Escribió una novela humorística única y abrió un tiempo de oro de la narrativa lesbiana. La novela La doble imprime la identidad de tribu, rescata el imaginario del pasado en cruce con las peripecias del presente.
A una frase que pudiera lanzarse como corte, como final, Jiménez España la duplica en apuesta narrativa definitiva: “Me voy. Tengo que reencontrarme conmigo misma”, anuncia el comienzo de la historia su novela La doble (La mariposa y la iguana), en la que una mujer lesbiana sin nombre ni arquetipos transita por la Ciudad las peripecias de su neurosis.
Así la cronista, la periodista, la poeta, la astróloga, la narradora, sin orden pero con cruce de oficios, en charla con Tiempo se autodefine: “Soy psicóloga, pero la dualidad ya se plantea para mí en lo constante de la vida. Mientras haya una instancia consciente e inconsciente, en esa guerra, todo lo que transitamos lo hacemos en un terreno de ambigüedad. ¿Soy una? ¿Soy dos? ¿Quién me está esperando? ¿Un ‘ni’ que está en otro lado? Está la sensación permanente de decisión que nos acompaña: nuestra neurosis.”
Tal vez porque en Pollera Pantalón ya trabajó los “nombres fuertes” como La Virgen María, Mariquita Sánchez de Thomson o Eva, La doble debía ser vaciada. “Incluso este personaje es puro discurso”, cuenta sobre el procedimiento la narradora, “está en función de la palabra. A los nombres de los personajes los cuidé desde la intuición, son sobrenombres o nombres muy comunes. O por asociación a clases sociales”, pero también hay una duplicación de tiempos, el pasado y el presente. “Podría haber seguido buscando la lógica metafísica”, piensa potencialmente y en voz alta Paula, y “podría haber seguido con la lógica de la Ciencia Ficción, pero no es lo que elegí.”
En la entrevista, las risas se cuelan en un modo no tan habitual. Porque como aclara, “las maneras de refirirse al lesbianismo más que nada tenían que ver con lo erótico, con las alegorías poéticas, incluso los dramas; con la estetización del discurso”. La doble irrumpe el horizonte de expectativas a la vez que toca el asombro de autoras monumentales como María Moreno o Liliana Felipe, con la dedicatoria a sí misma, «A Paula Jiménez España», y el homenaje al poeta Osvaldo Bossi, exponente fundante de la literatura LGTB. Como coordinadora de lecturas y de ciclos reconoce y agradece además: “lo que más me ha estimulado es el público lésbico”.
-La doble es una picaresca de lesbianas. ¿Cómo la trabajaste?
-Con María Moreno. Ella me decía que tenía la posibilidad de hacer una sociología lésbica. Le llevé los primeros capítulos y se reía mucho. Íbamos conversando y agregaba capítulos. Eran peripecias del personaje, se plantea la situación básica: su duplicación, no la de su novia. Al principio parece que la que se va a duplicar es la novia, pero es a partir de la pérdida que se instala, la ruptura subjetiva en el personaje.
-Después del trabajo de Laura Arnés de Ficciones lesbianas, se inserta la problemática del catálogo. Podría decir que tu novela representa el siglo de oro del lesbianismo narrativo.
-Quizás en otro momento no existía esa posibilidad, ¿no? Algo pasa con el humor en relación a las mujeres. Somos pocas las mujeres que escribimos con humor, sobre todo en narrativa. Griselda Gambaro me hace reír mucho, pero está como vedado el humor para las mujeres.
-¿Y el humor de esos primeros capítulos?
-Lo que me causa gracia es el juego de palabras, lo discursivo, desnaturalizar el lenguaje. Venía escuchando: «tengo que reencontrarme conmigo misma». Me parece impostada esa frase, pero al mismo tiempo tan real porque cuando nos ponemos en pareja tenemos la sensación de que nos apartamos de un supuesto yo, como una «sede central» (risas).
-Provoca la carcajada, sobre todo porque se intensifica en lo discursivo después de ese primer disparo. Al final, es el pico, escribiste un giro nuevo: «acercármeme»
-Es verdad. Se va descomponiendo el discurso cada vez más.
-Más allá de las peripecias, hay referencias de un cierto imaginario o de la tribu lesbiana.
-Soy una mujer de 48 años que ha visitado muchos bares, a lo largo de la historia, desde los veinte. Recogí anécdotas y durante mucho tiempo fue un mundo invisibilizado. Todavía hoy creo que es necesario hablar de los «secretos» del ambiente lésbico, de cómo vivimos, cómo nos vinculamos como el tema de la sororidad. No se sabe exactamente qué vivimos. No es como el mundo de los putos, un mundo reconocible, homologable e identificable para la gente. Las lesbianas tenemos una vida privada, lo sentí como un acto político: abrir el closet de lo grupal.
-Es importante porque no hay narrativa que pase por allí. Nosotras compartimos una generación, pero en las mujeres jóvenes sub 30, tal vez desconocen el imaginario que les precede.
-Lo que hemos hecho nosotras para ellas, no. Hay historias como el libro de Val Flores sobre el El sótano de San Telmo, un lugar al que iban las mujeres lesbianas para reunirse. Doy testimonio de lo que yo misma no podía contar cuando llegaba a la casa de mis padres. «¿Dónde estuviste? -Salí. ¿Y dónde fuiste? -A bailar.» Si es que me preguntaban. En la época que yo salía con chicos, cuando iba a New York City, por ahí contaba qué había pasado en el boliche. Eso lo podía compartir, pero cuando llegaba a mi casa de Bach, no se lo podía contar a nadie lo que se vivía en Bach. En la novela cuento que alguien tiene miedo de encontrarse con un compañero de trabajo y le va a decir que su pareja es su tía. Eso es una de las cosas que dice el personaje. Yo era camarera de Bach y una vez vi a mi prima sentada en una mesa. Me encerré en la cocina y me negué a atender mesas toda la noche. Me quería matar el dueño, pero yo estaba transpirada y pálida.
-Es un gesto. En otro bar eso no hubiera pasado.
-Y que el dueño, a su vez, te entienda y te asista en esa situación aunque esté perdiendo la atención de las mesas y te quiera matar, pero al mismo tiempo que te entienda, esa situación es muy particular.
-Además del trabajo con el pasado hay una vigencia muy arraigada, sobre el final, en los últimos capítulos. ¿Cómo insertaste la «marea»?
-Ese es uno de los primeros capítulos, en realidad. Liliana Viola me pidió para el Soy (Página/12) un texto para el Día de los Inocentes de cómo dejé de ser lesbiana (yo, que vengo escribiendo en el suplemento desde hace años). Yo quería hacer una ficción humorística. Se me ocurrió esto: «¿qué me hacía lesbiana?» Más allá de la práctica íntima, una identificación tribal con ciertos gustos, literaturas, músicas, lugares, que si voy perdiendo, también voy perdiendo mi identificación lésbica, ¿no?
-Una podría hacer su propio listado de recorridos y generar el verosímil.
-Con una amiga hablábamos siempre de «la ruta de la torta». Decíamos que nos encontrábamos en esa ruta (risas). A lo largo de los años quiero a gente de verla en esa ruta.
-¿Qué hay de la Paula Jiménez España periodista en la novela?
-Bastante. De la crónica, la marcha, el tetazo que relato en la iglesia lo viví, no exactamente lo que narro porque es una ficción. Estuve en un tetazo en Rosario que me inspiró el capítulo y esa forma es la observación básica de una cronista, pero llevada al grotesco, exagerada, ficcionalizada. También la descripción de los bares, cuando describo ese personaje real de Yoryi, una lesbiana que se pide el whisky más caro de los baratos (risas), se sienta de determinada manera con una cadenita de oro, seduce a la camarera con una propina para que le sirva el whisky antes de las demás. Son todos personajes que vi, es periodismo narrativo, en algún punto.
-¿Con María (Moreno) trabajaste eso?
-Había hecho dos cursos de periodismo narrativo con ella y otro con Leila Guerriero. Pero con María trabajamos la ficción. María es una enorme periodista, una enorme narradora. El punto de vista no es el meramente ficcional. El verosímil está muy cuidado.
-Es tu primera novela. ¿Fue complicado trabajar una historia larga?
-No me lo propuse así. La doble era un cuento corto que formaba parte de una serie y cuando se la llevé a María (Moreno) me dijo que era éste. De ahí empecé a desarrollarlo. Fue apasionante y lo hice en unos seis, siete meses, pero había estado ese cuento hacía un par de años. En cuanto a la desnaturalización, yo había terminado de leer El tratado del movimiento, de Mariana Docampo y me había quedado muy pegada con eso, me encanta cómo enloquece el lenguaje. No soy tan jugada, me ajusto a una historia, pero Mariana dispara una fantasía súper interesante. Escuchar el lenguaje, romperlo y correrlo de las convenciones, me había quedado muy adentro y sumado a lo que venía pensando sobre las frases, sobre lo que hace la gente con su tiempo. Ahí apareció el primer capítulo.
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