Nación en Rosario, estudió con Lacan y hace 50 años que ejerce el psicoanálisis.
En su último libro cuenta de qué manera trabaja con sus pacientes y define al psiconálisis como «un viaje que tiene como punto de partida la angustia y como punto final el develamiento de su origen».
El título de su libro es ¡Sí, el psicoanálisis cura! Tiene la forma de una respuesta a una pregunta. ¿A quién le está respondiendo?
A varios interlocutores. El primero está integrado por aquellos que no conocen el psicoanálisis, para informarlos de que el psicoanálisis cura, es un tratamiento. Mucha gente olvida que es, ante todo, un método terapéutico destinado a aliviar el sufrimiento. Si me preguntara qué es lo más importante en mi vida profesional, le respondería que quiero ser útil, quiero servir a aquel que viene a consultarme.
¿Cuál es el segundo interlocutor?
Aquellos que tienen una idea errónea de lo que es el psicoanálisis, aquellos que creen que es una experiencia intelectual interesante o que consideran que es muy caro, muy largo, que el psicoanalista no habla y hasta que a veces se duerme. Esta es una imagen que le ha hecho mucho daño al psicoanálisis, que es una vieja práctica que ya ha cumplido un siglo y medio, y que ha tenido un éxito excepcional en la cultura. El psicoanálisis freudiano ha impregnado la cultura occidental como pocas corrientes filosóficas o psicológicas. Ha impregnado el cine, la música, la literatura, el arte en general y también ha impregnado la psiquiatría, que a través del psicoanálisis se ha humanizado. Al psicoanálisis le pasa lo mismo que a las personas o corrientes que han tenido una influencia muy positiva: también van a aparecer aspectos negativos. Es cierto que hay colegas que cobran muy caro, que no hablan, que prolongan el análisis por años y años, pero eso no debe hacernos olvidar, primero, que estamos para curar el sufrimiento de los pacientes; segundo, que somos activos; tercero, que tenemos un bagaje de cultura y de historia psicoanalítica extraordinario. Yo debo ser la décima o undécima generación de psicoanalistas y en cada una de esas generaciones ha habido profesionales que han tratado de profundizar, de teorizar acerca de lo que es la psiquis humana. En última instancia también me dirijo a mí mismo. Me digo: «Sí, el psicoanálisis que vos hacés cura» puesto que mis pacientes me mandan cartas de agradecimiento. El 60 o 70 por ciento de la gente se va bien del análisis. Quiero que esto se sepa y me lo digo a mí mismo para no olvidarme. Muchos pacientes se han curado gracias al trabajo que hago yo y que hacemos muchos profesionales. Freud fundó su teoría en los años del 1900. Estamos en 2017 y en un siglo y medio hemos ayudado a mucha gente.
Hablemos de otra parte del título, que es la palabra cura. Uno tiende a identificarla con lo físico y no con lo psíquico. Usted habla de angustia y de sufrimiento. ¿La angustia y el sufrimiento son una enfermedad?
Digo que el psicoanálisis cura para hacer entender de una buena vez que nosotros ayudamos a aquellos que nos consultan. Un paciente que viene triste, una persona que viene angustiada, un niño que presenta síntomas terminan la terapia y se van aliviados de ese sufrimiento. La cura es el alivio del sufrimiento enfermo. Hay dos tipos de sufrimiento. Uno sano, que es inherente a todos porque no hay vida sin sufrimiento, y uno enfermo, nocivo, que es aquel del queremos aliviar al paciente.
¿Cuándo un sufrimiento es nocivo?
Cuando responde a cuatro características. Cuando ocupa toda la vida del paciente, es decir que este sufre cuando duerme, cuando come, cuando está en el trabajo, cuando está solo. El sufrimiento nocivo es invasor. En segundo lugar, cuando impide hacer lo que el paciente tiene que hacer, es decir, es un sufrimiento inhibidor. En tercer lugar, cuando dura en el tiempo, cuando no es pasajero, cuando decae y reaparece, cuando se hace crónico. Por último, cuando produce un dolor insoportable. Si ese sufrimiento desaparece, puedo decir que el paciente está curado, no porque deje de sufrir, porque todos sufrimos, sino porque el sufrimiento ya no le impedirá hacer su vida, sino que será un sufrimiento tolerable, pasajero. Cuando alguien está curado empieza a aceptarse, a tolerarse, a decirse «no está mal lo que soy, lo que hago, no soy ni peor ni mejor que nadie». El paciente puede relativizar y eso es un primer criterio de curación. El segundo criterio de curación es cuando la persona no tiene miedo de ser un niño, de mostrarse como un chico, de jugar, de dejar aparecer el niño que es. El tercer criterio para mí es que una persona no tiene miedo de la dependencia. En esta sociedad hay una idealización de la independencia, de la autonomía y yo estoy contra ese ideal.
Querer es depender.
Por supuesto. Si yo no dependo, no quiero, y si no quiero, no dependo. Claro que, como sucede con el sufrimiento, también hay una dependencia sana y una enferma, pero cuando se habla de la dependencia, se la critica en su conjunto. Dependencia enferma es cuando yo no me quiero si el otro no me quiere. Una dependencia sana es aquella que me permite quererme aunque el otro no me quiera. Hay dependencias necesarias y sanas y un paciente que ha comprendido eso para mí es un paciente que está curado. El cuarto criterio de curación es que una persona es tolerante ante las críticas y las observaciones, si le dicen que algo que hizo está mal no se siente que es la última de las personas, no se siente destruido. Estar curado es tener una ilusión, amar esa ilusión pero, cuando esa ilusión se pierde, no sentir que se ha perdido todo. Una persona curada va a sufrir esa pérdida, va a hacer un duelo, pero va a saber recuperarse.
¿Cómo fue su relación con Lacan?
Fue una maravilla, una gran suerte que he tenido siendo joven. Llegué a Francia en el ’69 y a partir del ’70 comencé a estar cerca de Lacan hasta su muerte en 1981. Me invitó a hacer el Seminario en mayo del ’79. Recuerdo que un año antes de su muerte yo iba a su consultorio y no había nadie, mientras que antes estaba repleto de gente esperando.
¿Lo esperaban para psicoanalizarse o para hacer supervisión?
Yo no me analicé con Lacan, hice supervisión con él. En el ’80 yo entraba directamente porque la puerta estaba abierta y él dormitaba en un sillón. Yo me sentaba y le hablaba porque me sentía triste.
¿Por qué no había nadie? ¿La gente lo abandonó?
La vida es así. Cuando un hombre es productivo, todos estamos allí detrás. Cuando está viejo, enfermo y moribundo, es otra cosa. El ser humano es muy cruel. Todos somos muy crueles. En mi caso, la relación con los maestros es muy afectuosa. Siento un gran reconocimiento y cariño por todos ellos porque, si soy lo que soy hoy, es en gran parte gracias a ellos. Me pasa lo mismo con Bleger y con Pichon-Rivière.
¿Y su relación con Pichon-Rivière cómo fue? Él tenía una personalidad muy particular.
Le cuento una anécdota. Pichon siempre me recibía de noche. En ese momento yo me dedicaba al análisis de parejas e iba a verlo por ese tema. Debía ser en el año ’68 porque él me hizo una carta de recomendación para Lacan. Un día le dije: «Bueno, hoy quiero hablarle de la pareja de Ricardo y de Inés. Entonces comencé a leer lo que había escrito sobre el caso, levanté la cabeza y vi que Pichon estaba dormido. Entonces hago silencio. Él levanta la cabeza y me dice: «Esa Inés ha tenido un problema con un aborto. Pregúntele por el aborto.» Pensé que estaba inventando cualquier cosa y termino la sesión no muy contento. Pero efectivamente, luego compruebo que Inés había tenido un aborto siendo muy joven y que eso había sido para ella decisivo en la manera de amar al hombre porque el aborto le generó una crisis muy grave. La mención de ese hecho produjo una iluminación en el trabajo con la pareja. De dónde sacó Pichon que esa mujer había tenido un problema con un aborto no lo sé aún hoy. Ese era Pichon. Cuando le dije que me quería ir a Francia para estudiar con Lacan, me dijo que lo conocía y que me iba a hacer una carta. Así fue. Tengo la copia de esa maravillosa carta en la que habla de mí de una manera demasiado elogiosa para el chico que yo era. Yo tenía unos 26 años y aquello era una locura de confianza. He tenido una suerte excepcional. Salgo de Pichon, voy a Francia y me relaciono con Lacan. En el año ’70 o ’71, estando en Francia, mi señora me dice que me había llamado por teléfono Lacan. Hacía ya un año que estaba en Francia y no pasaba nada. Iba a escucharlo a los seminarios y nada más. Yo le devuelvo el llamado de inmediato, llego al consultorio, me hace entrar, tira un libro sobre la mesa y me pregunta si lo conozco. Se llamaba Lectura estructuralista de Freud. Le contesto que no y me dice que es la traducción al español de sus Escritos y que es una vergüenza. Estaba enojado. Decía: «Yo no soy estructuralista. ¿Por qué me ponen ese título?». Me pregunta si puedo leer ese libro y buscar si hay errores. Le contesto que sí y me pide que le dé para el día siguiente un resultado de mi lectura. Era un libro de 400 páginas. Por supuesto, leí toda la noche. Al otro día fui y le dije que había más o menos ocho errores por página y que la persona que lo tradujo creía que él era un poeta y no un psicoanalista. Me preguntó si lo podía corregir. Sorprendido le dije que sí. Me preguntó cuándo podía empezar. Le contesté que antes de empezar quería pedirle dos cosas. Primero, que si yo lo corregía apareciera mi nombre como revisión técnica pero con su ayuda, que trabajáramos juntos porque en ese momento Lacan, igual que hoy, era como la Inquisición. No se puede decir una palabra que ya hay críticas, de modo que yo quería preservarme. Me dijo que sí. Segundo, le dije si el trabajo se me podía pagar porque yo tenía una beca, era médico psiquiatra pero aún no atendía pacientes. «Eso no lo sé, pero vamos a preguntarle al editor», me contesta. Lacan era muy tacaño, muy tacaño. Por supuesto, el editor lo quería matar porque el libro ya estaba listo y había que hacerlo de nuevo. Imagínese, era Siglo XXI de México. Así fue como trabajamos juntos. Yo lo iba a buscar al consultorio y salía a cenar con él en el restaurante El Decamerón. Yo me sentaba a su lado con mis papeles. Él llamaba al mozo y le decía «Apportez-nous des ris de veau». Él dirigía todo, yo tenía que comer lo que él decía. Ris de veau son mollejas, pero hechas de otra manera que acá. Así fue como conocí a Lacan. Él no era como Pichon, no llamaba al afecto. Pichon, Bleger o Goldenberg eran maestros queribles.
Pero usted tuvo una relación cercana y profunda con él.
Sí, es cierto. Lacan estaba cerca, yo le tenía cariño y al final iba sólo yo a estar con él, pero no era querible, era un hombre muy frío, muy duro. A los lacanianos de hoy que lo quieren mucho no les gusta que yo diga esto, pero yo digo mi opinión, lo que yo siento. «
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