El país pierde no sólo a uno de sus mayores intelectuales, sino también a un referente ético y a uno de sus grandes gestores culturales, como lo demostró cuando fue director de la Biblioteca Nacional.
Fundador de Carta Abierta, siempre se identificó con las causas populares, pero supo mantener una distancia crítica frente a los gobiernos con los que se identificó.
No solo fue uno de los mayores intelectuales argentinos, sino también un gestor cultural inquieto y eficiente y una persona excelente que supo ganarse el cariño y el respeto de aquellos con los que estuvo en contacto.
Luego de superar varias instancias graves de salud, como un ACV y un problema renal que culminó en un exitoso trasplante, el Coronavirus le ganó la partida. Su gestión como director de la Biblioteca Nacional durante el gobierno de Cristina Kirchner puede calificarse con toda justicia de histórica. La transformó en un verdadero centro cultural que tenía opciones para todo el mundo. Bajo su dirección la Biblioteca albergó tanto una exposición referida a Spinetta como conciertos de música contemporánea y debates.
Durante su gestión se hicieron más de 400 publicaciones fundamentales de nuestra cultura que ninguna editorial privada hubiera editado. En este punto su lucidez fue extrema al entender cabalmente el rol fundamental que debe cumplir el Estado en la preservación de la cultural nacional. Publicó un libro de historieta con los ganadores del Concurso de Historieta Argentina organizado por la propia Biblioteca, las historias de un pensador como León Rozitchner; catálogos cuidadísimos de exposiciones como Eva Perón en los libros y de la muestra de Spinetta Los libros de la buena memoria, retomó la publicación llamada La Biblioteca fundada por Paul Groussac, uno de sus míticos directores; hizo diversas ediciones facsimilares entre las que se cuenta el semanario La Moda, El grillo de papel, El Ornitorrinco, El escarabajo de oro, Lulú, Arturo, Arte Madí, Poesía Buenos Aires, Letra y Línea ; reunió un valioso material borgeano en Borges, libros y lecturas; editó la colección infantil Quelonios, por nombrar solo algunas de las publicaciones. Incorporó, además, la Biblioteca Jorge Álvarez como una forma de preservar el valioso material generado por este mítico editor de los años 60.
La edición alcanzó también a las múltiples partituras de autores argentinos que estaban en la Biblioteca. Pero no sólo se limitó a eso, sino que entregó las partituras originales a músicos argentinos actuales para que las reversionaran y editó así múltiples discos dentro de la colección Raras Partituras. Además, editó también libros con partituras originales como Arreglos para orquesta típica de Horacio Salgán, El libro de la folkloreishon (compilación y transcripción de canciones populares del folklores argentino) y el catálogo de las obras de Gerardo Gandini que su familia donó a la biblioteca.
Estos son solo algunos ejemplos, ya que sería imposible citarlos a todos.
El 9 de enero de 2020, luego de que Alberto Manguel, en coincidencia con las políticas del macrismo arrasara con la biblioteca para convertirla en un mero depósito de libros para especialistas, le decía a Tiempo Argentino refiriéndose a las bibliotecas en general: “Son viejas instituciones, muchas de ellas milenarias, como la biblioteca de Alejandría, que en el mundo tecnológico de hoy sólo parecen lugares obsoletos destinados a guardar libros y archivos. Estos viejos artefactos no tienen que quedar enmohecidos, sino que hay que revivirlos a través de la vida cultural que incluye la vida bibliotecaria, la catalogación de libros y el software. Pero eso no significa que la vida empresarial deba ser trasladada a las bibliotecas. También hay que tomar en cuenta las industrias culturales, siempre y cuando tengan la capacidad de recrearse y de tener la pepita de oro intelectual en su seno. Sin eso la industria cultural también se convierte en una industria apática. No hay industria cultural sin crítica cultural. La película coreana Parásitos se refiere a la industria cultural coreana y muestra lo que puede pasar en un país si se deja el espíritu de la crítica de lado. Me animaría incluso a hablar de la espiritualidad de la crítica, porque sin esa espiritualidad de la crítica no hay industria cultural que pueda salvar a un país. Una biblioteca nacional no puede ser un lugar no espiritualizado, aunque tenga una buena catalogación, una buena digitalización. Y lo que produjo el macrismo fue el fin del espíritu.” Y agregaba: “Como gestiones de tipo empresarial basadas en el contacto con empresas privadas, con un estilo privatizador, el estilo de Manguel fue un estilo pomposo y vacío. Él escribió un buen libro sobre la historia del libro, pero su estilo es el del neoliberalismo cultural que ha perdido las aristas de la crítica y la posibilidad de ver las bibliotecas nacionales del mundo, que son viejos artefactos del siglo XIX, en su capacidad de recrearse. Más bien las ve como lugares donde hacer negocios reclinados sobre la posibilidad de que las grandes empresas pongan su óbolo como esponsors. Son lugares de la cultura nacional esponsoreados por grandes empresas que de este modo se convierten en órdenes mendicantes. Eso fue Manguel y eso fue Barber, sin que esto signifique hablar mal de ellos como personas.”
También dijo que: “La presencia de Juan Sasturain en la Biblioteca Nacional es la más adecuada para proseguir lo que haya podido tener de bueno la gestión de la que formé parte y de la que participaron muchas personas que hicieron una gran tarea.” En la presentación de su staff al asumir como director de la Biblioteca, Juan Sasturain anunció que González sería el director de publicaciones y aclaró que este había accedido a su propuesta luego de poner como única condición que su trabajo fuera ad honorem. Esto habla también de su calidad ética.
El acto de despedida de su gestión fue sin duda el más multitudinario y emotivo de todos. La explanada de la Biblioteca estaba colmada de trabajadores que lo esperaban. Cuando apareció, el aplauso fue ensordecedor y prolongado. Fito Páez, que se encontraba entre los presentes, comentó por lo bajo: “Es un Rolling Stone”.
La labor de González fue tan amplia que sería imposible sintetizarla en una nota. Pero su gestión al frente de la Biblioteca Nacional permitió ver que no solo era un intelectual calificado, sino también un hombre con sensibilidad social y capacidad de gestión. Abrió la Biblioteca para todos y desacralizó de este modo el mundo de los libros que algunos consideran tan alejado de la vida cotidiana. La pérdida es enorme y duele mucho más allá del círculo de intelectuales y escritores. Horacio González formó y formará siempre parte de nuestra identidad.
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