Las elecciones de la Academia Sueca van más allá de los méritos de una obra. En ellas se mezclan decisiones políticas que marcan la supremacía de ciertos países para establecer cómo debe verse “el resto del mundo” que no pertenece a los estados centrales. Sus distinciones y omisiones establecen la conformación del mapa literario.
El otorgamiento de este premio siempre abre la puerta a la posibilidad de pensar cómo se construye o se configura lo que se llama el “canon”, es decir aquello que pasa a ocupar el lugar del centro dentro de la conformación del mapa literario. A lo largo de los años y con cada entrega surgieron diferentes polémicas acerca de su merecimiento: el caso de Bob Dylan en 2016 fue un claro ejemplo de contienda porque, claro, Bob proviene del rock y para algunos eso no cuenta como literatura. También fue motivo de polémica el caso de los no premiados: Borges es el ejemplo más claro de merecimiento no reconocido. Entonces, ¿qué se premia cuando se premia?, ¿quién debe ser premiado y quién no?, ¿qué lugar ocupan la literatura de Occidente y de Oriente en relación a este reconocimiento?
La última edición de la entrega del Nobel de literatura deja planteadas algunas preguntas en este sentido. En principio, la que surge a partir del desconocimiento desde el mundo occidental de autores como Abdulrazak Gurnah, escritor de origen tanzano y ganador de la última edición.
Abdulrazak Gurnah nació en Zanzíbar en 1948. Formado en la Universidad Bayero Kano de Nigeria, a principios de los 80 se trasladó a la Universidad de Kent para hacer su doctorado en lengua inglesa y continuar su labor académica allí. Sus novelas están escritas en inglés y sólo tres fueron traducidas al español: En la orilla, publicada en 2003 por el sello editorial Poliedro, Precario silencio (1998) y Paraíso (1997) ambas publicadas por El Aleph y actualmente descatalogadas.
En las historias de Gurnah aparecen las comunidades asiáticas asentadas en el África oriental desde el siglo XIX. Muchas de sus novelas transcurren en lo que fue la parte alemana oriental de África que comprende una parte actual de Tanzania. De hecho, su último libro titulado Afterlives habla acerca de la resistencia a la invasión británica de parte de los alemanes junto con las tropas conformadas por las comunidades asentadas originariamente allí.
Parecería ser que Gurnah no es muy conocido en su propio país y eso obliga a plantearse otra pregunta que tiene que ver con cómo se conciben las literaturas al momento de su catalogación (si por países, por continentes o por región) y por qué desconocemos la literatura del “otro lado del mundo”. En otras palabras, por qué la literatura que conocemos es básicamente europea y norteamericana o -a lo sumo- latinoamericana y argentina.
En el prólogo a su libro titulado Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Mary Louise Pratt dice: “Este libro trata de la posibilidad de debilitar el control del imperialismo sobre la imaginación y el conocimiento y de generar zonas despejadas para instalar mejores formas de vida y de conocimiento en el mundo.” Y luego agrega: “El estado actual del mundo no permite estar seguro del éxito de esta empresa. El pensamiento imperial sigue renovándose y mutando con gran capacidad de recuperación. Hoy los ojos imperiales se posan sobre los espacios `menos desarrollados´ y ven sitios propicios para instalar fábricas en el exterior; enormes extensiones de tierras donde imponer el cultivo de semillas genéticamente modificadas en plantaciones de monocultivo; basurales para amontonar desechos tóxicos.”
En este sentido, Mary Louis Pratt plantea algunas preguntas que dan origen al desarrollo de su investigación como, por ejemplo, ¿con qué códigos la literatura de viajes y exploración produjo -es decir, creó y modeló- “al resto del mundo” para los públicos lectores europeos en diferentes momentos del proceso expansionista de Europa? ¿Cómo ha producido las concepciones que Europa desarrolló y sigue desarrollando acerca de sí misma en relación con algo que llegó a ser posible llamar “resto del mundo”?
A pesar de los avances tecnológicos y la posibilidad de acceder a contenidos de manera impensable hasta hace unos años, es evidente que la literatura que consumimos de este lado del mundo está signada por el mundo occidental europeo y norteamericano: un síntoma claro de esto es lo difícil o imposible que resulta el acceso a los libros que conforman la obra literaria de autores como Gurnah. De hecho, debe haber quienes aún no se enteraron de que Tanzania es una república que, como tal, es muy reciente, que está ubicada en África, que resiste a reconocer el inglés como lengua oficial y que lucha por un estado independiente, autónomo y soberano con el suajili como lengua propia.
Gurnah se convierte así en el caso de quien necesita escribir en la lengua de Shakespeare, lengua imperial, para contar las historias de su tierra colonizada. Podría decirse que esos ojos de los que habla Mary Louis Pratt aún, y por largo tiempo, pertenecen y pertenecerán a Occidente.
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