“Manuel Peyrou, no solo por haber sido un excelente escritor, fue y es uno de nuestros mejores hombres. Su pasión fue la amistad. En cuanto a mí, él me ha ayudado muchas veces, me ha tolerado, sin duda, y siempre con una íntima cortesía”. Con estas y otras palabras, el 2 de enero de 1974, Jorge Luis Borges despidió en el cementerio de Chacarita a uno de sus amigos más cercanos y queridos, a quien había conocido casi 55 años antes. Allá por 1920, una noche ambos coincidieron en una de las tertulias literarias que tenían lugar en cierto bar del barrio de Once. Eran dos chicos: Borges tenía apenas 20 años y Peyrou dos menos. Esa vez se la pasaron caminando hasta la madrugada, recitándose el uno al otro versos de distintos poetas franceses, acompañados por la oportuna sombra de un fantasma apenas entrevisto en la oscuridad de aquella Buenos Aires ahora mítica.
Aunque compartieron el oficio de escritores, el gusto por el género policial, un refinado uso de la lengua (oral y escrita) y el deslumbramiento casi infantil por las historias de cuchilleros, marginales y orilleros, el destino literario de Peyrou no puede ser más distinto del que tuvo su amigo famoso. A pesar de estar compuesta por una decena de libros, la obra de Peyrou continúa siendo un secreto incluso para aquellos lectores que conocen su nombre por citas y referencias. Y es que hasta ahora toda su bibliografía, compuesta por volúmenes de ingeniosos relatos policiales y novelas que recrean distintos aspectos de la vida porteña, resultaban inconseguibles. El desafío de hallar alguno de ellos en una librería de viejo podía convertirse en un trabajo detectivesco digno de alguno de sus cuentos. Condenados a la pena de no haber sido reeditados, su trabajo se volvió un misterio insoluble. Hasta ahora.
La editorial Libros del Zorzal acaba de dar una de las grandes sorpresas literarias de 2021, al devolver a las librerías de todo el país las obras completas de Peyrou. Se trata de diez tomos que contienen los nueve títulos oficiales de su bibliografía. La colección, al cuidado de Héctor M. Monacci, incluye sus cinco novelas: El estruendo de las rosas (1948), Las leyes del juego (1959), Acto y ceniza (1963), Se vuelven contra nosotros (1966) y El hijo rechazado (1969). Y los cuatro libros de cuentos, entre los que se cuentan su debut de 1944 La espada dormida; su trabajo más célebre, La noche repetida (1953); El árbol de Judas (1961) y Marea de fervor (1967). Y además incorpora un volumen final, Decadencia de la antropofagia, integrado por una decena de relatos dispersos y otros textos nunca editados como libro. La colección representa un pertinente acto de justicia que recupera a uno de los nombres fundamentales de aquella generación de escritores notables, cuyo brillo quedó opacado por la deslumbrante obra de Borges. Un rescate del que no solo se beneficiarán sus eventuales lectores, sino todo el amplio territorio de la literatura argentina.
“Yo puedo esbozar alguna hipótesis o, en todo caso, más de una que se combinan, porque me parece que la realidad termina siendo más compleja que la idea de una sola causa”, reflexiona Monacci al tratar de explicar el olvido en el que se encuentra la estimulante obra de Peyrou. “El prologuista de una antología de cuentos que se publicó en 2003 hace un análisis sobre la forma en que ya en esa época a Peyrou se lo percibía como un escritor relegado y de cómo la publicación de aquel libro significaba rescatar al autor de ese olvido. Sin embargo, Peyrou no fue siempre un autor olvidado y mientras más nos acercamos a la fecha de su muerte, su figura va recuperando fuerza”, sostiene el encargado de supervisar la reedición.
–¿Pero cuáles creés que son las razones que alimentaron ese olvido?
–Quienes lo conocieron dicen que se trataba de un tipo poco afecto a las convenciones y propenso a reírse de todo aquello en lo que no creía. Y una de las cosas en las que no creía era en los ejercicios de autopromoción, en el marketing propio. Y desde el punto de vista de la venta, del editor, eso equivale a empezar en desventaja, porque es el propio autor el que no quiere ayudar a que su nombre crezca. Por otra parte, y esto se refleja en lo que escribía, todos coinciden en señalar que el tipo era un jodón, alguien que hacía bromas sin medir las consecuencias y que ofendía a la gente con facilidad. Una actitud que si algo no hace es granjearte amigos. Y existe una tercera hipótesis, que no me pertenece, que dice: ¡ojo!, estar a la sombra de Borges te puede dar calor prestado mientras estás ahí, con él, pero después te deja en un cono de sombra. Y creo que quedar a la sombra de Borges era un riesgo que cuanto más cerca estuvieras, más corrías.
–Siempre pensé que esa era la razón por la que también quedó medio oculta la obra de J. Rodolfo Wilcock, otro escritor brillante que formó parte del círculo borgeano.
–Claro, porque incluso si no hubiera existido esa figura monstruosa y medio aplastante de Borges, alcanzaba con que hubiera, como también hubo, esa proliferación de talentosos coincidiendo en el tiempo y peleando por el espacio. Es posible que todo eso haya cumplido un papel importante en la decisión del propio Peyrou de mantenerse en un segundo plano.
–Ya en los ‘80, el último Borges insistía con la idea de que “a un escritor se lo juzga menos por su arte que por sus opiniones políticas”. ¿Creés que en este caso hay algo de eso, que el antiperonismo declarado de Peyrou influyó para que su nombre se perdiera?
–En algún momento me acerqué a pensar eso. Pero aunque es cierto que Peyrou era antiperonista, a diferencia de Borges me parece que la figura que mejor lo retrata es la del “contreras”. Alguien que básicamente se oponía a cualquier cosa en la que no creyera o que le impusiera un límite a su libertad individual. Y con esa actitud uno más bien se termina poniendo en contra de todos.
–Eso aparece con claridad en la novela Se vuelven contra nosotros, en la que no solo critica abiertamente al peronismo, sino que también se queja de los militares y de la burguesía.
–Se burla de los ricos de barrio Norte, de la gente religiosa, de los judíos, de los italianos. Sin embargo, esas cosas nunca le jugaron en contra a la hora de llegar a publicar. Ahora, respecto de su fama posterior, el asunto es más inasible. Sobre todo porque cuando volví a releer todo, confirmé que en la prosa de Peyrou había méritos literarios y estéticos propios como para impedir que su trabajo cayera en ese olvido. Sin embargo, no creo que ese acto de desaparición tenga nada que ver con la política, porque no existe una maquinaria peronista evitando que alguien recuerde a un autor.
–Se me ocurre que su caso podría compararse con el de Leopoldo Marechal, cuyo relativo olvido muchos insisten en relacionar con su simpatía por el peronismo. Pero al contrario de Peyrou, que tenía una prosa más bien clásica, creo que la de Marechal, más cercana a la experimentación formal, terminó envejeciendo bastante y que su ausencia se debe más a eso que a la política.
–Estoy con vos ciento por ciento. Y eso no le pasó a Borges; tampoco le pasó a Wilcock. Pero sí le pasó a Sabato, que fue un hombre de izquierda, al menos al comienzo, y que fue antiperonista al pasar, digamos. Su obra también envejeció mal, pasó de moda y eso es algo que va variando con los años. Por eso no creo que el hecho de que Peyrou se encuentre en el cono del olvido lo convierta en un caso similar a los de Marechal o Sabato.
–Algo que resulta sorprendente en la obra de Peyrou, en especial en las novelas, son las alusiones explícitas a Perón y al peronismo. No sé si existen obras literarias, ni siquiera las muy posteriores, en las que el peronismo (o el antiperonismo) aparezca de forma tan explícita dentro de la ficción.
–En algún momento, Arturo Jauretche emparentó el trabajo de Peyrou con el intento de hacer una especie de Amalia. Es decir, de organizar un relato realista de cómo se vivía durante el peronismo a la manera de lo que José Mármol hizo con Rosas. Tiendo a pensar que el tipo se sentía un gran escritor realista y que entonces eso aparece porque es lo que le tocaba vivir y esa era la manera en que lo veía. Pero es cierto que no hubo mucha escritura de ese tipo. A Borges justamente se lo acusaba de no escribir argentinamente o de temas argentinos, y de estar en una especie de nube intelectual europeizante, a pesar de que los dos compartían esa visión crítica del peronismo, que era predominante en ese círculo.
–En el ámbito intelectual, sin dudas.
–Entonces, tal vez es cuestión de qué lugar ocuparon los realistas en la literatura argentina. Si nos hemos escapado un poco, si el género fantástico fue tapando las derivaciones del policial, que es más realista por naturaleza. Y Peyrou empieza siendo un autor de cuentos policiales, que ya es una señal que va hacia un mundo de la vida real. Aunque con escapes, porque tiene algunos cuentos con tintes fantásticos que a mí me parecen de lo mejor de su obra. Cuentos que ya no son ni los orilleros esos que Borges destaca, ni la novela realista con connotaciones políticas, sino cuentos que le van poniendo magia a la ciudad.
–Para apartarnos un poco de Borges y no seguir encadenando al pobre Peyrou a su amigo, creo que un elemento que se destaca en su obra es el uso del humor.
–Un elemento muy fuerte. En la defensa que hago en la introducción de Decadencia de la antropofagia, justamente pongo el dedo en esa llaga del humor, que aparece en distintas variedades en toda la obra de Peyrou. Hay cosas más sardónicas, más cargadas, pero también un humor más británico, más tenue. Eso ocurre especialmente en los cuentos, pero también está en las novelas. Es decir, incluso cuando se acerca al realismo y se pone a denunciar cosas de extracción más política, no deja de lado el recurso del humor. Y los que lo recuerdan dicen que él era así. Que no era solo un rasgo de su escritura, sino que en el humor él encontraba una especie de manera de vivir.
Manuel Peyrou, el otro amigo de Borges
-Como ocurrió con Bioy Casares, es posible que la amistad entre Borges y Peyrou también produjera una influencia mutua. Pero como la obra de Borges se ha vuelto omnipresente y la de Peyrou lo opuesto, es fácil creer que esa influencia fue de mano única y que el único beneficiado por ella fue Peyrou. ¿De qué modo creés que Peyrou pudo haber influido a Borges?
-Borges era muy generoso cuando hablaba de sus amigos y siempre dijo que aprendió mucho de Bioy, que era 14 años menor. Es decir, la figura del amigo mayor aprendiendo del menor. Por eso no me extrañaría que admitiera con facilidad que podía aprender cosas de Peyrou, aunque no me consta que existan testimonios que lo confirmen. Entonces es difícil saber si en tal o cual cuento hubo una influencia de uno sobre el otro, más allá de la coincidencia de intereses por determinados temas o géneros. Es cierto que fueron amigos desde muy jóvenes; que se recitaban poetas franceses de memoria el uno al otro y quedaban fascinados con eso; que los dos se acercaban a los temas del hampa, de los orilleros y del cuento policial. Pero no sé si eso fue de uno hacia el otro o si simplemente era lo que estaba en el ambiente de la época. Además los dos trabajaron en el suplemento sabatino del diario Crítica, que en aquel momento era un fenómeno de masas, donde los dos escribían sobre casos policiales novelados e intuyo que ahí debe haber habido un ida y vuelta entre ellos.
-Vayamos a un caso concreto: ambos publican sus primeros libros de cuentos en 1944, cuando Borges editó Ficciones y Peyrou La espada dormida. ¿Existen puntos de contacto que permitan establecer algún vínculo de familiaridad literaria?
-Detrás de la publicación de ambos libros hay una historia. Borges siempre dijo que a él la escritura de cuentos le llegó a partir de un accidente que le sirvió para fabricarse una excusa que le permitiera cambiar de género (hasta ese momento solo había publicado ensayo y poesía). En el caso de Peyrou, él venía participando de peñas literarias desde hacía décadas, pero termina editando aquel libro con un dinero que le deja una mujer con la que estaba a punto de casarse pero que se murió. En algún punto son historias similares.
-En ambas interviene la fatalidad.
-Con respecto al contenido, quizá es más fácil partir de las diferencias. Es evidente desde el comienzo que en Borges hay un vuelo distinto, que en Ficciones hay cuentos más ambiciosos, más alejados del realismo. En el caso de Peyrou, sus primeros relatos transcurren en ubicaciones remotas y carecen de la localización argentina, que es algo que después hizo mucho con el paso de los años. Pero desde el comienzo sus cuentos adhieren al policial, que por aquel entonces empezaba a estar de moda. Creo que el nombre de Peyrou es imprescindible en la evolución del género en nuestro país, en el que participa más marcadamente incluso que el propio Borges.