Aterradora puede ser una palabra más que apropiada para definir a la prisión de Ushuaia, que funcionó en la capital de Tierra del Fuego entre los años 1902 y 1947. Brutal, insalubre, inhumana, son otros sustantivos que encajan a la perfección con su oscuro perfil. Aislada de todo en uno de los puntos más australes del territorio argentino, aquella mole que llegó a convertirse en un símbolo de la violencia institucional era conocida como la Cárcel del Fin del Mundo. Escenario ominoso, ese presidio ofrece el ambiente perfecto para contar, en clave de relatos góticos, algunas de las historias que tuvieron lugar al interior de sus murallas.
De eso se percataron el guionista Santiago Sánchez Kutica y el dibujante Kundo Krunch, autores de la novela gráfica La Cárcel del Fin del Mundo. Crónicas de un encierro helado (Hotel de las Ideas), en la que convierten a la prisión de Ushuaia en el teatro de operaciones donde transcurren las ocho historias narradas en sus páginas.
El libro está basado en una serie de crónicas que el periodista Juan José de Soiza Reilly publicó en la revista Caras y Caretas entre los meses de marzo y mayo del año 1933. Se trataba de las semblanzas de ocho criminales que purgaban ahí sus condenas, luego de haber sido encontrados culpables de distintos delitos, todos ellos bestiales.
Algunos de esos nombres han sido olvidados por las generaciones actuales, como el de Hans Woll, condenado a reclusión perpetua por el asesinato de una mujer a la que le robó unos pocos pesos para poder comer. O el de Mateo Banks, un hombre de familia acomodada que mató a sus tres hermanos, a su cuñada, a sus dos pequeñas sobrinas y a dos peones para apropiarse de una herencia familiar. O Francisco Fumara, que estranguló con alambre de púas a su socio para quedarse con la vaca que compartían.
Más conocidos resultan los casos de Cayetano Santos Godino y Simón Radowitzky, verdaderos nombres célebres de la criminalística argentina. Mejor conocido como el Petiso Orejudo, Godino es uno de los primeros casos de asesinos seriales de niños registrados en la Argentina. Se presume que murió a manos de otros reclusos, luego de matar a dos gatos, las mascotas del penal. Por su parte, Radowitzky fue un militante anarquista condenado a perpetua como autor material del atentado que mató con una bomba casera al comisario Ramón Falcón, responsable de la represión de una marcha obrera en 1909, que dejó un saldo de once personas muertas y 152 heridas.
De los famosos y de los ignotos, de todos y con idéntica atención se ocupan Sánchez Kutica y Krunch en las páginas de La cárcel del fin del mundo.
El guionista logra hacerle honor a los textos originales de Soiza Reilly, a los que adapta al lenguaje de la historieta dándoles un ritmo sostenido y conservando siempre la tensión que es propia tanto del relato como de la crónica policial. Por su parte, el dibujante desarrolla un estilo lóbrego e intimidante, que recuerda al del estadounidense Mike Mignola, creador de personajes como Hellboy, entre otros, haciendo un uso sumamente expresivo del claroscuro y el contrapunto permanente entre colores cálidos y fríos. El libro se completa con un estupendo prólogo a cargo de Ricardo Ragendorfer, cuya pluma florida siempre da gusto volver a leer.