Con el diluvio del miércoles no fue una tarea fácil llegar a la Biblioteca Nacional para entrevistar a su director, Juan Sasturain. El tránsito estaba tan complicado que dio tiempo para las reflexiones intrascendentes: qué curioso que el edificio de una biblioteca responda a un estilo arquitectónico llamado «brutalismo». Al llegar, erguida sobre sus pilotes de cemento bajo la lluvia, la biblioteca parecía un arca de Noé en reparación empeñada en salvar al país escrito.

Sasturain, el menos formal y el más divertido de todos los funcionarios, recibió a Tiempo Argentino en su despacho presidido por la bandera nacional. También allí llovía, o al menos el agua se filtraba por algún lado formando un charco. No hubo tiempo de preguntarle si acaso se trataba del resto del último naufragio del que, como siempre, solo se salvaron unos pocos. Era tiempo de comenzar la entrevista. No sabíamos entonces que quizá era la última que daría en la biblioteca por un tiempo que, por el momento, nadie puede determinar. Al día siguiente, como tantas otras instituciones, la biblioteca se cerró para contribuir a evitar la propagación del coronavirus.

-¿Qué función cumple o debería cumplir hoy una biblioteca nacional?

-Es un tema en discusión, lo que no es una respuesta, es una descripción, sobre todo cuando uno no tiene experiencia de bibliotecólogo, sino de usuario como en mi caso. Mi experiencia es la del que ha generado su propia biblioteca. En mi relación con las bibliotecas, la más rica que tengo es con la mía. Pertenezco a una generación o soy un tipo de lector que tiende a armarse su biblioteca, lo que significa conservar los libros que leés. La separación conyugal es el enemigo número uno de las bibliotecas y, a cierta edad, casi todos hemos padecido el desguace de una biblioteca. Una biblioteca es el residuo histórico de nuestra biografía, porque en los libros ponemos muchas cosas. No puedo suponer que la relación que tengo con mi biblioteca sea distinta a la que tienen otros. La diferencia está en esta biblioteca, que no es mía, es una experiencia nueva. Por ejemplo, aquí lo que no tengo que contestar es si leí todos los libros (risas).

-Es una pregunta típica.

-Sí, a todos los que somos juntadores de libros, alguien siempre nos mira como diciendo “no me vas a decir que te los leíste todos”. Uno dice, bueno, no todos, pero me gusta tenerlos. Si no los leí, los voy a leer, sé que los tengo. Es que mi biblioteca personal también tiene un criterio de biblioteca pública, y no porque le voy a prestar mis libros a cualquiera. Pero me hace sentir muy bien, cuando un amigo me pregunta, decir “sí de Oliverio Girondo tengo este, tengo aquel…” Me gusta saber que los tengo y que pueden confiar en mí para buscar ciertas cosas. Venir a la Biblioteca Nacional es un poco cumplir el sueño del pibe: tengo todos los libros. Y esa es una sensación muy, pero muy hermosa. No puedo pensar una función en abstracto. Por eso me quedo en esa primera función de lo que para mí es una biblioteca.

-¿Cuál es?

-Una función de identidad. Yo, entre otras cosas, soy mi biblioteca. Cuando va gente a mi casa me siento orgulloso de tener los libros ahí. Es como mostrar a la familia. Es una extensión material de nuestra identidad. En el caso de la Biblioteca Nacional, yo soy hoy el administrador, pero el sentido de pertenencia es de todos nosotros. Seamos o no conscientes de esto, la biblioteca nos representa, es parte de nosotros, ya sea que la hayamos formado o la hayamos heredado, la hayamos elegido o nos haya tocado. Creo que si tiene que cumplir una función es subrayar ese lugar identitario. Esta biblioteca es el lugar en que están todos nuestros pensamientos, todo lo que hemos escrito, lo que hemos reflexionado, lo que hemos editado. Hay textos extranjeros que no han sido producidos intelectualmente aquí, pero sí materialmente. Aquí está nuestra escritura y nuestro trabajo. Me gusta pensar que es uno de los lugares donde podemos encontrar nuestra identidad, un buen espejo de todas nuestras contradicciones. Los lugares que ha ocupado la Biblioteca Nacional son un lindo revelador de nuestra historia, de nuestros avatares.

-¿Cómo es la relación entre nuestra historia y los lugres materiales que ocupó?

 -Da la casualidad o no, de que con este nombre u otro, la historia de esta biblioteca coincide con nuestra historia como nación o protonación. Es la historia de nuestra patria. Del Cabildo pasó a La Manzana de las Luces, de allí pasó, en la generación del ’80, a tener su edificio propio en la calle México, que estaba pensado para la Lotería Nacional, pero Groussac logró arrebatárselo a Roca. Luego pasó a este extraño artefacto, a este edificio posmoderno y pospuesto. Como lugar material, es una hermosa seña de identidad de lo que es la historia de los argentinos. Si uno pasa de Moreno a De Angelis, -que no fue director de la biblioteca pero sí un intelectual del rosismo- o a Marcos Sastre o a José Mármol como representante de los proscriptos, saltás a la gestión de Hugo Wast, el nombre por el que se conoce Martínez Zuviría, con un catolicismo ultramontano filonazi, pero un autor muy popular. Luego está todo el ciclo borgiano. Es todo el ciclo de nuestra intelectualidad y nuestras contradicciones. El libro de Horacio González sobre la Biblioteca Nacional es ejemplar en este sentido, porque es la historia de las discusiones que se dieron aquí dentro. Volviendo a tu pregunta inicial sobre cuál es la función de una biblioteca, creo que es poner delante de los argentinos un espejo muy verdadero, uno de los pocos espejos totalizadores de nuestra realidad. Acá está todo y es bueno que la gente lo sepa.

-¿Y eso cómo se logra?

-Hay que convertir la biblioteca en un espacio accesible, no en una foto ni en un monumento histórico. Estamos dentro de un monumento histórico, lo que es un orgullo y también una incomodidad. Hay que lograr que se pueda usar, que pueda ser percibido.

-¿Qué relación existe entre una biblioteca nacional y un proyecto político?

-Hay un paso más o menos sutil entre lo político y lo cultural. Lo político está incluido dentro de lo cultural. Yo he sido elegido y me tengo que hacer cargo de las expectativas del poder político que me eligió para un área cultural. Qué es lo que hay en mí que hizo pensar a alguien con poder decisorio que yo podía servir, no en sentido utilitario, sino de servicio. Y, en este punto, estoy de acuerdo con mi elección, no porque me considere el más idóneo ni mucho menos, sino porque estoy de acuerdo con este proyecto político de integración que es el que voté y al que adhiero. Si vamos a buscar con sinceridad lo mejor para todos, hay que creer. Por eso, para esta etapa, para este proyecto político, para esta emergencia nacional, me siento muy capacitado y en sintonía.


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Imagen tomada con Motorola One Vision.
(Foto: Edgardo Gómez)

-¿Cuál es su “pesada herencia”? ¿Cómo encontró la biblioteca?

-Como encontré mi economía personal, como encontré los servicios que tengo que garpar en mi casa. Estar por primera vez en la función pública no me cambia la perspectiva. Uno es un ciudadano de a pie. Cuando voy a comprar algo, no voy como funcionario. Esta biblioteca no es más que la proyección en lo colectivo de nuestra situación individual. Lo que pasa es que las políticas neoliberales consideran la cultura como un gasto, consideran el país como una empresa y nosotros tenemos una concepción de la patria, la nación y la cultura que es de otro tipo.  Lo que hacemos es tratar de revertir los resultados nefastos de la concepción neoliberal, que busca que los números macro den bien aunque eso signifique despidos, que subejecuta presupuestos, que fabrica ñoquis, que ha mutilado áreas completas de la Biblioteca Nacional.

-¿Cuáles, por ejemplo?

-El Museo del Libro y de la Lengua había desaparecido, literalmente. Dejó de estar en el organigrama, desapareció no solo en los papeles, sino en la realidad. Se quedó sin dirección y sin atención. Se cerró, se abandonó y luego sufrió un accidente propio de los servicios públicos: se inundó. También se abandonó la editorial que, durante la gestión de Horacio, publicó 400 títulos. Se consideró que la publicación de libros no era una función de la biblioteca. Además, la biblioteca dejó de estar presente en la Feria del Libro. En fin, la situación no era mejor ni peor que la que se encontró en otras áreas. Esto tiene que ver con una visión del Estado en general y del Estado en el área de la cultura en particular. Ahora estamos en la revalorización de esos espacios. En la Ciudad de Buenos Aires estamos muy contentos de la reserva ecológica. Pero la reserva ecológica es un accidente. Los que tenemos algunos años sabemos cómo se originó. Puteábamos a Cacciatore que demolía casas para construir autopistas y tiraba los escombros al río. Pero el espacio adquirió un valor no previsto. Ahí tenemos un cachito de naturaleza a partir de un gesto de intervención humana salvaje. En el espacio cultural todo el tiempo pasan esas cosas, porque tiene ver con el devenir de la cultura que, a su vez, tiene que ver con la vida misma. Los fenómenos culturales más significativos se producen siempre en los bordes del sistema de lo establecido. Por lo general, son valiosos porque son originales. Se dan en lugares no controlados y luego se incorporan. Entran por la puerta de atrás. Y esto abarca desde el tango a la reserva ecológica. Hay un devenir antiburocrático que va contra cualquier tipo de planificación y tiene que ver con el fluir natural de las cosas. Siempre hay que dejar en la gestión la posibilidad de ese libre juego. Me gusta pensar que la tarea que tenemos algunos que ocasionalmente ocupamos estos lugares es abrir la puerta para ir a jugar. Es algo del pensamiento chino acompañar el devenir en vez de encorsetarlo.

El Museo y las luchas femeninas 

“Como todo lo que es autogestionado -dice Juan Sasturain-, o lo que fue “inventado” durante la gestión de Horacio González, el Museo del Libro y de la Lengua tuvo desde el principio la impronta de aquellos que lo generaron.

Luego se agregó lo que produce la gestión en el día a día. ¿Quién podía prever que iba a ocupar un lugar central en las luchas feministas? Esa era una posibilidad como tantas otras, pero la concepción general de ese espacio y la gestión de María Pía López hicieron que en el momento de reactivar el museo aparezca una figura como la de María Moreno, quien lo dirige actualmente.

Esto es un ejemplo de cómo las cosas superan largamente los fundamentos a partir de los cuales se generan. En la cultura todo el tiempo pasan estas cosas. No quiero decir con esto que el museo se haya “desnaturalizado” porque no tiene una naturaleza anterior a su existencia misma, pero sí que un espacio de discusión genera la riqueza de la forma en que se despliega.

El Museo del Libro y de la Lengua no es un espacio embalsamador, sino todo lo contrario, y por eso se ha disparado como lo hizo.”

















“Como todo lo que es autogestionado -dice Juan Sasturain-, o lo que fue “inventado” durante la gestión de Horacio González, el Museo del Libro y de la Lengua tuvo desde el principio la impronta de aquellos que lo generaron.


Luego se agregó lo que produce la gestión en el día a día. ¿Quién podía prever que iba a ocupar un lugar central en las luchas feministas? Esa era una posibilidad como tantas otras, pero la concepción general de ese espacio y la gestión de María Pía López hicieron que en el momento de reactivar el museo aparezca una figura como la de María Moreno, quien lo dirige actualmente.


Esto es un ejemplo de cómo las cosas superan largamente los fundamentos a partir de los cuales se generan. En la cultura todo el tiempo pasan estas cosas. No quiero decir con esto que el museo se haya “desnaturalizado” porque no tiene una naturaleza anterior a su existencia misma, pero sí que un espacio de discusión genera la riqueza de la forma en que se despliega.


El Museo del Libro y de la Lengua no es un espacio embalsamador, sino todo lo contrario, y por eso se ha disparado como lo hizo.”