Recorrer la Casa Museo José Carlos Mariátegui, en Lima, no solo es acercarse a la intimidad de quien consagró su corta vida a estudiar la realidad peruana de su época, sino también constatar de qué forma su obra ilumina como un faro el convulsionado Perú de hoy.
A pasitos del Campo de Marte, al 1946 de la Avenida Jirón Washington, la Casa Museo José Carlos Mariátegui es testigo, una vez más, de las luchas populares. La casita amarilla de modestos aires coloniales adonde vivió Mariátegui hace casi 100 años funciona como faro en la larga noche de fusilamientos, bastonazos y gasificaciones que vive el hermano país. Espacio vital donde el “Amauta” creó buena parte de su iluminador pensamiento. Ensayos, críticas, manifiestos, artículos a secas que iluminan las batallas de los “nadies”. Las ideas de un pensador vanguardista, latinoamericano, indigenista, marxista que hizo escuela. Amauta es una palabra de origen quechua. Se la usa para llamar a los sabios e iluminados. También al maestro.
Peruanicemos el Perú
“Demasiado actual es el pensamiento de Mariátegui. Sólo basta con asomarse a las calles: discriminación, racismo, el problema de la tierra, del indio, la explotación. Sus ideas nos marcan en el presente”, cuenta Luz Tafur, responsable del programa educativo del museo y sapiente guía. En el estudio de la impoluta vivienda, Tafur es custodiada por un corpulento óleo que muestra a Mariátegui sentado en una silla de ruedas, sonriente y cálido, con un dejo de melancolía.
La muchacha repasa la hoja de vida del Amauta. Mariátegui nació en 1894 en Moquegua, ciudad del sur andino, en el seno de una familia de trabajadores. Los Mariátegui eran pobres, sus vecinos eran pobres, los campesinos y obreros moqueguanos eran pobres, todo el Perú era pobre a principios del corto siglo XX. Historia repetida desde los tiempos de los salvajes conquistadores hasta los títeres neoliberales del presente.
Desde muy purrete, Mariátegui supo que la vida era adversidad. A los ocho años, sufrió un accidente que le provocó una anquilosis. La renguera fue otra prueba que debió superar el muchachito. Cuentan, los libros le salvaron la vida cuando llegó a Lima con una mano atrás y otra adelante. A los 15 años conoció el violento oficio de escribir. Fue cadete, alcanzarrejones y ayudante de linotipista en el diario La Prensa. “Ayudaba a los obreros o iba a buscar los artículos a las casas de los periodistas. No tenía un sueldo, le daban moneditas”, cuenta Tafur y señala una Remington aceitada que duerme la siesta en el estudio: “También usaba una Royal. El Amauta empezó a escribir artículos de muy joven en El Tiempo, en las revistas Mundo Limeño, Lulú y El Turf, intelectualmente era un iluminado.”
Autodidacta formado en la universidad de la calle, firmaba crónicas con el pseudónimo “Juan Croniqueur”. En ellas atendía con ironía la frivolidad de los patricios limeños. La “edad de piedra” llamó Mariátegui con sarcasmo a esta época seminal que va hasta 1919. Lejos de la crítica política, cerca de las vanguardias artísticas y los intelectuales tradicionales. En esos años también cultivo la poesía. Nunca publicó su anunciado poemario titulado simplemente Tristeza.
Su vuelo profesional bajo el ala del periodismo comprometido en la revista Nueva Época y el periódico La Razón lo llevaron en 1920 a un forzado exilio europeo. El presidente Oncenio de Leguía no soportaba las críticas al militarismo y el llamado a la agitación popular que Mariátegui sembraba en sus notas. Fue corresponsal durante sus derivas por el Viejo Mundo. En Italia se empapó de marxismo, presenció las protestas de los obreros de Turín, vio el nacimiento del Partido Comunista Italiano (PCI) en Livorno, departió con Antonio Gramsci y conoció a Anna Chiappe, el amor de su vida y futura madre de cuatro de sus cinco hijos. Retoma el hilo Tafur: “En 1923 regresa al Perú un nuevo Mariátegui. Comprometido con los movimientos revolucionarios, con ideas renovadoras para pensar nuestra realidad poscolonial. ‘Hay que peruanizar el Perú’, decía. En el ’24 desmejoró su salud, le amputan su pierna izquierda y un año después alquila esta casa y se muda con toda su familia. Fueron cinco años en este espacio, los más productivos de su vida. La escritura de La escena contemporáneo y los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, la fundación del Partido Socialista Peruano, los lanzamientos de la revista Amauta y de la Editorial Minerva. Trabajaba mucho, sufrió enfermedades toda su vida, creo que sospechaba que la muerte lo iba a atrapar joven.” Mariátegui murió el 16 de abril de 1930. Tenía sólo 35 años.
Luego de décadas de abandono, el Estado peruano se hizo cargo de la casa limeña y abrió el museo en 1994, paradojas, durante la dictadura de Fujimori. “Estaba derruida, se hizo un trabajo de reparación y ambientación de época. Es un lugar histórico, como la casa de Belgrano o de Maradona para ustedes”, explica Joel Bazán, estudiante de Historia del Arte y voluntario. Para el alumno de la Universidad de San Marcos, casa de estudios pública reprimida por el gobierno de Dina Boluarte en enero pasado, el museo es un tesoro: “Mantiene vivas las luchas populares. Hay algunos que relacionan a Mariátegui con Sendero Luminoso, pero es una mirada distorsionada. Más bien representa las luchas de los pobres del Perú, a los que hoy llaman ‘terrucos’, terroristas.” En los salones, detalla Bazán, se exponen obras plásticas que hablan de esas batallas. También atesoran una mascarilla mortuoria del filósofo, forjada por el escultor Artemio Ocaña.
El “Rincón Rojo”, en el salón principal, es un espacio bellísimo, de techos altos y puertas kilométricas, el más fresco de la casa, donde Mariátegui solía realizar tertulias con la crema y nata política, cultural y bohemia. Hay un retrato que lo muestra dicharachero junto al poeta Alcides Spelucín, el novelista gringo Waldo Frank, su médico Luis Sánchez y Amalia La Chira, su santa madre a quien, cuentan, le pedía disculpas por algún desliz en sus escritos anticlericales.
En el depósito editorial hay una impresora legendaria. También un cuadro con el Nº 1 de la Amauta, que lleva al mítico personaje cusqueño en la portada, ilustrado por el artista José Sabogal. “Fue una revista vanguardista que trajo nuevos paradigmas. Hacía foco en los silenciados, escribían muchas mujeres, llegaba a todo el país y al exterior. Textos que tienen relevancia para pensar estos tiempos de intolerancia y xenofobia en el mundo. Es curioso que casi no se lee a Mariátegui en las escuelas”, lamenta Ernesto Romero Cahuana, director del museo. Un mural sobre el pensamiento del periodista y una gigantografía de César Vallejo, otro amauta poético peruano, decoran el patio. Don Ernesto comparte un vasito de dorada Inka Cola y recomienda: “Lo decía Mariátegui, ni calco ni copia, sino construcción heroica, esa es la salida para nuestros países.”
La biblioteca del museo es la cereza del postre. Abriga 8000 libros. “Incunables de estudios sociales y la colección personal de Mariátegui y su esposa”, detalla Manuel Marcos, historiador a cargo del tesoro. Me deja chusmear los volúmenes que hojeaba José Carlos. Leo las dedicatorias: “Con todo mi afecto para el Amauta”, escribe a mano allá por 1929 el español Juan Chabás en la primera página de su novela Puerto de sombra. Cierra Marcos: “Poder tocar estos libros, leerlos, nos recuerda que Mariátegui no es solo el personaje de estatua, el mito, sino un luchador de carne y hueso”.
Por el Jirón Washington caminan los marchistas de regreso al Campo de Marte. Cuando pasan por la casa amarilla algunos se persignan, otros vivan al eterno Amauta, el maestro. Docente en lucha del Perú. «
Aventura y revolución mundial es un libro fascinante que recupera los escritos de viaje de José Carlos Mariátegui. Crónicas periodísticas urbanas, ensayos políticos y culturales, perfiles de viajeros y encendidas defensas del cosmopolitismo reúne el volumen publicado en Argentina por Fondo de Cultura Económica.
Martín Bergel, doctor en Historia, estuvo a cargo de la selección y el prólogo. La generosa ensayística que parió el “Amauta” en sus años europeos permite relecturas de su pensamiento inmortal. Detalla Bergel: “La pulsión vital que subyace a la experiencia del viaje abona e ilustra su concepción de la revolución”. Obra fundamental.
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