La autora suiza es una de las invitadas a la 12ª edición del FILBITA. En diálogo con Tiempo, se refirió a cómo nacen sus historias, a los miedos infantiles y fijó su posición respecto de los cuentos tradicionales y de la corrección política que lleva a reescribir historias infantiles en otra clave.
Junto con El mar es redondo y Algo grande, de la editorial chilena Amanuta, conforman los tres títulos publicados hasta hoy en nuestro idioma, con los que aborda temas profundos con gran sensibilidad y delicadeza.
-¿Cómo es el proceso de elaboración de sus relatos, de dónde surgen las historias?
-Mis historias vienen de lo que experimento, escucho, veo o imagino. Pueden venir de algún instante de mi vida, de un programa de radio o esperando en la terraza de un café donde capto un diálogos o gestos, de una discusión con mis nietas. Son siempre pequeñas cosas las que están en el origen de esas historias.
-En ¡Ya vienen! aparecen, creo que por primera vez en la literatura infantil, las inseguridades de un adulto, que además es la maestra. ¿Los miedos de los adultos son muy diferentes a los miedos infantiles?
-Algunos se parecen mucho, el miedo a lo desconocido, sobre todo. Por suerte, todavía el niño está protegido de sus grandes miedos por los adultos y es muy importante que no se haga pesar sobre ellos las angustias de los adultos. Otro de mis libros, Le petit bonhomme et le monde, que no está traducido al español, habla de esta burbuja que desearíamos construir alrededor de los niños, pero que es imposible. Tampoco es deseable protegerlos de la vida misma, con todas sus dificultades, pero también con sus momentos de felicidad. Con respecto a ¡Ya vienen!, yo quería contarles a los pequeños las inseguridades de los grandes frente a una nueva situación; encontraba que estaba a su alcance o mejor, que podía divertirlos desdramatizar una situación que es incómoda para muchos de ellos. Se dramatiza, paradojalmente, dramatizando, teatralizando, sobre todo, gracias a los maravillosos dibujos de Albertine. Y después está el tema de la empatía, un sentimiento, una actitud que jamás será suficientemente valorizada.
–Recuerdo que, acá en Argentina, este libro salió publicado poco antes de la pandemia. Unos meses después, los niños estaban encerrados en sus casas junto a sus padres, sin poder ir a la escuela. ¿Cómo cree que impactó este encierro en los pequeños lectores?
-Creo que los psicólogos pueden responder mejor que yo a esta cuestión. Pienso que si los niños pudieron disfrutar de una familia amorosa y no invadida por la inquietud, una familia que haya podido reinventar lo cotidiano para ellos, puede haber sido una experiencia enriquecedora. Pero sabemos que la situación fue muy difícil, que generó tensiones y hasta violencia en el seno del hogar. Con el alejamiento de la escuela y la imposibilidad de “tomar aire”, pudo llegar a ser dramático.
-Los ogros, las brujas, los fantasmas siguen muy presentes en el imaginario de la humanidad y los cuentos maravillosos son una forma de conjurar los miedos. ¿Qué piensa de la corriente actual de corrección política que reescribe los cuentos de hadas en clave feminista?
-En realidad, estos cuentos no han dejado de ser reescritos o contados nuevamente. A través de los siglos han variado, fueron edulcorados, se han omitido finales porque eran muy horribles, por lo tanto, está dentro de su naturaleza ser modificados. Dicho esto, yo detesto la idea de lo bienpensante y de la censura. Creo que los cuentos maravillosos deben permanecer ya que son relatos de formación, deben continuar siendo contados en la versión de Grimm o de Perrault, e inventar, por otro lado, nuevas historias más gratificantes para las mujeres. Y también jugar a dar vuelta la tradición con lobos amables y chanchitos crueles. Pero para que la desviación exista y podamos reírnos, es necesario conocer la historia en la que se inspira. Entonces es necesario seguir contando los cuentos tradicionales, cualquiera sea la tradición. La suya seguramente no es la misma que la mía y es esto lo que enriquece las historias que transmitimos de generación en generación. Y además, lo que importa es cambiar la sociedad, no? Que cada uno, cada una tenga su lugar y se sienta a gusto.
-Sus tres títulos publicados en español: El mar es redondo, Algo grande y ¡Ya vienen! abordan cuestiones que están por fuera de las demandas pedagógicas. ¿Es algo deliberado, es una posición estética?
-No, yo cuento solamente lo que tengo ganas de contar, no es una posición, es un deseo. Y mi deseo no es tener una posición didáctica o pedagógica. Mi deseo es hablarles a los niños, hacerles propuestas, señalarles caminos posibles; mi certeza es que ellos tienen la capacidad de comprender, cada uno a su manera, según su edad, las pequeñas y grandes cuestiones de la vida. Es una suerte de apuesta por la inteligencia de los niños, por su sensibilidad y su curiosidad.
-¿En su caso, qué diferencias hay entre escribir para adultos y escribir para el público infantil?
-Hay, por supuesto, una diferencia, pero en mi caso es instintiva. Yo no trato de simplificar cuando escribo para niños. Si hay un término o una palabra difícil, tanto mejor! No es necesario comprender todo. Está bueno crecer y entender más o de otra manera. Yo diría que mi principal preocupación es que algún niño se sienta excluido por uno de mis libros. Eso significaría que ese libro presenta un mundo demasiado perfecto, una familia ideal, un éxito genial. Yo no quiero eso cuando escribo. Otra cosa importante para mí, en la escritura, es un cierto ritmo en las frases, una cierta musicalidad. Los álbumes son leídos en voz alta la mayor parte del tiempo y eso, la escritura, lo debe tener en cuenta.
-¿La lectura de libros infantiles ha cambiado con el tiempo?
¡Por supuesto y es muy bueno que así sea! La literatura para niños se ha enriquecido enormemente en estos últimos 50 años. Los temas, los géneros, las imágenes, la materialidad misma de los libros es verdaderamente rica, interesante, estimulante. Sería necesario un libro entero para contar la evolución del libro para niños.
-Usted es una de las invitadas al FILBITA de Buenos Aires. ¿Conocía la literatura infantil argentina o es una oportunidad para conocerla?
-He descubierto, hace poco, a Yael Frankel y he amado su libro El ascensor. Conozco el excelente trabajo de Isol y de Gérard Lo Monaco, y quizás también de otros autores aunque no sepa que son argentinos. Es muy poco, dado la riqueza del programa del FILBITA así que me alegra mucho poder descubrir sus autores e ilustradores. Esto muestra, en todo caso, la importancia de los intercambios, las traducciones y de los encuentros como éste.
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