En su última novela, la autora belga le da la voz narrativa al hombre de 28 años que va a ser fusilado. Se trata de Patrick Nothomb, quien no es otro que su futuro padre.
Es imposible no recordar este último comienza al empezar la novela de Nothomb, sólo que su personaje no habla en tercera persona, sino en primera, lo que le agrega dramatismo, y su acto consiste en volver a vivir frente al pelotón de fusilamiento, es decir, en narrar su vida como si ésta se impusiera incluso ante la muerte inminente.
Tan bueno es el comienzo que empuja a llegar al final sin detenerse.
La acción transcurre en 1964, en el Congo. Allí, el cónsul belga Patrick Nothomb, futuro padre la escritora, es secuestrado por un grupo de rebeldes y llevado a una circunstancia tan extrema como esperar la muerte frente a un pelotón de fusilamiento.
El título alude textualmente a una cláusula que tenían los duelos entre caballeros. En muchos de ellos el duelo se detenía “a primera sangre”, es decir, apenas cuando uno de los dos contendientes era herido.
Esta novela va desde el final hacia el principio, desde las puertas de la muerte hacia la infancia, es decir, transcurre en el sentido inverso de la flecha del tiempo, algo que Martin Amis llevó a un extremo de complejidad narrativa en una novela que se llama, precisamente, “La flecha del tiempo”.
El tiempo, de alguna manera, es protagonista o coprotagonista en la medida en que desde el comienzo se muestra el carácter subjetivo con que se percibe su duración, de qué modo se estira ante una circunstancia en la que, supuestamente, debería acelerarse como la que se describe en el principio mismo del texto.
Más tarde, el narrador/padre de la escritora dirá: “En la ciudad se pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo. En el campo es imposible.”
Más allá de las referencias explícitas, el tiempo modela la forma misma de su novela, no sólo porque invierte la narración, sino también o, sobre todo, porque borra las fronteras del presente y el pasado que quizá sólo sea una frontera gramatical que, en ciertas circunstancias como la supuesta inminencia de la muerte, desparece. El pasado se actualiza constantemente en tanto somos nuestro propio pasado.
La historia que cuenta Nothomb habla de una experiencia traumática que vivió su padre cuando ella aún no había llegado al mundo y ni siquiera estaba por llegar, lo que indica que aquel fusilamiento no se produjo.
Según lo contó la propia autora en diversas entrevistas, está novela nació después de la muerte de su padre, una prueba más de que el pasado convive con el presente.
La autora centra su escritura en la vida de su padre que no fue fácil. Siendo muy pequeño, perdió a su propio padre, muerto por la explosión de una mina. Éste fue el abuelo que Améelie no conoció.
Su madre era una mujer desapegada y fría que lo mandó a vivir con su abuelo, un poeta muy especial que vivía junto a su familia en un castillo en una dolorosa situación de pobreza no reconocida por el orgullo. Los niños sufrían allí frío y hambre sin que ningún adulto se hiciera cargo de su situación.
La vida de los adultos y la del abuelo en primer lugar parecía transcurrir plácidamente. Él escribía poemas, cartas de amor por encargo y leía a Rimbaud sin acusar recibo de la difícil situación que planteaba la Segunda Guerra Mundial.
El castillo donde padecía privaciones el futuro padre de la autora era el refugio de una familia decadente que no renunciaba, a pesar del hambre, a su origen aristocrático.
Esta novela, que obtuvo el Premio Renaudot 2021, parece narrar una vida excepcional, incluso en los sufrimientos padecidos en la infancia por el pequeño Patrick. Sin embargo, sería injusto pensar que es la historia misma la que fascina y no la narración que de ella hace la autora. Vistas de cerca y, más aún, vistas con un criterio literario, todas las vidas tienen algo extraordinario, incluso aquellas de las que pueda sospecharse que son anodinas.
Es la maestría narrativa de la autora la que hace del pasado de su padre una historia excepcional. Es cierto que no todo el mundo enfrenta un pelotón de fusilamiento a los 28 años, en la soledad de un país, de un continente que no es el propio. No es menos cierto, sin embargo, que es la subjetividad de cada uno la que les confiere a los hechos vividos un carácter ordinario o excepcional. En este caso, es una novela excelente la que rescata un pasado y lo convierte en una historia capaz de despertar el interés y la fascinación del lector.
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