EL Arca de Lucas Leppe, de Nicolás Gath, imagina un relato fantástico que a partir del juego de los viajes temporales se apoya en la cultura pop de la última década del siglo XX.
Autor del guión, Gath cuenta una historia de tono fantástico que abreva en el imaginario pop no sólo del cómic occidental, sino que además aprovecha algunos detalles estéticos del manga (la historieta japonesa), pero también del cine o la televisión. El protagonista es Lucas Leppe, el joven dueño de El Arca del título, un local dedicado a albergar una colección de reliquias extrañas como un mazo de cartas mágicas de Borges, la pajita gigante que se usó para filmar aquella publicidad de la leche chocolatada Cindor conocida como “La Caja Vengadora”, o un busto de Shakespeare que le obsequió Adam West, el actor que interpretó al icónico Batman psicodélico de los años ’60. Pero además de cuidar y ampliar su propia colección, Lucas es una especie de moderno Allan Quatermain dispuesto ayudar a otros a buscar rarezas semejantes.
La aventura comienza cuando el que le pide ayuda es El Gordo, dueño de un videoclub que en realidad es un extravagante portal temporal a través del cual el tipo le alquila películas actuales a una clientela anclada en la década de 1990. Una versión cinéfila y ultrapop de la máquina del tiempo. El problema es que si alguno de los clientes pierde una película nueva en el pasado se corre el riesgo de alterar la continuidad del espacio-tiempo, con altas probabilidades de provocar cataclismos históricos. El conocido Efecto Mariposa. Por supuesto, el temido accidente se produce y El Gordo recurre a Lucas para que lo ayude a recuperar una copia en VHS del Episodio I de La Guerra de las Galaxias (1999) que le alquiló un tipo de 1992. Y hacia allá parten Lucas y su ayudante Manuel, un monito obsesionado con las bananas.
El viaje de Lucas le abre la puerta a un juego retro que parece coincidir con una tendencia bastante actual, la de los libros, series, películas, historietas y hasta radios que abrevan en la cultura pop de la década de 1980, universo retro por excelencia. Pero con una diferencia sustancial: El Arca le rinde culto a los años ’90. A diferencia de la ola formada por series como Stranger Things, películas como la IT del director argentino Andy Muschietti o Ready Player One de Steven Spielberg, o frecuencias radiales como Aspen, dedicadas a venerar la estética ochentosa, el libro de Gath parece formar parte de una nueva ola que instala su imaginario en la década siguiente. Aunque él no creé que sea exactamente así.
“La explotación artística de la nostalgia no es patrimonio exclusivo de los ‘80, sino una corriente cíclica que se renueva conforme nuevas generaciones van tomando las riendas de la producción cultural”, sostiene. “Pensemos en uno de los referentes de la cultura pop de la segunda mitad del Siglo XX y lo que va del corriente: George Lucas. Su imperio se erige en torno a un culto a la nostalgia. Tanto La Guerra de las Galaxias como Indiana Jones (producida por él pero dirigida por su amigo Steven Spielberg) son homenajes a seriales de los ‘30 y ‘40 que ambos consumían cuando eran jóvenes”, agrega. Gath toma como ejemplo definitivo a Volver al Futuro (1985), de Robert Zemekis, “una película tan asociada a los ‘80, pero que no es otra cosa que una oda a los ‘50. Volver al Futuro acierta perfectamente la naturaleza cíclica de este comportamiento cuando en su segunda parte (1989) encuentra a Marty McFly, el protagonista, en un Café obsesionado con la década de los 80, pero en un 2015 del futuro”.
Tal vez ahí mismo se encuentren las motivaciones que lo llevaron a trabajar sobre el imaginario de los ’90. “Como hijo de los ‘80 criado en los ‘90 es lógico que mi enfoque esté ligeramente corrido hacia esa década. Me hago cargo: soy un nostálgico”, admite el autor de El Arca. “Me fascina el pasado y en parte es algo que vuelco en el protagonista de la historia, que no es otra cosa que un coleccionista de artículos que en muchos casos se relacionan con el pasado”. Del mismo modo considera que el tratamiento que le da a la historia es toda vía más retro, ya que si bien el anclaje temporal está puesto en los ‘90, “la estética, el estilo y la trama están más inspirados por los cómics de la década del ’60, lo que se conoce como la Edad de Plata” del género. “El trazo de Massa, a quien considero co-autor del libro, tiene mucha influencia del arte de referentes de aquella época como Jack Kirby y la paleta de colores utilizada es, literalmente, la misma que se usaba en esos años”, reflexiona.
Y es precisamente al universo de la historieta, mucho más que a productos audiovisuales ochentosos como los Transformers o los Thundercats, al que Gath considera su principal fuente de inspiración. Para él los protagonistas de El Arca “están 100% delineados como personajes de historieta y como tales se deben fundamentalmente a esa tradición narrativa”. Y usando como referencia el cómic Madman, del historietista estadounidense Mike Allred, que desde “la década de los 90 le rendía homenaje a los cómics de la década del 60”, afirma que El Arca se sostiene en la intención de “volver medianamente accesible a lectores modernos un enfoque más clásico e inocente de la historieta”.
Como ocurre en el terreno de la producción audiovisual, en la historieta los relatos también se pueden pensar de manera unitaria y autoconclusiva, como sucede con la mayoría de las películas, o bien de modo expandido, como una continuidad que se extiende en episodios conectados, como pasa con las series o, cada vez más, con las sagas cinematográficas. Y aunque la historia que Gath y Massa presentan en El Arca puede leerse de forma autónoma, también es cierto que la naturaleza misma del universo de Lucas Leppe permite pensar en la continuidad de sus aventuras, corriendo detrás de nuevas reliquias extravagantes.
“La realidad es que El Arca fue concebida como las dos cosas”, confiesa Gath y vuelve a conectar su creación con una lógica anclada en el pasado. “La idea era recuperar el espíritu de los cómics de antaño, esos que te cruzabas en el quiosco y llevabas porque te gustó la portada. No sabés qué hay dentro, quiénes son estos personajes y tal vez los agarraste en el medio de la aventura. Pero nada de eso importa, porque tenés los datos suficientes para entender dónde empieza y termina esta en particular. ¿Pero termina realmente? Creo que cada uno decide dónde cortar las historias que disfruta, sobre todo las propias. Así que si suficiente gente la hace propia y decide que quiere saber cómo continúa la historia de Lucas y Manuel, solo hay que contarla. Si eso sucede, yo encantado. Y si no, este será un lindo recuerdo de aquella vez que me saqué las ganas e hice lo que siempre había querido hacer: publicar una historieta”.
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