Paco Urondo y Juanele Ortiz, dos voces que siguen resonando a través del tiempo

Por: Walter Lezcano

“Francisco Urondo: la exigencia de lo imposible de Osvaldo Aguirre” y “La casa de los pájaros. Notas sobre vida y obra de Juan. L. Ortiz” de Mario Nosotti, ambos libros publicados la Universidad Nacional del Litoral (UNL), dan cuenta de dos figuras fundamentales de la literatura argentina.

Juan Laurentino Ortiz (1896-1978) y Francisco Reynaldo Urondo (1930-1976) son dos grandes fantasmas que recorren la literatura argentina. Pero son más conocidos, en el corazón de sus lectores que cada día crece, simplemente como Juanele y Paco. Ambos fueron poetas que dejaron una obra profusa que intervino su tiempo y marcó una época. Y ese es un río que todavía sigue resonando y generando una música a la que se le presta atención. Pero estos libros suyos también fueron acompañados con vidas sumamente atractivas que construyeron el correlato de una vinculación entre un modo de vivir, las afinidades electivas y los procesos de creación. Son dos figuras que están fuertemente vinculadas con la época que les tocó, Paco Urondo participó incluso en la gestión pública en el área de cultural, y aún marcan estos días. También, en varios puntos de sus recorridos, se cruzan, se reconocen, se perciben. Para poner esta realidad en contexto acaban de aparecer dos libros que, cada uno desde un prisma diferente, abordan estas vidas. Hablamos de La casa de los pájaros. Notas sobre la vida y obra de Juan L. Ortiz (Ediciones UNL) de Mario Nosotti y Francisco Urondo: la exigencia de lo imposible (Ediciones UNL) de Osvaldo Aguirre.              

El último viaje de Paco


Para el escritor, periodista y poeta Osvaldo Aguirre, la obra y figura de Urondo, a quien viene estudiando desde el año 1996 y con el que armó rescates y varias antologías con su obra poética y periodística, forman parte del presente, pero le parecía que, al margen de estudios sobre la obra, estaba congelado en algunas imágenes y frases que no le pertenecen. Cuenta: “La reivindicación de la militancia suele ocultar aspectos de su trayectoria, los más importantes, y también deja en segundo plano la postura crítica que mantuvo al respecto de Montoneros, sobre todo a partir de la fusión de FAR, su grupo original de pertenencia”. En particular, Aguirre se interesó en seguir su relación con Juan L. Ortiz y el modo en que, a través de publicaciones diversas, reflexiona sobre poesía y construye una tradición. Afirma: “Hay muchísimas cosas para redescubrir y valorar en su vida y en su literatura como para que nos quedemos repitiendo consignas o lugares comunes. Falta además la reedición de su dramaturgia, recuperar sus textos como crítico de teatro, investigar con mayor  profundidad su trabajo como escritor de guiones para cine y televisión”.


Los relatos sobre la vida de Urondo suelen terminar sin explicar bien cómo fue su muerte en dictadura y, opina Aguirre, “no puede ser así”. Lo que lleva a muchas confusiones sobre ese final. Dice el autor: “Todavía en numerosas publicaciones de la web se insiste con que tomó la pastilla de cianuro, contra lo que se acreditó en el juicio. Este equívoco persistió demasiado tiempo”. La historia de Urondo vuelve a comenzar desde que su hermana Beatriz viaja a Mendoza para recuperar su cuerpo y desde que Juan L. Ortiz lo evoca en una entrevista, un mes después de su asesinato, y transcurre hasta hoy. “Decidí comenzar en ese punto para apuntar a otros aspectos de su vida: su etapa en Santa Fe como poeta y gestor cultural, su participación en la industria cultural de los ’60, entre otros. Y para indagar en otras proyecciones de su obra”.

Con Urondo, piensa Aguirre, sucede algo parecido a lo que pasa con Rodolfo Walsh: la reivindicación es en primer lugar desde la militancia. Cree que hay que ponerse a leer sus textos, seguir sus lecturas: “Fue un gran entrevistador y ese aspecto de su trabajo no está observado. Sus críticas de teatro son igualmente notables”.


Es posible pensar a Urondo en esta época porque fue un hijo rebelde e indisciplinado de su tiempo. Pero un tiempo que no comienza en los ’60, ni con su incorporación a la militancia, sino a principios de los ’50 cuando le escribe una carta al padre en la que dice que después de empezar y abandonar estudios de ingeniería y de derecho, quiere hacer su vida. “Las reflexiones de Urondo sobre poesía y su obra poética están inscriptas en un período histórico pero siguen vigentes. Basta leer sus editoriales en la revista Zona de la poesía americana para comprenderlo: sus planteos contra la idealización del arte, contra la búsqueda ansiosa del reconocimiento, conservan su poder de interpelación. La entrevista a los sobrevivientes de la masacre de Trelew, para citar un tipo de texto distinto, no solamente registra un episodio histórico sino que lo proyecta hacia adelante y vuelve a ser valioso en las disputas por la memoria. La mirada sobre la alienación del arte popular en la película Pajarito Gómez, de la que fue coguionista, es otra reflexión actual. Pero no depende solo de lo que Urondo escribe sino de lo que podemos leer en sus textos, del modo en que interpretemos “la marca del porvenir” que él dejó, como dice en unos poemas, asegura el autor.

La contemplación es un arma cargada de futuro
El primer acercamiento del poeta y periodista Mario Nossoti con el tótem Juan L. Ortiz data de 1986: “Si bien antes había oído hablar de él, fue con el dossier del Diario de Poesía en 1986 cuando empecé a leerlo”. Ahí se lo ponía en contexto, se hacía una lectura crítica de su obra y se intentaba una aproximación desde la tríada Autor, Personaje, Obra. “Algo de ese abordaje me interesó”, dice. “El caso Ortiz, por decirlo de algún modo, la forma en que la vida y la poesía tramaban una especie de ethos, dialogaban. Por otro lado, la cuestión de alguien que venía del margen, alejado de los centros de legitimación y consecuente con una búsqueda personal, un llamado”, cuenta.

 
La casa de los pájaros empezó como un ensayo sobre cuestiones que a Nosotti le interesaban en la poesía de Ortiz (la memoria, lo autobiográfico, la referencialidad) y después apareció la idea de hacer una biografía: “Me resultaba un poco extraño que –salvo el trabajo de Alfredo Veiravé– no hubiese ningún acercamiento en ese sentido, máxime tratándose del que es sin duda uno de nuestros principales poetas. Después me di cuenta de que las biografías de poetas son algo más bien raro entre nosotros, y está ese mito de que el poeta no tiene biografía. Y no fue algo premeditado, el libro elude un poco la noción de género. Es un ensayo en el sentido del tanteo, la búsqueda sinuosa que de a poco delimita su objeto, y es biográfico porque intenta dar cuenta de un sujeto, en un modo no tanto abarcativo sino más bien singular”, explica.

Algo del carácter descentrado que tiene la gesta de Juanele Ortiz le atrajo al autor porque este libro también muestra el movimiento cultural por afuera de Buenos Aires. “Hay en esa zona literaria y geográfica del litoral (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes) una línea alternativa al centralismo porteño como núcleo de autores, discusiones estéticas y grupos literarios. Y Ortiz podría ser visto como el centro radiante (porque hay nombres y tradiciones detrás) de esa línea. Ambos modelos comparten cosas pero difieren en intereses, modos de circulación, etc. Para ver hasta qué punto esto es así, y también para ver cómo ambas líneas en algún momento hacen contacto y dialogan, recomiendo la biografía sobre Paco Urondo (amigo de Juan L) que escribió Osvaldo Aguirre y que salió en la misma serie (Vida y obra) que mi libro”, dice Nosotti.


El lugar de la obra de Ortiz en nuestro campo cultural y en nuestro sistema literario (dos conceptos amplios y bastante subjetivos, por otro lado) fue cambiando con el tiempo y todavía sigue moviéndose, considera Nosotti. Amplía la idea: “Ese desplazamiento desde los márgenes hacia un centro de la poesía argentina tiene sus ribetes. ¿Es Juan L. nuestro principal poeta? ¿Importa eso? Creo que las aguas están bastante divididas. A mí no es algo que me interese en esos términos. Hay algo en la obra y la figura de Juan L. que la hace evidente, posible de caracterizar y que a la vez es inclasificable, que se sigue escapando. Por otro lado, si se lee con atención la trayectoria de esa obra se ve eso mismo, una voz inconfundible pero a la vez muchos ‘juaneles’”.

El tiempo es el único maestro


Trabajar con estas vidas, en cierto sentido extraordinarias, representa un aprovechamiento del tiempo que puede considerarse de aprendizaje. Es decir: hay un saber que aparece luego de publicar esta clase de libros que requieren entrega y devoción. Refiere Osvaldo Aguirre: “Urondo representa de modo ejemplar al escritor y periodista que no se restringe a un ámbito, que rehúye las especialidades y se interroga de manera constante sobre su práctica, un todo terreno en la producción cultural, y eso me parece muy estimulante como actitud ante el arte y ante la vida. En un ambiente donde a veces prevalecen los gestos mezquinos y elitistas, es un intelectual que no cultiva su individualidad sino que se preocupa por hacer con otros, por impulsar y rescatar a otros escritores y que no resigna la crítica por ser tan generoso”.
Por su parte, especifica Nosotti: “A mí lo que más me interesa de escribir es el descubrimiento, el avance a tientas, lo que se desconoce pero a la vez se intuye y hace que uno siga. Eso me pasó con el libro sobre Juan L. Tenía varias hipótesis, varias líneas, pero lo más importante –de eso me di cuenta después– era el deseo. Y para saber qué era lo que me atraía tuve que escribir el libro. Esto no es algo lineal, escribo más bien por capas, planteo varias cosas, armo un posible mapa y después me voy adentrando, desmalezando, relacionando párrafos. Un planteo general que al fin termina siendo siempre otra cosa, pero que me da cierta seguridad, me hace creer que tengo el control, que dura lo suficiente para dejarme en pie ante la incertidumbre (la duda, la confusión), hasta que poco a poco va apareciendo el templo, o la ciudad perdida en la espesura, como decía Céline”.  «

Escribir sobre poetas, escribir poesía

Tanto Osvaldo Aguirre como Mario Nosotti acaban de publicar de forma (casi) conjunta a estos estudios sobre dos grandes poetas, sus propios libros de poesía. En el caso de Aguirre se trata del poemario 1864 (Ediciones UNL), que ganó el Premio Provincial “José Pedroni”. Aguirre ve una relación con su libro sobre Urondo: “Se vinculan porque escribí ambos libros. Ojalá algo haya pasado de un libro a otro. Y además porque fueron publicados por la misma editorial, la de la Universidad Nacional del Litoral. La biografía puede asociarse además a Una poesía del futuro, el libro donde recopilé las entrevistas a Juan L. Ortiz, entre ellas las de Urondo, muy importantes para el reconocimiento porteño”. Mario Nosotti presenta también el libro Dos poemas inconclusos (Caleta Olivia). Al respecto de los vínculos entre sus dos textos cuenta: “La escritura de esos poemas coincidió con una etapa del trabajo sobre Juan L. Finalmente ambos libros salieron casi al mismo tiempo. Son dos poemas no muy largos, que abordan de distintos modos sagas familiares, uno con tintes autobiográficos y el otro como entrada a la vida familiar de Kafka a través de sus hermanas (Kafka tuvo tres hermanas, las tres asesinadas en los campos de exterminio nazis). No sabría decir si hay relación entre ambos libros. Quizás algo de lo referencial, y de lo autobiográfico que en esos dos poemas aparece pero difuminado, más bien como germen, como potencia… quizás algo de eso me venga de Juan L…. Solo que él supo hacerlo magistralmente y yo en cambio, como pude”.

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