La mirada, siempre al sesgo, parece constituir uno de los rasgos distintivos de Mercedes Halfon. En 2017 deslumbró con El trabajo de los ojos (Entropía) en la que la narración se construía a partir de una mirada estrábica –en su sentido más literal- sobre el mundo. En su último libro, Diario pinchado (también de Entropía) el procedimiento es similar. En este caso, hay una mirada extranjera, extrañada, que le permite a la protagonista mirar su propia relación de una manera distinta.
Halfon se mete en la tradición del diario escrito durante una beca que se le concede a un escritor precisamente para escribir, pero solo que en su caso, hay un desplazamiento: la becaria no es ella, sino su novio.
Tal como dice Alan Pauls en la contratapa, “De novia esperada, ansiosa, entusiasta, la diarista pasa pronto, muy pronto, a ser una insistencia, un lastre y, por fin, una especie de apéndice malhumorado que el novio, demasiado absorto en sus cositas de poeta, deja suelto en Berlín, sin intuir el error que comete.”
En esta nota, Halfon dialoga con Tiempo Argentino acerca de su último trabajo.
-Que un libro se autodeclare como “diario” desde la tapa lleva al lector a suponer que el narrador de la historia y el autor o autora son la misma persona. Sin embargo, podría tratarse perfectamente de una ficción. ¿Hubo algún interés especial de tu parte en esa ambigüedad?
-Claro, que la palabra diario aparezca en el título y que el texto esté estructurado como tal, puede generar la confusión de que se trata de un registro autobiográfico. Pero no lo es. Hice un viaje en 2015 a Berlín donde llevé un diario y algunos episodios están tomados de ahí, sobre todo los paseos por la ciudad, las visitas a los museos y los teatros. Después pasó el tiempo, me olvidé de muchas cosas, tuve que investigar o recurrir a amigos que vivían allá. Introduje otros elementos de los que me interesaba escribir, como la separación de una pareja joven, la sensación de estar perdido en una ciudad, ser extranjero y no comprender el idioma, algunas reflexiones en torno a la poesía y más cosas. Me interesaba el género diario de viaje, que me permitía un tono menor, íntimo, estar pegado a la voz de alguien sin tener noción de lo que ocurre por fuera de ese personaje, son palabras como dichas en voz baja. Estás leyendo lo que alguien percibió en un momento determinado, con días y horas puntuales, lo que se piensa en la madrugada probablemente sea descartado a la mañana siguiente, pero en un diario queda plasmado así, como un registro de sensaciones y estados de cierta ambigüedad o confusión.
-En tu diario hay ciertos paralelismos que hacen pensar en una ficción. Me refiero, por ejemplo, al “pinchado” de título y al colchón “pinchado”sobre el que duermen la narradora y y su novio. Por otro lado, no está escrito por una becaria sino por la novia de un becario. Desde un principio se plantea como un lugar modesto de observación. ¿Por qué te interesaba ese punto de vista?
-En general me atraen los relatos laterales, los personajes secundarios, los decorados antes que las figuras. Hay una reserva de autenticidad ahí, en lo que no estaba preparado para ser iluminado. Y esto es un poco o que le pasa a la narradora. Está rodeada de poetas premiados, remunerados y ella se siente un poco acomplejada con el entorno. En ese momento ella no está escribiendo poesía, lo que está escribiendo es su diario, que es una escritura sin valor agregado, que se escribe para no ser vista, es más como un espacio de meditación o un compañero de aventuras. Sin embargo hay algunos momentos en que lo que ella vive, lo que experimenta en sus paseos por la ciudad o por el bosque, podría parecerse a la poesía. En el sentido de pensar la poesía como un recorrido marginal, apartado del gran relato, del gran mercado y de las luces de los protagonistas.
-Tu diario rompe con ese criterio tan arraigado de que un viaje necesariamente debe ser feliz, al punto que ser infeliz durante un viaje genera culpa. ¿Estaba esta idea en tu escritura o solo es una conclusión que puede sacar un lector?
-Creo que una de las cosas que más incómoda del diario es que la protagonista esté en Europa, pero no pueda pasarla bien. Dan como ganas de cachetearla, no? Pero al mismo tiempo, como vos decís, el disfrute muchas veces funciona como una imposición, un deber, más cuando se trata de algo tan codiciado y que cuesta tanto esfuerzo como un viaje largo. Eso está en el libro y a la vez no, porque lo único que sabemos es lo que le pasa a ella, que no es una muy buena turista. Hace poco hablaba con un amigo de que a nuestra generación de profesionales de clase media nos ocurrió que con nuestro trabajo nunca vamos a poder comprarnos una casa, pero sí vamos a poder conocer Europa. Es uno de los pocos logros materiales que nos están permitidos y resulta muy antipático no poder abrazarlo. Pero también es válido. Hay gente, como ella, a la que no le resulta tan fácil viajar.
-Me parece que estar sola en una ciudad que no es la propia genera una soledad muy profunda, sobre todo cuando uno está en una ciudad de la que no conoce el idioma. ¿La escritura en este caso es un terreno familiar en medio de lo extraño?
-Hay un gran extrañamiento con el que una ve cuando está de viaje, que es para mí una situación de por sí literaria, todo está un poco fuera de foco, es una estado muy interesante para escribir. Recuerdo una frase de Enrique Vila Matas que era algo así como Cuando uno viaja de a dos los extraños son los otros, en cambio cuando uno viaja solo, el extraño es uno. Lo que le pasa al personaje de Diario pinchado es que está con otro, viaja para estar con otro, pero igual no puede evitar sentirse extraña. En ese momento de desamparo aparece el diario, que como te decía antes funciona como un par, un compañero de viaje, donde ella puede volcar toda esa inadaptación y a la vez esa rareza que no puede evitar ver en todos lados.
-En tu texto decís que siempre se escribe para alguien. ¿Para quién ese escribe en el caso de tu diario?
-El texto está escrito en bastantes tramos en segunda persona. No es una marca muy notable, pero gran parte del discurso está apuntando en una dirección. Ella le escribe, obviamente, a su pareja, con quien no está pudiendo tener un dialogo fluido por vía directa. En ese sentido hay una suerte de trama epistolar, de la que sabemos solo una mitad, la de ella. Esto se vincula también con una de las acepciones del adjetivo “pinchado” del título. Porque por un lado se trata de un diario –o la ficción de un diario– pero al mismo tiempo está intervenido, abierto, lo podemos leer.
-¿El viaje que narras es un viaje de revelación? Quiero decir que puesta en otro contexto –ya se trate de algo real o no- la relación reveló lo que no había revelado antes?
-El viaje que se narra es más de transición que de revelación. Ella está demasiado aturdida por la extranjería, por el derrumbe de la relación, como para tener la holgura necesaria para que sobrevenga una revelación. Sí hay pequeños momentos de sorpresa o algunas certezas que van llegando hacia el final, pero creo que este diario es la preparación para que si tiene que ocurrir algo así, ocurra al finalizar el libro. Probablemente cuando el personaje se quede solo y ya nadie lo narre, llegue esa epifanía.
-¿Que alguien se haya incorporado a otra lengua como el alemán de la que la protagonista queda excluida es una de las formas del desencuentro? ¿Un desencuentro es, precisamente, hablar lenguas distintas? El becario parece haber optado por otra lengua que no era la lengua común que manejaba con su novia.
-Creo que todas las familias, las parejas y los grupos de amigos tienen hacia adentro un lenguaje común. Es lógico construir un repertorio que acerque sentidos entre los que se tienen confianza. Un léxico familiar, como escribió Natalia Ginzburg. Esos usos específicos son de las cosas más hermosas que tiene el lenguaje. Pero muchas veces cuando estos vínculos empiezan a fallar es porque este lenguaje se vuelve opaco, se contamina de unos sentidos que ya no permiten la comunicación plena. Todo está cargado de un lastre, como un subtitulado por debajo de lo que se dice, que no permite la comprensión mutua. Eso es un poco lo que le pasa a la pareja del libro. Ya no están de acuerdo en las palabras, lo que significan para cada uno y se impone un silencio que ya no se puede romper.
-¿El desamor es una forma de la extranjería?
-Puede ser, no lo había pensado. Eso es algo que pasa con la literatura, porque los textos están vivos, están de algún modo inacabados, vuelven lecturas que dicen algo que quien escribe no había pensado, van tomando nuevas formas en la lectura y eso es algo que no se puede predecir.