«Si hemos cambiado la lengua una vez, por qué no podríamos cambiarla nuevamente»

Por: Mónica López Ocón

En Diálogo con Tiempo, el profesor universitario y escritor Daniel Link se refiere al congreso paralelo al CILE que se hará también en Córdoba y del que él forma parte, a las diferentes concepciones del español y al lenguaje inclusivo.

Entre el 27 y el 30 de marzo se llevará a cabo en Córdoba el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). Casi en paralelo, promovido por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, entre el 26 y el 29, tendrá lugar en la misma provincia el I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos en Latinoamérica, que también se ha llamado en los medios “contra congreso”, ya que cuestiona los criterios lingüísticos de las instituciones organizadoras del CILE como la Real Academia de la Lengua Española, el Instituto Cervantes y las diversas Academias de la Lengua en colaboración con diferentes gobiernos de Hispanoamérica

“En la actualidad –dice su manifiesto- puede reconocerse una clara política lingüística por parte de la Corona Española, la Real Academia Española y el Instituto Cervantes que, junto a empresas multinacionales de capitales españoles (Banco Santander, Telefónica, Iberia, BBVA Repsol, RTV, Agencia EFE, CNN en español) promueven la ampliación del capital simbólico del español académico e intentan imponer un orden no exento de violencia en la vida lingüística del mundo hispanohablante.”

Uno de los participantes de este congreso paralelo es Daniel Link, profesor universitario y escritor. Es titular de la cátedra de Literatura del Siglo XX de la Facultad de Filosofía de la UBA y está a cargo de la Maestría en Estudios y políticas de género y la Maestría en Estudios Lingüísticos Latinoamericanos. Aunque no suela consignarse en los datos de un curriculum, es importante decir que sus clases inolvidables, ya que es capaz de ser riguroso sin almidón académico.

En diálogo con Tiempo Argentino se refirió a la visión imperialista de la lengua que tienen las instituciones que organizan el CILE e hizo hincapié en la no aceptación del lenguaje inclusivo.

-¿El II Encuentro Internacional de Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos en Latinoamérica es un contra congreso?

-No está presentado como un contra congreso, pero me parece sumamente oportuno que se realice al mismo tiempo que el Congreso de la Lengua porque el postulado básico del encuentro tiene que ver con los Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos que creo que es algo que el Congreso de la Lengua tiende a ocultar deliberadamente porque lo que plantea es que la lengua es un recurso explotable y que quienes tienen derecho a explotar ese recurso son los españoles a través de la Real Academia Española, de los grandes grupos mediáticos como Prisa, del Instituto Cervantes, es decir, a través de los organismos que se han atribuido el derecho de decidir cuál es el lenguaje castellano que se enseña a los nativos y también a los extranjeros. Eso supone una relación imperialista con el lenguaje, pero sobre todo una relación de explotación que nos pone a los latinoamericanos como meros observadores de un proceso del que solo participamos marginalmente. El encuentro del que voy a participar lo que hace es subrayar que el uso diferencial del lenguaje que es nuestro lenguaje nativo es un derecho humano. Es decir, que tenemos tantos derechos como aquellos que se atribuyen ser los dueños de ese lenguaje no solo a utilizarlo, sino también a explotarlo.

-¿Qué significa exactamente “explotarlo”?

-Obtener una rentabilidad económica a partir de establecer una norma lingüística peninsular que no se aplica sino en un porcentaje ínfimo entre los hablantes de español que hay en el mundo.

-En los países latinoamericanos hay academias de la lengua que se relacionan con la española. ¿Crees que esas academias no toman en cuenta los diferentes españoles que hay en América Latina?

-Las toman en cuenta como localismos, como variantes de una lengua universal que con muy mala conciencia llaman español, pero que no es español, sino castellano, porque España tiene varias lenguas, como el catalán o el vasco, el castellano, el gallego. Cuando nosotros íbamos a la escuela, se hablaba del castellano. Decirle español a esa lengua tiende a marcar quiénes tienen el derecho a enseñar una norma lingüística a los extranjeros y cobrarles por ello, porque de lo que se trata es de hacer un gigantesco negocio en relación con esto. Que vengan los reyes de España al VIII Congreso de la Lengua significa que esto tiene importancia estatal. Seguramente la princesa Leticia no tiene la menor idea de lo que se trata, pero viene a afirmar una soberanía no democrática sino regia sobre la lengua castellana. Siendo ellos Borbones, pertenecen a una casa real que viene de Francia, por lo que hasta eso podría discutirse. Pero no vamos a discutir eso con la realeza. Lo que sí vamos a discutir es si la lengua es patrimonio de un estado o de todos y de cualquiera.

-En este momento está en foco el tema del lenguaje inclusivo. Se le reprocha a la Real Academia que no lo reconozca con el argumento de que no es algo difundido y que, por lo tanto, no lo incluya en su diccionario. ¿Cuál es tu posición?

-Si es difundido o no creo que es una discusión posterior. Lo que creemos es que hay que volver pensar la relación entre lenguaje y género y que el masculino no es neutro. Los miembros de la Real Academia Española y los que están en contra de los principios del lenguaje para designar a colectivos que no se corresponden necesariamente con el género masculino afirman que ese masculino es un masculino neutro. Pero eso es falso y el ejemplo que te puedo dar es muy evidente es el del Día del Niño. Festejar el Día del Niño para las niñas es un poco raro. Ahí se ve con claridad que el masculino está marcado genéricamente, que es discriminatorio y que debería ser reemplazado por alguna otra forma. ¿Cuáles serían esas formas? No lo sé. Nosotros no afirmamos que hay que usar la “e”, la “i” o la “u”. Lo que decimos es: sometamos esto a un proceso de juego, de renovación de pensamiento, pensemos el asunto para ver qué solución podemos encontrar.  Me parece que en este punto no hay que ser dogmático y probar, porque a un dogma no se puede responder con otro dogma.

-¿Pero se puede modificar la lengua a partir de la decisión de un grupo? Y eso vale también para la Real Academia, porque ella puede decir qué es correcto y que no, pero los hablantes no consultan el diccionario para ver cómo tienen que hablar, lo hacen como les de la gana.

-Yo no estoy afirmando dogmáticamente nada. No digo que tengamos que usar la “e” o cualquier otra letra.

-Lo que está en cuestión, me parece, no es si usamos la “e” u otra letra, sino si los cambios lingüísticos pueden darse por decisión de un colectivo, de una institución.

-Me parece que hay que entender que aquí nadie está decidiendo nada. No me pongo en el lugar de quien decide cosas sobre la lengua, muy por el contrario. Yo no lo puedo decidir, pero ellos tampoco. Cuando iba a la escuela y estudiaba los verbos decía yo amo, tú amas, él ama, nosotros amamos, vosotros amáis, ellos aman. Pero el “vosotros amáis” nunca lo escuché en mi vida, nunca utilicé el tú. Pero en el paradigma que me enseñaron no estaba el “ustedes” ni el “vos”.  Los uruguayos dicen “tú tenés”. Ahí se ve claramente que las comunidades pueden decidir sobre el lenguaje que usan. Esto sucede en comunidades del Río de la Plata que se han apartado de la norma peninsular. Si hemos cambiado la lengua una vez, por qué no podríamos cambiarla nuevamente. Es la comunidad la que va a terminar decidiendo. Si decide que hay que cambiar los usos discriminatorios del lenguaje, así será. Y si no, seguiremos pensando el problema.

-No puedo dejar de sentir que el lenguaje inclusivo viene en un “combo” que a veces resulta autoritario. Por ejemplo, la propuesta de que se quite del diccionario la palabra “puta” o que se modifique una de las acepciones de “fácil” cuando se refiere a la mujer porque es ofensiva.  Es ofensiva, pero existe y, por lo tanto, no puede suprimirse del diccionario, que no es el que la crea, sino el que la consigna.

-Nunca escuché a nadie pedir eso.

-Yo sí, no de instituciones académicas, pero sí de ciertos colectivos. No encuentro diferencia entre eso y prohibir, como hizo la llamada Revolución Libertadora, nombrar a Perón, a quien se mencionaba como “el tirano prófugo”. Encuentro que a veces hay un planteo muy voluntarista.

-Totalmente de acuerdo, pero creo que no hay que confundir posiciones que tienden a ampliar, con posiciones que tienden a restringir. Sacar una palabra del diccionario tiende a restringir. No me alineo con ese tipo de posiciones. Lo que digo es: busquemos formas de incorporar más al lenguaje, no de sacar. No digo que esto tenga que ser así o de otra manera, solo digo que este problema debe ser pensado. Si no lo quieren pensar las instituciones que conciben la lengua en términos de explotación económica y no en términos de cómo la lengua define la relación entre las personas y de las personas con su medio, etcétera. Hace dos años el Instituto Cervantes propuso hace dos años un examen para que los hablantes de español tuvieran un certificado de hablantes nativos. Para sacar ese certificado de habilitación para hablar el español “correcto” había que pagar. Eso no sólo es autoritario, es paranoico. Si, en cambio, concebimos la lengua como un derecho humano, todos tenemos derecho a buscar usos no discriminatorios. Vos decís que la gente usa la lengua como quiere, sin consultar el diccionario. Sí, es así, pero, al mismo tiempo, es consciente de que existe una norma lingüística culta. Un inmigrante paraguayo o una inmigrante paraguaya que trabaja en Buenos Aires y no maneja bien el castellano, sabe que su lugar es estigmatizante. Todo lo que estamos proponiendo es que no haya lugares estigmatizantes, que se pueda ampliar el espectro de lo decible. Esto es lo que yo pienso. Entiendo que hay posiciones mucho más radicales, pero también entiendo que hay momentos en que se impone no tanto una perspectiva crítica, sino una perspectiva militante. En un congreso no se decide nada, pero los que se reúnen en el Congreso de la Lengua se otorgan a sí mismos un poder de decisión con toda la pompa de los reyes, de la Real Academia, del Instituto Cervantes.  Nosotros, en cambio, no decimos que vamos a definir el futuro del castellano, sino que vamos a pensar ciertas cuestiones como la relación entre la lengua y el género.

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