Leila Guerriero: “Siempre busco ser opaca cuando hablo de los otros”

Por: Mónica López Ocón

Aunque no es la única reedición de sus libros publicada de manera reciente, "Frutos extraños" es una versión aumentada. Esta antología ofrece un panorama de su producción realizada entre 2001 y 2019.Crónicas, perfiles y otros textos.

Se acaban de reeditar dos libros emblemáticos de Leila Guerriero, Frutos extrañosy Los suicidas del fin del mundo ( Alfaguara). Salió, además, un texto nuevo en la colección Cuadernos de Anagrama, La otra guerra, referido a la historia del cementerio de Malvinas.  Por su parte, Teoría de la gravedad, una selección de sus breves columnas en el diario El País de España, va por su cuarta edición (Libros del Asteroide). “Ese libro no para”, dice Leila. Tampoco ella para. Frutos extraños es una reedición aumentada que incorpora seis extensos textos, con lo que ofrece un amplio panorama de su producción de 2001 a 2019. El material está organizado en “Crónicas y perfiles”, “Discusiones” y “Sobre el periodismo”.

Todos sus escritos, desde la crónica a la opinión, desde sus textos largos a las brevísimas columnas parecen impulsados por “una curiosidad lateral de niña despiadada” como lo señala Pedro Mairal en el prólogo de Teoría de la gravedad. Pero es su asombro inclaudicable el que la lleva a recoger “frutos extraños” en el bosque de lo cotidiano, a descubrir que no hay nada más raro que la realidad, nada más extraordinario que el hecho ordinario de estar vivo.

¿Qué te llevó a aumentar la nueva edición de Frutos extraños?

-El libro ya era inconseguible. Se le ocurrió a Pilar Reyes, mi editora en España.  Resultó una antología bastante particular que funciona como una especie de resumen de mi trabajo en varios campos: en la reflexión sobre el oficio y en el trabajo en el oficio en sí en lo referido a los perfiles y las crónicas. Pensé que yo me iba a reconocer más en un libro que tuviera también mi trabajo más reciente. Elegí textos largos, contundentes y de distinto tipo. Están los perfiles de María Luján Rey, un actor social. Es la madre de Lucas Menghini Rey, el chico de 20 años que perdió la vida en el accidente ferroviario de la estación de Once; el de Gustavo Grobocopatel, un hombre del mundo de la empresa; los de Palito Ortega y Fito Páez que son emblemas de dos generaciones musicales bien distintas. Incluir textos nuevos fue una forma de decir que sigo por el mismo camino, que acá estaba y acá estoy.

En tus perfiles alternás personajes muy conocidos con otros que no lo son, Grobocopatel y el telonero del Teatro Colón. ¿Qué tiene que tener alguien para que te motive a escribir sobre él?

-El del telonero del Teatro Colón, “El hombre del telón”, parece que fuera un perfil, pero no es exactamente un perfil de él, de Miguel Cisterna, es más bien una crónica sobre la remodelación del teatro. Aunque es un personaje que sale y reaparece y el texto empieza y termina con él, Miguel funciona un poco como la metáfora de la incomunicación, los malentendidos y las pujas internas que había en el teatro. Creo que cuando uno elige una persona para perfilar piensa en un punto de singularidad. Productores de soja hay muchos, pero Grobocopatel es el más importante, el que llevó adelante el método de la siembra directa y del alquiler de tierra que tiene muchos defensores y muchos detractores. Es quien impulsó un cambio radical en la matriz productiva de un país. Esa es su singularidad, ser el más grande, el más controvertido. Yo me pregunto por qué al lector le interesaría la historia de una persona que es intercambiable con otra. Cantantes y compositores estupendos hay muchos. ¿Por qué un perfil de Fito? Porque ese año iba a tocar en el Carnegie Hall, porque es el músico de rock y pop que más discos ha vendido. Igual, un perfil de Fito Páez interesa aunque esté sentado en su casa sin componer. No elijo caprichosamente porque me da curiosidad alguien, aunque a veces, cuando me produce mucha curiosidad una persona, la singularidad va de suyo. En el libro hay, por ejemplo, un perfil de Ale, el dueño del supermercado chino en el que yo compraba gran parte de mis alimentos. Fue un trabajo para la revita Lateral de España que iba a hacer un número dedicado a la migración. Ahora tenemos muchos supermercados chinos en Buenos Aires, pero en 2000 o 2001 no era tan común. Entonces pensé en Ale. Me llamaba la atención que conociera perfectamente mi lista de compras  y que si yo un día lo llamaba y no le pedía queso, por ejemplo, me dijera “¿y queso no necesita?”. Sabía más de mí que yo de él. Siempre hay algo mayúsculo en mi interés por alguien no conocido. 

-Cuando te leo pienso en Si esto es un hombre de Primo Levi, que no menciona la palabra horror, lo muestra.  Y pienso en Fabián Polosecki por la misma razón. ¿Te identificás con ellos?

-Coincido con lo que decís de Primo Levi sobre su forma de contar a la víctima desde un lugar no complaciente. No es plañidero. Lo leés y llorás todo el tiempo o querés romper una pared. Eso lo produce la potencia del texto que se va soliviantando contra la condición humana. Primo   Levi es un autor que no se puede soslayar. Pero te diría que su lectura fue posterior y más cerebral. Polosecki, en cambio, fue una marca híper importante de la que me di cuenta con el paso de los años. Vi sus programas en mis primeros años de trabajo, era aún una espectadora un tanto silvestre. Pero había algo en él que me parecía alucinante y eran los temas que descubría. Recuerdo el trabajo que hizo con la gente que buscaba oro en las alcantarillas. Me preguntaba cómo esa maravilla –una maravilla triste- pasaba a la vuelta de la esquina, no en Mozambique. Me fascinaba la cosa urbana que tenía Polo, esa voz en off tan parca, tan precisa cuando, en general, las voces en off tienden a insuflarle a lo que se ve un aura de melancolía educativa. Era como escuchar a una roca. Siempre hacía preguntas chiquititas, conversaba con el otro sin buscar una confesión o un testimonio. Parecía súper presente y entregado a esa conversación, sin hacerse el canchero. No iba a la cloaca y era igual al señor que estaba ahí. Él siempre era Polosecki. Sus temas eran periféricos, eran el lado B de la realidad, el que no miramos. Me sorprendía esa búsqueda detrás de la cual seguramente había un equipo de producción muy inteligente, esa apuesta visual, esa elegancia del programa que no hacía de la pobreza y lo marginal un espectáculo.
Él tenía una gran capacidad para preguntar, para hacerse preguntas sin respuesta. Los programas los terminaba como dejándolos caer. Recuerdo haberlo visto y pensar “quiero eso para mi escritura”.

En lo que escribís también hay algo teatral. ¿Lo ves así?

-Es lo que trato de hacer, no sé si me sale todo el tiempo. Siempre estoy atenta, cuando entrevisto a la gente, a tratar de leer lo que veo en capas múltiples, no solo cómo se viste, sino cómo gesticula, cómo habla, cómo titubea, cómo asevera, cómo se enoja, cómo se enerva, cómo se sube a un taxi, cómo hace las compras… para que todo eso luego pase al texto y permita hacer algo que no sea como una caricatura reduccionista. Sería como una especie de hiperrealismo jugado a través de un trabajo de montaje. Yo busco montar un texto como si fuera una narración audiovisual. Aunque no me lo digo de una manera tan literal, siento cuándo estoy haciendo en la escritura un plano demasiado general y necesito un acercamiento a un primer plano, cuándo tengo que abrir, cuándo tiene que aparecer una voz en off y cuándo tiene que haber una escena más atemporal que recoja datos del pasado del entrevistado que provoque algún tipo de reflexión en el lector y cuándo necesito romper ese estatismo con una escena más dinámica. Por supuesto, todo esto a través del trabajo, del reporteo, no invento. Sí, tengo  una idea dramatúrgica.

-En el texto referido al Equipo Argentino de Antropología Forense la primera escena podría ser teatral o cinematográfica: el piso cubierto de papeles y huesos.

-Arrancar con esa escena inicial era poner en juego lo que los forenses me repitieron a lo largo de tres meses,  que ellos hacen un trabajo reparador porque la restitución de restos es una reparación simbólica muy importante, pero a mucha gente que a lo mejor a lo largo de 20 años ya cerró la historia, le hace mucho daño. La primera escena podría remitir al cuarto de un asesino,  es una metáfora del bien y el mal que allí aparece mezclado. Tenía que tener un impacto, resumir esa idea del bien y el mal, tenía que ser visual, tenía que tener algo de lirismo, cierta poesía, no presentar los huesos de una manera morbosa sino que debía mantener el carácter onírico que tienen en el transcurso del texto. Aunque Polo estaba presente, era un personaje opaco, porque lo que importaba era la historia de los otros. Creo que yo también busco esa opacidad cuando hablo de la vida de los demás.

Polo introdujo el silencio en la TV. ¿No creés que vos lo introducís en tus textos?

-Lo que trato de hacer es que lo que sucede, suceda en el texto. No quiero designar, sino convocar. Si quiero impregnar un texto de una temperatura determinada, ominosa, épica, epifánica, luminosa, eléctrica, vivaz, melancólica …, lo que intento hacer es trabajar con las palabras para que las palabras a su vez, hagan su trabajo y produzcan el desarrollo de un texto y no llenar el texto de frases torpes. Si quiero poner un personaje oscuro y amenazador, tengo que trabajar con las palabras, con el ritmo, con la métrica, seleccionar las palabras para que ese efecto se produzca. No puedo decir “este personaje es oscuro y espeluznante” porque la oscuridad y lo espeluznante no se producen por enunciarlo. El silencio forma parte de todo esto. Me fijo mucho, por ejemplo, en el momento en que un personaje aparece en el texto por primera vez y rompe el silencio de la página. Y trabajo con distintas temperatura para que el texto no esté gritando todo el tiempo como  una canción de heavy metal.  Hay textos más dinámicos y otros que necesitan serenidad y silencio, pero hay que trabajar con las palabras para producir ese silencio.  «

Sobre el periodismo

Dijiste en algún momento  que el periodismo gráfico trataba de imitar a la televisión. ¿Qué pasa ahora con Internet y las redes sociales? –Cuando pienso en el periodismo no pienso solo en nuestro país. Tengo una visión más panorámica.Pienso en España, en Colombia, en Chile, en Uruguay, y entonces se me hace difícil hacer un resumen. Hay cosas que están muy bien, pero sí pienso que en el periodismo diario, el del periódico, hay una carrera cada vez más lanzada hacia la información rápida, a la falta de fe en la capacidad lectora de la gente, a los títulos engañosos que solo buscan que entres y hagas un clic para sumar a la cuenta de los anunciantes. En cuanto a las redes sociales, allí hay todo un tema relacionado con las noticias falsas, un fenómeno pegado a esa urgencia de llegar primero. Y las que llegan primero son las redes sociales en las que, muchas veces, la gente que las maneja no es periodista. Yo tengo cierta tendencia a pensar, si acepto el reduccionismo de hablar de “el” periodismo, que este se ha dado un tiro en el pie con esa idea de que es igual un periódico que la red social de Pirulo que tiene dos millones de seguidores. Para hacer periodismo hace falta saber qué preguntar, cómo preguntar, balancear la información. Una persona que no es periodista no lo sabe porque no tiene por qué saberlo. Se publican en los diarios cosas de las redes sociales, como el Wanda gate. En las listas de lo más leído figura a veces lo que uno no leería nunca. Creo que hay un punto más allá del cual no se puede acelerar, porque puede pasar lo que le pasó a la mujer de una canción de Leo Maslíah, que pasaba tan rápido que se transformaba en un rayo de luz y desaparecía

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