La escritora brasileña Laura Erber, autora de "Ardillas de Pavlov", viajó a la Argentina para participar de una mesa redonda relacionada con la ficción y la traducción. Tiempo Argentino dialogó con ella acerca de sus sorprendente novela
Ardillas de Pavlov, publicada hace dos años, es su primera y exitosa novela luego de una larga trayectoria como poeta. Esta novela, que traspasa los límites de las convenciones del género, pone en escena a un personaje, Ciprian, de origen rumano que entra en contacto con el mundo de las becas y las residencias artistas que son propias de la Europa Occidental. Pero en un momento determinado, instigado por Pavlov, decide abandonar el mundo convencional de las becas y residencias para instalarse en París y dedicarse a hacer intervenciones en las bibliotecas públicas de esa ciudad.
Suerte de alter ego de Erber, este personaje permite indagar en la intimidad de los mecanismos de legitimación de un artista que la autora ha cuestionado. En diálogo con Tiempo Argentino se refirió a la crisis que atravesó en un momento de su carrera y que pudo conjurar a través de la escritura.
-Tu libro tiene dos acápites, uno de Katherine Mansfield y otro de Bruno Schultz. ¿Por qué los elegiste? ¿Cómo se relacionan con Ardillas de Pavlov?
-Esas citas hablan más sobre los procedimientos que sobre los temas y las propias historias que hay en el libro. La cita de Mansfield tiene que ver con el coleccionismo, con el hecho de coleccionar historias, algunas de ellas inventadas, otras verídicas, otras que son chismes. En cuanto a Schultz, fue un escritor que me marcó mucho. La frase que cito, Hay tantas historias no nacidas, es enigmática y la incorporé en el libro porque es un disparador de la idea de que algunas historias nunca llegan a la superficie, mientras que otras sí llegan hasta allí. Ardillas de Pavlov trabaja la cuestión de los relatos latentes en la fotografía y los que se dan en la historia del arte, las historias de artistas dentro de una historia del arte heterodoxa. Creo que la literatura es el lugar donde surgen las ideas no nacidas, que en la ficción se dan las historias no nacidas fuera de la literatura.
-Hablaste de procedimientos y en tu novela los procedimientos se muestran, hay mezcla, yuxtaposición de discursos y también un discurso independiente del texto escrito que es el de las fotografías. ¿De qué modo lograste una primera novela que no sea una idea lineal? ¿En tanto artista visual, cuál es tu formación literaria?
-La verdad es que me presento cada vez más como escritora que como artista visual. La escritura creo que es la base de esas otras actividades que practico o ejerzo como el arte visual y la docencia. Ardillas de Pavlov fue escrito en un momento de cambio de mi vida artística y profesional. Estaba en crisis con mi carrera artística, con el sistema con que se maneja el arte, y la creación de un personaje de ficción como Ciprian fue un poco la respuesta a esa crisis. Me planteaba hasta qué punto la identidad artística estimula o desalienta la creación artística. A dos años de haber escrito ese libro, me defino más en el campo de la escritura. La novela fue también una forma de desprenderme un poco del mainstream de la creación artística en el que yo estaba muy implicada. Me planteé entonces una actividad más periférica, menos sistemática. Hoy trabajo de una manera mucho más independiente del mercado y del sistema y soy profesora de teoría de la imagen. En cuanto a mi formación, tengo una formación en literatura, escribo desde chica y hago libros. Hablando concretamente, escribí historias sobre mis colegas y también libros propios. Hice talleres literarios desde mi adolescencia y me formé en Letras, pero nunca había encontrado, hasta Ardillas de Pavlov algo que movilizara a escribir una novela. Pero soy poeta y he publicado poesía antes que novela. No me interesa mucho la cocina de la novela tradicional, por lo que me permití transitar un proceso de aceleración y pasar de un momento a otro de la novela sin explicaciones, sin tener que hacer muchas conexiones, como sucede con la poesía. Quería averiguar hasta dónde una narrativa ficcional soportaba esa rapidez, ese ritmo más frenético. Antes intenté hacer un ensayo sobre residencias artísticas, pero me frustré porque no quería hablar de mi propia experiencia o desde mi perspectiva crítica personal sobre ese modelo de vida artística. Yo quería plantear algunas cuestiones y reflexionar sobre ellas, entonces un narrador ficticio, inventado, fue la forma de poner en escena el pensamiento de otras personas.
-Así nació Ciprian.
.Sí. El personaje es rumano y es una mezcla de bielorruso, ucraniano, moldavo
-Iba a preguntarte precisamente por qué siendo brasileña habías elegido un personaje rumano. ¿Tiene que ver con las crisis que atravesabas?
-La respuesta es más banal: tengo una relación fetichista con la sonoridad de los nombres y cuando encontré el nombre, construí el personaje. Tiene que ver también con cierto humor con el que quería trabajar. No sé para ustedes, pero para un brasileño el rumano es una lengua que suena un poco cómica, que suena ficcional. Los nombres parecen inventados y eso me dio libertad para salir de la sobriedad y de la autoficción. Además hice una investigación intensa sobre la literatura rumana. Tengo una relación un poco juguetona con lo rumano, no una relación formal y de tono académico, por lo que conseguí que la escritura fuera fluida.
-Hay una suerte de extrañamiento en el sentido de Brecht en elegir un personaje distante de tus pautas culturales.
-Sí, y me permitió pensar esa otra periferia. Como latinoamericana yo soy periférica en esas residencias artísticas. Esto me servía porque me permitía explorar qué pasaba con un artista periférico pero incorporado al sistema. Tengo muchos amigos del Este europeo y me interesaba pensar cuáles eran sus expectativas sobre nuestros trabajos en los centros hegemónicos de legitimación. Esa otra periferia era como un espejo invertido y el personaje me permitía explorar en la situación de un artista periférico pero incorporado al sistema. Por otro lado, me interesaba el hecho de que el personaje vivía un cambio de régimen político por la caída de la Unión Soviética. Los países que pertenecían a ella estaban exportando muchos artistas y Ciprian es un personaje emblemático del momento postcomuista en el que empiezan a aparecer muchos artistas del Este europeo, lo que altera el paisaje del arte sobre todo en Europa. Antes esos países estaban mucho más aislados, más lejos de las discusiones del mercado del arte. Es un momento interesante en la reorganización del mapa europeo de las artes.
-En la novela das una visión muy desoladora de lo que son las residencias y de los criterios de legitimación de un artista. El título de artista se obtiene a veces armando bien un curriculum y dándoselo a la persona indicada. En la postulación de alguien como artista hay mucho de malentendido. ¿Cómo hacés para transitar el mundo del arte con esa visión tan crítica?
– Para lidiar con eso me transformé en profesora. Las residencias son presentadas como una situación ideal para la creación pero no es así para mí. Ser profesora e investigadora fue más instigador de la creación que una residencia que me ponía en cada momento en la obligación de crear. Esto funciona para mí, pero no pretende ser una fórmula para todo el mundo.
-Entonces seguís creando pero al margen de esas estructuras.
-Sí y escribir me satisface. Hago libros que se pueden bajar de forma gratuita de internet, ensayos. La gente suele creer que la creación se reduce al campo artístico, pero, paradójicamente, a veces los campos creativos del arte son muy poco creativos. Me siento más cómoda creando fuera del sistema de arte. Además, en un determinado momento descubrí que ser artista de carrera es ser un microempresario y eso no está dentro de mis talentos. Prefiero trabajar en la universidad pública. No sería capaz de sostener mi propia empresa artística.
-¿Qué es lo que haces dentro del arte específicamente?
-Dibujos, videoinstalaciones, instalaciones con materiales diversos. Pero mi relación con las artes visuales tiene que ver también con mi relación con la literatura. Muchas de mis videoinstalaciones derivan de una experiencia de lectura muy intensa sobre la que preciso pensar visualmente. Trabajo con una gran cantidad de procedimientos y materiales.
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