En esta entrevista publicada por Tiempo Argentino en la víspera del último cumpleaños de Ernesto Sabato, de cuya muerte hoy se cumplen diez años, su hijo habló sobre la obra, el recorrido político y la vida doméstica de uno de los autores más importantes de la literatura argentina.
En esta entrevista, publicada originalmente el 23 de junio de 2010, en la víspera del último cumpleaños del escritor, su hijo, el cineasta Mario Sabato, habla sobre su padre, por entonces ya retirado de la vida pública. La idea era hablar de su padre, no solo de los aspectos públicos de su figura, sino del hombre privado. Por supuesto, la nota está teñida por la inevitable subjetividad filial, pero en las respuestas de Mario también hay un retrato de Ernesto muy íntimo e intenso. Un retrato que es también el de una época.
La importancia de su obra, el trabajo realizado por la Conadep en la redacción del histórico Nunca Más, que forma parte del intenso recorrido político que realizó el escritor, y detalles de la vida doméstica fueron algunos de los temas abordados en aquella oportunidad. Al día siguiente Ernesto cumpliría 99 años y menos de un año más tarde llegaría su despedida. Como homenaje, hoy volvemos a publicar esta entrevista, que actualmente ya no se encontraba disponible en la web. A la memoria de Ernesto Sabato.
Entrevista a Mario Sabato
Mañana cumple años don Ernesto Sabato, el último nombre, el último hombre notable de una generación fundamental de la literatura argentina. Noventa y nueve, nada más. Ese hijo que entre los 11 hermanos (11 varones) de una familia de inmigrantes calabreses llegó a escribir alguno de los títulos más representativos de una época y alcanzó a convertirse en protagonista ineludible en las disputas literarias, estéticas, políticas de su tiempo. Hoy ya hace cuatro años que Ernesto Sabato mantiene una reclusión por cuestiones de salud, custodiado por sus nietos y su hijo, el director de cine Mario Sabato. El escritor y ensayista espera de que ese sea el escenario de sus aplacados pasos finales por el suelo de Santos Lugares, ese barrio que para él es urbi et orbi: el mundo entero.
Justamente Mario Sábato, autor del documental Ernesto Sabato, mi padre, estrenado en la Argentina hace muy pocos meses, se permite hablar del presente y las memorias de ese hombre que representa para él mucho más que uno de los únicos cuatro argentinos que han tenido el honor de recibir el Premio Cervantes de Literatura. El cineasta Mario habla de Ernesto, el escritor, desde su único lugar posible: el de hijo.
-¿Cómo se siente en esta relación con ese padre que ha marcado un camino tan importante y en el que usted a veces, por ahí, sigue siendo ya grande el hijo de Sabato?
-Es inevitable, pero estoy acostumbrado. Empezó a los 16 años, cuando mi padre comenzó a ser famoso, y he tenido medio siglo para ir acostumbrándome. En general es más problema para los demás, como para vos preguntarme a ver si todavía estoy molesto, cuando no me molesta en lo más mínimo. Estoy habituado, aunque tiene sus ventajas y sus desventajas, claro.
-¿Cuál sería la desventaja?
-La desventaja es que mi padre ha obtenido muchos enemigos en la vida y yo los heredé. Cosas que a veces no se atreven a decirle a mi padre me las suelen decir a mí, pero bueno. Mi padre siempre vivió, como diría… creo que fue Pirandello: “vivere intensamente”; y cuando la gente vive intensamente… bueno, en realidad la gente no sé. Pero en el caso de mi padre, ha tenido enormes méritos y también ha cometido enormes errores, como corresponde a los que no se quedan callados o a los que el mundo no les resulta indiferente. Así que ha tenido siempre enemigos y entre esos enemigos trato de discernir entre los que simplemente lo son por envidia, de aquellos que tienen algunas razones más ponderables para criticarlo.
-¿Cuál ha sido la influencia que como padre ha tenido ese hombre para ustedes?
-Por suerte su popularidad me ocurrió ya de adolescente, ¿no? Digamos, papá, si no me equivoco, público Sobre héroes y tumbas, que fue lo que lo erigió en uno de los referentes de la literatura, no sólo Argentina, en 1963. Y yo ya tenía entonces 18 años. Así que, es más fácil acostumbrarse. Y eran épocas de mayores pasiones: las antinomias que siempre existieron, en aquel caso se reflejaban por ejemplo en Borges o Sabato, que era una soberana estupidez, porque el que elegía a Sabato se perdía a Borges y el que elegía a Borges se perdía a Sabato, ¿no? Es mejor decir Borges y Sabato; o libros y alpargatas. Pero estaban las pasiones, que eran fuertes, y además la cultura era un ámbito de militancia. Estaban las disputas entre revistas literarias o sectores -yo participe ya de muy chiquito en El escarabajo de oro-. Una vez lo corrimos al Yaya Sebreli atravesando la avenida Corrientes, peligrosamente porque en aquel entonces todavía era doble mano, pero por motivos de posturas literarias e ideológicas… Es mejor esto de todas maneras que las peleas entre barrabravas, ¿no? Me parecen más razonables. Igual lo digo con humor y con nostalgia, pero también con melancolía, ¿no? Prefiero esas pasiones a otras. Prefiero en realidad las pasiones a las no pasiones.
-Está claro, pero ¿lo alcanzaron?
-No, no lo alcanzamos. Lamentablemente (risas).
-Y después de eso ¿han podido recomponer alguna relación en algún espacio que no fuera el de la corrida? ¿O siempre se mantuvieron a distancia?
-No, no, no. El otro día, en no sé dónde, leí algo de Sebrelli y reaccione con mucha antipatía. Entonces me pregunté ¿por qué tanta antipatía? Y estuve pensándolo, hasta que me acordé de esta historia. Pero bueno, qué se yo…
-La obra de su padre, tanto la literaria como la plástica, están cargadas de espacios muy ominosos, oscuros y tremendos. En la vida cotidiana ¿cómo aparecían esos espacios? Porque imagino que tendrían que aparecer.
-Aparecían; especialmente desde el humor y desde el sentido de la vida: siempre mi padre tuvo un sentido trágico de la vida. En la familia un poco se atenúo con el tiempo, porque mis hijos lo toman en broma definitivamente, entonces ahí empezó a entender un poco más el humor hacia esa particularidad de su carácter. Pero te diría que en general fue bastante molesto: alguien con el sentido trágico de la vida es lo peor que le puede pasar a una familia. Lo que pasa es que ese sentido trágico, en cuanto se refiere a cosas trascendentes e importantes, casi siempre es inevitable. Más aún: es sospechoso alguien que frente a lo que pasa en el mundo en muchos aspectos, se lo tome en broma.
-Usted decía recién que los nietos se lo toman en broma. Me imagino que los nietos lo transforman a uno, de alguna manera, en una caricatura de uno mismo…
-Un poco sí. Pero no sé si en una caricatura, porque la palabra es fea… un retrato menos severo…
-Menos solemne.
-¡Menos solemne! Diría que sí.
-¿Y él cómo se siente con ese personaje?
-¡Ah, no!, fantástico. Primero lo sorprendía y después no solamente lo aceptaba, sino que lo promovía. Muchas veces él mismo hacía cosas para provocar la diversión de mis hijos o las hijas de mi hermano.
-¿Cómo está su padre hoy, sigue manteniéndose informado?
-No. Hace rato que lo tenemos entre algodones y ahora ya no está bien. Quisimos que pasara estos últimos años en una razonable tranquilidad que no hubiera existido si le hubiéramos dejado ver los diarios y los noticieros.
-Entonces tampoco escribe, ni realiza ninguna actividad intelectual.
-No.
-No hemos hablado del Nunca más. ¿Qué lugar ocupa en la obra de su padre?
-No, no. Él nunca lo tomó como parte de su obra. Lo tomó como parte de una obligación moral que tenía. Digamos que, como familia, el recuerdo que tenemos (entendiendo la importancia mayúscula que tuvo eso), nos inunda de orgullo. Pero al mismo tiempo fue un calvario y una demolición para mi padre y nunca lo superó.
-Todo ese trabajo.
-No el trabajo, eso no era lo grave, porque se repartían: había muchos y muy buenos haciendo ese trabajo. El tema era ver de cerca, porque uno sospechaba, pero no se imaginaba ese nivel de horror. La brutalidad, la miserabilidad; encontrarse con la gente que buscaba a sus familiares, saber lo que les había pasado. Eso es algo que cualquier persona sensible no pasa sin recibir huellas muy, muy profundas. Y las que dejó en mi padre fueron devastadoras. Él tuvo tres episodios en su vida que fueron los que lo demolieron: la enfermedad de mi madre y su muerte posterior, la muerte de mi hermano y la Conadep. Estas tres cosas fueron lo peor que le puede haber pasado a mi padre.
-Usted menciona su madre y me parece que por ahí es la mejor forma de terminar una conversación sobre su padre. ¿Hubiera sido posible la obra de Sabato sin Matilde?
-De ninguna manera. Yo creo que sí hay bienes gananciales, la obra de papá lo es. Papá escribió por mamá: obligado por mamá, incentivado por mamá, corregido por mamá. Impulsado por mamá. Y lo triste de esto, es que mi madre era un excelente poeta y jamás quiso publicar. Es decir, se dio a sí misma el destino de ser quien empujaba y sostenía a mi padre. Y no fue solamente eso, sino que realmente mi madre fue la única persona sensata en mi casa: cuando se murió ella, bien utilizado el término, la situación se desmadró. Ella era absolutamente imprescindible, para todos. Así que yo creo que las obras de él deberían estar firmadas por Ernesto y Matilde Sabato. Si yo pudiera como heredero hacer esto, sería un acto de justicia.
Con Borges y Papá
-Usted recién hablaba justamente de las enemistades y los enemigos, y es inevitable no hablar de la polémica con Borges. ¿Recuerda algo en particular de aquello, algún hecho se le quedó grabado?
-Sí, también con el fervor de la adolescencia, ¿no? Ni siquiera adolescencia, porque esto que te cuento ocurrió en el ‘56, y yo tenía 11 años. Mi familia, yo no, porque era muy chiquito, no era peronista… hay una diferencia enorme entre no ser peronista y ser antiperonista: en general los gorilas son aquellos que critican al peronismo por sus virtudes, cuando tiene tantos defectos que uno podría criticar. No fue nada dramático, porque no recuerdo ninguna situación de tristeza en mi infancia, por el contrario tuve una infancia muy feliz, pero la pasamos mal durante el peronismo. Y cuando vino la caída de Perón, la llamada Revolución Libertadora, a mi padre lo nombraron director de Mundo argentino y pasamos a una etapa de prosperidad que fue muy fugaz. En ese momento papá se compró su primer auto: nunca me acuerdo bien si era un Estanciero o el Fiat 1100 que nombro en la película, un automóvil modestísimo, pero era “el auto”. Y bueno, llegó una denuncia a la revista, seria, de que se estaba torturando a obreros y sindicalistas peronistas. Y mi padre lo denunció en la revista y en una audición de Radio Nacional muy culturosa, en la que estaban el presidente de la Sade, que no me acuerdo quién era, Borges, papá… A Borges esa denuncia le pareció de muy mal gusto, me parece. Fue la razón de la pelea, ¿no? Y yo en aquel momento lo desprecié profundamente a Borges: era muy chiquito, pero ya sabía que no había torturas buenas y torturas malas, y me parecía que alguien que ejercía la literatura, una de las cosas más nobles que puede hacer alguien, no podía tener semejante mezquindad. Bueno, por suerte Borges se murió y la gente se olvidó del Borges despreciable y recuerda al Borges que vale, que es ese gigantesco literato.
Y está bien eso… digo, es muy borgeano ese olvido oportuno de lo que no merece ser recordado. Y es que realmente no merece ser recordado: Borges como persona es muy inferior a Borges como literato y, en definitiva, lo que va a quedar es la literatura. Si lo vale. Yo a esta altura del partido no estoy tan convencido de lo que creía entonces, que una excelente película o un maravilloso poema correspondían a una excelente persona. Lamentablemente no es así. A veces no es así; a veces sí. En definitiva, no importa demasiado, sobre todo si uno no es contemporáneo.
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