El escritor chileno presentó en Argentina su última novela, El galán imperfecto. La pérdida del prepucio de su personaje es el punto de partida de una historia que mezcla humor, delirio y digresión.
Multifacético, Gumucio escribió con gran éxito sus memorias a los 28 años, es el director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales. El nombre es en sí mismo una humorada: Nicanor Parra –de uno de cuyos poemas surge el título de la novela– trabajaba en el Instituto de Estudios Humanísticos al que llamaba de Estudios Humorísticos. «Ambas cosas son lo mismo –dice Gumucio– porque no hay nada más humano que el humor».
El suyo también se expresó en la televisión a través de Plan Z, «un programa parecido a Cha cha cha» del que participó como guionista y también como actor. Con él ganó mucha popularidad y ocho querellas. También hizo un programa infantil. Información adicional: tiene 140 mil seguidores en Twitter y sus declaraciones no siempre son políticamente correctas.
–Se dice que vivimos en una sociedad falocéntrica. ¿El amante imperfecto desmentiría esta afirmación?
–Sí. Creo que el falo está muy sobrevalorado. El pene es falo sólo unos pocos minutos al día, el resto del tiempo no es más que una especie de central meteorológica que dice si hace calor o si hace frío (risas). Se dice que el falo es el poder, pero hay muchísima gente, mucha más de la que se cree, que no tiene ningún ansia de poder. Sí es cierto que la sociedad en la que vivimos le da una gran importancia al poder, a la posesión, a la conquista, pero no creo que eso sea una experiencia mayoritaria de los hombres. El trauma de muchos, el mío y el de mi personaje, Antonio, es que nunca tuvimos la experiencia de tener el falo del que nos hablan.
–¿El falo estaría investido de un poder que no tiene?
–O que tiene muy escasamente. La cultura es falocéntrica pero el falocentrismo no es una experiencia de poder que tengamos los supuestos depositarios de él. Más bien somos víctimas del falocentrismo.
–La novela está centrada en la operación de fimosis del protagonista. Usted escribió que esa operación fue una experiencia personal suya. ¿Es así?
–Sí. Me operé y escribí un artículo. Al hacerlo me pareció que la operación del prepucio era un buen tema y que había escrito muchas veces sobre mi vida sentimental o sexual o sobre una mezcla de ambas cosas y nunca encontraba la locomotora que pudiera arrastrar todos esos vagones. Con el artículo surgió la idea de que esa era la locomotora. Esta experiencia, que ha sido la mía y la de muchos hombres, la de muchos machos, no está nunca a la altura de este imperativo categórico del falocentrismo. La relación que uno tiene con el cuerpo es ambigua: el cuerpo es nuestro, pero, al mismo tiempo, es lo menos nuestro que hay. Yo visito mi pene como si fuera un museo. No tengo una cercanía con él. Algunas de las partes del cuerpo van creciendo mientras otras decrecen, se van cayendo. Apenas te acostumbras a tu pelo, se cae. Apenas uno se acostumbra al pene, ya no funciona. Hombres y mujeres vivimos este tipo de tragedia, pero cada uno lo hace de una manera muy distinta. Es distinto para cada uno el momento dramático en que se deja de ser niño, hay que empezar a ducharse mucho más, la ropa se ensucia más rápido y está llena de huellas de tu cuerpo y esas huellas son asquerosas. La intimidad empieza a producir asco.
–Quizá para un hombre el encuentro sexual puede ser vivido como un peso, porque no puede fingir una erección y no siempre el cuerpo le obedece al deseo.
–Sí, claro, creo que esa tragedia que mencionas es la base del machismo. Uno no sabe qué le pasa a una mujer. Ni siquiera sabe si los hijos son de uno. En el momento en que un hombre entra en una mujer, deja de tener control sobre todo. Se suele describir una relación sexual como una invasión en la que el hombre penetra. En realidad lo que sucede es un secuestro (risas).
–¿O sea que el pene es secuestrado por la vagina?
–Sí, los hombres estamos tan en desventaja en el sexo que nos han ido concediendo ventajas que ya se han transformado en cultura. Pero el orgasmo de la mujer dura más, es imposible saber lo que le pasa a una mujer pero la mujer sabe lo que le pasa a un hombre… El machismo es una forma de compensación de todo esto. Seguramente las cosas fueron así: «Sí, está todo bien, no te preocupes, hagamos como que tú eres el jefe» (risas). No estoy diciendo nada nuevo porque esto lo dicen muchos psicoanalistas. La relación sexual es el único momento en que no ves tu pene, tu pene no existe y en este secuestro simbólico llega un momento en que uno se transforma en mujer. Parte del placer del sexo tiene que ver con que ya no tienes nada que ver con ese señor que eras antes de empezar, ya eres igual que la mujer.
–Usted dice que la cultura occidental se funda sobre el prepucio. ¿Realmente lo cree?
–Creo que el catolicismo se funda sobre el prepucio. Pero hay que tomar esto como una afirmación literaria, no demasiado en serio. La gente que me conoce nunca toma en serio lo que digo, pero con la gente que me lee, es distinto. Creo que el catolicismo se basa en la ausencia total de sacrificios corporales, entre los que se cuenta la ausencia de la circuncisión. Hasta el nacimiento del catolicismo todas las religiones pedían sacrificios corporales, desde cortarse un dedo, tatuarse un nombre hasta circuncidarse. Con la fe católica esto se acabó porque es una religión de sacrificios espirituales. San Pablo inventa la circuncisión espiritual, es decir que estamos circuncidados espiritualmente. Esa es la base del cristianismo y explica por qué los cristianos somos tan mimados.
–¿Mimados por quién?
–Por todos. Nunca tenemos que cortarnos nada. Basta con ir a misa de vez en cuando. Cuando he pensado en cambiar de religión, la cantidad de trabajo que eso implica, me abismó. Si fuera musulmán o judío tendría que estar ayunando, lavándome cinco veces al día… Cualquier religión pide más que el cristianismo.
–¿Es una religión cómoda?
–Totalmente. Al mismo tiempo que es light es muy compleja, muy abstracta. No hay leyes tan claras como en otras religiones, pero sí hay reglas muy fuertes que se aplican caso a caso. Es la única religión en que un ladrón puede ser un santo, un asesino puede terminar perdonado, mientras que alguien que hizo todo bien puede ser considerado un sátrapa. Para los judíos era todo mucho más simple: no nos importa mucho lo que pienses, no nos interesa mucho lo que sientas, cumple con la ley y con eso ya estarás bien. En cambio, para un cristiano no es así. El prepucio tiene que ver con eso, fue lo que nos permitió a los cristianos invadir Roma.
–Del empoderamiento de la mujer usted ha dicho que valora el primer feminismo, pero que el actual pertenece a una clase media, que no constituye una verdadera reivindicación social.
–Eso lo he dicho para un caso muy concreto que tiene que ver con la universidad en Chile. De ninguna manera podría aventurarme a decir algo así. Con lo que yo tengo problemas es con ciertas formas nuevas de la militancia, la de los ecologistas, la de los animalistas… Creo que son una app, una aplicación. El feminismo de la primera y de la segunda ola lo viví de niño, en mi familia. No tengo problema con el feminismo, sino con quienes lo presentan como una novedad. La novela también habla de eso. Toda esa idea del heteropatriarcado, del falocentrismo es ambigua. Si alguien me dice que estamos en el año ’40 y que la mujer está en la cocina mientras el hombre está con su fusil disparando en el patio, creo que no está hablando de lo que pasa en este momento, aunque sí creo que en América Latina hay problemas de clase y que las clases populares ni siquiera viven en el año ’40, sino en el siglo XIX. Escribí esta novela pensando que el falocentrismo, que el machismo, nunca tuvieron nada que ver con mi vida, nunca se cruzaron conmigo. En las nuevas formas de masculinidad supuestamente más abiertas, también hay abuso. Antonio es un abusador, un cínico.
–Y tiene un harén. Es un cobarde protegido por mujeres.
–Creo que el cobarde es más representativo del macho que el cazador. En América Latina lo que más se le puede reprochar a un hombre es su eterna cobardía. En Chile, la mayor violencia que el hombre ejerce contra la mujer es el abandono. Somos abandonadores perpetuos. Yo quise contar la historia de un hombre que supuestamente escucha a las mujeres, está de su lado, pero como tú dices, tiene un harén que hace todo por él. Él sólo llora por el prepucio perdido.
–¿Es cierto que en Estados Unidos existe una asociación de nostálgicos del prepucio o lo inventó usted?
–Es cierto. Allí hubo un momento en que la circuncisión fue una medida higiénica bastante general. Incluso hay una operación de cirugía plástica que restituye el prepucio, aunque no queda bien. Pero ahora la gente no se opera para quedar bien, sino para quedar peor. Hay quien considera, incluso en el mundo judío, que quitar el prepucio es una castración, un gesto de violencia, que se pierde sensibilidad.
–¿Y usted como lo vive?
–Bueno, no soy exactamente un nostálgico, pero la verdad es que lo echo un poco de menos.
Opiniones de un catedrático del humor
–¿Qué es para usted el humor?
–Para mí ha sido siempre algo involuntario. No puedo evitar hacer reír. Con el tiempo he ido descubriendo que hay muchos escritores y pensadores que me gustan, de Cervantes a Borges o Nicanor Parra, en los que hay un ingrediente importante que es el humor. Creo que constituye una visión más amplia y más real del mundo. El humor contiene la tragedia, pero no sé si la tragedia contiene al humor. Muchas tragedias son tales porque no se les ve el otro lado. Si se les viera el otro lado, seguramente no serían tragedias. Un crítico español me decía que El galán imperfecto le recordaba al Tristram Shandy de Laurence Stern. No pensé en ese texto mientras escribía, pero evidentemente influyó en mí. Me gusta ese humor inglés de antes de que existiera el humor inglés, porque es un humor muy orgánico, muy vulgar, con mucho cuerpo y que tiene muchas digresiones.
Otros libros del autor
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Memorias prematuras
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Los platos rotos
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