De Nicolás Schuff puede decirse que es un escritor inclusivo. Las etiquetas editoriales lo clasifican como un autor para chicos, pero sus libros también ocupan la biblioteca o la mesa de luz de los adultos. Quien haya leído, por ejemplo, El pájaro bigote (Pípala) seguramente lo releerá varias veces, sin necesidad de la excusa de tener que leérselo a un hijo o a un sobrino. ¿Hay, acaso, alguna edad a la que un libro poético que juega a hacer malabares con las palabras deja de ser un territorio encantado que invita a perderse en él? ¿Cuándo se es lo suficientemente grande como para no dejarse seducir por el misterio irreductible de la imaginación?
Lo mismo sucederá, seguramente, con Vida de un lápiz (Limonero), un libro álbum recién salido del horno, con ilustraciones de Martina Trach, la mayoría de ellas en blanco y negro. Cuenta la historia de un lápiz que hace un largo periplo hasta llegar a las manos de un escritor. Pero el libro no se centra tanto en la historia como en el procedimiento y las palabras. Lo importante –y esto es un sello de identidad de los libros de Schuff- no es tanto el “qué”, sino el “cómo”. Si van a una librería, encontrarán Vida de un lápiz en la sección de libros Infantiles. Pero hay que desconfiar de las etiquetas que son el efecto de cierta pereza del pensamiento. La sección de “libros para todo el mundo” no existe, pero habría que crearla.
-Tus libros no solo pueden leerlos también los adultos, sino que son libros que da placer releer. Sin embargo, están etiquetados como libros para chicos. ¿Cuál es para vos el concepto de literatura infantil?
-Hay una frase del escritor francés Michel Tournier que aquí retomó Maite Alvarado, una investigadora de literatura para la infancia y autora de libros para estimular la lectura en el aula que son muy buenos, que dice que la literatura es una sola, pero que hay libros que “incluso” los niños pueden leer. El “incluso” es gracioso, porque también dice que lo único que le reprocha a Goethe y a Shakespeare es que sus libros no los puedan leer niños. Comparto totalmente la idea de que la literatura es una y de que hay libros que incluso los chicos pueden leer. Los temas que les incumben a los chicos y a las chicas, con distinta intensidad y de manera diferente, son muy parecidos a los que nos incumben a los adultos. Tengo una hija de cinco años y le preocupa la muerte, la soledad, la enfermedad, el coronavirus, todas esas cosas que a nosotros también nos inquietan.
–Hay diferentes miradas sobre la infancia.
-Sí, a veces hay una mirada edulcorada sobre la niñez, se la ve como un paraíso perdido y creo que es equivocada. Si uno recuerda su propia infancia, ve que estaba llena de temores, de sufrimientos. Cuando no escribo un libro que me encargan por algún tema específico, sino mis libros más personales como Vida de un lápiz y otros, creo que el desafío es no hacerse eco de ciertas demandas que están por fuera de la literatura y que suelen estar vinculadas a la transmisión de ciertos valores, de ciertos mensajes, como si la literatura tuviera que enseñar algo. Y no digo que no enseñe, porque uno puede aprender muchas cosas de los libros, pero en todo caso lo que se aprende de ellos tiene que ver con el vínculo que se arma entre el lector y el texto, y no con que el libro diga “vos tenés que ser un buen niño porque…”. A veces, como escritor de literatura para chicos, es difícil sortear esas demandas porque acechan, porque este tipo de literatura está muy mediada por las instituciones, por lo escolar. Cuando escribo, trato de olvidarlas por completo y escribir literatura.
-¿A veces se piensa más en el libro como una suerte de “envase” de ideas y mensajes que en una creación hecha de palabras?
-Sí, es exactamente así. Personalmente, muchas veces empiezo a escribir dejándome llevar por el lenguaje, por las imágenes, por los sonidos y no porque tenga una idea previa. No pienso “ocurrió esta historia y me voy a sentar a escribirla” porque me aburro de entrada si ya se todo lo que va a pasar. Hay libros que funcionan muy bien en ese sentido, por ejemplo, novelas de género porque el género trabaja mucho de esa manera y me parece bien, pero no soy ese tipo de escritor. Disfruto a veces de esos libros y me gusta leer una historia que me lleve de las narices, meter la cabeza allí y no pensar en nada más, pero la literatura que más me interesa es la que te sorprende de otra manera, la que trabaja con el lenguaje de una forma diferente.
-Y quizá la que no le teme a lo ambiguo ni pretende la claridad absoluta.
-Exacto. Me parece interesante generar un poco de perplejidad. A veces, con la literatura para la infancia pasa que los mediadores, los editores y editoras le temen un poco a lo que no se entiende. Creo que una cosa es que no se entienda y otra, que no funcione. Tiene que funcionar, pero qué quiere decir esto de la claridad.
-Quizá el tema pase por qué se entiende por “entender”. ¿Cómo se entiende un cuadro de Dalí?
-Exacto. Es lo que decía Graciela Montes, que era muy lúcida y cuyos libros siguen muy vigentes. A veces le preguntaban ¿qué quisiste decir con este cuento, como si hubiera un “por afuera” del texto. Y ella decía que lo que quiso decir con el cuento es el cuento. No hay una explicación o quizá la hay si uno se sienta a escribir, como decíamos antes, con un determinado objetivo.
-¿Cuáles con las reacciones de los chicos frente a un libro, por ejemplo, como Vida de un lápiz?
-Trabajo en mi casa y se lo mostré a mi hija. Se quedó mirándolo mucho tiempo, me hizo un montón de preguntas. No lo rechazó aunque desde cierta perspectiva se podría pensar que es no es un libro para chicos. Por eso estoy contento con los editores de Limonero que confiaron en él.
-¿Cómo trabajaste con la ilustración? ¿Nació el texto y luego el dibujo o fue algo conjunto?
– Es un texto que escribí hace mucho tiempo, unos diez años atrás. Ya no recuerdo qué lo motivó. Creo que fue un texto sobre una guitarra que pasaba de mano en mano. A mí, en general, las ideas se me ocurren leyendo. Me interesan muchos los procedimientos, los formatos que permiten guiar la imaginación por ciertos lugares. Entonces, la idea de un objeto que pasa de mano en mano, que no es original mía, sino que se encuentra en muchos textos, me pareció productiva y se me ocurrió que si, además, el objeto era un lápiz, eso me permitía pensar en un libro ilustrado donde el lápiz hablara a través de los dibujos. Lo escribí relativamente rápido y a lo largo del tiempo lo fui releyendo y cambiando un poco y pasó por muchas manos.
-¿Hubo muchos cambios desde que lo escribiste hasta que se publicó?
-En principio tenía la idea de que fuera un libro más largo en el que hubiera secuencias más extensas narradas con imágenes, que la ilustración se tomara más tiempo para contar. Incluso pensé que no fuera un libro álbum, sino que tuviera más páginas, que fuera una especie de mini novela. Siempre es difícil la alianza con un ilustrador y llegar a una editorial si te asociaste primero con un dibujante. Estaba entusiasmado con la idea de hacer unos bocetos con alguien para mostrarlo porque me parecía que sin dibujos los editores no iban a lograr visualizarlo. Lo tomaron diversos ilustradores que por distintas circunstancias no quedaron y, finalmente, me conocí con Martina (Trach), le conté del proyecto, ella se entusiasmó, empezó a hacer algunos dibujos. Los dos estábamos en contacto con Limonero porque ella también había hecho un libro con esta editorial. Les mostramos el libro a los editores, se interesaron y, finalmente, salió. El trabajo con Martina fue muy rico, intercambiábamos un montón de referencias. Los editores trabajaron y se involucraron mucho y eso me puso muy contento.
–Vida de un lápiz escapa a otra convención de los libros infantiles que es el color. Es un libro en blanco y negro.
-Es cierto. Hay solo unos pequeños detalles de color que están sugeridos en un fuego, el lápiz aparece coloreado y hay algunas líneas de color, pero nada más. Incluso el libro no es infantil en el trazo. Me interesa mucho cómo va a ser su circulación. Creo que es un libro que puede invitar a escribir, a imaginar historias similares.
-Me parece que tus libros, tanto Vida de un lápiz como Las interrupciones (Fondo de Cultura Económica) tienen algo del procedimiento de la narración popular que trabaja mucho con la circularidad, las historias que siempre vuelven a empezar, como la del Cuento de la buena pipa ¿Es así?
-Creo que lo que tienen es algo metaliterario, algo que está hablando del propio libro, de la propia hechura de la historia. En Vida de un lápiz al final te das cuenta de que el autor estaba escribiendo la historia con el lápiz del que habla en la historia que cuenta. Todo lo que uno vio y leyó podría haber sido inventado por él. No queda muy claro. Me interesa lo que decís porque yo no había pensado lo de las narraciones populares, pero por mi trabajo he hecho muchísimas adaptaciones de cuentos populares y es una literatura que me atrae un montón. Incluso una de las últimas adaptaciones que hice fue de cuentos populares italianos, esos que tenía compilados Ítalo Calvino.
–Justamente, leí que a vos te interesaban los autores de Oulipo (siglas de “Ouvroir de littérature potentielle” (Taller de literatura potencial) donde estaba Calvino. Oulipo trabaja a partir de restricciones para poder crear textos. Por ejemplo, Perec escribió La desaparición una novela en lo que desaparece es la letra “e”, la más frecuente en francés. La literatura popular trabaja mucho con la restricción.
-Sí, es cierto. Las interrupciones (Fondo de Cultura Económica) y La suerte del escritor (Galería) son otros libros míos en que también aparece este tipo de procedimiento. De alguna manera, La suerte del escritor es una especie de continuación de Las interrupciones porque es la historia de un escritor que, por distintos motivos, no puede escribir.
– Calvino también juega con ese tipo de procedimiento. Si una noche de invierno un viajero es una novela que no comienza nunca o que tiene diversos comienzos que no se desarrollan. Y ese también es un procedimiento de la literatura popular.
-Sí. Calvino era muy lúdico. Ese tipo de procedimiento también es una forma de memorización porque la literatura popular es transmitida de forma oral y las estructuras que se repiten permiten recordar mejor del mismo modo que la rima. Tengo varios libros de ese tipo y cuando doy talleres de escritura –en estos días estuve dando unos talleres para adultos para orientar la escritura hacia la infancia- básicamente doy procedimientos. Mucha gente dice que no tiene imaginación para escribir y la verdad es que a la imaginación hay que darle una mano. Si pido que alguien escriba un cuento de la nada, posiblemente no le salga nada, pero si le pido un cuento que tenga que responder a determinadas reglas, usar o dejar de usar ciertas palabras o letras, la imaginación ya empieza a trabajar en determinada dirección. A los chicos eso les gusta porque les permite jugar con ese formato y reproducirlo.
-Siempre se habla de la soledad del escritor. En tu caso, aunque hayas escrito en soledad el texto de Vida de un lápiz, la forma definitiva la adquirió trabajando de a dos con la ilustradora. ¿Cómo es el trabajo a dúo sobre un texto?
-Hubo cosas del relato verbal que no hizo falta que estuvieran. Eso es lo que tiene el trabajo en un libro álbum, el texto y la imagen se tienen que complementar muy bien y entonces puede sobrar una palabra o una frase si ya la estás viendo con el dibujo. A veces te da pena porque la frase te gusta. Hubo un párrafo que saqué que es el que marca la arquitecta durante su viaje en avión con el lápiz de la historia. Era un párrafo de un poema de Wislawa Szymborska que habla de las casualidades y del destino, que son cosas de las que habla también mi libro. Fue una decisión conversada con los editores que decían que era un poco redundante, que remarcaba algo que el libro ya estaba contando por sí mismo. Lo sentí, porque es una poeta que me gusta mucho, pero entendí que era una buena decisión.
-A la gente que escribe suelen gustarle los objetos de librería. ¿Vos tenés una relación particular con los lápices?
-Me gustan mucho las libretas. Las compro y digo que voy a escribir tal o cual texto y finalmente termino escribiendo cualquier cosa, arrancando hojas porque tengo una letra pésima. Con los lápices y las lapiceras tengo una relación fetichista. Últimamente me da por escribir con lapicera con pluma porque me gusta el trazo. Es muy diferente escribir a mano que en la computadora. Y escribir con lápiz es distinto de escribir con lapicera, te mete en otra temporalidad, acompañás las ideas de otra manera porque la mano y la cabeza arman otro circuito.