Multifacético, Miguel Ángel Diani, reparte su tiempo entre la gestión al frente de Argentores y la dramaturgia. Pero su incursión en ella no fue directa, porque entró al mundo teatral a través de la actuación y fue guionista de exitosos programas de televisión. Autor de varios libros, presentó hace unos días Elefantes y otros textos teatrales.
Dice de las piezas allí reunidas Luis Sáez en el prólogo: “(…) los protagonistas de estas piezas están hechos ante todo de algo que los hace muy humanos aun en su crueldad: son víctimas y victimarios según cuadre la situación, carne de cañón que ya la escupió como descarte, devenidos engendros de corazones mutilados destinados a repartir entre sus víctimas propiciatorias las mismas calamidades que los han reducido a su propia degradación.”
El niño de la habitación azul, una de las obras que lo componen además de Elefantes, Mordedores, El extraño caso del señor Oruga y Casi millonarios, se estrenó hace pocos días en el Teatro del Pueblo con dirección de Enrique Dacal.
-¿Cómo fue tu entrada en el mundo de la dramaturgia?
-Comencé a meterme en el tema del arte y de la cultura a través de la actuación. Luego comencé a escribir cosas que hacía para teatro que eran monólogos, lo que ahora se llama stand up. Luego, a partir de los textos teatrales que escribía incursioné en la televisión como guionista y fue dejando la actuación. Hice programas como Son de diez, Aprender a volar, Detective de señoras, La nena, Vivo con un fantasma…Luego me dediqué más a la gestión y al teatro.
-¿En qué consistía esa gestión?
– En 2004 comencé a hacer gestión por cobro de derechos en la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores). Hoy hace 9 años que soy presidente de esa institución. Es mi tercer mandato y, paralelamente estoy dedicado a escribir teatro. Este es mi tercer libro. Siempre consideré que la obra de un guionista o un de un dramaturgo finalizaba cuando se transformaba en espectáculo. Pero la pandemia me hizo cambiar de opinión. Uno siempre tiene ganas de compartir con amigos lo que escribe, y por eso decidí publicarlo y presentarlo. Lo presenté el 22 de este mes en Argentores. Lo publiqué a través de editorial El Zócalo, que es una editora chica que me gusta mucho como trabaja porque hace libros amigables con la lectura. Quien está acostumbrado a hacer teatro se va a encontrar muy cómodo y a quien no esté acostumbrado le va a facilitar la lectura. El prólogo es de Luis Saéz y Cristina Escofet, la contratapa. El arte de tapa es de Markus Conejeros, un artista plástico joven que hizo un trabajo hermoso. Recientemente estrenamos en el Teatro del Pueblo una de las obras de teatro que se llama El chico de la habitación azul. Está dirigida por Enrique Dacal y cuenta con la actuación de Amancay Espíndola, Hugo Men y Gabriel Nicola.
-¿Tu estética tiene que ver con el humor negro y el teatro de la crueldad?
-Mi estética tiene que ver con la formación que tuve como actor. Siempre me gustó el trabajo de Beckett, Ionesco, Kafka y Fernando Arrabal, entre otros. También el grotesco argentino desde Discépolo a autores como Tito Cossa y Ricardo Talesnik. Uno se va formando, va leyendo y eso luego se cuela en la obra. Eso le pasa a los músicos, los plásticos, a los artistas en general. Quizá cuando uno escribe no es tan consciente de eso, pero luego de que lo escribe puede ver que tiene algo de otros autores que a uno le gustan.
-¿Cómo es tu proceso creativo?
-Para mí hay dos ítems fundamentales. Uno es el armado de los personajes, la estructura, y otro es pintar lo intrafamiliar porque soy un convencido de que dentro de la familia está todo, está el horror y el amor más profundo. Cuando indagas en los vínculos familiares estás indagando también en lo que pasa en una sociedad, con un país. Estos personajes que se vinculan dentro de la familia están atravesados por una realidad social, una realidad política. Esto pasa en El chico de la habitación azul. En una obra que se llama Casi millonarios, con personajes entre disparatados y crueles planteo una familia clase media transformada en gente border, que anda por la vida con su mucama que le quedó de una buena época. Alguien les hizo creer que podían ser algo superior y cuando les bajaron el pulgar, todo lo que habían adquirido lo arrastran por la vida como seres desahuciados. Pero siempre escribo con mucho humor porque creo que el humor es una llave para ingresar. Es humor negro, por momentos humor satírico, pero todas mis piezas tienen mucho humor para tratar lo social, lo político, las relaciones intrafamiliares.
-¿De dónde surgen las obras?
-Una obra pueda surgir de una canción o de un graffiti callejero, con un comentario que me hizo alguien. A partir de ahí empiezo a armar un primer personaje o tal vez dos, un diálogo, una situación coloquial que se va transformando. Cuando escribo teatro no sé qué voy a escribir, porque nace de algo que me sucedió y que no sé en qué va a terminar. Yo sigo los lineamientos que me dan los personajes y por eso le doy mucha importancia a su estructura. El personaje empieza a hablarme, a contarme una historia, va apareciendo algo que quizá en algún momento se detiene. Entonces siento angustio porque me pregunto cómo sigue. Ahí aparece una etapa más intelectual en la que empiezo a analizar las 10, 12 o 15 páginas que escribí, a ver qué subtexto hay allí, porque siempre uno termina poniendo algo en los textos que lo que no es consciente. Interviene entonces la parte técnica, como dramaturgo uno le empieza a darle una forma. Los personajes vuelven a hablarme y volvemos al estado de comunión. Recién cuando estoy en más de la mitad del texto empiezo a ver la punta del ovillo de lo que realmente quiero contar. A veces me pasa que no encuentro el camino y entonces dejo dormir el material. Me ha pasado de retomarlo luego de un año y pico y descubrir recién entonces qué es lo que estaba escribiendo. Me gusta esa forma de trabajo que es muy distinta al trabajo de guionista. La televisión y el cine tienen otra impronta y genera responsabilidades con otras personas que también tienen que ver con el producto y entonces hay otros tiempos. El teatro me da otra libertad. Escribo solo por lo que no tengo que rendirle cuentas a nadie. Escribo en mi celular, de modo que puedo ir en un tren o en un avión y escribir. También es importante la mirada del otro, de dramaturgos que uno conoce y respeta. Si uno muestra lo que escribe, tiene que estar abierto a lo que le digan, dispuesto a que le peguen porque eso sirve, suma. Tal vez uno considere que lo que le señalan no es el camino y que se queda con lo que puso. Pero también puede suceder que las observaciones a uno le sirvan y disparen el material hacia otro lado que quizá sea mejor de lo que hubiera sido si no lo hubiera mostrado.
-¿Cómo es ver una obra tuya sobre el escenario?
-Con El chico de la habitación azul estoy muy contento como dramaturgo. Como presidente de Argentores quiero expresar mi alegría por la aprobación de la prórroga del plazo de las asignaciones específicas para la cultura. Si no hubiera pasado eso, estaríamos muy complicados porque esos son recursos directos que van hacia el Instituto Nacional del Teatro, hacia el INCAA, las bibliotecas populares la radio y la televisión públicas. Creo que los diputados votaron a favor entendieron que la cultura no es un gasto, sino una inversión que permite que comience a moverse una rueda que es totalmente positiva y virtuosa.
El chico de la habitación azul puede verse los sábados a las 17 en el Teatro del Pueblo, Lavalle 3636.