“Sarmiento fue alguien que supo moverse sobre la grieta”

Por: Mónica López Ocón

Quizá no haya en la historia argentina un personaje tan controvertido como él. Gustavo J. Nahmías escribió El inmortal, una novela que se desliza entre la historia y la ficción y en la que el sanjuanino habla en primera persona.

Publicada por Edhasa, acaba de aparecer El inmortal, de Gustavo J. Nahmías.  La novela se centra en los últimos días de Domingo Faustino Sarmiento. Está en su lecho de muerte en Paraguay, la tierra que despreció y donde murió en la guerra su hijo Dominguito. Es consciente de que está ante las puertas de la muerte que se producirá en 11 de septiembre de 1888. En esas circunstancias se dedica a arreglar cuentas con la historia de su país en la que él tuvo un rol protagónico.

Nahmías es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Ejerce como docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y en la Universidad de José C. Paz. Es autor de diversos ensayos artículos y de la novela Alma de bandoneón, dedicada a Aníbal Troilo.

En El Inmortal hace hablar a Sarmiento en primera persona con la voz potente que tuvo durante toda su vida y que parece conservar aun después de muerto, ya que las ideas de este político-escritor del siglo XIX, siguen discutiéndose en pleno siglo XXI. Una novela que está llamada a convertirse en un clásico por la potencia de su escritura comparable a la potencia arrolladora de su personaje.

Aunque tu prosa no se parece a la de Andrés Rivera, me parece que hay una actitud parecida en el deseo de darles voz, de encarnar las figuras de la historia argentina. ¿Te sentís identificado con esa actitud?

-Escribir El inmortal fue toda una experiencia porque, como decís, se trata de una voz en primera persona, un yo, un fluir de la conciencia. Sarmiento está pasando sus últimos días en Paraguay. Es un personaje emblemático de la historia política nacional y de la literatura argentina. Es alguien complejo, difícil de etiquetar de manera apresurada, con una producción enorme de textos. ¿Quién no ha leído el Facundo ya sea en el secundario o en la universidad? Fue un texto que me impresionó. En cuanto a la novela, me imaginé a Sarmiento en sus últimos días pensando cómo ajustaba las cuentas con su propia vida que está tan ligada a la historia política nacional, a la historia política de la patria. Y me lancé a escribir y, seguramente, por supuesto, hay una influencia de Rivera que ha escrito textos maravillosos como La revolución es un sueño eterno, Ese manco Paz, Castelli, El Farmer. Son personajes del siglo XIX que combinan la espada, la pluma y la palabra. No hay una división entre cada una de estas cosas. Son políticos, escriben, han ocupado cargos en el gobierno y, por otro lado, han sido militares que participaron en campañas.

-La literatura argentina nace absolutamente ligada a lo político. Quienes escribían eran políticos-escritores o a la inversa.

-Claro. Son escritores necesarios para comprender el siglo XIX. Martínez Estrada decía que había cuatro textos fundamentales para entender el legado del siglo XIX: el Martín Fierro de José Hernández, el Facundo de Sarmiento, Una excursión a los indios ranqueles de Mansilla y Amalia de José Mármol. Me gustó mostrar a Sarmiento como un hombre político y con un proyecto de Nación y pensarlo como alguien que iba a llevar adelante ese proyecto costara lo que costara, sin ningún tipo de mediación, sin considerar si esas acciones podían ser bárbaras en nombre de la civilización.  Desde este punto de vista, es un personaje complejo por sus afirmaciones. La más conocida es aquella en la que le dice a Mitre que no ahorre sangre de gaucho.  También tiene afirmaciones tajantes y punzantes respecto de la colectividad italiana o la comunidad judía.

-Sí lo que dice respecto de los judíos y que vos mencionás en tu novela, me parece algo increíble.  Leído desde hoy era un antisemita terrible, algo bárbaro en el sentido en que él utiliza esta palabra.

-Absolutamente. Pero, al escribir una novela, no hice ningún tipo de condena moral. Su objetivo era que fuéramos una nación sin nacionales. Eso lo escribe en uno de sus artículos.  Él veía que las colectividades tenían sus mutuales, sus colegios, iban desarrollando sus propias instituciones y que de este modo no se forjaba una nación tal como él la había concebido y eso lo preocupaba. Este tipo de afirmaciones llegan hasta mediados del siglo pasado, por ejemplo, “el mal que aqueja a la Argentina es la extensión, el desierto la rodea por todas partes”. Uno se pregunta cómo puede decir eso, pero detrás de esa afirmación hay un proyecto político que está basado en la inmigración, la educación y la industria. Sus escritos no se comprenden si no pensamos que estamos ante un personaje político que va a llevar adelante su proyecto. Me parece que, de alguna manera, fue un eclipse en el pensamiento nacional. Civilización y barbarie para Jauretche sería la madre de todas las zonceras. Lo mismo se desprende del texto del Facundo.  Estamos ante un personaje interesante y desde el punto de vista ficcional poder pensarlo arrinconado antes de morir, daba la posibilidad de ponerlo en diálogo con Rosas, con José Hernández, con Alberdi, con Roca.

-Al hablar en primera persona en su lecho de muerte, vos tomás a Sarmiento en su debilidad, en su cuerpo enfermo, cuando siempre se lo toma como alguien ideal.

-Eso tiene que ver con el Centenario y la construcción del panteón de los próceres en la Argentina.  San Martín y Belgrano, por ejemplo, son impolutos, nadie los puede tocar. No tienen claroscuros.

-Sí, cuando Torre Nilson filmó la película referida a San Martín, los militares no quisieron que apareciera enfermo cruzando los Andes.

-Claro, no fuera ser que se humanizara el personaje. Ya había nacido de bronce (risas).

-La foto que incluís al final del libro, muestra a Sarmiento muerto, pero como si estuviera vivo. También eso habla de su influencia aún después de muerto.

-Sí, eso se estilaba en la época. Lo sacan del catre y lo ponen en su silla mecánica, le acomodan el brazo, lo envuelven con una especie de mortaja negra y le sacan la foto.  Su última foto es de él muerto pero como si estuviera vivo. Por eso en el libro juego  con el como si. “Los argentinos somos como sí. Como si el cuarto estuviera ordenado, como si…como si yo estuviese leyendo…como si yo estuviese vivo…”

-¿Cómo hiciste para conciliar todos los aspectos contradictorios de Sarmiento?

Lo pensé como un hacedor, como alguien que funda 800 escuelas en pleno siglo XIX, como alguien que puede pensar en un observatorio astronómico, que puede poner rieles por todo el país, que puede implementar el telégrafo. Es un hacedor permanente, no para. Tiene un ímpetu arrollador que mantiene incluso después de muerto. Por eso en la novela dice: “¡Burros!, avísenle al fotógrafo…la bacinilla salió en la foto.” El controlaba todo, está siempre presente y por eso el título El inmortal.

La prueba de su inmortalidad es que hoy sigue generando polémicas.

-Sí, con civilización y barbarie nos metió dentro de un chaleco de fuerza porque son dos conceptos antagónicas vinculados por el nexo de la y. No habló de cultura, sino de lo que es lo civilizado y lo bárbaro. Con el correr de los años, ese nexo fue deformándose hacia una oposición civilización o barbarie.

Nuestro presidente habló de los que “caen” en la escuela pública. Se vuelve a discutir sobre algo que para Sarmiento fue tan fundamental como educación.

-Sí, la educación que, además, para él debe ser gratuita y laica. Él discute con los ultramontanos que él llama ultrapampeanos que pretendían que se enseñara religión en el transcurso de las horas de clase. Tiene muchas cosas interesantes. Él quiere emular al inmigrante con el pionner de Norteamérica y que tenga su parcela de tierra para poder trabajarla. Está en contra del latifundio y del minifundio y le interesa más que nada el inmigrante que viene a trabajar la tierra como agricultor, en contraposición a los que se dedican a la ganadería. El modo en que se distribuyó la tierra en Argentina da cuenta de cómo se distribuyó la propiedad. El arriendo y la oligarquía se ligan de manera directa.

-Él critica a la Sociedad Rural que en este gobierno, como también en los anteriores, siempre tuvo protagonismo político.

-Sí y tiene una gran discusión con Alberdi en el momento en que es depuesto Rosas, luego de Caseros, en 1852.  Alberdi lo acusa de ser un “escritor de guerra”. ¿Sería caprichoso trazar una genealogía y tomarlo como el antecedente de lo que dijo Julio Blank: “hicimos periodismo de guerra”?  En estas cosas se ve la vigencia de su pensamiento. Lo mismo sucede si tomás Argirópolis. Él pretendía lograr Los Estados Unidos de América del Sur vinculando Argentina, Paraguay y Uruguay y Martín García como capital. En eso puede verse, de alguna manera, el inicio de un Mercosur. Sarmiento tiene muchas cosas para repensar, por eso no me gusta cuando lo quieren etiquetar o lo denostan rápidamente. Además, es un escritor fantástico. No por casualidad se preguntaba Ricardo Piglia “quién de nosotros escribirá el Facundo”. ¿Quién puede involucrarse en un texto y decir “Sombra terrible de Facundo voy a evocarte”. En ese comienzo aparece él.

Cuando se habla de comienzos magistrales siempre se cita “Yo tenía una casa en África” o “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”, pero ese comienzo de Facundo es memorable.

-Sí, totalmente de acuerdo. A mí me inspiró mucho. Es una forma de pensar el siglo XIX y eso me decidió a escribir El inmortal.

– De todos modos, por sus contradicciones es un personaje que resulta incómodo. ¿No te resultó incómodo escribir sobre él?

-No, al contrario, me encantó hacerlo, porque sentí que estaba escribiendo sobre la grieta. Sarmiento es alguien que sabe moverse muy bien sobre esa grieta, ya sea para un lado o para el otro.  Una vez que encontré la cadencia, el ritmo, la respiración, no me costó escribir sobre él porque me fue llevando el personaje.

También es un personaje interesante en su vida privada. Vos citás una carta que era para Aurelia Vélez, con quien tenía una relación amorosa, y por error se la envió a Benita, la madre de Dominguito y se le armó un lío bárbaro. Ese es un peligro actual, porque más de una vez pasa de equivocarse con la dirección de un mail.

-Es que el inconsciente ya existía en el siglo XIX (se ríe).  Y suerte que no se hizo público porque hubiera sido un desparramo entre las mujeres de Mitre y Avellanada y todas ellas. Ese amorío con Aurelia Vélez es increíble. Hay una frase que la define como “hija de la ley, amante de la política”.

Dice “A Mariquita Sánchez de Thompson le perdoné la vida”. Él mismo cuenta que fue a visitarla y tuvo que disimular una erección a pesar de que ella ya era una mujer mayor.

-Sí, es algo increíble (se ríe). Además eso se lo confiesa a Juan María Gutiérrez. Es un personaje que me hizo divertir mucho. Escribir ficción sobre un personaje histórico tiene que ver con la idea de búsqueda, de lectura, de ir a una biblioteca, de comprar un libro…Fue una experiencia increíble escribir El inmortal.

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