¿Qué otra cosa podría suponer, sino una ironía, que el manuscrito de una de las mujeres que inspiró Un cuarto propio (1929) de Virginia Woolf se venda, en pleno siglo XXI, por una cifra exorbitante?
La noticia salió en todos los diarios del mundo: parece que A book of Rhymes by Charlotte Brontë, Sold by Nobody, and Printed by Herself (en castellano: Un libro de rimas de Charlotte Brontë, vendido por nadie y publicado por ella misma), el manuscrito inédito que la novelista inglesa escribió cuando tenía 13 años, y que había sido visto por última vez en 1916, finalmente fue vendido durante una feria del libro de Nueva York por 1,25 millones de dólares a una asociación literaria británica. Se trata de uno de los tantos libros en miniatura que crearon los hermanos Brontë durante su infancia. En la tranquilidad de la casa familiar de Haworth, un pueblo del norte de Inglaterra, los hermanos se dedicaban a inventar historias, que luego fueron alimento para novelas como Jane Eyre de Charlotte y Cumbres Borrascosas de Emily.
Esta pasión imaginativa y el anhelo por vivir distintas experiencias atraviesan la historia de Jane Eyre, el personaje más famoso de Charlotte Brontë. “Que me censuren los que quieran”, dice Jane en varios pasajes de la novela. Imaginaba una realidad distinta a la suya, una libertad de mundo que no tenía, a los ojos de la sociedad victoriana, siquiera el derecho de exigir; quería escapar de la condena de un “destino quieto”. Pero no podía vivir, aún en su imaginación, sin la censura como única alternativa frente al ejercicio del deseo. Jane Eyre es, por este tipo de reflexiones, considerada una de las obras más importantes para el feminismo. Sin ir más lejos, Virginia Woolf comienza las conferencias que luego se reunirían en Un cuarto propio hablando de las hermanas Brontë. Y supo leer en Charlotte no sólo la escritora que fue sino también la que podría haber sido si sus condiciones de escritura hubieran sido otras. Incluso sería “más genial que Jane Austen”, dice en Un cuarto propio.
Con un nivel de actualidad perturbador, Woolf se preguntó en 1928 por la literatura y las mujeres, por las condiciones bajo las cuales las mujeres no tenían, tal como los varones, un cuarto propio, libre de interrupciones, para dedicar concentración absoluta a la escritura. Sobre Charlotte Brontë escribió: “No podemos menos que especular con la idea de lo que habría sucedido si Charlotte Brontë hubiera poseído unas trescientas libras al año -pero la inocente vendió los derechos de sus novelas por mil quinientas libras esterlinas-, si hubiera poseído, de algún modo, mayor conocimiento del mundo y de ciudades y regiones llenas de vida; más experiencia práctica e intercambio con sus semejantes y hubiera conocido variedad de caracteres. En aquellas palabras señaló exactamente, no sólo sus propios defectos como novelista, sino también los de su sexo en aquel tiempo”. La cita resuena en la actualidad, en la venta millonaria del manuscrito que escribió, hace dos siglos, a los trece años, y a lo mejor también pueda decir algo de otra índole sobre nuestro presente.