Santiago Craig: «Quienes leemos nos novelamos la propia vida»

Por: Mónica López Ocón

"Vida en Marta", la novela publicada recientemente por Santiago Craig, no apunta a narrar los que se consideran los acontecimientos importantes de una vida, sino aquello que sucede hacia adentro, esas sutiles pequeñeces que constituyen la identidad.

“Es luz. Es voz. Es aire tibio. Es ruido. Marta. Es alguien. Marta. El aliento; el latido. Un compás. La calma. La lengua y las encías. Lo dulce, lo ácido, lo cálido. El alimento. Marta. El alimento. Es un agujero que recibe, saborea. Aprende a distinguir lo necesario. Procesa. Digiere. Es un agujero que expulsa. Lo que sobra. Es voz. Es luz. Es aire tibio. Un nombre. Algo que se abre. Marta en Marta. Lo que está. Marta. Lo que empuja y berrea. En Marta. Lo que crece”. Así comienza Vida en Marta (Tusquets), la novela que Santiago Craig, narrador y poeta, publicó recientemente.

Con frecuencia suele preguntarse de qué trata tal o cual novela. Es, por supuesto, una pregunta imposible de contestar porque la respuesta es la novela misma.

En el caso de Vida en Marta, la respuesta es aún más imposible si es que se puede establecer algún grado en la imposibilidad.

Podría decirse que es la vida de una mujer, pero a la enorme abstracción de la respuesta se suma una pregunta más que formula la novela de Craig: ¿qué es una vida? Ni biografía ni curriculum, Vida en Marta narra aquello que no se ve, lo que sucede secretamente en el interior y casi no puede ponerse en palabras. Y este es el gran desafío de la novela: no narrar acontecimientos biográficos sino el halo del hecho de estar vivo: “El aliento; el latido. Un compás. La calma. La lengua y las encías.” Lo dicho: la única respuesta a la pregunta de qué trata una novela, Vida en Marta en este caso, es la novela misma.

Santiago Craig

-¿Cuál es el origen de Vida en Marta?

-La novela habla de cómo se cuentan las cosas, de cómo se las cuenta uno mismo y el origen de Vida en Marta me lo conté así, aunque no sé si es así: hace aproximadamente diez años tuve el deseo de escribir una novela que contara la vida de alguien, que desarrollara el arco de la vida entera de un personaje central. Por supuesto, imaginé esa novela sin saber quién iba a ser ese personaje central y qué le iba a pasar.

Sólo pensé en esa idea por lo que a mí me gustaba leer, Madame Bovary, El gran Gatsby, En busca del tiempo perdido e incluso otras novelas que no recorren el arco entero de la vida de un personaje. Durante todos esos años fui escribiendo  episodios, fragmentos que tenían que ver con un personaje y, mientras tanto, escribía otras cosas. Escribí libros de cuentos, escribí otra novela, pero siempre tuve ese otro proyecto a un costado y lo iba escribiendo de a poco hasta que, en algún momento, me volqué a él y lo terminé.

-¿Qué te proponías con ese proyecto?

-Quería hacer surgir una presencia que, como los personajes de los libros que mencioné, me acompañara después. Es lo que George Steiner llama “presencias reales”.  Son seres que no existieron, que fueron personajes, pero que yo siento como amigos, padres, compañías.

-Bueno, sí existieron y existen de otro modo. ¿No es el Quijote alguien que está entre nosotros?

-Sí, claro, existieron en ese plano que decís y ése es un plano en el que yo vivo mucho, como la mayoría de los que leemos o escribimos. De hecho estuve leyendo un libro muy cortito, como para leer en el colectivo, de Jesse Ball que se llama El sueño, hermano de la muerte que está estructurado como un manual para controlar tus propios sueños. Lo menciono porque él dice que hay que recordar los sueños porque son parte de nuestra vida y olvidarlos es como cederle esa parte de nuestra vida al olvido.

Y para mí es importante convivir con ciertos personajes como se convive con los sueños, como algo vivido. Poder crear un personaje desde el lenguaje y la forma que conmoviera a alguien y que con ese alguien pudiera crear un vínculo era algo que me motivaba mucho, que me llevaba a escribir. Todo eso que pensé terminó en Vida en Marta.

Foto: Alejandro Guyot

-Leer es entrar en otro mundo, en un mundo paralelo que realmente habitamos.

-Sí, es entrar en otro mundo, otro tiempo, otra voz, otra tensión.

Además, el habitar otro mundo es la realización del deseo de ser otro, porque uno se cansa de ser uno mismo todo el tiempo. Como psicólogo es lógico que te interesen esos otros mundos, como el del sueño y el de la lectura.

-Me recibí de psicólogo a los 23 años y ejercí la profesión muy poquito, por lo que respeto mucho a quienes siguen estudiando, se profesionalizan, hacen clínica. Pero sí tengo una base, un conocimiento. Mi vocación siempre fue más literaria y como uno decide su carrera cuando tiene 18 años, pensé que Letras era algo vago. Además, también estaba el deseo de mi familia. Contando primos y todo, yo soy el primero que se recibió en una universidad. Por eso sentía que estudiar Letras era un poco defraudar a mis padres en el sentido de no hacer algo práctico.

Hoy no pienso que eso sea así, pero fue lo que pensé en aquel momento. Igual me sirvió la carrera. Vos decías que leer es tener la posibilidad de ser otro. Cuando uno escribe también, pero no sólo porque inventa un personaje, sino porque creo mucho en la necesidad de otro que lea y complete ese libro y que la mirada de ese otro me diga quién soy yo o qué dije.

En Animalia Sylvia Molloy dice algo muy hermoso que tiene que ver con lo que vos decís: “Para saber quién es uno se necesita de la presencia del otro”. Pero ella agrega: “especialmente, si el otro es de otra especie” (risas).  

-Sí, sería muy bueno saber cómo nos percibe un gato, por ejemplo. La frase es hermosa y refleja muy bien lo que quiero decir.

A escribir, en lo primero que pienso es en esa porosidad por la que el otro pueda entrar y poner lo que no está. Pero yo no sé qué es lo que no está. Así el otro se vuelve interesante para uno. Esas personas que a uno se le presentan como dadas, completas e impenetrables son poco interesantes.

-Entre muchas otras, tu novela plantea dos cuestiones: qué es una vida y cómo se la narra. Vos contás la vida de una persona pero no desde los datos biográficos, porque una cosa es una vida y otra, una biografía. Vos contás, me parece, desde el asombro por esa cosa tan loca que es estar vivo, a la que uno termina por acostumbrarse.

-Sí, es cierto lo que decís respecto de la novela. Además, yo suelo vincularme de ese modo, no a partir del curriculum de alguien.

En la novela, traté de apartarme del acontecimiento. Es el caso del taxista que te dice en un viaje ah, vos escribís, si te cuento mi vida escribís una novela. Y yo estoy seguro de que si pudiera meterme en su cabeza comprobaría que su vida no sólo es  una novela, sino una novela de ciencia ficción rarísima y que muchas de las ideas que se le ocurren y de las cosas que siente son interesantísimas. Pero, seguramente, si me contara su vida, no me diría nada de eso. Me diría, por ejemplo, que una vez se encontró con Maradona y que lo saludó o quizá cosas más importantes como que tuvo cáncer y se curó.

Esos son los grandes acontecimientos de una vida, pero su vida no está sostenida en ellos. Hay un gran acontecimiento extraordinario subterráneo que es que está vivo y por eso, por ejemplo, quiere tomar un café. Eso es algo muy raro, muy extraño. Y para mí la escritura es tener la paciencia de desentrañar y, a la vez, de permanecer en esa cosa rara que es la vida chiquita. No me interesa decir «éste es el acontecimiento extraordinario». Hay otras propuesta de escritura y me parece que está muy bien.

Me parece interesante, por ejemplo, la vida de Jack London, que era un hombre que se la pasaba haciendo cosas. Pero a mí me interesa más quedarme un rato quieto y mirando. A lo mejor vas a decir un lugar común como qué increíble esto si estás mirando una planta, pero creo que hay algo ahí.

Creo que a mí la literatura me enseñó a mirar esas cosas desde otro lugar, a ver lo extraordinario que hay en esas cositas que uno a veces pasa por alto.

Foto: Alejandro Guyot

Juan José Millás dice y se sorprende de que lo más importante de la vida no pase por fuera, sino por dentro.

-Claro y que la novela se llame La vida “en” Marta y no La vida “de” Marta apuesta un poco a eso. Creo que vivimos la vida “en” nosotros. Tenemos un nosotros encerrado en nosotros. A veces lo mostramos más, a veces no sabemos cómo exteriorizarlo o, a veces, no hay manera de que ese nosotros forme parte de nuestro afuera.

-Es que uno tiene a muchos otros dentro. Por eso la escritura es también descubrimiento, porque es como si el escritor tuviera otro que le escribe dentro. Y me parece que el lector percibe cuando el escritor deja que ese otro escriba sin interferir.

-Lo que pasa es que a veces predomina el nosotros social, el del curriculum, que suele ser un poco opresor con los otros nosotros. Los otros que tenemos dentro no están locos, pero si pudieran quizá dirían otras cosas. ¿Cuándo salen esos otros? A veces salen impulsivamente, otras se quedan atrás diciendo no sos eso pero quedate tranquilo que podés quedarte un rato haciendo que sos eso aunque en realidad sos otra cosa. ¿Qué es lo que nos define? ¿Un trabajo? ¿Un recorrido?

Creo que la respuesta puede surgir si preguntamos qué te gusta. Y hay otras cosas que tienen que ver con lo que no sos que también te definen. La pregunta en ese caso es ¿qué te hubiera gustado ser? ¿Qué cosa no hiciste que te hubiera gustado hacer? Claro que si seguimos con el cuestionario podríamos hacer un programa de radio. Yo pienso en las vidas posibles que van quedando en el camino o en la sensación de que en un determinado momento fui feliz y no me di cuenta.

Hay una serie de fantasmas de aquellos que somos y de aquellos que no somos. Los primeros te generan ansiedad y los segundos, depresión, angustia por aquello que pudimos haber sido y ya no seremos. Yo ya sé, por ejemplo, que no voy a ser jugador en la Selección, aunque ése sería un tema menor. Creo que cuando uno lee, entra por estos huequitos y se identifica con los personajes o con la historia.

Yo me vinculo de manera muy parecida con las personas y con los libros. Quizá sea algo muy quijotesco. Pero, bueno, quienes leemos nos novelamos la propia vida.

La negra espalda del tiempo

–Vos te referiste a lo que uno pudo haber sido y no fue y al lugar que eso ocupa en nuestras vidas. Javier Marías dice algo parecido, que todo aquello que no fue está en un lugar que es la “negra espalda del tiempo”.

–Javier Marías es uno de mis escritores favoritos. Es un autor con el que me fanaticé, leí un libro detrás de otro hasta agotarlo. Tengo un amigo que conocí en la facultad con el que cada jueves nos reunimos a tomar un café y a charlar de literatura. Casi no hablamos de otra cosa. Y en un momento surge siempre Javier Marías y entonces la conversación es Javier Marías, Javier Marías, Javier Marias.…

–Marías es muy moroso en la forma de narrar, además de digresivo y amante del detalle. Vida en Marta tiene algo de esa morosidad, de esa forma de relacionar cosas que aparentemente no se relacionan, aunque tu novela no se parezca a ninguna novela de él. 

–Sí, bueno, como te dije, lo admiro y lo he leído muchísimo. Es un referente para mí. Recuerdo que hace muchos años vino una vez a la Argentina para una Feria del Libro. Lo fui a ver y quien lo entrevistaba le dijo un poco en sorna que era un galán porque la sala estaba llena de mujeres. Y él le contestó «las mujeres son las mejores lectoras que hay y agradezco que me lean mujeres y no estúpidos». Era muy bravo cuando hablaba como lo era en sus columnas de opinión.

Un narrador inquieto

–En Vida en Marta hay un narrador omnisciente pero que más que saber hechos lo que sabe es percibir la percepción del otro.

–Sí, de hecho hay muchas cosas que escribí en primera persona y luego pasé a tercera. No quería escribir en primera persona, sólo lo hice para acercarme a la mirada del personaje. Para mí no es tan importante la voz del narrador como la mirada: qué mira, qué le importa y qué no le importa, dónde pone el foco, qué le preocupa. La tercera persona es más flexible y permite ir a lo absolutamente subjetivo. A veces hago referencias que no quieren decir que yo escriba así, sino que tienen que ver con dónde pongo el ideal, el horizonte. Me me gusta mucho Virginia Woolf. Nunca sabés dónde está su narrador porque salta de una conciencia a otra. A veces hay en un primer lugar un insecto que luego es un plano que involucra toda la ciudad de Londres. Esos movimientos tienen que ver con dónde pone el punto de vista y las posibilidades de estar dentro de la conciencia del personaje y, a la vez, de ser completamente ajeno a él. 

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