La autora acaba de publicar "Los tiempos detenidos". Bajo la forma del diario, es en realidad un ensayo que da cuenta de dos experiencias con un virus, una personal y otra colectiva. Ambas le dispararon reflexiones y una pregunta: cómo nacen los relatos.
Autora prolífica, en menos de un año Valenzuela ha publicado, además de los libros mencionados, La mirada horizontal (Marea), donde recopila una parte de su copiosa obra periodística en la que es posible reconocer los mismos elementos que caracterizan su escritura ficcional: la mirada aguda, la ironía, el humor y la reflexión sobre todo lo que pasa en su entorno, desde el dolor personal hasta la política.
Los tiempos detenidos, de aparición reciente, está constituido por una serie de textos reflexivos sobre temas diversos que, curiosamente, encuentran su origen en dos encierros distintos provocados por dos virus también distintos. El primero, le produjo una encefalitis que la llevó al umbral de la muerte. Este fue un suceso personal. El segundo, en cambio, tuvo carácter social y fue el virus que nos obligó al aislamiento. Pero para Valenzuela, viajera impenitente, también este sedentarismo obligatorio fue un viaje. A la manera de Xavier de Maistre, autor de Viaje alrededor de mi habitación, la escritora redescubrió su casa y recorrió felizmente el territorio de la escritura, del que alguna vez pretendió expulsarla el virus de la meningitis.
«Me costó mucho salir de la meningitis que tuve en 2010 –cuenta Valenzuela-, cuando me restablecí tenía las palabras, pero no podía hacer nada con ellas, no tenía el deseo de hacerlo. Como cuento en el libro, estuve un mes y medio internada. Lo último que recuerdo es que volvía de una fiesta. Luego desaparecí del mundo por un mes y medio, hasta que me desperté en el planeta Marte. Estaba en una cama, llena de tubos. Después de esa experiencia, no podía imaginar, lo que me angustiaba mucho. Todos los días eran idénticos. Cuando empecé a escribir me di cuenta de que yo entiendo el mundo sólo cuando escribo. Si no escribo, no sé quién soy. Pero había perdido el don de imaginar, de explorar, de ir más allá de la anécdota. Sentía que me había ido de mi cuerpo y yo creo que se escribe con el cuerpo. Fue algo muy desesperante. Pasaron meses hasta que pude retomar la escritura y lo hice desde una veta poética. Luego, cuando comencé a hacer mi vida normal, cuando viajé a Frankfurt y a Guadalajara, el flujo de la escritura se cortó».
Según relata, durante la internación, ausente del mundo, veía ante ella una cortina negra que no quería traspasar, como si en su estado hubiera tenido la voluntad de no entregarse a la muerte. «Eso fue muy fuerte –dice–. Era una imagen muy nítida. No sé qué parte de mi cerebro producía esa imagen, pero la recuerdo con claridad. También recuerdo que me decía a mí misma que no me podía morir porque tenía muchas cosas que hacer. No recuerdo cuáles eran esas obligaciones que tenía cumplir, pero sí que no se trataba de abrazar a mis nietos, no se trataba de los afectos, sino de hacer cosas que tenía pendientes. Luego de la meningitis, leí el libro que escribió David Rieff sobre la enfermedad de su madre, mi querida Susan Sontag. Es un libro que no me había atrevido a leer antes. En él cuenta, precisamente, que ella no se quería morir porque sentía que tenía que hacer muchas cosas, completar escritos, terminar proyectos. A mí me tocó parte de lo mismo. No me quería morir porque tenía que hacer mil cosas. Desde entonces me pregunto: ‘¿no será esto lo que tenía que hacer, no será este el mandato a cumplir y después me muero?'».
A diferencia de lo que les sucedió a otros escritores, la pandemia no la sumió en una crisis creativa. «No me angustió –dice– porque esta vez podía escribir. Estaba contenta de no poder salir porque me parecía que era un tiempo de reflexión, una oportunidad de ver y analizar. Sí me angustiaba el hecho de que la gente muriera, pero eso no me impidió escribir. Por el contrario, en lo personal me sentí bien y me divertía escribiendo. Es que, mientras puedo escribir, existo».
«El funcionamiento del cerebro es algo extraño –agrega–. Le pregunté a mi hija cómo me había encontrado cuando me enfermé de meningitis y me dijo que yo misma la había llamado para decirle que no me sentía bien, que me dolía mucho la cabeza. Pero no tengo registro de todo eso. Mirtha Amores, mi neuróloga, me contó que cuando el cerebro está dañado sólo hace las cosas esenciales para la supervivencia, pero no graba. Entonces, uno actúa normalmente pero esas acciones no quedan registradas. El «disco rígido» está dañado, pero hay algo que sigue funcionando. El funcionamiento del cerebro es algo muy raro y muy fascinante».
El sentido del humor es una característica distintiva de la escritora que, según relata en Los tiempos detenidos, no perdió durante el aislamiento obligado que supuso la pandemia. «Al fin y al cabo –dice en el libro– reír es hoy casi nuestro único espacio de libertad. Recorremos mundos con la risa. O al menos nos apartamos por un rato del dolor compartido y de la tristeza».
«Durante el encierro –comenta– surgió en mí una cosa loca, patafísica. Me alarmaba que en medio del horror, yo estuviera haciendo chistes. Creo que fue un sistema de defensa. El humor es un arma de supervivencia. Es pasar por encima del horror. Siempre fui una persona con buen humor. Me reía con los cuentos sobre la resiliencia que se me iban ocurriendo, de verdad me divertía mucho y eso a veces me parecía horrible. Pero estaba en estado de escritura. Escribía mucho más de lo que leía. Me metía en Internet a investigar. Lo pasé realmente muy bien escribiendo, aunque me costó empezar, pero una vez que tomé impulso, fue cumplir el sueño de juventud de tener tiempo para escribir. Creo que la experiencia de la meningitis ocurrida muchos años antes hizo que viera el encierro desde otro lugar, aunque escuchar todo los días el recuento de muertos era algo tristísimo. Pero disfruté de mi casa. En este sentido, como digo en el libro, reconozco que fui una privilegiada. «Lo que sí me alarmó mucho –agrega– fueron las expresiones de odio, el movimiento antivacunas que fue, en realidad, antigobierno, algo muy atroz sostenido por gente capaz de hacer cualquier cosa para desbancarlo. Me ataqué con los terraplanistas. Me resultaba algo muy inquietante. Es más fácil odiar que amar».
Y añade: «Cuando salió Los tempos detenidos pensé que el libro había aparecido tarde. Pero ahora creo que no es así, que es interesante que haya salido en este momento. Hoy vivimos como si la pandemia no hubiera pasado y que todo es un desastre porque sí. No, no es así. Hubo un período atroz para el mundo y hubo que sobrellevarlo, armar hospitales, conseguir millones de cosas que faltaban. Todo eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de sopesar la acción del gobierno. Criticaron el encierro, pero fue algo necesario. Sin encierro hubiera habido muertos en las calles, como en los Estados Unidos.
«¿Qué tengo entre manos?», se pregunta la autora al comienzo de Los Tiempos Detenidos. «¿Una historia de virus? Dos virus distintos, pero cuál es el plural de virus? ¿Viruses o virii? Viruses me gusta más, por informal en apariencia. Igual seguiré diciendo virus, así, simplemente, porque estos invasores invisibles son plurales por derecho propio y por incontenible proliferación. Y sí, tal como dice Burroughs y canta Laurie Anderson, el lenguaje es un virus del espacio exterior, podemos asumir que todos los virus son una forma de lenguaje. Los he estado escribiendo en su diversa manifestación en dos oportunidades, a diez años de distancia la una de la otra. Los tiempos detenidos es un buen título para unir ambas partes de esas disquisiciones solo en apariencia desconectadas».
Bajo la forma del diario que, según la autora, no es un recurso literario, sino un registro verdadero, el libro esconde breves ensayos, chispazos filosóficos de gran profundidad. Se trata de textos breves y heterogéneos que encuentran un hilo conductor en algo invisible y, a la vez, enorme como es un virus.
Cuando se le señala el carácter ensayístico de este diario, Valenzuela responde: «Es que la forma del diario en sí no me interesa. Lo que me pasó o me está pasando lo sé. Lo que me interesa en la escritura es buscar otra cosa, lo que no está dicho, lo que puede aflorar desde otro lugar, las ideas que van surgiendo a medida que escribo. Soy de las escritoras que escriben sin plan previo. Nunca tengo ni la menor idea de hacia dónde va un texto. En un libro policial como Fiscal muere es complicado no saber. En ese caso lo que sí sabía es cómo lo habían matado, pero nada más que eso. Pero la aparición de Masachesi fue inesperada y me obligó a contar una historia. Su deducción había nacido de un cuento frustrado muy anterior. Hay cosas que quedan como en la parte de atrás de la cabeza. Aunque yo me había olvidado, el cuento siguió trabajando porque hay cosas que funcionan más allá de uno, más allá de la conciencia. Uno va pescando cosas que andan en el aire. Lo interesante es que, a veces, esto genera premoniciones muy interesantes. Por ejemplo, cuando se reeditó mi novela El mañanatodo el mundo descubrió que tiene que ver con la época de Macri. Pero yo la había escrito antes. Son cosas que están en el aire y uno las olfatea».
A pesar de su experiencia, para Valenzuela los mecanismos de la escritura siguen siendo un misterio. A veces, los personajes crecen de manera inesperada, toman protagonismo y hasta le dictan historias, como en el caso de Masachesi que sigue junto a ella aun después de haberle revelado la historia de Fiscal muere. «Hay una cosa que me obsede –dice– y es de dónde vienen los relatos. Creo hay algoritmos, por decirlo de alguna manera, sistemas de ordenamiento que te arman una historia. Uno va recibiendo mensajes subliminales y hay una fracción de segundo en que ve el todo. Masachesi, por ejemplo, no me abandona –dice la autora–. Me sigue tirando ideas. Comencé a escribir algo que creo que se va a llamar La gesta de Masachesi. Estoy encantada con ese tipo». «
“Los tiempos detenidos –aclara Valenzuela- tuvo por título primitivo Interior noches/interior día porque cubre dos encierros separados por una década: uno personal y otro compartido por el mundo entero. En 2021 la editorial Interzona lo tenía en gateras para su publicación cuando se me presentó, por decirlo de alguna manera, un nuevo personaje, el excomisario Masachesi, que me trajo limpita una posible explicación de la muerte más emblemática y más manipulada de los últimos tiempos. Ni suicidio ni asesinato presencial cometido por las autoridades de turno, sino algo provocado a distancia, mucho más sibilino si bien pausible. Y de inmediato me lancé a escribir la novela que terminé en tiempo record. Fiscal muere le quedó de título y logré canjearla por el otro libro para su publicación inmediata.
Fue así como el libro de los encierros cambió de título y pasó a manos de una editorial afín: Marea. Un año después me llegaron las pruebas, hubo unas páginas que me resultaron ya fuera de lugar y decidí cambiarlas por otras que me habían quedado relegadas y que llevaban por título “Cerebraciones” y hablaba de la polinización de las ideas, las mismas que durante la pandemia fuimos intercambiado con mi amiga M que no sólo es una destacada neuróloga sino también chamana y escritora. Razón por la cual a ese libro que en su integridad estaba dedicado al “entrañable y siempre recordado Carlos Brück” tendría una dedicatoria auxiliar en la segunda parte “A Mirtha Amores, inspirador y brillante legado de Carlos Brück”. Algo se confundió en el camino, y el libro en general apareció sólo con la segunda y secundaria dedicatoria. Me siento en deuda con quien quedó omitido por error, por eso necesito aclararlo.”
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