El hombre levanta las solapas de su sobretodo y se acomoda el sombrero, que no es uno de esos de ala ancha que caracterizan a los cuchilleros que nutren su mitología literaria, sino un modelo más discreto, como los que Humphrey Bogart acostumbra a usar en el cine. Y es cierto que se parecen, después de todo Bogart y Borges hasta suenan parecido. El escritor avanza sobre el paisaje de los bajos urbanos que tantas veces fantaseó con recorrer y que ahora se vuelve real bajo sus pasos. La ciudad está en sombras: es la hora en que todo lo malo que podría ocurrir, finalmente ha sucedido. Borges lo sabe y comienza a deshilvanar la trama de un crimen urdido dentro del espacio cerrado de un gallinero. Su mirada sagaz reconoce una a una marcas del mal, lo cual no deja de ser curioso tratándose de un ciego. Tanta calma no parece real. De golpe, apenas precedida por un fugaz cocorocó, una gallina se asoma detrás del dormidero y el filo de la luz recorta su perfil avícola. En historias como esta no podía faltar una pollita. Supo enseguida que ella ocultaba algo tras esa sonrisa que se imponía por la fuerza.
A 31 años de la muerte de Borges, que se cumplen el próximo 14 de junio, el artista gráfico e historietista Lucas Nine hizo realidad la fantasía de ver al escritor convertido en hombre de acción, especie de Sam Spade o Philip Marlowe que recorre los fondos porteños resolviendo oscuros crímenes ornitológicos. Pero lejos de las creaciones de Dashiell Hammett o Raymond Chandler, en su novela gráfica Borges, inspector de aves, la cosa pasa más por la farsa y el humor de encontrar al gran escritor argentino tan lejos de su elemento como es posible, que por tomarse al género del policial negro demasiado en serio.
Eso no quiere decir que Nine no respete a rajatablas las reglas del género, pero las utiliza para crear una copia en negativo de Borges. Una realidad paralela en la que aquella humillación que el peronismo quiso imponerle al quitarle su puesto de bibliotecario y designarlo como inspector de aves de corral, se vuelve un destino que el escritor abraza con gusto. Como en aquel cuento de Ray Bradbury en el que una mariposa muerta en el pasado modifica sutilmente el presente, al aceptar el cargo de inspector de aves Borges se convierte en otro, voluntariamente alejado de la élite aristocrática, más cercano de los escenarios populares que tantas fantasías alimentaron dentro de su propia obra de ficción.
El libro propone una sátira múltiple, en tanto representa un juego con el policial negro, pero también desde lo político. Más cerca del peronismo Borges ya no es un nene de mamá, sino un duro y un seductor de mujeres fatales, capaz de todas las audacias de las que era incapaz en la realidad. Que su enemigo no sea otro que Oliverio Girondo, autor de libro de poemas Espantapájaros, termina de cerrar perfectamente el círculo de referencias a la vez literárias y avícolas.
«Mencionar a Borges, por lo menos en la Argentina, es aludir de alguna forma a Perón y a los problemas que los representantes de la élite siempre tuvieron con la cultura de masas», confirma Nine. «Pero si planteo que mi Borges ficcional acepta el puesto de inspector de aves (que el Borges real, como sabemos, nunca aceptó) tengo que admitir el comienzo de un cambio ideológico en el personaje. Algo que no es tan ajeno a Borges si recordamos aquel cuento suyo, «El Sur», donde el escritor se desdobla en un alter ego que sale del mundo libresco para terminar aceptando el cuchillo que le tiende un paisano en el medio de La Pampa. En mi libro, ese cuchillo vendría a ser la designación como inspector de aves. Esto nos pone un poco en la ruta del Quijote: sacar al ‘enfermo de literatura’ de su medio y tirarlo al medio de la calle. Por supuesto, va a tratar de hacer real aquello que ha leído en los libros. O peor: leer la realidad como si se tratar de un texto. Sobre esta tensión está construido el libro», continúa.
¿Pensaste en el concepto de ucronía al concebir la idea? ¿Eso convertiría a tu libro también en una especie de relato de ciencia ficción?
De alguna manera es un relato de ciencia ficción, al mismo tiempo que no deja de ser una sátira. Pensemos en que los primeros relatos de ciencia ficción estaban concebidos como sátiras: los Viajes de Gulliver, de Swift, o Micromegas, de Voltaire, no eran otra cosa. Hoy, después de la tecnologización a la que los norteamericanos sometieron al género, la idea nos parece más rara. Pero se podría argüir que algunos de sus mejores autores (como Philip K. Dick o Fredric Brown) forman parte de esa tradición.
¿Por qué elegiste el noir, que era el tipo de policial que menos gustaba a Borges y no, por ejemplo, la variante deductivista de personajes como Sherlock Holmes?
Porque el policial analítico inglés, con su aspecto de puzzle y de juego mental, estaba demasiado cerca del Borges real. Mi idea era jugar con los opuestos y tirarlo al medio de la calle, de manera que el noir ofrecía más posibilidades. Por supuesto, no deja de ser Borges. Si va a emborracharse en un bar, no deja de pedir las bebidas por orden alfabético y ese tipo de cosas. El personaje está atrás de un cambio (por eso aceptó el puesto), pero nunca deja de ser él mismo, por más que se lo proponga.
Por otra parte, esa estética oscura del noir parece el espacio ideal para alguien que en ese momento ya era casi ciego y, por lo tanto, estaba familiarizado con el hecho de moverse entre las sombras.
(Risas) Parece ser que iba al cine ya ciego y se hacía contar las películas, para terminar opinando sobre la fotografía y la puesta de cámara. Era un tipo visual, y sospecho que las ideas abstractas le llegarían principalmente en forma de imágenes. Las sombras siempre son un punto de partida.
El libro hace un uso de las malas palabras y el dibujo obsceno que remeda a aquel que se puede encontrar en las paredes de un baño público. Pero justo aquello que parece más distante del Borges real termina siendo uno de los puntos en que el personaje y el escritor parecen coincidir ya que, Bioy mediante, hoy es posible conocer la afición de Borges por las rimas y los juegos de palabras soeces.
Borges tenía mucho de todo esto y no es raro, porque la imagen que proyecta por detrás de la fachada de «erudito» (que no lo era tanto) es más bien la de un escolar un poco torpe, virginal. Yo creo que esa dualidad era perceptible y es lo que nos hace querer al personaje, perdonarle sus bravuconadas, no tomarlo demasiado en serio en alguna de las cosas terribles que decía para escandalizar a las viejas. Incluso mucho de lo que Borges escribió tiene un aire a joda estudiantil, a ese tipo de picardía bobalicona de tirarle tizas a la maestra desde el fondo del aula. «Pierre Menard, autor del Quijote», por ejemplo, es casi una parodia del típico autor francés al que invitaría Victoria Ocampo a pasar una temporada en Mar del Plata. Acá interviene una segunda figura (en estas jodas siempre hay uno que hace la segunda), llamada Bioy Casares. Pero, claro, Adolfito es más astuto y manda a Georgie siempre al frente, a que se curta solo. Y así lo agarran diciendo esas barbaridades que le costaron el Premio Nobel y otros chirimbolos: nada muy distinto a lo que pensarían los catedráticos suecos, pero oírlo de boca de un latinoamericano termina sonando como las bravuconadas de Maradona.
También existe una aparente oposición entre este Borges capaz de pelear por una mujer y aquel de la realidad que, sin dejar de ser un seductor a su manera, parecería tener un historial más bien traumático en su vínculo con las mujeres. ¿Lo femenino actúa acá como una especie de compuerta entre ficción y realidad?
El elemento femenino es ese vehículo por el cual mi Borges puede transitar de un mundo a otro, y creo que en esto tiene bastante que ver con el otro, el real. La mujer, Norah en este caso, puede ser un poco una metáfora del mundo a conquistar; y eso nos lleva paradójicamente de vuelta al peronismo, porque resulta tentador pensar al ave que Borges debería inspeccionar como a un anagrama de Eva. Borges, inspector de Evas, ¿por qué no?
Es divertida también la forma en que aparece el universo literario de mediados del siglo XX, deformado por ese cristal farsesco en el que Borges parece renegar de sus filiaciones con la aristocracia, confiriéndole un oscuro perfil popular. Eso, sumado a tu mención de Eva, me lleva a preguntar si tu intención fue imaginar un Borges peronista.
Hubo un Borges irigoyenista, del que un posterior Borges conservador-liberal abominó, así que esa no es una posibilidad tan fantástica como parece. El problema era que cada encarnación de Borges forzaba tanto sus posiciones que propios y ajenos terminaban desconfiándole. En El tamaño de mi esperanza llega a crear toda una serie de neologismos «nacionales» de los que después se burlarían un poco Marechal y otros de sus compañeros por ese entonces. Otro tanto pasaría con el Borges conservador del futuro, que se quedaría sin el pan y sin la torta por razones parecidas. Tiene el mérito de llevar cada postura ideológica a los límites del absurdo, pero siempre por carriles perfectamente lógicos. Es un poco el Lewis Carroll de la filosofía política, con perdón de la palabra.
Es interesante la elección de Girondo como némesis de tu Borges inspector de aves. ¿Qué motivos que te llevaron a elegirlo para ese papel?
Borges sigue la lógica del triangulo amoroso folletinesco: dos hombres luchando por el corazón de una mujer. En este caso, Lange era la mujer real y Oliverio el antagonista perfecto. Obviamente, los Girondo-Lange que propongo no son caricaturas de los reales (salvo en algunos detalles) sino que están pensados para cumplir con sus funciones de Dragón y Princesa (imaginemos acá a Borges como un San Jorge particularmente torpe que se enreda entre las cuerdas intentando liberar a la doncella). Pero además el objeto mágico, central en esta historia, es el famoso Espantapájaros publicado por Girondo, porque es la contrapartida ideal para un inspector de aves que se precie de tal. «
Las fotos realizadas dentro del edificio de la vieja Biblioteca Nacional se realizaron gracias a la gestión del Centro Nacional de la Música, México 564.
Jornada La Historieta Argentina en Filo
El jueves 15 a las 19:30, Lucas Nine y Juan Sasturain serán parte de la charla Literatura e historieta: Borges personaje, en la que compartirán su experiencia de convertir al escritor en protagonista de sus novelas gráficas Borges, inspector de aves y Perramus, respectivamente.
La misma formará parte de las jornadas La Historieta Argentina en Filo, que tendrán lugar entre las 13 y las 21 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Puán 480, con entrada libre y gratuita.