Se acaba de reeditar Río Negro, la novela del escritor chaqueño que en su momento resultó ganadora del Premio Laura Palmer no ha muerto. Se trata de un texto en constante tensión entre la violencia y el humor. Una comedia trágica.
La producción de Quirós tiene un indudable sello cinematográfico que va de David Lynch a los hermanos Coen y Quentin Tarantino.
-Con este libro ganaste el Premio Laura Palmer no ha muerto y creí ver en él algo de Twin Peaks, de David Lynch. ¿La suya es una estética que te interesa o es una identificación con la colección de Gárgola que tenía ese nombre?
-Ambas cosas. En ese momento dirigía la colección Ricardo Romero y yo conocía lo que estaba publicando. Todos eran autores más o menos de mi generación. Ahí se publicó el primer libro de Selva Almada, uno de Leo Oyola, uno de los primeros de Juan Terranova, autores que yo seguía. Por eso, cuando se abrió el concurso, me interesó mucho porque tengo una identificación con ese grupo generacional. Por otro lado, David Lynch tiene su encanto, me interesa su estética sobre todo en Twin Peaks pero también en el resto de su obra. De modo que el concurso fue para mí una gran tentación del mismo modo que la colección.
-¿Encontrás elementos comunes entre los integrantes esa generación en la que te ubicás?
-Yo tengo 41 años y algunos tienen 4 o 5 años más. En algunos de ellos sí encuentro elementos en común. Volviendo a Lynch, creo que todos los autores que nombré tienen algún encuentro con él, con su estética que es entre onírica y real y, si se quiere, hasta un poco bucólica.
–El personaje de tu novela es un cínico, un violento que no se hace cargo de sus actos y confía en que su mujer, Ema, lo va a salvar de los hechos abominables que comete. ¿Te interesaba referirte al cinismo?
-En algún punto sí. Cuando la leí para la reedición, lo hice con cierta distancia, vi el cinismo pero como una forma de fracaso de un personaje que en otro momento tuvo hasta algún compromiso político, vio quebrado ese compromiso y se refugió en un cinismo que no le sirvió para mucho. Es un hombre desesperado que vuelca gran parte de su frustración en la figura del hijo. Creo que esa actitud es casi un lugar común. El personaje odia a su hijo, lo ve como un pavote, como un ser despreciable. Hay algo que mencionaste recién que me lo señaló Paola Lucantis, editora de Tusquets, y es que el tipo nunca se hace cargo de nada. Tiene, además, como también me lo señaló Paola, cierta impunidad de clase. Pertenece a una aristocracia un poco rancia que hay en Resistencia. Ni la provincia del Chaco ni la ciudad de Resistencia tienen una tradición aristocrática porque son muy jóvenes. Pero aun así hay una pequeña aristocracia a la que él pertenece y que ve los estropicios que va haciendo en términos de desgracia o fatalidad.
-Pero me parece que hay un plus que es una peculiaridad propia del personaje.
-Sí, esto tiene que ver, salvando las distancias, con un punto de referencia que tiene mi novela que es El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, que siempre me encantó y que tiene su inicio con este vínculo entre padre e hijo que es súper literario. A su vez, yo le veo una relación con la conducta, con el estereotipo del escritor típico que tiende a dar consejos o se le reclama que los dé. En el comienzo de la pandemia y de la cuarentena, a los escritores y escritoras se les pedía alguna reflexión acerca de lo que nos estaba pasando, como si un escritor o una escritora pudieran tener una verdad, ser personas distintas de las demás. Lo increíble es que daban consejos u ofrecían reflexiones. La manía de dar consejos es propio de lo paterno y para mí tiene mucho atractivo literario. El gran Gatsby empieza diciendo “En mis años más jóvenes y vulnerables mi padre me dio un consejo”. Cuando empecé la novela, quería hacer un homenaje a este tipo de actitud, pero de una manera bien retorcida. Comencé entonces diciendo: “Si bien mi padre nunca fue un hombre dado a ofrecer consejos…” Es decir que comencé rompiendo la lógica del consejo y del vínculo padre-hijo.
–La empleada doméstica se parece al narrador. No tiene problema en clavarle un pico en la cabeza a un policía. .
-Ahí también fui contra la lógica del vínculo entre el patrón y la empleada doméstica que suele ser de sumisión o de pertenencia a la familia. Ella es parte de la familia, pero de una manera irreal o de repentino milagro que quizá sea el vínculo más fuerte con la obra de Lynch. Incluso hasta le da órdenes al narrador. Es un personaje periférico que viene a “resolver” los problemas en que se ha metido su empleador.
-¿Cómo fue releer la novela luego de varios años?
-Me pasaron varias cosas. Por un lado, desde el momento en que la escribí a hoy hubo mucho movimiento político en la Argentina. Por otro, soy mayor que cuando la escribí, pero creo que lo que más me pegó fue todo lo que pasó con el movimiento feminista y cómo aparece la figura de la mujer en la novela. Me llevó a preguntarme, incluso, si la escribiría hoy de la misma manera.
-¿Y qué te contestaste?
-No tengo respuesta para esa pregunta porque ya la escribí y quiero creer que hoy soy otra persona, pero así y todo me resultó una novela de lo más inquietante porque plantea situaciones humorísticas cuando lo que se está narrando es un estropicio o una desgracia y te lleva a sonreír ante un hecho que es espeluznante.
-El horror está naturalizado.
-Totalmente. Si bien el narrador tiene los sentidos alterados durante toda la novela por su adicción al porro y a la bebida y ve todo como a través de una nebulosa, hay una tranquilidad en la narración que me parece que es parte de lo que hace que el texto funcione.
–Por eso el lector duda si el narrador está distorsionando lo que narra por sus adicciones o si es un cínico cabal.
-Creo que es una combinación de ambas cosas. De todos los personajes que tenía presentes para construir este narrador, pensaba sobre todo en el de El gran Lebowski, la película de los hermanos Coen. Claro que ese Lebowski era en esencia un tipo bueno y este es el lado B de ese Lebowski, porque es un cínico.
-¿Cuál creés que es la mirada que tiene el personaje sobre las mujeres?
-La mirada sobre la mujer, especialmente sobre Ema, tiene que ver con la inmadurez, la vanidad y la pereza. Por eso ella tiene una función maternal. Él reclama de la mujer lo mismo que reclama su hijo. Las dos figuras masculinas son más bien pavotas. El otro personaje femenino, Mariel, la compañera de su hijo, también es una tromba en relación con él. Por su parte, el narrador frente a Mariel termina quedando como un viejo verde.
-¿Cómo es tu mecanismo de escritura?
-Planifico bastante pero, por supuesto, a medida que avanzo, el plan inicial se distorsiona. Cuando escribí Río Negro, si bien tenía hasta la ilusión de un esquema, todo eso se fue transformando. Escribo mucho, pero soy bastante caótico para organizarme con los tiempos, pero me funciona y espero que me siga funcionando.
-¿Cuándo decidiste ser escritor?
-Cuando era muy chiquito y comencé a leer, como causaba muy buena impresión que leyera, leía mucho. Pero cuando descubrí que lo que leía lo había escrito gente, lo habían escrito seres humanos, dado que yo la pasaba tan bien leyendo, decidí que iba a ser escritor aunque, por supuesto, no sabía para nada lo que eso significaba. Pero la idea se mantuvo a medida que fui creciendo, con los cimbronazos propios que me producían las diferentes lecturas. Crecí en una familia de mucha militancia política, por lo que en la adolescencia me dio más por ese lado hasta que me encontré con la literatura norteamericana, me encontré con Borges. Es decir que me pasó lo que debe pasarle a la mayoría de los escritores. Creo que me decidió la lectura de Roberto Bolaño. Me gustó lo de tomarse en serio el trabajo de la escritura, ponerle un costado romántico que hace suponer que la literatura es la manera que uno tiene de estar en el mundo.
–Leí que en el principio pensabas que debías renunciar a tu identidad chaqueña para tener una escritura más universal. ¿Fue así?
-Sí, eso fue hace mucho. En la adolescencia admiraba a Rodrigo Fresán y a Juan Forn que eran una apología del rock and roll y yo quería ser rockero, no escritor. Pero luego leí a muchos de mis contemporáneos como Luciano Lamberti, Federico Falco y Selva Almada y la propia Samanta Schweblin y vi cómo resolvían la tensión entre lo periférico y lo urbano y algo me hizo clic. Me di cuenta de que no tenía que privarme de nada. «
Encontrar una oportunidad en la pandemia
Hace cinco años Mariano Quirós dejó su Chaco natal para vivir en Buenos Aires, pero la pandemia lo llevó a cumplir el aislamiento social obligatorio en Ituzaingó, provincia de Corrientes.
“Me fui con mi compañera porque allí no había llegado aún el virus y la vida era un poco más ‘normal’”, cuenta. Hoy, no estamos a salvo del Covid, pero vivimos a orillas del Paraná y eso es como estar en otro mundo.”
“Además de escribir, hoy coordino talleres de escritura. Para eso me sirvió la pandemia, para dar un salto que me debía desde hace tiempo y coordinar un taller de narrativa. Lo pasé tan bien haciendo este trabajo que hoy pretendo que sea por unos cuantos años mi manera de subsistir.”
Como para muchos escritores, también para él el periodismo es una forma de sustentarse sin perder el contacto estrecho con la palabra. “Participo de una revista de Derechos Humanos del Chaco –dice- donde hago colaboraciones periodísticas. Me gusta mucho hacerlo porque el periodismo también supone lectura y escritura y por eso lo disfruto. Pero no siempre fue así. Durante mucho tiempo fui comunicador social en una obra social y eso sí fue un poco más complicado, porque me sentía escindido entre esos dos universos diferentes como son la vida institucional y lo que pretendía que fuera una vida literaria. Eran dos maneras distintas de estar en el mundo. Yo solucionaba esa escisión robándole horas a la vida institucional. Eso me desgastaba. Necesitaba más tiempo para poder escribir.»
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