“Me he visto en el espejo hace rato. Sé que supero en facha a un clochard parisino, a un homeless neoyorquino o a un simple croto de mi ciudad. Tengo la peluca y la barba teñida del blanco de la cal. Estoy transpirado y sucio. Y medio que avergüenza tener este aspecto. De repente, cae la mersa coqueta de dueños y arquitectos y mi hermano, el contratista (no puedo olvidarme del sketch de Olmedo), viene a reunirse con ellos. Me saluda y sigue de largo hacia la habitación donde están los demás. Yo sigo demoliendo pared con un martillo mecánico, pero a pesar del ruido, escucho: ‘así como lo ves, ese de ahí es mi hermano y es buen escritor’”. Así arranca Diario de un albañil, el nuevo libro del narrador, poeta y ensayista Mario Castells. Una base sólida como el cemento que es a la vez declaración de principios para edificar las memorias de un trabajador del gremio de la construcción en la Argentina. La historia de un albañil, o de miles.
Castells, albañil desde sus 14 años, es rosarino, hijo de migrantes paraguayos, la colectividad que, orgullosa, domina sudando la gota gorda el arte de la albañilería en estos pagos. Paraguay construcciones. Y aunque la Uocra patotee y haga oídos sordos, ¡el guaraní es el idioma oficial en el gremio! Diáspora de trabajadores precarizados, explotados, estigmatizados, olvidados en las obras de este país siempre multicultural, nunca intercultural. Los laburantes del ladrillo que construyen la Argentina todos los días.
Diario íntimo entre andamios, memorias familiares del exilio, tratado de sociología en obra, enciclopedia “con tapas de hormigón armado”, manual de supervivencia a la explotación. El flamante libro del autor de la brillante novela El mosto y la queresa (2012) y las crónicas de Trópico de Villa Diego (2014), trabaja todos esos registros con pala, cuchara, fratacho y, sobre todo, potente pluma.
El jopará es el plato emblema del campesinado paraguayo que mezcla, siempre en partes desiguales, arroz, frijoles, fideos y maíz. Pero también es la lengua híbrida y mestiza que combina el guaraní paraguayo y el castellano. La heteroglosia conforma, o distorsiona, el habla de quienes viven en el Paraguay. También la de cientos de miles de migrantes que llegaron a estas pampas. Castells, que es coautor (junto a su hermano Carlos) del ensayo Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (2010), edifica en Diario de un albañil una prosa extrañada por la mezcla del guaraní, el castellano y el lunfardo picante: “Yo, mita’i cabezudo, bajé corriendo de mi petizo Cañete, mi primer caballo, y creyendo que era agua fresca, le metí alto tragazo, un trago de siete ñemoko (sorbos), como dice mi tío Kambalóre. Dionisio dijo: A la puta, ombojahu porã la kavaju itrágo. Puede bañar perfectamente al caballo con su trago. Pero después de semejante hazaña, mi opera prima como ‘contrario’, quedé completamente pichorö (pito amargo, ebrio)”.
Una lengua de fascinante riqueza y dulzura con la cual Castells rescata las crudas historias de su familia y compañeros de andanzas y desandanzas. Pero no esperen un simple desfile de personajes. El diario hace carne las tensiones permanentes entre los sueños y deseos del laburante, frente a la realidad del yugo cotidiano en la obra. También da cuenta de las resistencias colectivas, como el jopói o Changa Paraguaya, el trabajo mancomunado que compromete a parientes, amigos y vecinos a prestar ayuda a un miembro de la comunidad a la hora de construir su hogar. Como todo ritual ancestral, se paga con un asadazo y mil cervezas al terminar la tarea. Dice Castells, el albañil letrado: “Una forma económica del amor que perdura, que sustenta lo mejor de nuestra colectividad”. Cuánta razón.