«A mí me gusta molestar, no herir, sino incomodar», dice Rep. Incomodar es tratar de derribar ese sentido común tan arraigado que no parece ideológico, sino natural. Quizá por eso la figura de Evita, que fue y continúa siendo tan incómoda para los defensores del statu quo, lo fascinó desde siempre y su fascinación se transformó en un libro: Evita. Nacida para molestar (Planeta). En él colaboró su hermano Jorge y Pedro Saborido escribió el prólogo. De él emerge una Eva visceral, sanguínea, sexuada, provocadora, resentida, enorme y también frágil, que nada tiene que ver con un hada buena de estampita
–¿Cómo surgió el libro?
–Luego de la nube de vapor en que me sumergí, trato de recordar cómo fue. Realmente me metí en una especie de cápsula.
–¿Por qué?
–Porque los dibujantes hacemos casi siempre recopilación de dibujos que salieron en revistas o en diarios. Yo me puse a hacer un libro. Eso, en nosotros, es muy raro. Yo me aislé, me puse a leer la historia de Evita, el libro de Marisa Navarro. Se lo quiero agradecer, porque ese libro fue muy importante para mí. Había leído el de Alicia Dujovne Ortiz hacía tiempo, pero para este trabajo no lo releí. Tuve dos impulsos para ponerme a trabajar.
–¿Cuáles?
–En 2014 fui a exponer a la Academia de las Artes de Berlín por invitación de su directora, Jeanine Meerapfel. Ella es germano-argentina y aquí dirigió la película La amiga con Liv Ullmann. En uno de los almuerzos que tuvimos en Berlín me dijo que quería hacer en cine Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y que le gustaría que yo hiciera la parte más onírica en animación. Yo había dibujado ya un par de veces a Evita, pero con eso, volvió a mi cabeza. Evita siempre titiló en mí. Su figura me apasionó siempre. Nunca fui peronista, adherí siempre a Evita, no al milico. Esa mujer me conmocionó y, por supuesto, cuando digo «esa mujer», digo también que siempre me conmocionó Rodolfo Walsh, cierta literatura, cierto cine relacionado con ella y no por los dibujos, porque Evita no fue dibujada, por lo menos no lo fue en mi gremio. Descubrí eso cuando me metí de lleno en el tema y entonces me dije «a ver quién carajo la dibujó». No fue dibujada por humoristas gráficos, la dibujaron un par de ilustradores que adherían al régimen del ’46 al ’52 y la dibujaron como un hada buena, nunca desde un punto de vista satírico, crítico, caricaturesco o grotesco.
–¿Qué pasó con el proyecto?
–No se concretó. Pero luego fui a ver Eva Perón de Copi y me pregunté: «¿Esta es la única manera en que los humoristas trataron a Evita? No puede ser, yo tengo mi propia Evita». Entonces fui a Planeta y dije que quería hacer un libro sobre ella y como ya había hecho 200 años de peronismo, confiaron en mí. Además, se cumplían los cien años del nacimiento: todo estaba redondo. Lo que hicieron los cien años fue apurarme. Si no, estaría todavía dibujando, procrastinando a Evita. Me encapsulé, la estudié, estudié mucho la cara, que era lo más difícil. Tengo bocetos y bocetos de boceto, pero no me salía. No sé en qué número de boceto me dije «la hago como me salga». Ahí fue cuando comencé a olvidar sus fotos y a dibujarla de memoria. Hasta que pude incorporarla a mi mano y hacer una Evita mía pasó mucho tiempo. Eso fue lo que más me retrasó. Le pedí asistencia a mi hermano Jorge, que es periodista y escritor. Me ayudó en las investigaciones y en los textos largos, en esos separadores que son líricos y dramáticos. Le pedí que se encargara de las páginas dobles que separan los capítulos. Creo que esos textos le dieron solidez al libro más allá de la investigación.
–En tu libro Evita ya nace teñida de rubio y con rodete. Siempre fue así, excepto cuando, tuvo algunos problemas capilares.
–Sí y también cuando quiere ser como Norma Shearer. Ese fue un recurso de humorista que menos mal que se me ocurrió. En los primeros bocetos, cuando la hacía tal como era en realidad, con el pelo negro y la cara mucho más triste y tímida, me di cuenta de que no iba a haber coherencia gráfica en el libro. Entonces me dije «yo la hago pariéndose rubia teñida, el pelo tirante y con rodete».
–Además, tuvo una vida tan corta que su transformación en Evita fue muy rápida.
–Por eso en el libro se banca haber nacido así, con ansia de ser estrella. De chica miraba las revistas de las actrices y quería ser una de ellas. Tenía clarísimo que no quería un destino de Junín, de pueblito. Por eso se fue tan pendeja de allí a Buenos Aires.
–Decís que fue resentida y mostrás el resentimiento como algo positivo. ¿Por qué?
–Porque el tema es qué hacés con el resentimiento. En mi caso, el que traigo de fábrica, lo destilo en forma de arte. Si no, robás, matás, pegás, vas hacia el lugar más tóxico y autodestructivo. Evita lo canalizó por el lado del arte y, cuando tuvo acceso al Estado, por el lado del dar. Ella les daba cosas a sus descamisados, a sus grasitas, para que no repitieran su propia historia llena de resentimiento y envidia hacia las clases pudientes. Eso es canalizar hermosamente el resentimiento. Porque el resentimiento no se va. El que nace resentido sigue siendo resentido, lo que hay que hacer es canalizarlo. ¿Qué hizo Maradona con su resentimiento ?Hizo fútbol. De vez en cuando cae, es un autodestructivo, pero hizo algo luminoso, oscuro y luminoso a la vez. En el caso de Evita, en los seis o siete años de actividad a favor de los pobres, volvió todo luminoso. Pero para que eso se diera tuvo que haber sido una persona carente. El cine, la literatura, la historia, la militancia la pusieron en un lugar sagrado que yo combato. Lo que yo quiero es humanizarla para humorizarla. Pero para eso primero hay que bajarla del pedestal.
–¿De qué manera?
–No es sólo no dibujarla dorada, es hacerla hablar, hacerla pensar, es que vaya al baño, que coja, que muera.
–¿Por eso la mostrás masturbándose y teniendo relaciones sexuales con Perón?
–Sí, la muestro masturbándose mirando fotos de milicos antes de conocer a Perón. Muestro también la primera y la última vez que tuvo sexo con él, la muestro en «la tercera posición» y también teniendo sexo en campaña dentro de un tren. Creo que Evita fue una mujer muy deseada y deseante, y entonces cómo no iba a tener sexo. Lo que quiero es que Evita viva y no que sea una estampita o la imagen Carpani. Tiene sexo porque hace todo lo que se hace en la vida. Lo que no pudo hacer es parir, pero seguro que pasó por abortos, que pasó por abusos, que se cagó de hambre.
–¿Te criticaron esa visión?
–No, algunos se asustaron con los dibujos cuando se los mostré antes de publicarlos. Me decían «uy, el quilombo en que te vas a meter». Pero hasta ahora no hubo quilombo. Tampoco he recibido mensajes de gente ortodoxa. Creo que algunos miran el libro con una mentalidad abierta, moderna, y otros no le dan bola porque el género muchas veces no es considerado ni historia ni literatura. En las muchas presentaciones que hice no vi gente crispada, sino gente sonriendo y eso me parece una buena misión del libro: que podamos sonreír o reírnos de Evita para debatirla desde otro punto de vista que no sea el de Copi, Madonna o el de algunos historiadores. Seguro que si viera mi libro diría «no me gusta cómo me dibujaste». Es un libro sobre el cuerpo de Evita, no tanto sobre la psiquis o la militancia.
–Su cuerpo es motivo de disputa después de muerta.
–Sí, ella murió y su cuerpo siguió andando. Salvo en un par de situaciones en que es un ángel, es inmaterial, siempre es un cuerpo al que le pasó de todo.
–En tu libro, su cuerpo muerto provoca la erección de tres militares.
–Sí, creo que estuvo en la fantasía de los milicos y algo de eso se esboza en Walsh, en Santa Evita de Tomás Eloy Martínez. Faltaba nomás que fuera dibujado exageradamente. Creo que a este libro lo actualizan dos cosas. Una es la revolución femenina y la otra es el maltrato que soportó Cristina durante su presidencia y después. Yo no viví un solo día de Evita, pero sí escuché los comentarios que se hicieron sobre Cristina. Evita y Cristina no se pueden comparar, pero las dos ponen en evidencia lo que hacen los contreras, los gorilas, con una mujer que sienten que los amenaza en algo. «