En el libro "Es solo una película" Pablo Chernov y Fernando Krapp urden una trama coral que va de lo autobiográfico al ensayo para abordar la obra de un artista central del cine argentino actual.
Por un lado, el crítico y cineasta Sergio Wolff está a cargo del prólogo y el escritor Alan Pauls se ocupa del texto de contratapa. Entre ambos ofrecen una oportuna puerta de entrada no solo al “cine según Martín Rejtman”, como indica el subtítulo del libro, sino que también realizan un breve compendio de lo que el lector encontrará en sus páginas. “Mezcla de autobiografía oral, retrato a coro y tratado de poética cinematográfica”, arriesga Pauls, mientras Wolff ofrece un contexto para entender la aparición de Rejtman como figura vital en el surgimiento del llamado Nuevo Cine Argentino, a finales de los 90.
Ya en el primer segmento, el cineasta narra el detrás de cámara de sus cuatro largos de ficción, incluyendo Silvia Prieto (1999) y Los guantes mágicos (2003), además de los dos ya mencionados (el libro no cuenta en su abordaje a La práctica, aún sin fecha de estreno). Estrictamente autobiográficos, en estos cuatro capítulos Rejtman regresa en el tiempo para reconstruir el origen de su vínculo con el cine, los años de estudio o el rodaje de sus primeros cortos.
También describe en detalle los procesos detrás de cada película con la misma precisión mordaz que estas muestran en pantalla. Y se hace espacio para recordar cada nombre, en especial el de la cantante y actriz Rosario Bléfari, fallecida durante la pandemia, quien participó en varios de sus proyectos, entre ellos el protagónico de Silvia Prieto.
A eso le sigue un apócrifo diario de rodaje de Rapado, en el que Chernov se apropia de la voz de Rejtman para narrar en primera persona y en tiempo presente un proceso que tuvo lugar entre Buenos Aires, Madrid, París y Amsterdam. El mismo da cuenta del caótico rol pionero que tuvo la película en la Argentina de principios de los ‘90, donde todo era tan precario (en especial el cine). Esta bitácora observa dos detalles que hacen que su lectura resulte especialmente grata.
Primero, una serie de anotaciones marginales realizadas por el verdadero Rejtman, en las que corrige, amplia y hasta desautoriza muchos de los detalles que Chernov da por correctos en su relato ficcional. Luego, la historia de un joggin rojo que el joven director no se sacó nunca durante su extensa estadía en Amsterdam, como si se tratara de un personaje dentro de una película de Wes Anderson o, por qué no, del propio Martín Rejtman.
Otros protagonistas alimentan varios apéndices con sus propias memorias, para ayudar a terminar de configurar este tratado coral sobre el cine de Rejtman. Entre ellos, las actrices Valeria Bertuccelli y Bléfari, el crítico e investigador David Oubiña, el productor Hernán Musaluppi y los directores de fotografía José Luis García, Paula Grandío y Lucio Bonelli. Sus aportes dan cuenta de la extraordinaria personalidad del director y sus particulares formas de transitar la creación cinematográfica.
En el capítulo final, las productoras Rosa Martínez Rivero y Violeta Bava reconstruyen sus experiencias durante la producción de Copacabana (2006), Entrenamiento elemental para actores (2009) y Dos disparos, y vuelven varias veces sobre una idea interesante. Para definir el modo en que Rejtman avanza en el proceso de hacer una película eligen el espejo de la música, comparando su método de trabajo con la creación de una partitura.
Primero, en referencia al rodaje: “Cada pieza, cada secuencia. No son solamente las líneas de diálogo. Cada palabra está puesta por una razón y por una música interna que se ve en la película”. Algunas páginas más adelante insisten con la idea, ahora aplicada a la etapa del montaje: “Construye en la edición como si fuera una partitura. Arma las escenas de acuerdo a cómo van sonando. Con la misma precisión de las notas en un pentagrama. No edita pensando en términos de acción, Martín te ubica en un lugar más interesante”.
El argumento resulta revelador, porque esa característica no es el único puente tendido entre su cine y lo musical. Ahí están Bléfari, Vicentico y otros músicos ocupando roles importantes en sus repartos. Ahí está el absurdo ensamble de flautistas de Dos disparos. Ahí está sobre todo la precisión rítmica que organiza cada una de sus películas, haciendo que sus personajes, incluso en sus momentos de mayor libertad, parezcan moverse siguiendo una cadencia que alguien, invisible en la pantalla, les marca desde fuera de campo, batuta en mano. Como si en el caso de Rejtman la palabra «director» excediera los límites de lo cinematográfico.
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