PRÓLOGO
Cuando se escribe una obra de teatro para ser representada, las didascalias o acotaciones que se especifican, se encuentran dirigidas a quien actuará un personaje o a quien diseñará algunos de los aspectos del espectáculo o a quien dirigirá la obra. Tienen que ver con explicaciones para la representación (lugares, circunstancias, acciones, estados de ánimo, sonidos, colores, iluminación, formas, etc.) y generalmente se realizan desde una descripción técnica. El texto teatral se concibe, en general, desde ese aspecto, sabiendo que lo que espectadoras y espectadores recibirán, será la acción escénica. cuando se lleva a escena, ciertas acotaciones, cuando no todas, pueden ser modificadas. Sirven para contextualizar a realizadoras y realizadores.
El Comisario Moyano ha sido concebido desde otra perspectiva. La propuesta de este libro es provocar la lectura desde otro espacio, ansiando generar un juego cómplice con esa voz narrativa a partir de esas didascalias o acotaciones que intentan funcionar como esa cámara cómplice que relata entornos, estados de los personajes, miradas, a veces, críticas de los sucesos planteados.
Hasta, en ciertos momentos, una voz casi por fuera de la acción dramática.
Giros, permisos lúdicos, recursos que aspiran darle paso a ese pacto ficcional que se ambiciona generar (…)
CAPITULO 1 – ESCENA 9
Casa de Mariano Moyano.
¿Les gustan las cálidas noches de verano?
La cálida noche de verano se percibe en el ambiente casi envolviendo cierta ausencia. Tampoco decía presente alguna brisa aliviadora. De lejos, como un invitado no deseado, el sonido de una casa invade, brevemente, el ambiente.
Mariano se rodea del aroma de la comida que está siendo preparada y, de fondo, casi coqueteando en el aire, danza un pasaje de La Traviata. La luz de una luna plena, con un desafiante deseo de iluminar, comienza a permitir espiar secretamente su casa. Una luz que acaricia, como esa música que juega galante más allá de sus deseos.
Esa luna que, tal vez, desea ser testigo silenciosa de tantas historias vividas por un hombre que, también, la ama en secreto.
Nunca se lo confesaron.
Pero otras palabras han quedado sin decir. Otras. Esas otras que Mariano piensa mientras cocina, mientras prepara lo que pronto será convidado. La luz comienza a crecer suave, tan suave como crece el aroma de la comida. Una barra divide la cocina del living comedor, casi el lugar ideal para depositar el plato servido, beber una copa de… de algo… o mantener una conversión. O, por qué no, para todo eso al mismo tiempo. ¿Por qué no?
Mientras se lo ve cocinar, el disco de vinilo gira en el equipo que se encuentra en el living. En ese lugar donde ciertos objetos no existen, como no existen un televisor, un plasma, o, a simple vista, alguna computadora, elementos casi infaltables en cualquier hogar. Tal vez no sean ausencias. Pero sí, presencias… como la música.
Debajo del equipo de música, más discos de vinilo.
Y los libros… Algunos hasta apilados en la barra, como advirtiendo de lecturas casi compulsivas o con fugaces abandonos. Como esas que se necesitan a mano siempre por alguna razón; hasta por razones que la razón nos oculta y nos devela y nos desvela.
En un rincón, sobre una de las paredes, una biblioteca. Y muy cerca de los libros, un jarrón. Otra biblioteca, que no se verá, en el dormitorio.
No hace falta mostrar todo, muchas veces es mejor, ¿no?
Puertas, como siempre.
Una, la entrada de la casa, otra hacia el dormitorio y otra hacia el baño.
Una heladera.
Una bodega con vinos que dan tiempo al tiempo.
Una lámpara pende sobre la cocina y otra sobre la mesa del living comedor.
Hasta cocina y limpia, casi, al mismo tiempo.
La mesa del living comedor está dispuesta para tres comensales. Mariano prueba la comida en una olla de barro. Condimenta, revuelve, huele. Huele. Cierra los ojos y se deja invadir. Lo sensorial. En la barra una copa con un aperitivo que, cada tanto, bebe.
Mientras, algo de la música camina por su ser.
Lleva una camisa blanca arremangada por fuera de un pantalón oscuro. Está descalzo. Tal vez por el calor de la noche. Tal vez porque necesita siempre tener sus pies en la tierra. Luego de unos instantes, suena el timbre. Mira hacia la puerta, toma lo que le queda en la copa y, limpiándose las manos con un repasador, se dirige hacia la puerta y abre.
MARIANO: (abriendo) ¡Hola!
Entra Sabrina con una botella de vino y se besan en la mejilla. Se nota que Sabrina conoce el departamento y se dirige, decidida, como hace casi siempre todo, hacia la barra con la botella de vino para tomar el destapador y abrirla.
Mariano cierra la puerta y la observa. Se nota que le ha quedado algún resabio de esa cercanía. Camina hacia la barra pero antes, con esa brevedad con la que se producen ciertas acciones en la vida, acaricia brevemente con sus ojos la presencia de ese jarrón tan cerca de tantos libros.
Ella con un vestido oscuro y zapatos de taco. Un colgante muy sutil pende de su cuello. Se la ve muy atractiva.
Casi podría sentirse su dulce perfume a la distancia.
SABRINA: ¡Qué bien huele! Malbec, ¿te parece bien?
MARIANO: Perfecto… (Va hacia la cocina y destapa la olla para revolver la comida) Van a ver cuando lo prueben… Tremendo, como dice Carlos…
Sabrina lo mira sabiendo que no es mirada. Busca dos copas de la mesa y las sirve con un poco de vino. Pone, delicadamente, ambas sobre la barra y se sienta en un taburete. Lo mira y escucha la música, esa música que también parecería acariciarla. Algo de esa cercanía la habita.
Mariano gira y ve el vino servido, toma una copa y la levanta. Ella, intentando distanciar su mirada de algo que la invadía, toma la suya.
Ambos brindan en silencio.
¿Qué sensación flota en el ambiente? Se los ve con el gusto de estar juntos.
Mariano deja la copa y vuelve a su olla de barro. Luego de unos instantes…
SABRINA: ¿Cómo estás?
MARIANO: Bien… despacio, pero bien… (Cambiando de tema) Te cuento, pollito a la cerveza en olla de barro…
Sabe que Sabrina ya comienza a degustarlo y aumenta su entusiasmo. A veces es más importante lo que provoca la comida que la comida en sí misma. Como tantas cosas. Como la música que subsiste jugando en el aire. Como la luna que espía desde un despejado cielo, acompañada por alguna sigilosa estrella amiga.
Y es por eso que, mientras sigue revolviendo dentro de la olla, le continúa contando sobre cada condimento, como si cada uno fuera un secreto plagado de misterios. Tal vez por eso esa forma de contarlo, esa forma teñida de secretos.
MARIANO: Ajo, cebolla de verdeo, pimienta, un poquito de sal marina, pepperoni, tomate triturado y una pizca de azúcar…
Ella lo mira y se sonríe. Él se encuentra concentrado en su cocinar. Ella mira el departamento que, aunque conocido, siempre revela algo nuevo. Casi como un entrenamiento de la mirada, de la observación.
Serendipia…
Pero no quiere detenerse en nada en particular, no, mejor no. La música termina. Un breve silencio nace.
SABRINA: Es un caso tan raro… ¿no?
MARIANO: ¿El de los lentes y la nariz? (…)
SABRINA: ¿Todavía te impresiona?
MARIANO: Es imposible acostumbrarse…
Mariano vuelve a la cocina y toma un poco de vino. Cierra sus ojos para escuchar la música, pero tal vez sea el pretexto para sentir más intensamente el perfume de Sabrina.
SABRINA: ¿Vas a extrañar?
MARIANO: (sin mirarla) Sí… Mucho… Pero es lo mejor… Me hace falta…
Mariano la mira.
SABRINA: (intentando salir de la mirada) Vas a poder leer y escuchar música…
MARIANO: Y engordar…
Sabrina se ríe. Él también. La Traviata juega.
MARIANO: ¿Te pone nerviosa?
SABRINA: (sin entender o pensando lo que no quiere que él piense) ¿Nerviosa?
MARIANO: Digo, ocupar mi puesto…
SABRINA: (comprendiendo) Ah… todavía no lo pensé… No lo puedo pensar demasiado… No sé… no me termino de imaginar siendo “la Comisaria”…
MARIANO: La Comisaria Morales…
SABRINA: (jugando con las palabras) Del Comisario Moyano a la Comisaria Morales…
MARIANO: (volviendo a brindar) Por la futura Comisaria…
Ambos brindan. Beben y se miran. Se sonríen. Es notable como a veces los adultos se ven invadidos por rasgos adolescentes. Aunque siempre de algo se adolece.
Y es considerable percibir cuando, de lo que adolecen, les sucede en el mismo instante.
Rompiendo el clima de ambos y la armonía musical, suena el timbre.
SABRINA: ¡Yo abro!
Sabrina va hacia la puerta, decidida. Mariano la mira y se sonríe para sí. Le gusta verla así: resuelta, valiente, dispuesta a hacer. Abre y entra Carlos, vestido con un jean, zapatillas y una remera. Se observa el cuidado que tiene con su cuerpo y con su ropa. Hasta también, como sucede con Sabrina, podría sentirse su perfume a la distancia.
Irradia simpatía y se nota un hombre alojado por sí mismo.
Sabrina cierra la puerta y Carlos va hacia la cocina y saluda con un abrazo a Mariano. Tiene una bolsa.
CARLOS: Heladera…
Y Carlos también conoce la casa y acciona como quien ya tiene la confianza suficiente como para ir y venir sin trabas en su andar.
Por eso no le entrega el paquete a Mariano y abre el freezer guardándolo.
CARLOS: Es el helado de dulce de leche que nos gusta… el dietético… Así no nos da culpa…
Sabrina le sirve una copa a Carlos. Él percibe su aroma.
Parecería un trío de amigos convocados por la comida, la música y una buena bebida. Pobre luna, que sólo observa sin haber sido convidada.
MARIANO: (brindando) Gracias por venir… (Bebe un sorbo) A la mesa que ya sirvo…
Sabrina y Carlos se sientan mientras Mariano sirve los platos. ¿Por qué se nota entre Sabrina y Carlos una cierta complicidad?
SABRINA: Huele como los dioses…
CARLOS: (con humor) Gracias, como siempre…
SABRINA: (sonriendo) La comida Carlos… Bueno… vos también…
Ambos ríen.
Mariano termina de servir los platos en la cocina.
No es sólo colocar la comida en cada plato. Es disponerla para que instale en los comensales el deseo de saborearla.
La comida, primero, entra por los ojos… Sí, sí, obvio pero cierto… obvio…
SABRINA: ¿Te llamó?
CARLOS: No… no entiendo qué le pasó…
SABRINA: ¿Triste?
CARLOS: Por momentos…
SABRINA: Y sí… es así…
Mariano lleva los platos de Sabrina y de Carlos. Ambos huelen mientras siguen hablando. Mariano los deja conversar sin intervenir.
SABRINA: Todo pasa, Carlos…
CARLOS: Todo pasa y todo queda…
Ambos detienen su andar con las palabras, como si algo los hubiera censurado.
MARIANO: (mientras sirve su plato en la cocina) Machado… Antonio Machado…
Sabrina y Carlos ahora, hasta con cierto suspiro en su ánimo, sonríen. Mariano se sienta a la mesa.
MARIANO: ¡A comer!
Una pausa donde los tres comen sin hablar mientras la música acompaña de fondo.
Muy suave.Ese silencio de palabras profundiza los sentidos, les consiente situarse en otro plano…
SABRINA: ¡Riquísimo!
CARLOS: ¡Tremendo!
Mariano toma su copa, la levanta retribuyendo y toma un poco de vino. Saborean.
Luego de otra nueva pausa. Pausas, pausas y pausas…
MARIANO: ¿Alguna pista?
CARLOS: Sí… (Mirando su celular) A unos metros del hallazgo se encontró una notita que decía… (Lee) “A partir de ahora no van a hacer nunca lo que hacía Gabriel Rodríguez… que le quede claro a todos”. Fue escrita con una máquina de escribir de las viejas…
Sabrina siente como si le hubieran anulado los sentidos de golpe. Como si la comida hubiera abandonado su sabor y su aroma, como si la música hubiera dimitido su armonía.
SABRINA: Perdón… mientras comemos…
Mariano y Carlos no prestan atención y siguen con la conversación.
CARLOS: Gabriel Rodríguez… la misma mujer que corría y que encontró… todo, dijo que así se llama su novio… Y reconoció los lentes. Se están peritando las huellas dactilares…
SABRINA: ¿Y si charlamos después?
MARIANO: ¿La nariz…?
CARLOS: Están investigando. Mensaje algo “mafioso”, ¿no?
SABRINA: (dejando de comer) No me quiero imaginar…
Sabrina aparta el plato.
CARLOS: (haciendo un chiste) Cuando lo encontró, seguro que pensó… “Esto me huele mal…”.
Carlos se ríe. Mariano, luego de intentar no hacerlo, también. Ambos beben un sorbo de vino y pueden seguir conversando del tema mientras comen. Sabrina los mira.
CARLOS: O… ¿estaré viendo bien?
Ambos vuelven a reírse. Ella los mira.
SABRINA: ¡Basta, Carlos!
CARLOS: Perdón…
MARIANO: El humor salva…
SABRINA: Salva… Sí, Mariano… A veces hasta aclara caminos, ¿no?
Carlos y Mariano la miran. Mariano sonríe.
MARIANO: Sí, el humor a… livia…
Ahora Sabrina es quien sonríe ante la ocurrencia de Mariano. Parecerían dúos de complicidades. Y el juego de cada dúo en cada momento.
SABRINA: Digo, creo que es así… ¿No les parece? A lo mejor nos permite elegir mejor…
Carlos la mira.
SABRINA: … como cuando, no recuerdo que libro que me comentaste, habla de la elección de los caminos…
MARIANO: Sí, ya sé… es de Carlos Castaneda… “Las enseñanzas de don Juan”. Muy necesario de leer…
Carlos sonríe y los mira.
Ambos se sienten con alguna cierta incomodidad, pequeña, breve, pero incomodidad al fin.
CARLOS: No lo conozco…
MARIANO: (se levanta y busca un libro de la biblioteca) En un momento dice que “un camino sin corazón nunca es disfrutable…”. Y dice que “un camino con corazón es fácil, no te hace falta trabajar para tomarle el gusto.”
CARLOS: (mira el libro) “Las enseñanzas de don Juan”.
MARIANO: En préstamo… los libros se devuelven…
CARLOS: Obvio…
Obvio… bueno, ya conversaremos sobre eso… Mariano se vuelve a sentar y a comer.
Silencio. Comen. Comida y Traviata. Y silencio de palabras. Y cuerpos plagados de palabras.
Palabras que van y vienen y se amontonan y se dan paso, para transitar por diversos escondites. Luego de un tiempo.
MARIANO: ¿Ven? Así se come… en silencio…
Se ríen, pero Carlos mira sin comprender, igualmente ya es algo que sabe que sucede entre Sabrina y Mariano, entre Sabrina y él, entre él y Mariano, entre ellos. Pausa.
MARIANO: Una nariz, un par de lentes y esa nota… Algo que era mejor no ver y que debería oler muy mal…
La comida continúa en silencio…
El autor
Dardo Dozo es docente, director y dramaturgo teatral. Egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Fue secretario de Extensión Universitaria de la Universidad Naciona de las Artes, profesor en la Universidad de Palermo, y en la UNA. Autor de publicaciones universitarias y de los libros “Dramaturgia de los fantasmas” (ed. Nueva Generación) y de “Cuentos Infantiles, narrados y pensados para niños ciegos”. Jurado del Premio Estímulo UNA.