Ya se sabe cómo son los monstruos: primero te asustan hasta que te dan ganas de salir corriendo, pero después, de a poco, les vas tomando cariño. El humorista gráfico Gustavo Sala, autor del libro para chicos y chicas Cómo ser un zombie (Hotel de las Ideas, colección Mamut), lo entiende bien. En sus páginas, el autor de tiras icónicas como Bife angosto, que desde hace años se publica dentro del Suplemento NO, espacio juvenil de Página 12, desarrolla una suerte de manual práctico para entender mejor qué son en realidad esos personajes de apariencia desagradable, pero que tal vez no lo sean tanto.

La historia siempre es la misma. Ya pasó con Drácula, con Frankenstein, con el Hombre Lobo, primera generación de personajes del cine de terror. De la mano de actores como Bela Lugosi, Boris Karloff y Lon Chaney Jr., estos monstruos se encargaron de meterle miedo a la gente durante muchos años. Sin embargo, con el tiempo se fueron ganando el cariño de los chicos (y no tan chicos) de todo el mundo. Hace rato que disfrazarse de alguno de ellos se convirtió en uno de los juegos más divertidos que puede haber.

Los zombies aparecieron mucho después, nada casualmente en el convulsionado y revolucionario año 1968, para sumarse al linaje monstruoso del cine de la mano de su creador, el cineasta George Romero. Gracias a él llegaron a encarnar el miedo más emblemático de las generaciones posteriores.

El autor se encarga de contarles a sus pequeños lectores esta historia, pero aportando datos reveladores, aunque no necesariamente ciertos. Por ejemplo, que los zombies no serían tan malos ni andan por ahí comiéndose a la gente, sino que tienen mala prensa. Según el chismoso de Sala todo sería culpa del citado señor Romero, quien tras ser abandonado por su novia, la zombie Nicolina, filmó La noche de los muertos vivos por puro despecho, solo para hacerla quedar mal a ella. Todo un machirulo al final, este Romero, que no se bancó que la pobre Nicolina lo dejara para irse con otro, el pollo Pepeto, que en realidad es un gallo pero parece más joven.

Gustavo Sala y los muertos vivos

Lanzado sobre ese humor absurdo y un poco grueso que lo define -aunque mucho menos grueso que el que exhibe en sus desaforados libros para chicos más grandes, de 15 a 99 años-, en Cómo ser un zombie Sala se propone que niñas y niños confirmen algo que hace rato aprendieron por sí mismos: que lo asqueroso puede ser divertido. Muy divertido. El artista gráfico les regala entonces esta guía útil, mezcla de humor físico (porque el humor gráfico también puede ser físico) con libro de actividades, que entre otras cosas los invita desarrollar sus propias fantasías y personajes zombies.

Gustavo Sala

El libro revela los secretos de la gastronomía zombie, enumera los pasatiempos favoritos de los muertos vivos y le da forma a una filmografía tan selecta como apócrifa. E incluye una lista con los mejores chistes-zombies, para (no) morirse de risa, como este: “Se encuentran dos zombies en una discoteca y uno le dice al otro: -¿Querés bailar? Y el otro contesta: -No, helicóptero”. Sala encuentra en el sinsentido un puente muy efectivo para iniciar un contacto exitoso con los chicos y convierte a los muertos revividos en una representación de los goces infantiles más básicos, que son también los más efectivos.

Desde la aversión a bañarse y la gracia de los escapes de gas corporal, hasta el placer de nombrar (y dibujar) todas las veces que se pueda la caca, los zombies de Sala parecen transitar junto a sus lectores por alguna de las fases de la etapa anal descrita por la teoría freudiana. Cualquiera que lea su libro podrá intuir que Sala, él también un chico de 50 años (aunque parece menor, como Pepeto), también debe andar por ahí. Porque, en efecto, se trata de un autor infantil en todos los sentidos de la palabra. Y quizás por eso Cómo ser un zombie es tan hilarante, asqueroso, tierno, asqueroso, encantador… ¿ya dije asqueroso? Sí: también asqueroso.