El autor de Invierno sueco. El último viaje de René Descartes viajó durante 10 años por los mismos lugares que el filósofo y lo plasmó en una extensa novela en la que éste habla en primera persona. En esta nota, la relación entre el pensamiento cartesiano y el psicoanálisis y también un dato curioso: los artículos que Juan Domingo Perón firmó con el nombre del autor de El discurso del método.
El resultado de estos viajes y de la fascinación por la figura del filósofo nacido en La Haye, Francia, en 1596 y muerto en febrero de 1650 en Estocolmo, Suecia, fue Invierno sueco. El último viaje de René Descartes, que comienza en 1649, un año antes de su muerte.
Su autor es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y estudió Historia de la Filosofía como posgrado en la misma universidad. Además de escritor es también fotógrafo, técnico químico y un estudioso del psicoanálisis, la historia y la política.
-¿Por qué elegir la ficción para hablar de un filósofo?
– Descartes me llevó a la ficción. Me pareció que la mejor manera de hablar del filósofo de la subjetividad era ponerme en su cabeza y que fuera él el que narre su historia. La perspectiva de la ficción, además, me ayudaba a descubrir un Descartes distinto del que se enseña actualmente en las escuelas y en las universidades. Hubo una convergencia entre el tipo de discurso que elegí y lo que quería decir acerca de él.
-¿Cuál es la diferencia de tu enfoque?
-Que yo quise contar cómo Descartes se convirtió en Descartes, mientras que en las escuelas y universidades hablan de Descartes como si fuera un personaje de cartón y yo fui descubriendo un personaje muy apasionante, muy distinto del que a uno le recitan habitualmente. Me pareció que el género novela era la mejor forma de transmitir eso distinto que estaba descubriendo, de acercarme al ser humano, a los conflictos de su vida, de acercarme a lo que fue después.
-¿Y cómo sintetizarías ese proceso de transformación?
-Creo que primero fue viajero y después filósofo. En un principio utilizó todos los conocimientos que le habían transmitido en el colegio jesuita donde estudió 10 años. Como decía Lacan, saber hay de sobra con los jesuitas, de modo que él tenía muchos saberes, pero se sentía un ignorante. Luego, como dice el propio Descartes, quiso dejar atrás el mundo de las letras para leer en el libro del mundo. Eso lo cuenta en El discurso del método. Empezó a viajar y luego dijo tampoco esto me sirve para encontrar la verdad que yo busco, por lo que voy a empezar a investigarme a mí mismo. Todo eso me pareció muy novelesco.
-¿Qué hay de ficción y qué hay de “verdad”, una palabra tan equívoca, en ese Descartes que construís en la novela?
-Yo creo en la verdad o, por lo menos, en la búsqueda de la verdad que es lo que orientó a Descartes. La narración de Invierno sueco trata de ser lo más verdadera posible. Aristóteles en su Poética y también Lacan dicen que la ficción te acerca más a la verdad que el querer atrapar la verdad de forma directa.
-Lacan dice que la verdad tiene estructura de ficción.
-Exactamente, esa es la frase.
–Leí que vos asocias la teoría de Descartes a Freud. Yo pensaba lo contrario, que pretender explicar el mundo a través de la racionalidad, como Descartes, era lo opuesto a Freud, en la medida en que aun en la racionalidad estamos gobernados por las fuerzas del inconsciente. Pero el propio Lacan sostiene lo que vos decís. ¿Podrías explicar por qué Descartes sería algo así como un freudiano antes de tiempo?
-Creo que el Descartes que vos señalas, el racionalista, no tiene que ver realmente con su pensamiento aunque se lo llame “el padre del racionalismo”. Para difundir ciertas verdades que él encontró utiliza el discurso racional, pero su descubrimiento en sí está fuera del ámbito de lo racional
-¿Por el hecho de que se basa en tres sueños que tuvo?
-Primero por los sueños. Decir que alguien que encuentra su camino en tres sueños que son una especie de revelación mística es el padre del racionalismo suena contradictorio. También a Parménides se lo considera como el padre de la Razón occidental. Pero hay un trabajo del filósofo inglés Peter Kingsley que hace toda una investigación que se basa en parte en unos descubrimientos arqueológicos de mediados del siglo pasado. El muestra que Parménides era un sacerdote, que muchos de los presocráticos eran sacerdotes místicos que tenían sus sectas. Creo que el tema es mucho más interesante y complejo de lo que supone cierta visión reduccionista. Además de basarse en sueños, en el mismo Discurso del método Descartes ataca al silogismo. Dice a mí la lógica no me permite aprender nada nuevo. Sí me sirve para explicar lo que ya descubrí por otros medios. Y el proceso del cogito cartesiano (“pienso, luego existo”), tampoco es un silogismo. Llega al cogito por las reglas del método que están antes que el cogito. La primera regla del método es, simplemente, no aceptar por verdadero nada que no sea claro y distinto al espíritu. Pero esta evidencia es intuitiva, no lógica. Por ejemplo, para mí es claro y distinto que en este momento estoy hablando con vos por teléfono. Pero que yo suponga que vos estás en tal o cual parte de Buenos Aires, eso ya es una especulación, no es algo claro y distinto.
-¿Y el espíritu conlleva algo más que la razón?
-La razón es otra cosa, no juega ahí. Del mismo modo, cuando Freud está ante un sueño no sabe qué hay en él. Como dice Lacan, parte de una duda. Y es la duda la que lleva a la certeza. Freud dice que algo le está revelando ese sueño, y la duda de no saber qué es implica que detrás de ese sueño hay algo que hay que descubrir. Poner todo en duda por la regla del método, desde los sentidos a la matemática y Dios, lleva a Descartes a entender que si él duda de todo es porque alguien está dudando. Para dudar tengo que existir. Existir es la premisa fundamental del hecho de poder pensar algo. El no hace una deducción silogística, no hace una construcción. Ahí hay otra dimensión que no es la racional y ese es la línea de contacto que después Lacan encuentra entre Descartes y Freud.
-Supongo que la novela te llevó mucho tiempo de investigación y de escritura. Quizá más de investigación que de escritura. ¿Cómo fue ese proceso?
-Sí, exactamente, me llevó más de investigación que de escritura. Primero comencé a seguir los rastros de Descartes, a juntar material. Fue un proyecto que me fue apasionando cada vez más. Trabajé con traductores del alemán, del sueco, del holandés, del francés. De inglés no porque lo leo directamente. Fui armando un equipo de gente que se fue entusiasmando y que incluso hacía más de lo que le pedía. Se fue generando algo que tenía su propia vida. En los viajes a Suecia, a Francia, a Holanda conseguía mucho material en esos idiomas y a partir de eso se hicieron las traducciones y los resúmenes. Es decir que hubo dos tipos de trabajo: uno que era de escritorio y otro que era recorrer los lugares por los que anduvo Descartes.
-¿Por qué te parecía importante estar en los lugares en que estuvo él?
-Para ver, respirar, oler, vivenciar más allá de lo que podía leer en las biografías que hay muchas, algunas de investigadores muy eruditos. Trabajé también con ese material, pero no es lo mismo el texto frío que estar en esos lugares. La estructura básica de la novela la tuve en forma temprana. Trabajé mucho estructuras dramáticas como el camino del héroe. El psicoanálisis también jugó del lado de Descartes. El psicoanálisis es el lugar donde uno pone en cuestión las certezas de su propia vida, llega a una especie de duda y a partir de ella reconstruye algo distinto. De alguna forma es el mismo proceso que hizo él. Mi vida personal se fue mezclando con la suya, con la época. Su legado es hijo de una época de gran crisis, del derrumbe definitivo de las certezas de la Iglesia.
-Su vida está atravesada por la Guerra de los Treinta Años, ¿no es así?
-Sí, es una guerra de religión donde el odio entre el bando protestante y el católico, ambos cristianos, fue un odio a muerte. Se mataban en masa. Esa misma guerra se fue mezclando con intereses económicos y políticos y fue un berenjenal absoluto. Y en medio de ese caos surge alguien que se plantea cómo encontrar una certeza en medio de todo esto. Para algunos el papa era el Anticristo, el cristianismo que era la esencia del pensamiento medieval estaba totalmente dividido. En la propia familia de Descartes que había vivido las guerras de religión en Francia el siglo anterior los miembros estaban divididos. De un lado eran protestantes y, del otro, católicos. Es evidente que el clima de angustia y escepticismo de la época lo lleva a él a la búsqueda de la verdad. A mí me apasionó porque creo que tiene mucho que ver con nuestra época.
-¿En la época de la posverdad Descartes vendría a recordarnos que la verdad es posible o que por lo menos es posible dirigirnos hacia ella?
-Sí. Hoy muchos dicen alegremente que no hay verdad, pero no se puede vivir sin buscar por lo menos algo cierto. Esa afirmación es una impostura, porque decir que no hay una verdad es la afirmación de una supuesta verdad. El espíritu humano, como diría Descartes, o el pensamiento humano no puede descartar el tema de la verdad como si no existiese.
-¿Perón firmaba algunos textos como Descartes? ¿Cómo era eso?
-Sí, esto fue en el año 1951, en el marco de la campaña electoral para la reelección. Perón publica una serie de análisis estratégicos de la situación mundial muy interesantes en el diario Crítica. Esos artículos los firmaba como Descartes. Eso es el hecho y luego están las interpretaciones. Una de ellas es que como Descartes era el Señor de Perron, es decir que tenía el señorío sobre unas tierras que también visité en mis viajes. La familia de Descartes era de la baja nobleza y tenía tierras ahí. Hoy son unas chacras turísticas. Entonces dicen que Perón decía que si Descartes firmaba como Perron, es decir como Perón pero con dos erres, por qué él no podía firmar como Descartes. En lo personal creo que la cosa es más profunda. Perón tenía un costado de filósofo. Incluso organizó el Primer Congreso Mundial de Filosofía en Argentina en el año 49 y lo cerró con un discurso que luego se conoció como La comunidad organizada. Es decir que tenía un sesgo filosófico importante. Desde el punto de vista filosófico creo que el peronismo tiene algo que justifica que Perón haya firmado como Descartes porque cuando dice que “la única verdad es la realidad” hay que preguntarse qué es la realidad.
-¿No es una enunciación falaz? La realidad no es algo que está fuera de uno y es para todos igual, es también una construcción. Nietzche dice “no hay hechos, hay interpretaciones”.
-Justamente, como la realidad es un enigma -esta es una interpretación mía- se capta a través de la intuición. Para mí lo que hizo el peronismo es lo mismo que se daba en la discusión que Descartes sostenía con los escolásticos: argumentaban largamente en un sentido y en otro. Luego Kant va a poner dos discursos que afirman cosas diferentes y ambos son irrebatibles. Cuando Perón dice que la única verdad es la realidad está reconociendo ese límite, esa la imposibilidad. Lo que en verdad está diciendo es que la verdad es lo que yo puedo captar de la realidad y no hay forma de demostrarlo discursivamente. Creo que en ese punto es muy cartesiano.
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