Comenzó transcribiendo las charlas del autor de El Aleph sobre el tango y se convirtió en uno de los mayores conocedores de su obra, sobre la que lleva publicados varios libros. Un recorrido por sus ideas acerca del escritor que es emblema de la literatura argentina.
Pero una de sus mayores pasiones, la edición crítica, ya había sido puesta en práctica con la edición de los cuentos inéditos de ciencia ficción de Oesterheld, un proyecto que su autor tenía terminado al momento de su desaparición y que el trabajo minucioso sobre sus papeles privados hizo posible. Más allá de Gelo fue el resultado de esta labor de investigación junto con Mariano Chinelli en revistas hoy inexistentes que permitió que su producción narrativa dejara de permanecer oculta, lo cual habría redundado en una injusticia más.
Con ese mismo afán, comenzó a incursionar en la frondosísima obra oral de Borges, un aspecto de su producción poco tenido en cuenta, que su monumental obra cuentística y ensayística opacó. Allí conjuga erudición con sencillez, lo que lo acerca al gran público, muchas veces intimidado por la densidad conceptual de su obra escrita.
Comenzó transcribiendo las charlas que dio Borges sobre la dimensión histórica del tango en El tango: cuatro conferencias, que modifican la idea instalada acerca del prejuicio de Borges por este género compadrito y prostibulario.
En Literatos y excéntricos, indagó en los ancestros ingleses de Borges, los Haslam, la rama que hizo de su padre un librepensador y anarquista, aquella que lo ligó indisolublemente al mundo del libro y con la que se identificó al ver al protestantismo más erudito y racional que el catolicismo de la rama materna.
Con Siete guerreros nortumbrios, se propuso acercar a los lectores a la vertiente anglosajona de la literatura borgeana, a partir del desciframiento de las figuras e inscripciones en sajón antiguo que están talladas en su lápida. Todo un viaje al siglo V, donde Borges encontró una épica que le permitió construir el culto al coraje con el que ligó esa vertiente con la Argentina del siglo XIX.
En los años ’60 Borges ocupó la cátedra de Literatura Inglesa de la UBA y sus clases fueron grabadas por sus alumnos y editadas por Hadis y Martín Arias, después de un exhaustivo trabajo de investigación de las fuentes citadas. El resultado es Borges profesor, un fascinante encuentro con el discurso oral de uno de los mejores conversadores de nuestra literatura y una clase magistral de literatura inglesa desde las sagas medievales hasta el siglo XIX.
Borges, el misterio esencial
Célebres son las conferencias e innumerables entrevistas y charlas que dio Borges a lo largo de su vida en cualquier lugar adonde lo invitaran: escuelas públicas, sociedades de fomento, bibliotecas barriales (y que cualquier argentino mayor de 60 años puede confirmar), lo que echa por tierra el elitismo del que se lo acusó. Las conferencias que dio en distintas universidades norteamericanas en el final de su vida, donde un público numeroso de estudiantes, profesores, traductores y especialistas en su obra lo escuchó fascinado, es una muestra más.
Uno de sus mayores interlocutores, Willis Barnstone, recopiló estas conferencias en Borges a los 80, que Hadis, mientras estudiaba en Harvard, descubrió y, en 2011 empezó a trabajar en la traducción anotada. El resultado es Borges: el misterio esencial, ilustrado por Barnstone con unas exquisitas fotos que acompañan cada capítulo, algunas de las cuales se convirtieron en imágenes icónicas del escritor, y que salió publicado el año pasado.
El minucioso trabajo de traducción de estas conferencias que el escritor dio en inglés, pone en primer plano el castellano de Borges, ese registro tan particular con el que Hadis ya estaba familiarizado por haber editado las clases de literatura inglesa que había dado en la UBA en los ’60, por lo que tenía entrenado el oído en el tipo de vocabulario que él usaba, además de haberlo estudiado en profundidad. Sus conocimientos de filología y de lenguas medievales hicieron el resto.
Leyendo estos textos, se advierte que el escritor más intelectual de nuestra literatura parece haber encontrado en la oralidad el espacio donde desplegar toda su erudición y encanto, aunque para él no hubiera límites entre la oralidad y la escritura. Un criollo viejo, así lo define Hadis, alguien a quien le encantaba conversar y lo hacía con quien quisiera escucharlo. Su genialidad, nos dice este autor, reside en que lo hiciera con gran sencillez y de ahí su proverbial modestia, que no era falsa, sino real.
Estas charlas son una clase magistral de literatura, pero muchas veces, responde lo que quiere. Siempre manteniendo un tono de mucha cordialidad, evitando esas filosas ironías que lo caracterizan. Cuando le preguntan por Cortázar, dice que lo único que leyó de él fue Casa tomada, por haber sido jurado de un concurso donde se presentó. Quizás, esta sorprendente respuesta se deba a que su biblioteca se cerró para sus contemporáneos a mitad de la década del ’50, cuando quedó definitivamente ciego y no pudo leer más. Pero además, tiene que ver con una posición estética: la lectura, para él, es relectura en la que buscaba más y más capas a lo ya conocido.
Noé Jitrik se preguntaba, en algún trabajo sobre Borges, por qué en Francia lo adoraban y según él, era porque los hacía pensar, era su costado filosófico el que los deslumbraba. Para Hadis, el efecto que producía en los lectores norteamericanos era de sorpresa frente a su vasta erudición universal, esa formación medio inclasificable en que, por momentos, lo hacía parecer un escritor renacentista y en otros, un místico del siglo XVI.
En su discurso, Borges utiliza una suerte de estructura bipartita en la que la segunda parte atenúa lo que afirma la primera. Pareciera una figura retórica y el efecto que produce es exactamente el contrario. Por ejemplo, cuando dice “Sí, creo que esa afirmación es correcta, aunque sea yo quien la haya dicho” con lo cual, la primera parte resulta realzada. O su inveterada humildad que deja a todos perplejos. (En algún momento, uno de sus entrevistadores le recrimina que “usa la modestia como un arma”). Pero para Hadis, no es otra cosa que la máquina-Borges funcionando. Él hace una afirmación y enseguida la refuta. Toda su obra tiene, para este autor, el mismo sesgo y considera que se deriva de su actitud frente a la vida.
Pero no solo de literatura tratan estas conferencias. Borges habla de sí mismo y de la Argentina porque se está presentando, todavía no era el escritor reconocido universalmente que es hoy, y entonces habla de cómo se siente en relación a su país, que está atravesando, en ese momento, una nueva dictadura. Y lo hace desde una posición estética que es conectar a la Argentina con lo universal (cosa que muchos contemporáneos no entendieron y lo tildaron de extranjerizante). Es lo que en alguna de estas conferencias llama “mis propósitos literarios sudamericanos”.
Y su proverbial memoria, así como las imágenes soñadas que luego serían escritas y tantos textos escuchados, tienen como fuente principal la herencia materna. Y de eso trata el último trabajo de Hadis, de la edición crítica de las notas que la amiga personal de la familia, Alicia Jurado, tomó en los últimos años de vida de la madre del escritor, sobre sus recuerdos personales.
Memorias de Leonor Acevedo de Borges, publicado recientemente, recupera todo este material al que su autor define como la precuela del célebre escritor.
Su protagonista, casi centenaria, nació en 1876 dentro de una familia cuyos apellidos se remontan a los principales personajes de la historia argentina como Cornelio Saavedra, Miguel Soler o Vicente López y Planes (el “tío Vicente”), así como a los integrantes de las principales familias de la élite, de cuya pertenencia tenía plena conciencia, así como de haber vivido una vida digna de ser contada. Basta con ver su frondoso árbol genealógico, que el autor del libro incluye –al comienzo y al final– para confirmarlo.
El trabajo de edición de estas notas guardadas sin orden cronológico precisó de una minuciosa reconstrucción de los nombres citados, de las fechas y lugares, y de un rastreo de las genealogías de estos personajes de cuatro apellidos, desde la mitad del siglo XVIII en adelante. Un trabajo que al autor le llevó una década de investigación a partir de diferentes documentos, partidas de nacimiento y de defunción, notas en periódicos de la época, anuncios, planos antiguos y fotografías, con los que reconstruyó para los lectores actuales la Buenos Aires de fines del siglo XIX.
Comenzó transcribiendo las charlas del autor de El Aleph sobre el tango y se convirtió en uno de los mayores conocedores de su obra, sobre la que lleva publicados varios libros. Un recorrido por sus ideas acerca del escritor que es emblema de la literatura argentina.
La importancia del entorno familiar en la obra de Borges se hace explícita en las memorias de su madre, quien describe con mucho detalle los años de formación de sus hijos y que le provee los materiales con los que construyó la topografía de las orillas, ese espacio imaginario único en nuestra literatura.
La “materia de Buenos Aires” llama Hadis a esta herencia materna que, junto con la herencia cultural paterna, la “materia de Inglaterra”, conforman las dos grandes vertientes de su obra. Una obra plagada de patios con aljibe, calles de tierra, faroles y caballos, inventada con los relatos de su madre sobre esa Gran Aldea que era la ciudad que él tanto amó.
“Me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores –los patios, los esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas–, …las compartidas claridades y sombras, …Madre, vos misma. Aquí estamos hablando los dos, et tout le reste est littérature”.
Con esta dedicatoria a su madre se abren sus Obras Completas, de 1974, el famoso libro verde que se podía encontrar en algunas bibliotecas familiares por aquellos años.
Pero Leonor Acevedo de Borges fue bastante más que la madre de este escritor devenido universal. Dueña de una erudición poco común para una mujer de esa época, fue una refinada lectora, traductora del inglés y el francés, cuyo trabajo estuvo consagrado al lucimiento de su marido y más tarde de su hijo. Una “discreta colaboradora”, para la concepción de la época que, según cuenta Borges en una entrevista radial, fue la que tradujo Un cuarto propio de Virginia Woolf para la editorial Sur, a pesar de que la traducción no lleva su firma. Una “discreción” que no hace más que sostener ese lugar invisible del trabajo intelectual de las mujeres.
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