El autor en diálogo con otras voces representativas de la literatura argentina, desde Juan L. Ortiz a Jorge Luis Borges.
“-Quiero que hable usted de lo que le venga en gana. Por lo visto en ese momento las culturas populares, la cultura popular …
-Claro, siempre me apasionaron “las culturas populares” como decía Vossler. El hombre que vive en contacto con la naturaleza no está frente a las cosas sino, en la intimidad de las cosas puesto que convive con ella.”
Así dialoga el poeta nacido en Paraná en 1922, Ricardo Zelarayán, con otro poeta entrerriano, pero nacido en Puerto Ruiz en 1896, Juan L. Ortiz. Es el primero de una serie de dieciséis autores que entrevista Zelarayán y forman parte de Lenguaraces, su libro recientemente publicado por Editorial Leviatán. Se trata de entrevistas que fueron publicadas entre 1975 y 1976 en el Suplemento Cultural del diario Clarín.
Además de Juan L. Ortiz, Zelarayán entrevista en esos años a una variada gama de autores incluidos en este libro: Jorge Luis Borges, Juan Filloy, Antonio Di Benedetto, Juan Draghi Lucero, Domingo A. Bravo, Mariano Etkin, Gustavo Cuchi Leguizamón, Luis Franco, Angélica Gorodischer, Sixto Palavecino, Jorge Prelorán, Enrique “Mono” Villegas, Anastasio Quiroga, Carlos Hugo Aparicio y Francisco Zamora.
Lenguaraces tiene además prólogo de Laura Estrin y epílogo de Claudia Schvartz, quienes conocieron muy de cerca al poeta fallecido en 2010 y recibieron de sus propias manos estas entrevistas hace varios años atrás.
Es que los textos de Zelarayán generalmente se han publicado años después de producción. Muchas veces son fragmentos dispersos, papeles que alguna vez se los dejó a alguien para que complete el camino hasta ser publicados. Zelarayán escribía textos y los perdía o los pasaba de manos, y así iba construyendo su propio mito del poeta que perdía sus escritos, una novela que siempre está por escribirse al modo Macedonio Fernández. O una obra inacabada que debía completarse pasando por otras manos, transgrediendo los géneros para hacerlos implosionar, porque según Zelarayán los géneros literarios estaban en crisis.
Laura Estrin cuenta que en el caso de Lenguaraces, otro libro póstumo de Zelarayán, “es un proyecto de él porque él tenía esa carpeta y así se la dio a Claudia Schvartz en los ‘80. Yo recordaba que a mí me la dio también en el año dos mil y pico. En realidad no me dio una carpeta sino que me fue dando, o tirándome por la cabeza, para ser un poco más literal, los reportajes. Y algunos es como que los inventaba y decía que los habían perdido”.
“Pero la idea nace en el 2021, durante la pandemia. Y Claudia (Schvartz) me alegra cuando me dice: ‘Laura, quiero que hagamos juntas un libro de Zelarayán’. Y yo le dije: ‘por supuesto, cualquier cosa por Ricardo’. Y bueno, ella hizo todo, levantó todos los textos y empezó a mandármelos una vez que los tenía tipeados, y los empezamos a corregir y ver cosas que faltaban y ella volvía a la biblioteca. Pero es interesante eso de que él tenía en la cabeza los libros, porque los autores tienen en la cabeza los libros”.
La literatura de Zelarayán está impregnada de oralidad, de conversaciones, de disoluciones, de voces que iba recogiendo en recorrido por el país y que su trabajo como periodista le permitió. El poeta pone el oído ahí donde la lengua se desarrolla, se nutre y toma contornos inesperados, porque para Zelarayán la realidad está en la lengua.
Tiene un diálogo franco, sincero, frontal y de profunda admiración con sus entrevistados, quienes nos aportan un mapa de la cantera de autores que nutren su literatura. Con Juan L. Ortiz hablan sobre la cultura estereotipada que en vez liberar reprime. Lo presenta tan poéticamente que estremece, porque señala que el “oído superdotado de Juan L. Ortiz percibe el menor estremecimiento de la naturaleza, el rumor de ramas y gramíneas, de riberas, arboledas e islas. Y sus ojos siguen la melodía del vuelo y descifran las lentas mezclas de las estaciones y del día y la noche”.
Frente a Borges sostiene que el autor de El Aleph ha hecho de la entrevista periodística un nuevo género literario. Se le planta y hasta incluso lo corrige, le cuestiona el peón tigrero de su poema “Los Gauchos”, porque acá no hay ni tigres ni jaguares, sino yaguaretés. Le habla a Borges de la ajenidad del término gaucho, un invento literario, porque en el interior se habla de paisanos y gaucho es una palabra peyorativa, “porque gaucho era una especie de bandolero”, concuerda en otra entrevista con Draghi Lucero. Todo un gesto político que propone una mirada alternativa de nuestra literatura a la hegemonía triunfante de la literatura rioplatense.
A Di Benedetto le confiesa sinceramente que prefiere sus cuentos a la novela Zama, exponiendo su predilección por las formas breves. Con Luis Franco recuerda su viaje en mula desde Catamarca a San Miguel de Tucumán para recibir un premio por su “Oda a la primavera”. Sobre Angélica Gordischer afirma que es “una insólita narradora” y le dice que tiene “furia de escribir” o una “falta de inhibición para arrojarse sobre la hoja en blanco”. Con Domingo A. Bravo sigue el camino de quichua santiagueño y con Don Sixto Palavecino se interna en los misterios de La Salamanca.
“Con estas entrevistas deslenguadas, ajenas a lo académico, Zelarayán nos plantea un desafío: piensa lo sonoro porque valora el silencio. Su profunda intuición de la cadencia, rechaza lo infatuado”, dice en el posfacio Claudia Schvartz, quien agrega que la “lógica que se lee en estas páginas, que abarcan solo un año -dado que la última entrega de Ricardo Zelarayán es a los pocos días del aciago 24 de marzo- es la de un gran amor por el país y su cultura. Vivo y lleno de amor”.
Y en este sentido, mientras la palabra lenguaraz no remite a personas que hablan más de una lengua o a personas descaradas en su decir, Laura Estrin propone pensar “que los escritores tienen que tener don de lenguas, pero no porque tienen que saber otras lenguas, sino porque tienen que tener la lengua de su lado. Y ahí está esa idea de que arman lenguas. Es decir, Zelarayán es un tipo que armó una lengua, construyó una lengua”.
Es que para Estrin “los grandes autores construyen lenguas. Porque no hay otra. Porque tomar la lengua dada es lo que hace un maestro, un profesor, un político. Los autores construyen lenguas”. Y en Lenguaraces se ve muy claro esto, esa construcción de una lengua propia que hace un recorrido distinto en la literatura de Zelarayán, porque va de la boca al oído y no al revés. Una obra donde la lengua es la verdadera aliada, nuestra lengua, la lengua de todos los días que Zelarayán se atrevió a convertir en literatura, en otra literatura.
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