él y que, a modo de homenaje, se publica por primera vez en Tiempo Argentino.

Viajar a Santa Rosa, en los primeros días de diciembre de 2017, para conversar con uno de sus grandes poetas.  Las palabras, que recién ahora ven la luz, se reactualizan con el paso del tiempo, golpean o vuelan contra la muerte. Ayer, 16 de junio, el pampeano Edgar Morisoli, artífice de más de 12 poemarios con identidad americana, falleció a los 89 años.  Su voz suena en el grabador y se asoma como recién nacida para hablar de sus versos, las dictaduras, su compañera y su amistad con Juan Carlos Bustriazo Ortiz, entre otras cosas.

-Alguna vez dijo que en el mundo había cosas que le dolían y otras que lo llenaban de fe. ¿Cuáles son las que le dan esperanza?

-Los pueblos. Creo los pueblos de América. Creo en el pueblo, en su esperanza y en su espera. Creo en el pueblo, sobre todo en la Argentina interior. Lo que nos transmite la radio o la pantalla, no hay que olvidar que es una visión metropolitana.

-Porteña…

-Metropolitana, que es un área un poco más grande que el puerto.  Siempre ha sido así, desde los orígenes de nuestra historia. Vamos a un periodo cualquiera, el de unitarios y federales, cuando Quiroga, antes de marcharse al Norte – ese viaje fatal en cuyo regreso sería asesinado- se reúne con Juan Manuel de Rosas, en la estancia de Figueroa. Y cuando parte Quiroga, Rosas le escribe una carta y se la envía con un chasqui, que lo alcanza. Esa carta, muy conocida por los historiadores y estudiosos, se llama Carta de la hacienda de Figueroa. Ahí están las dos visiones. La de Rosas, Federal, seguía siendo sin embargo una visión portuaria. El único puerto significaba la única aduana para todo el país. Los ingresos de la aduana los percibía exclusivamente Buenos Aires. Entonces uno se da cuenta de cuál era la diferencia con Quiroga y por qué tal vez los mejores herederos de esa línea de la Argentina interior hayan sido el Chacho Peñaloza y Felipe Varela.  Todas esas son cosas que están en mis libros, en mi poesía.

-En sus libros toma hechos del siglo XIX y del XX. ¿Hay algún suceso o movimiento que lo inspire de la actualidad?

-Sí, hay incluso un libro al abrir el siglo XXI, que se llama Cuadernos del rumbeador. Ahí hay cosas de este siglo, y es un poco un balance personal de lo que yo llevaba vivido.  Hay algunas vivencias en mi poesía que me ha asombrado que estuvieran tan nítidas porque son de la primera infancia. Hay un poema que se llama El niño y el brocal donde yo no tendría más de 5 años. Jamás había pensado que pudieran conservar esa lucidez y regresar tan vivos aquellos recuerdos muy, muy lejanos.

También hay cosas mucho más próximas. La poesía, varias veces la he abordado, varias veces y. vaya a saber si me he acercado a la cosa.

-¿Entre los recuerdos de la primera infancia figura algún momento en el que sintiera una vocación puntual hacia la palabra?

-Sí, pero no era tan chico. Yo fui un lector omnívoro, el clásico autodidacta que lee todo lo que le cae en las manos, en forma inorgánica, en forma desordenada. Mi formación orgánica no tiene nada que ver con las letras. A nivel secundario, soy técnico mecánico especializado en calderas. Y a nivel universitario, soy agrimensor. Mis padres eran maestros rurales en mi casa había libros y en la escuela además había una biblioteca, a la cual venían a buscar libros los colonos. Ahí se daba un hecho muy curioso: los nietos alfabetizaban a sus abuelos. Yo conocí, ya muy mayor, a los verdaderos inmigrantes, a los que llegaron de Europa. En su mayoría eran analfabetos de su propia lengua. Italianos, yugoslavos o croatas, pero que no sabían escribir en su idioma.  Los niños llevaban libros, los leían y se los explicaban a los abuelos. Ese es un fenómeno que a mí me dejó impresionado para siempre.

-¿Qué libros recuerda haber leído con voracidad de niño?

-¡Salgari cómo no!. Sí, Sandokan. Todas esas cosas.

-Después de tantos poemarios, ¿qué lo lleva  a escribir y publicar todavía?

-Yo estuve veinte años sin publicar. Mis cuatro primeros libros se editaron en Buenos Aires, en el barrio de la Paternal. Esa editorial sacaba la revista Gaceta Literaria, que dirigía un amigo mío, Pedro Orgambide. Allí publiqué mis primeros poemas. Y entre el 59 y 74 esa editorial me editó cuatro libros. Cuando pude volver a publicar, me encontré con una gran cantidad de libros escritos. Porque no publicar, no significa no escribir.

-¿Por qué había dejado de publicar?

-Bueno, mi vida profesional y familiar la han marcado los golpes de Estado. Y yo daría tres nombres de tres generales: Poggi, Onganía y Videla. Con cada golpe de Estado, me echaban, no conseguía más trabajo ni público ni privado en La Pampa. Pasaba a ser un maldito y tenía que salir a trabajar donde consiguiera. Acá quedaba Margarita, mi mujer, luchándola con los dos chicos. Así anduve desde Formosa hasta Chubut, desde la cordillera de los Andes y la del viento, que es más alta todavía, a donde sea, por todo el país, trabajando adonde yo fuera un anónimo. Porque yo había sido preso CONINTE, es una sigla que significa conmoción interior. Cuando se decreta el plan CONINTES, las policías provinciales dejan de depender de los gobernadores y pasan a depender de la guarnición militar más cercana. Con el plan CONINTES  yo fui preso a la colonia penal. Dos días nomás, suficiente para que me hicieran la ficha del SIDE. Eso signó mi vida y la de mi familia. Margarita y los chicos vivieron muy duramente esa etapa. Yo, en alguna medida, no vi crecer a mis hijos y ella, como toda mujer era muy aguerrida.  Porque la mujer tiene tres aspectos de superioridad espiritual sobre el hombre, que son innegables: es más inteligente, es más sensible y es más aguerrida para la lucha, para el combate diario, para poder poner un plato de comida todos los días en la mesa. Margarita quedo acá y yo venía cuando terminaba cada tarea, cada tres meses, a veces cada cinco. Otras veces, no tanto. Podía venir una vez por mes. Pero fue duro no ver crecer a los chicos de forma continua, sostenida. Le estoy contando estas cosas tan confesionales para que entienda un poco lo que yo escribo.

-Usted es un gran poeta y se vinculó con otro enorme hacedor de versos ¿Qué rescata de la obra y la personalidad de Juan Carlos Bustriazo Ortiz?

-Fuimos muy amigos. En un reportaje que me hizo un periodista de Buenos Aires yo decía que Juan Carlos va a ser recordado en dos planos, de dos maneras. Los intelectuales lo van a recordar, estudiar, interpretar por una parte de su obra.  Y su pueblo lo va a recordar por otra. La suma de los dos es Bustriazo. No hay dos. Porque no hay dos planos. Si usted  ee Herejía bermeja,  que sacó Ediciones En Danza, ese es el Bustriazo que van a admirar los intelectuales. Ese es el que se estudia en la universidad. Su pueblo lo va a recordar por otra parte. De la suma de ambos sale el verdadero Bustriazo.

El último pampeano

Edgar Morisoli nació en Acebal, Santa Fe, el 5 de noviembre de 1930. Aunque se lo considera pampeano por adopción, pues se instaló en La Pampa en 1956. Ha publicado diversos  poemarios, entre los que sobresalen Salmo Bagual (1957), Solar del viento (1965); Tierra que sé (1972);Obra callada (1994); Cancionero del Alto Colorado (1998); Cuadernos del rumbeador (2001); La lección de la diuca (2003);  Última rosa, última trinchera (2005) y “Porfiada luz” (2011) entre otros. Falleció en las primeras horas del 16 de junio.

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