Kaidú, la novela premiada, se pregunta hasta dónde puede llegar el amor por un perro, pregunta que, a su vez, remite a otra: ¿qué profundidad puede alcanzar la comunicación y el afecto entre diferentes especies?
Este interrogante forma parte de un replanteo muy actual respecto de la relación con la naturaleza y el lugar que los seres humanos ocupan en ella. “Kaidú –dice Aína, la narradora de la novela- escapa a la restringida mirada binaria y me enseña a superar esta concepción estrecha en que nos enclaustró la visión cartesiana (…) Si no hay oposición entre animal y hombre, soy parte del mundo como Kaidú y estoy en él como el agua en el agua.”
Antes de convertirse en un éxito editorial y de recibir el Premio Sara Gallardo, Kaidú había deslumbrado a Juan Forn, quien la había leído antes de que fuera publicada.
Cuando apareció en las librerías, hacía 25 años que la autora había publicado otra novela cuyo título era No sé si casarme o comprarme un perro. La repercusión había sido enorme. Constituyó un verdadero editorial que se recuerda hasta hoy.
“Para esa época –le decía a Tiempo Argentino la autora en un entrevista relacionada con la publicación de Kaudú, fue algo superprovocador. Yo no me daba cuenta de que, de manera inconsciente, había captado algo que estaba en el aire. Hay gente que siente que un título de un libro dice algo de ella.”
Y agregaba: “Ahora un perro real aparece en mi vida y provoca esta historia. La vida es tan extraña que, de pronto, termino casándome con un perro (risas). Es una cosa de locos. La síntesis a la pregunta que me hicieron durante 25 años es esta: no me casé ni me compré un perro, me casé con un perro. De pronto pensé que esto era una freakeada total. Lo que escribía devino otra cosa. Incluso sentí que me volvía “lo otro” que yo quería contar, que cada vez más me volvía “lo otro” en la escritura. Cuando lo terminé, se lo di a leer a alguien a quien no le gustan los perros, a una gran lectora, Liliana Viola, que es crítica, escritora y muy sincera. Sabía que podía decirme “esto es una freakeada, olvidate”. Recuerdo que pasé en bicicleta por su casa una tarde y le tiré el texto por arriba de la reja y a las cuatro horas me mandó un mail y me dijo que era hermosísimo, que no había podido parar de leerlo y que lo tenía que publicar. Entonces me decidí a publicarlo porque me gustaba la idea de salir del sentido común, del orden establecido a través de esa historia entre la narradora y Kaidú. Pensé que se podía leer como una historia de amor de a tres o se podía leer también todo lo que hay por debajo, que tiene que ver con salirse del mundo previsible, de los formatos que te encorsetan. Sentía que el sentido desbordaba lo escrito. Por un lado, estaban el texto, las frases, las palabras y, por otro, todo lo que sucede “entre” las palabras, por fuera de la narración.”
Kaidú, (Tusquets, 202) fue seleccionada entre casi 100 novelas provenientes de distintos lugares del país. Estas obras respondían a diferentes estéticas y fueron publicadas tanto por grandes grupos editoriales como por editoriales independientes y sellos universitarios.
El comité de preselección, integrado por representantes de las direcciones nacionales de Promoción de Proyectos Culturales, de Formación Cultural (a través del Programa Libros y Casas), y del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades, eligió 48 obras. Estas obras fueron evaluadas por el jurado de premiación integrado por las escritoras María Rosa Lojo y Esther Cross, y por el escritor I Acevedo, que seleccionó diez novelas finalistas.
Las obras que llegaron a esta instancia fueron Olimpia, de Betina González, Monchi Mesa, de Marina Closs, La caracola, de Graciela Ada Batticuore, El Yanqui, de Delfina Korn, El fuego entre nosotras, de Fernanda Laguna, Antes que desaparezca, de Sylvia Iparraguirre, Pobres corazones, de Melina Torres, Outlet, de Laura Liébana, Kaidú, de Paula Pérez Alonso. Y Una familia bajo la nieve, de Mónica Susana Zwaig.
La ganadora recibirá un premio de 600.000 pesos y se otorgarán, además, 5 menciones.
Kaidú es una de esas novelas destinadas a ser recordadas siempre porque su lectura constituye una experiencia nueva, dado que es revelación y descubrimiento. En su escritura se hace evidente que la autora ha vislumbrado un mundo nuevo, una forma del amor que no necesita de las palabras y que hace estallar los lugares comunes acerca de lo que es un perro, de lo que es un animal en general.
Si, como decían los formalistas rusos, la obra de arte desautomatiza la percepción y permite ver lo extraordinario que hay en lo ordinario, la autora cumple sobradamente con esta premisa que define a la obra artística. Luego de leerla se hace evidente que un perro no es solo ese animal cuadrúpedo que mueve la cola cuando está contento y que forma parte de nuestro paisaje cotidiano. Es en realidad, como todos los seres vivos, un enigma a develar, un ser con el que se puede entablar un diálogo silencioso y que tiene para ofrecer mucho más de lo que suele esperarse de él.
Hay quienes dicen con frecuencia “un perro es un perro”, una tranquilizadora definición tautológica que lo reduce a una serie de conductas previsibles y que resguarda la soberbia humana que se cree por encima del resto de los seres vivos.
En esta novela, Pérez Alonso demuestra exactamente lo contrario, que un “perro no es un perro” o que un perro es mucho, muchísimo más de lo que solemos entender por perro. Demuestra, en fin, que los conceptos estereotipados con que definimos lo otro, lo distinto, lo no humano, es una limitación nuestra y no de esos seres que sin hablar nuestra misma lengua son capaces de un enorme amor silente. ¿Y no es acaso el amor una de las formas de la inteligencia?