Marx ha vuelto para limpiar su nombre

Por: Mónica López Ocón

La editorial El cuenco de plata acaba de publicar "Marx en el Soho" de Howard Zinn, el monólogo teatral que trae al autor de El Capital nuevamente a la vida y que pudo verse también en Argentina. Un imperdible prefacio del autor revela su relación visceral relación con los textos de Marx que, en su adolescencia y juventud leía como si fueran una narración y análisis de su propia vida.

Si algo ha caracterizado a lo que se ha dado en llamar posmodernidad es su carácter apocalíptico. Al anunciar la muerte de las grandes utopías del siglo XX y de los grandes pensadores que le dieron sustento. Marx, sin duda, es uno de los primeros que ha caído en la volteada. Sin embargo, el historiador, docente, profesor, dramaturgo y activista norteamericano Howard Zinn logró regresarlo a la vida rescatándolo de las garras de la burocracia intelectual con una obra que se estrenó en 1995, Marx en el Soho y cuyo texto hoy publica en español, con traducción de Pablo Ingberg, la editorial El cuenco de Plata, cuyo catálogo responde a un excelente proyecto editorial.

 Zinn nació en 1922 en Nueva York en 1924 y murió en Santa Mónica en 2010. Fue autor de diversos títulos y recibió múltiples premios. En Marx en el Soho logra que Marx se sacuda el bronce en que fue inmortalizado para volverse inaccesible y acorte la distancia que lo separa de quienes no son especialistas en él, para volverlo un hombre de carne y hueso, que amó, sufrió, dudó y escribió una obra vital que quisieron transformar en pieza de museo. 

El estreno de Marx en el Soho en 1995 fue en el Church Street Theater de Washington, D.C. Según se indica en la edición de El cuenco de Plata, en 1996 se representó en el Carleton College y en la Mankato State University de Minnesota. El Broadway Arts Center de Asheville puso en escena Marx en el Soho en 1997. Se realizó una lectura pública de la obra en la Boston University de Massachusets Todos también se puso en escena en Argentina en los años 2009, 2013 y 2016 con la dirección de Manuel Callau y la actuación de Carlos Weber. 

Marx irrumpe en escena e interpela al público: “Han sido muy amables en venir. No se dejaron disuadir por todos esos idiotas que dicen: ´Marx ha muerto. Bueno, estoy …y no estoy. Ahí tienen dialéctica. Tal vez se preguntan cómo llegué acá: transporte público. No esperaba regresar acá…Quería regresar al Soho. Ahí es donde vivía en Londres. Pero…un lío burocrático. Aquí estoy, en el Soho de Nueva York. Bueno, siempre quise visitar Nueva York. ¿Por qué he regresado? ¡Para limpiar mi nombre! He estado leyendo los periódicos de ustedes. ¡Todos proclaman que mis ideas están muertas! No es nada nuevo Estos payasos llevan más de cien años diciendo es. ¿No se preguntan por qué es necesario declararme muerto una y otra vez´?” 

El error burocrático que lo depositó en el Soho de Nueva York le permite hablar desde el corazón mismo del capitalismo mientras el autor de la obra despliega un texto visceral que sin duda figurará siempre entre lo mejor del teatro político. Pero tan importante como el texto, que ya conoce parte del público argentino, es el prefacio de Howard Zinn en el que habla de su relación con los textos de Marx, una relación que no tiene que ver con una mera elección intelectual, sino vital. No lee a Marx porque es un intelectual, sino porque Marx le habla de su propia vida del mismo modo que antes lo había hecho Charles Dickens, un escritor que se ocupó de explorar el lado oculto de la Revolución Industrial y a denunciar la temprana explotación a que eran sometidos los niños en las fábricas. 

No es frecuente abordar a un monstruo de la Filosofía desde sus costados más cotidianos, leerlo buscando en él una identificación y una mayor comprensión de la vida propia como lo hace Zinn tanto en su obra como en el Prefacio, que constituye una pieza imperdible no sólo porque muestra una parte de su propia vida, sino porque al contar las circunstancias en que leyó a Marx y el efecto que sus libros produjeron en él, deja entrever otros tipos posibles de lectura más cercanas y no menos inteligentes que la lectura académica.

 Quizá sin saberlo Zinn muestra que la Filosofía puede ayudar a entender la existencia no sólo en su sentido  abstracto, sino en sus dificultades cotidianas. El autor de Marx en el Soho cuenta: “Leí por primera vez el Manifiesto comunista –me lo dieron, estoy seguro, jóvenes comunistas que vivían en mi barrio de clase obrera- cuando yo tenía alrededor de diecisiete años. Tuvo un efecto profundo en mí, porque me pareció que todo lo que veía en mi propia vida, la vida de mis padres y las condiciones en que se encontraban los Estados Unidos en 1939 estaba allí explicado, ubicado en un contexto histórico y puesto bajo una luz analítica potente. Yo veía que mi padre, un inmigrante judío de Austria, con estudios apenas hasta cuarto grado, trabajaba muy, muy duro, pero apenas si podía sostener a su esposa y sus cuatro hijos. Veía que mi madre trabajaba día y noche para asegurarse de que estuviéramos alimentados, vestidos y atendidos cuando nos enfermábamos. Sus vidas eran una interminable lucha por sobrevivir. Sabía también que había gente en la nación que poseía riquezas pasmosas y que sin ninguna duda no trabajaba tan duro como mis padres. El sistema no era justo.” 

Zinn continúa explicando el origen de su indignación contra la injusticia que se encendió de manera más consciente al leer a Dickens a los 13 años y que regresó al leer La uvas de la ira de John Steinbeck en 1939. Esta vez, su blanco era más preciso. Estaba dirigida a “los ricos y poderosos del país”. 

Lo que sigue es su recorrido por la obra de Marx, un recorrido entremezclado con su propia experiencia como obrero, ya que a los 18 años fue a trabajar como aprendiz ensamblador a un astillero de Brooklyn, aunque aclara “yo ya tenía conciencia de clase”. Destaca que escribió la obra en un momento en que la caída de la Unión Soviética “producía una exaltación casi universal en la prensa dominante y entre los jefes políticos: no sólo había desaparecido ´el enemigo´ sino que las ideas del marxismo estaban desacreditadas. El capitalismo y el marcado libre habían triunfado. El marxismo había fracasado. Marx estaba muerto de verdad.” Por eso, le pareció importante dejar en claro que ni la Unión Soviética ni otros países que se autodenominaban marxistas representaban la noción de socialismo de Mar.

 En la obra tanto como en el prólogo, Zinn muestra a Marx en su costado más humano y en los sufrimientos que padeció, como el exilio y la muerte de tres de sus hijos. Aclara que los parlamentos de Marx es el Soho son creados por él, pero que ha sido fiel a la ideología de Marx y de los demás personajes que se mencionan en la obra. También son fieles a verdad biográfica los hechos de la vida privada de Marx que se mencionan en la obra como su casamiento con Jenny, la predilección por su hija Eleanor, su condición de periodista, la estrechez económica de su exilio londinense… En un mundo en el que la mercancía ha superado los niveles de fetichismo que había señalado Marx, Zinn vuelve a traerlo a la vida no sólo para iluminar la época en que le tocó vivir, “sino también nuestra época y nuestro lugar en ella”.

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