Todas las familias se parecen y, a la vez, tienen características propias. Alejandro Palomas lo demuestra en Una madre, una novela con la que ningún lector podrá dejar de sentirse identificado.
Palomas es un artista no sólo de la palabra escrita, sino también de la palabra hablada, un excelente narrador oral que posee el don de los antiguos narradores de la tribu: esboza mundos a medida que habla, sin que nadie pueda sustraerse del hechizo que ejerce.
En Una madre cuenta la historia de una familia integrada por una madre, Amalia, dos hermanas y un hermano. A los 65 años, la madre ha logrado cumplir su sueño: reunir a su familia para despedir el año. En esa reunión, como suele suceder en esas circunstancias, saldrán a relucir los conflictos acallados, los rencores ocultos y también el amor que une a la familia aunque a veces sus integrantes no puedan expresarlo.
En diálogo con Tiempo Argentino Palomas habló de la cocina de su novela, de los motivos que lo impulsan a escribir y de cómo encontró en la escritura un conjuro contra la muerte de los seres que ama.
– Ana Karenina de Tolstoi comienza diciendo: “Todas las familias felices se parecen. Las desdichadas, en cambio, lo son cada una a su manera.” Quizá la familia de la que hablás es tan desdichada y a la vez, tan feliz como cualquier familia común y corriente. ¿Cómo surgió y cómo nacieron esos personajes tan creíbles que la integran?
-Qué alegría, eres la primera persona que no ha dicho “es una familia normal”. ¿Qué es lo normal? He venido luchado contra ese concepto durante toda la vida. La normalidad no existe. Dicho esto, te cuento de dónde nace. Aunque no lo parezca, yo tengo una familia (risas). Sí, tengo una familia con una madre y dos hermanas mayores.
-¿Por qué decís “aunque no lo parezca”?
-Porque a veces tengo una sensación de orfandad. Pero creo que eso nos pasa a todos. Realmente escribí esta novela pensando en que iba a llegar un día en que mi madre no iba a estar en el mundo. Hubo un día en que mi plexo fue consciente de que ella ya no estaría aquí, de que que ya no podría recurrir a ella, de que no podría llamarla por teléfono aunque sea para pelearme, de que ya no existiría el recurso madre que muchas veces el único que tenemos a lo largo del día y que habría una ausencia enorme. Entonces, escribí una madre para no perderla, para tenerla escrita y poder conservarla siempre. Y además, porque pensé “mientras la escriba no se morirá”.
-¿Vive tu madre?
-Sí, mi madre es una mujer albina y por el personaje de Amalia tiene tantos problemas con la luz, tiene fotofobia. Nunca digo que es albina, sino en el tercer libro, Un amor. Es que tengo tan internalizado el albinismo que no lo digo. Siempre parto de lo que tengo muy cerca. Soy un ceramista de la palabra, muy cuentero y me gusta mucho trabajar con material muy cercano y muy pequeñito. Soy un funámbulo. Siempre se habla de que el vacío para el funámbulo que camina por la cuerda está abajo. Yo creo que está arriba, porque no hay límite en el cielo y eso es el vacío. Mi madre ya estaba en el mundo cuando yo llegué a él, ha estado siempre y me pregunté cómo iba a sobrevivir el día que no estuviera. Cuando comencé a escribir sobre la familia pensé que no valía la pena escribir sobre construir una estructura familiar que yo no conociera de primera mano. Con lo cual tuve que partir de mis dos hermanas y de mi madre y hacer ficción a partir de allí. No necesito recoger modelos de familia para escribir una ficción. Quise escribir sobre mi familia y compartirlo porque creo que todos somos como todos los demás. Por más que nos sintamos muy especiales, en el fondo todos queremos lo mismo: que nos quieran.
-Una madre tiene una estructura teatral. Todo transcurre en una noche y en un mismo lugar. ¿Cuál es tu relación con el teatro?
-Sí. Esto sucede en las tres novelas de la serie, Una madre, Un perro y Un amor. A la hora de escribir soy muy dramático en el sentido más teatral del término. Escribo mis novelas para que estén vivas. Veo a los personajes moverse en un escenario que tengo muy controlado. No quiero que se me escapen porque con estos personajes, si se te llegan a escapar ya no vuelven. De hecho una obra mía se ha llevado al teatro y Una madre se va a llevar al cine. Pero a mí me gusta más el teatro porque las funciones son diferentes todos los días y eso me parece apasionante. Dependen del público, de cómo están los actores, de muchas cosas. Lo mismo, si tú lees una novela hoy y la lees dentro de una semana, no es la misma novela.
-Los personajes son muy sólidos en tu novela. ¿Cómo se logra eso?
-Es que yo soy ellos. Son mi marioneta, son la extensión de mi mano. Cuando me preguntan ¿y tú quién de ellos eres?, yo contesto que soy todos. Soy Amalia, soy Silvia….Y todas esas actitudes, todas esas formas de mirarse, de tocarse, de estar…son mías, soy yo. Yo no hago, yo soy. No hay mucho filtro.
– ¿De qué modo escuchás lo que los personajes te dicen?
-Pues escribo con los ojos cerrados. Cuando era pequeño tuve la suerte o la desgracia de que todos los jueves mi madre nos trajera a una señora para que nos enseñara mecanografía en una máquina francesa que no tenía la letra eñe. Eso dio lugar a que yo pueda escribir sin mirar. Cuando escribo, cierro los ojos y así veo el teatro. Yo veo y escucho, no miro las palabras, más bien compongo una música. No pienso en sujeto y predicado. Sé que suena muy loco, pero escribo así. Yo estoy con los personajes y me muevo con ellos. Creo que de la misma forma el lector y la lectora participan conmigo y por eso se da esa cosa instantánea de que enseguida están dentro de la novela. Es que también yo estoy dentro de ella.
-¿Cómo surgió la trilogía? ¿Era algo que tenías armado desde que escribiste el primer libro o surgió sobre la marcha?
-Nunca tengo nada armado. Yo tengo que estar sorprendiéndome a mí mismo constantemente, si no, me aburro. Siempre busco la sorpresa donde la haya. Nunca sé lo que voy a escribir al día siguiente ni a dónde voy. Lo que hago es preguntarme qué voy a descubrir en el viaje que estoy realizando. Escribo a ciegas, literalmente. A la vez, como hacer un viaje solo es muy complicado, me acompaño del supuesto lector y la supuesta lectora para ir juntos porque me acometen unos grandes miedos…Extiendo la mano y atravieso la pantalla del ordenador para ver qué hay allí dentro. Me fascina descubrir. Por eso la escritura tiene ritmo e intensidad, porque estoy descubriendo todo el rato. No escribo con la cabeza. Con ella lo que hago es ordenar la información emocional que me llega. Si tú me lees sólo con la cabeza, no sirve, porque lo estás haciendo con muchas defensas.
–Se nota mucho en la escritura, qué escritor tiene todo armado antes de empezar y cuál se arriesga a ir al lugar al que la escritura lo lleve.
-Sí, a mí el tipo de escritor que los sabe todo antes de empezar, no me interesa, no me mueve, no me amplía la caja torácica, sino que me la comprime. Entonces mi cuerpo está en la misma posición todo el rato y la vida es muy corta para estar así, quieto. Necesito experiencias que me muevan el piso, es como cuando vas a ver una peli. Si sales y lo único que dices es “qué bonita la música”, mal.
-Te voy a hacer una pregunta muy argentina (risas). ¿Vos te psicoanalizás o te psicoanalizaste?
-Pues llevo quince años tumbado en un diván.
–Eso también se nota en tu escritura. El psicoanálisis incrementa mucho la asociación libre también fuera del diván.
-Sí, claro, es un tipo de ficción muy psicoanalítica. Tienes un personaje y quieres saber cómo es. Amalia es de tal manera, por qué, de dónde viene su forma de ser y eso es lo que se descubre en la trilogía: qué hay en esta familia. Con Un perro descubrirás lo que sucede más atrás, con Un amor irás hacia adelante y descubrirás por qué las cosas son así. Eso me encanta porque te pasa, por ejemplo, cuando te enamoras de alguien. Te enamoras de alguien en el presente, pero quieres saber qué hay más atrás, descubrir muchas cosas, cómo es su mundo, su familia. En el futuro está la historia en común. Con los personajes sucede lo mismo: los pillas en el presente y tienes que averiguar qué hay detrás.
-El análisis, además, te da una gran capacidad asociativa, te enseña a salir de la literalidad de las cosas e ir más allá.
-La asociación libre te ayuda a comprender la vida desde la asociación. Tú vas abriendo cajas y cajas, ventanas que dan a otras ventanas y una se asocia con la siguiente. Y eso es lo lindo, el viaje ventana tras ventana. Es como sucede en Alicia en el país de las maravillas, vas a lo pequeño y luego vas a lo grande. Te haces chiquito y luego grande y no cabes en ningún sitio. Vivir es vivir en esa montaña rusa.
-¿En los otros dos libros de la trilogía aparecen los mismos personajes?
-Sí, y también aparecen otros nuevos. Estoy habitado por esas voces y cuando me tocan a la puerta no puedo decirles que no. Tengo que acudir a vivirlas. Es como si mi cabeza fuera un edificio dividido en departamento y en uno viviera Silvia; en otro, Amalia; en otro, Emma… Y de repente, se reúnen todos en la piscina de la azotea. En ese momento tengo que parar y escuchar lo que me dicen.
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