El autor acaba de publicar "Si hay un hombre bueno en este lugar", un libro de relatos atravesado por las marcas de oralidad y los acontecimientos políticos de nuestro país. Próximo a presentarlo, dialogó con Tiempo Argentino acerca de cómo lo escribió y cuál es su mundo literario.
Y agrega más adelante: “Robi ya traía lo suyo como muchos otros compañeres. Cada cual trae lo puesto. Robi traía esa oralidad captada en la memoria o en la fantasía del pasado o el presente, traía su resonancia y su ritmo.”
Es precisamente esa oralidad sumada a la materia política la característica distintiva de este primer libro de cuentos de Robi Villarruel que Russo ubica “entre el relato y la crónica” y que toma su nombre de un tema de Charly García, El fantasma de Canterville.
“Siempre me gustó escribir, desde chico”, le dice Villarruel a Tiempo Argentino, tratando de explicar de qué modo nació este libro que seguramente comenzó a gestarse, como les sucede a todo escritor, cuando aún no sabía que llegaría a serlo, es decir en la infancia. La suya estuvo signada por la vocación lectora que es el primer paso de la escritura. Leyó toda la colección Robin Hood, la de tapas amarillas que suele ser recordada con nostalgia, mucha ciencia ficción, “todo lo que leía un niño de los 60 del preliberalismo”, sintetiza. “Empecé de adolescente a leer literatura argentina y paralelamente comencé a escribir. Las profesoras de lengua del secundario me amaban porque era el que sabía, el que entendía y, además, sabía exactamente lo que les gustaba a ellas y escribía exactamente lo que querían leer”, recuerda entre risas. Pasó, como todo adolescente, por el momento de la poesía romántica, hasta que algo cambió en su relación con la escritura. “Tuve una especie de corte -recuerda- , no sé bien qué es lo que me pasó. Dejé de escribir de manera sistemática ficción para comenzar a escribir ensayo. Luego entré en la facultad, a la carrera de Historia y ahí escribí de todo, artículos, ensayos, volantes y también me dediqué a la militancia. Sin embargo, siempre tuve la ficción como algo pendiente, aunque empezaba algo y lo dejaba por la mitad, todos los días se me ocurría alguna cosa, pero no podía avanzar. Escribí también artículos para diferentes medios.”
El taller con Sandra Russo fue decisivo para retomar la ficción. “Yo estaba en una clínica para adelgazar y me llegó por Facebook un flyer de su taller. Me inscribí y fui –cuenta-. El taller me ayudó mucho a trabajar con la narrativa, a darle forma a lo que escribía. Estuve allí varios años. Con el grupo del taller, con el que todavía seguimos juntos, escribimos una antología y la publicamos. Allí comencé a darme cuenta de que tenía bastante material escrito y que quizá a partir de ese material podía retomar el viejo sueño de armar un libro. Tomé contacto con Mariela Palermo, escritora y profesora que trabaja en Pilar donde tiene un pequeño centro cultural y una organización de poetas y escritores populares. Trabajé con ella un año todos los cuentos que tenía escritos. Ella hizo una primera selección y le dio formato al libro. Hizo un gran trabajo que yo aprecio mucho porque Mariela vio lo que yo no podía ver en lo que había escrito. Durante la cuarentena comencé a escribir un diario en el que contaba lo que pasaba en el barrio y le fui pasando ese material que a ella le pareció que también podía ir en el libro y que, finalmente, pasó a convertirse en la tercera parte de Si hay alguien bueno en este lugar. Allí lo íntimo y lo cotidiano se me mezclan permanentemente.”
Lo que le da unidad a los relatos, es precisamente la política que de diferentes formas está presente en todos ellos. “Sí, -remarca el autor- eso es lo que le da unidad, diferentes goces y diferentes experiencias de la política que es lo que más me desvela me atrae. Sin embargo, creo que ese libro fue una especie de catarsis porque ahora comienzo a escribir cosas no necesariamente vinculadas a la realidad política y social, aunque siempre se me cuela. Una cosa muy interesante que vimos en el taller de Sandra fue la literatura de los autores norteamericanos de posguerra. En todos ellos se ve que la guerra está presente en sus ficciones aunque no sean novelas ni relatos de guerra, sino que la guerra es un fondo permanente sobre el que suceden las cosas. Yo tenía necesidad de que hubiera un fondo político en lo que escribo, porque creo que lo político es el fondo de nuestras vidas y de nuestra historia.”
En un país marcado a fuego por la dictadura más sangrienta, mucho se ha escrito sobre las víctimas. Menos frecuente, sin embargo, es la escritura sobre la mano que ejecutaba las órdenes, sobre “la mano de obra” encargada de ejecutar secuestros, torturas y vuelos de la muerte, que no son monstruos fácilmente reconocibles por un tercer ojo en la frente ni por ninguna otra característica distintiva, sino que es gente que pone en acto las pulsiones más oscuras de lo humano, que “naturaliza” las conductas aberrantes como si fueran un monótono trabajo de oficina.
“Esa fue una decisión consciente –explica el autor-. Siempre fue un fanático de las crónicas y los testimonios de la Segunda Guerra Mundial. A partir del Holocausto siempre me asombró la capacidad humana para generar tanto dolor y tanto horror y por otro lado, la de generar tantas cosas bellas. En los juicios a los jerarcas nazis, en las crónicas en general de la Segunda Guerra Mundial, hay muchos testimonios de los perpetradores de los mayores horrores. Lo mismo sucede en la Argentina, más allá del cerrado pacto de silencio que existe. El tema de los perpetradores de ese horror se ha trabajado más en el teatro como obras como El señor Galíndez, pero creo que menos en la narrativa. Sí encontré ese tipo de testimonio en los nietos recuperados cuando cuentan lo que pasaba en sus casas con los apropiadores. Mi padre era militar y se retiró en el 62, por lo que no tuvo nada que ver con todo eso. Él era un liberal en el sentido más estricto del término, era un hombre que leía mucho y que me impulsó a leer. Pero yo conozco bastante bien el ambiente de los milicos y eso me ayudó un poco a generar las voces y me parece que hay matices en esas voces. Hay gente que estaba muy convencida, que no puede romper el pacto de silencio y otra que no lo estaba tanto. A mí me interesa saber qué pasa dentro de las cabezas de esa gente, qué les pasaba cuando volvían a sus casas luego de la tortura, gente que toma lo que hace como un trabajo, que naturaliza lo aberrante.”
“Además –continúa- siguen estando entre nosotros. Recuerdo una película que me impactó mucho que fue Garage Olimpo que habla de eso, de un tipo que es el encargado de abrir y cerrar la puerta del chupadero. Llega todas las mañanas, habla con los detenidos que luego se van a las sesiones de tortura.”
Y agrega: “Recuerdo cuando fui por primera vez a la Ex Esma. Las habitaciones de los oficiales estaban cerca del lugar de los detenidos, vivían allí. Las torturas eran en el sótano. Imagino que todos los días subían torturados esposados y encapuchados, mientras los oficiales salían de sus habitaciones. Era una rutina del horror que me espanta pero que pensé que se podía ficcionalizar para poder hablar de eso.”
“Esa gente –prosigue- es producto de algo que pasa en la sociedad. Creo que el pacto de silencio que mantienen es único. En 40 años creo que casi nadie lo ha roto excepto Scilingo y algunos pocos oficiales. Tiene que ser algo muy fuerte. Quizá soy un tanto ingenuo, pero creo que no todos los perpetradores, no las cabezas de lo que sucedía, deben estar orgullosos de haber violado, torturados y asesinado mujeres. No todo es blanco o negro. Los seres humanos somos grises. Esto, por supuesto, no justifica en absoluto lo que hicieron. Pero si escuchás los testimonios de los nietos restituidos ves que muchos de los apropiadores tienen una violencia tremenda, están locos, son alcohólicos o tienen otro tipo de problemas. No digo de ninguna manera que todos podamos convertirnos en torturadores, pero tampoco sabemos cómo podemos llegar a comportarnos en determinadas circunstancias. Toda discusión sobre el tema es difícil y más aún en Argentina, donde el conflicto sobre el poder sigue en pie. Creo que hay que indagar sobre eso porque, insisto, esa gente está entre nosotros, circula entre nosotros como si fueran fantasmas. Por eso en el título de mi libro tomo una frase de El fantasma de Canterville que escribió Charly. Quizá el libro fue para mí una forma de exorcizar ese fantasma. Pero el horror sigue vivo en Argentina.”
“Toda la primera parte –añade- de Si hay alguien bueno en ese lugar aborda eso. La segunda está referida más bien a las experiencias políticas, a las marchas. Allí hay un cuento sobre el gorila que estaba en el zoológico cuando lo dirigía Mario. el hermano de Perón. En ese “ecoparque” como se le dice ahora, no hay, sin embargo, una sola referencia a Mario Perón que fue su director y el que introdujo cosas muy novedosas como la famosa fosa de los leones, el que trajo por primera vez un gorila al Argentina. Eso da cuenta de hasta dónde llega el conflicto en país. Casi toda la segunda parte tiene que ver con la época de Macri y registra cosas como, por ejemplo, el día en que en un acto en el que hablaba él se prohibió la venta de choripán.”
Un libro que, a través de la ficción, entabla un diálogo con la realidad política y social de la Argentina.
Si hay alguien buen en este lugar se presenta el miércoles 24 de agosto a las 20.30 en Niceto Bar, Niceto Vega 5507.
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