Su poemario “Hospital pediátrico” se refiere a los padecimientos que vivió de chica en el Garrahan debido a un problema de nacimiento. Con él ganó el primer premio del Concurso Literario Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares. En diálogo con “Tiempo Argentino”, la autora contó de qué forma transformó el dolor en poesía.
Es probable que el poema al que se refiere fuera el emergente de un largo proceso que comenzó en su infancia, más precisamente con su nacimiento, y que la hizo enfrentar muy tempranamente el dolor, visitar con frecuencia el Hospital Garrahan y someterse a una operación y a un e traumático cuando apenas tenía diez años. Como consecuencia de una parálisis cerebral espástica, fue necesario estirarle los tendones de las piernas para que no se atrofiaran. La secuela del problema que marcó su niñez es hoy una particularidad en la marcha.
Pero indagar en esa herida de infancia, volver al hospital en el que había padecido no le resultaba fácil.
“La corporalidad, dice refiriéndose a aquel poema, es algo que me costaba mucho asumir. Habitar un cuerpo diverso es algo muy complejo. Pero comencé a percibir ciertas señales de que debía escribir sobre eso, me lo decían muchas personas. Lo hablé en mi terapia y decidí que debía volver al hospital, recorrerlo. Había acordado con una amiga que ella me esperaría allí, porque sabía que para mí iba a ser algo muy fuerte. Pero llegó tarde, llovía y yo tenía ganas de irme, como lo digo en uno de los poemas del libro. El solo hecho de estar en la puerta del hospital me producía mucho sufrimiento. Eran los años 90 y en ese momento no había el mismo concepto de la pediatría que existe hoy. Pero me dije que ya estaba allí y comencé a recorrerlo. Vi muchas cosas que me llamaron la atención, como una especialidad que es Ginecología Pediátrica que yo no sabía ni que existía. Muchos de los poemas que aparecen en el libro están relacionados con este recorrido.”
Y agrega: “Creo que en algún punto esos poemas tienen una mirada etnográfica, porque yo traté de extrañarme, de no hacer algo personal. Recuerdo que una vez Jorge Monteleone me dijo `tenés que escribir como si le hubiera pasado a otra persona`. Creí que eso era imposible. No lo logré, creo, al escribir, pero sí al corregir. En el borrador tenía una posición de víctima: `pobre de mí que me pasó esto`. Pero la víctima no le interesa a nadie, hay que transformar eso en poesía. A nivel poético la posición de la víctima no es interesante. Lo que hice en aquel recorrido fue sacar fotos. Volví a casa y dejé reposar esa experiencia varios meses. Tuve una sensación muy fuerte: verme de adulta tomándome la mano a mí misma de niña para entrar al hospital. El libro tiene mucho que ver con eso.”
Sería erróneo pensar que el dolor puede producir por sí mismo un poemario logrado. El sufrimiento no se transforma en poesía si quien sufre no es poeta. Y lo que Marina logra en Hospital pediátrico es, precisamente, traducir su dolor a palabras que interpelan al lector, que lo aproximan a una experiencia que quizá nunca vivió y le permiten “entenderla” no desde lo intelectual, sino desde lo visceral.
También ella empuña el bisturí que menciona en el libro para intervenir las palabras y dejar solo lo esencial, lo medular, el esqueleto mismo del poema. Su escritura es descarnada, parca en cuanto al lenguaje y no hay en ella ninguna autocomplacencia. “Es que yo soy muy económica para escribir –afirma-. Creo, como Huidobro, que el adjetivo cuando no da vida, mata. Además, en el proceso de edición del libro, aprendí a `podar`. Hubo mucha gente a mi alrededor que me ayudó a hacerlo y también tuve lecturas que me ayudaron a plasmar imágenes que tenía grabadas pero que no sabía cómo volcar, por ejemplo, la imagen de cuando mi mamá me sacó los hilos quirúrgicos dentro de la bañadera. Recuerdo una frase que anoté cuando cursé Lenguajes poéticos II con Guillermo Saavedra. Él decía: `la poesía es inhóspita`, es decir, hablaba de la poesía como algo no hospitalario.”
Ese recorrido por el hospital al que no podía volver no solo fue un viaje al pasado, sino una experiencia más profunda: “Me hizo caer en la cuenta –dice Marina- de algo que es obvio pero que yo no había visto hasta ese momento y que es que hay un montón de personas y de familias que pasan, pasaron y van a seguir pasando por esa situación, por la búsqueda por un cuerpo sano, por un cuerpo que no duela. Me di cuenta de que no estaba sola y de que no había estado sola en ese momento. Pensé qué bien me hubiera hecho saberlo cuando atravesé todo eso, qué bien me hubiera hecho encontrar un libro como el que escribí tantos años después o un libro parecido. A mí me permitió reconciliarme con mi propia identidad, con mi propia historia y también con mi árbol familiar, con algunos personajes de mi familia que aparecen allí. Cuidé que nadie se sintiera herido por la forma en que decía las cosas, especialmente mi hermana melliza que no tenía mi problema, pero también tenía 10 años. El sufrimiento que yo estaba viviendo, lo vivía también toda mi familia.” “Ahora –agrega- espero que Hospital pediátrico haga su propio camino, su propio trayecto. Es un libro duro, que me costó mucho escribir, pero que sentí que tenía que hacerlo para mí y para los demás. Entendí que en mi historia dentro de ese hospital están también las historias de cada persona que pasó por un hospital de ese tipo. Cuando era chica no quería saber qué les había pasado a otras personas que habían vivido algo parecido a lo mío. En la adultez, sí necesito conectarme con eso porque nadie se salva solo, uno siempre es con otro. Me gustaría que el libro fuera como una tablita en el medio del río a la que aferrarse para reposar cuando se está muy cansado para poder, luego, seguir adelante. Recién ahora, después de atravesar todo el proceso que significó su escritura, puedo leer cualquiera de sus poemas sin ponerme a llorar.”
Aunque de formas distintas, algunas menos frecuentes que otras, todos hemos experimentado de alguna manera el dolor y, por esta razón, la poesía de Marina produce una identificación inmediata, aunque nunca se haya pasado por la misma experiencia. “Es que el dolor físico –afirma- es una metáfora de muchos otros dolores. Para comprender el sufrimiento no hace falta haber transitado por lo mismo, es una cuestión de empatía.”
Con lucidez, su escritura se aparta tanto del deseo de generar lástima como del de producir admiración. “Cada uno –dice- juega con las cartas con que le toca jugar, vive la vida que le tocó y hace lo que puede con eso. No quiero que me tengan lástima ni que me pongan en un pedestal. Soy simplemente un ser humano que hace lo que puede y que tiene el anhelo de dejar una pequeña huella.”
Su manera de lograrlo es hacer una poesía capaz de transformar lo individual universal. “La poesía –dice- no es algo difícil, no es un lugar de cenáculos, de elites, es algo cotidiano que está conectado profundamente con la vida. Para mí escribir poesía es abrazarme a mí misma y abrazar a los demás por el sufrimiento que sea que hayan transitado. No creo que haya un dolor más importante que otro. No creo que pueda clasificarse por intensidades. Por otro lado, el libro también me dio mucha felicidad. Por ejemplo, que Leopoldo Castilla, que para mí es uno de los poetas más importantes, haya escrito lo que escribió para la contratapa del libro, fue una gran alegría. Me alegra, además, que no sea un poeta del centro del país, porque me interesa la cultura a nivel federal. Cuando tuve esa contratapa, consideré que el libro estaba terminado, que no podía agregar ningún poema más. Me dije `hasta acá llegamos`.”
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