El escritor checo murió en París, donde residía desde 1975. Fue narrador, poeta, ensayista y dramaturgo. Cada año figuraba en la lista de posibles ganadores del Premio Nobel.
Más allá de los méritos de su literatura, su condición de disidente con las políticas de la Unión Soviética también intervino en la notable fama que tuvo en diferentes latitudes. Su relación con el Partido Comunista, al que se había afiliado después de la Segunda Guerra Mundial, fue tensa y estuvo marcada por expulsiones y regresos hasta su expulsión definitiva en 1970. En esos años, también las posiciones ideológicas, del mismo modo que la literatura, tenían una centralidad que hoy han perdido, aunque los medios masivos de comunicación entronicen la política como tema casi excluyente. En aquel momento, la posición política de un escritor incidía de manera más decisiva en los lectores.
La primavera de Praga que llegó a su fin cuando los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia dividió aguas, las obras de Kundera fueron prohibidas y el escritor tomó posición definitivamente. “La insoportable libertad del ser” está ambientada, precisamente, en esa primavera violentamente abortada. La novela se convirtió en una lectura insoslayable para todo joven que se preciara de tal y para personas de cualquier edad que estuvieran a tono con la época.
Años más tarde, en 1975, Kundera armaría sus valijas para irse de su país junto a su esposa, Vera Hrabankova, con quien se había casado en 1967 y se establecería en Francia.
A esta novela consagratoria le seguirían otros libros que continuaron manteniendo su fama, como ‘La inmortalidad’ (1988), ‘La lentitud’ (1998) y ‘La identidad’ (1998). Luego, como todo “suceso literario”, por lo menos en Argentina, los lectores de Kundera comenzaron a mermar, aunque quedó inscripto para siempre como un escritor emblemático del período histórico previo y quizá preparatorio de la caída del muro de Berlín.
Años después, luego de haberse convertido, quizá involuntariamente, en un emblema de lucha contra el totalitarismo, dijo ser un hombre sin creencias, alguien que no creía en nada y que creía que había que ser muy precavido con los juicios acerca del comunismo, tanto con los positivos como con los negativos. Los años parecían haber modificado o aplacado sus opiniones políticas aunque en La broma (1967) ridiculizara al régimen soviético.
El amor y el sexo también atravesaron su obra en un momento en que se hablaba del “amor libre” expresión que sólo contemplaba la heterosexualidad. Aunque renuente a las entrevistas, en 1982 le concedió una al diario español “La Vanguardia”. Cuando el periodista les señaló que el fuerte componente erótico sus libros se oponía al lugar común que le atribuía a los países comunistas un gran puritanismo, Kundera contestó: “A esto puedo responderle dos cosas. Primera, que Checoslovaquia es comunista desde hace treinta años, lo cual no representa nada frente a una tradición milenaria. Segunda: el erotismo tiene tal vez una mayor importancia hoy en los países totalitarios. Dado que uno no se puede realizar con plenitud en la vida pública, asume su libertad en la vida privada, y mayormente en el terreno erótico. Dejando Praga yo abandoné un paraíso, donde el epicureísmo y la libertad erótica eran mucho mayores que, por ejemplo, en París, donde la gente aspira más a hacer carrera que a hacer el amor.”
Datos de una biografía
Prohibida su obra y mal mirado por el régimen, Kundera tuvo que improvisar soluciones para ganarse la vida. Fue así que se convirtió en pianista de jazz, actividad relacionada con sus vastos conocimientos musicales que había recibido de su padre y que había afianzado a través de sus propios estudios de composición y musicología. Su padre, Ludvík Kundera, era un pianista célebre. Es así que la música, si bien no culminó para el escritor en una carrera, entró decididamente en su literatura a través de múltiples referencias.
Sin embargo, en su juventud la escritura no pareció estar entre sus intereses principales, dado que si bien en la Universidad Carolina de Praga había comenzado a estudiar Literatura, decidió abandonar la carrera para entrar en la Universidad de Cine de esa ciudad, una disciplina que luego enseñaría en la Academia de Cine y Arte Dramático.
Su ocupación definitiva serían las palabras, pero las palabras escritas, ya que el escritor era más bien parco, silencioso, y rehuía los encuentros con la prensa. La última entrevista a la que accedió es de 1985.
Un dato curioso: en 2010 Kundera se transformó en “Duque de Amarcord” en el ficticio Reino de Redonda. Redonda es una pequeña isla deshabitada del Caribe descubierta por Colón. El escritor español Javier Marías decidió sumarse a quienes en el siglo XIX reclamaron su propiedad y la convirtió así en un territorio casi ficticio del que se proclamó monarca.
Como monarca del Reino de Redonda, se dedicó a entregarles títulos nobiliarios de ficción a escritores y artistas. Además, Reino de Redonda se llamaba su sello editorial, que en 2010, como lo hacía cada año, entregó un premio. En esa oportunidad, el premiado fue Kundera “por la gran calidad de su obra de ficción, que refleja las ambigüedades y contradicciones de los individuos de nuestro tiempo, tanto bajo regímenes dictatoriales como democráticos”.
Kundera eligió el título de Duque de Amarcord en obvio homenaje a Fellini cultor privilegiado de una de las grandes pasiones del escritor: el cine.
Los nombres de los integrantes que otorgó el premio hablan de la trascendencia que tuvo Kundera en Europa, más allá de la moda circunstancial de su literatura. Ellos fueron António Lobo Antunes, John Ashbery, Antony Beevor, A. S. Byatt, J. M. Coetzee, John Elliott, Pere Gimferrer, Claudio Magris, Eduardo Mendoza, Orhan Pamuk, Arturo Pérez-Reverte y Mario Vargas Llosa, y los cineastas Pedro Almodóvar y Agustín Díaz Yanes.
Por diez novelas, su único libro de relatos, sus dos libros de poesía, su obra de teatro y sus cuatro ensayos Kundera recibió muchos otros premios más formales como el Médicis Extranjero (1973), el Jerusalén (1985), el Austríaco de Literatura Europea (1987), el del Festival Literario Internacional de Vilénica (1992), el Herder (2000), el Nacional de Literatura Checa 2007, el Prix mondial Cino Del Duca (2009) y el Franz Kafka (2020). El Nobel, como le sucedió a Borges, quizá figure como una deuda en el libro de balance de la Academia Sueca, pero no dice nada acerca de la calidad de un escritor.
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