Inés Garland: «Creo que la escritura tiene su propio plan»

Por: Mónica López Ocón

Diario de una mudanza es la última novela de Inés Garland. En ella habla de la menopausia, de los cambios del cuerpo femenino que suponen, a su vez, otros cambios. Un libro fragmentario y sin embargo tan atrapante que es imposible abandonar su lectura.

“El mes de marzo del año pasado en que las fichas de los médicos anotan mi menopausia se murió mi padre. No podría recordar la fecha precisa de mi menopausia, también tardé varios años en recordar la fecha precisa de la muerte de mi padre”. Estas son las palabras iniciales de Diario de una mudanza (Alfaguara), de Inés Garland, la última ¿novela? –hay  libros que no se dejan encasillar en la cómoda taxonomía de los géneros– publicada por la autora.

A partir de textos fragmentarios pero que tienen un hilo conductor, una mujer habla de la mudanza física que supone el fin de la vida fértil, de la mudanza de casa, de las múltiples y a veces casi imperceptibles mudanzas que acontecen al cabo de la vida cumpliendo la sentencia de Heráclito de que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río.

¿Cómo poner en palabras esa mudanza del cuerpo femenino que supone otras y que aún continúa siendo tabú a pesar  de las múltiples conquistas de las mujeres? Más aún: ¿cómo materializar en la palabra aquello que fluye de manera constante como el agua, que cambia de color a cada instante como el fuego y que, inasible, acontece en el claustro del propio cuerpo? Este es el desafío que se planteó Garland, posiblemente sin saberlo del todo y es también el desafío del que sale airosa al traducir el lenguaje del cuerpo a la escritura. Ya lo dijo Juan José Saer: la escritura (también) es un cuerpo.

Inés Garland

–¿Cómo se fue armando este libro, que pese a ser fragmentario, no se puede dejar de leer?

–Le mostré a una amiga los textos fragmentarios que estaba escribiendo sobre la menopausia, sobre el cuerpo y ella me propuso que lo hiciera en forma de cartas, que yo le escribiera y que ella me contestaría. Pero ese método de escritura no funcionó. Ella se armó un personaje que era una editora que vivía en un campus universitario de Estados Unidos. Comenzó a pasar que lo que a ella le interesaba no me interesaba a mí. Además, tardaba mucho en contestar y yo perdía el hilo y a la inversa. Entonces, en un momento suspendí ese intercambio.

La escritura estuvo parada mucho tiempo, pero me volvía y me volvía lo que había dejado. Lo retomé, escribí sobre cosas bastante autobiográficas y de pronto lo que escribía comenzó a tomar vuelo, se empezó a armar un personaje que iba hacia atrás en el tiempo, que revisaba su vida, que unía episodios que se parecían pero que habían ocurrido en diferentes momentos o con conciencia diferente de lo que estaba pasando. Y ahí se terminó armando este libro que es muy fragmentario pero que tiene un hilo que lo une: esto es lo que yo puedo decir a esta edad de esa protagonista que va juntando sus pedazos por ahí.

–¿Comenzó como algo autobiográfico y fue ganando ficción?

–Sí. En realidad, para mí no está muy clara la diferencia entre una cosa y otra aunque sé que existe. Pero creo que la escritura tiene su propio plan. Cuando escribo, es la escritura la que me va llevando. Entonces no puedo decir esto pasó y esto no pasó. La verdad es que eso no me importa cuando escribo y tampoco cuando leo. Me importa que la escritura llegue al otro lado, a la persona que está leyendo. Me dejo llevar por ella, no tengo un plan. Así aparecen cosas que no sé ni de dónde vienen.

–Creo que vas dejando huellas para que el lector piense que se trata de algo autobiográfico aunque quizá no lo sea.

–Sí, hay una escena en que hablo de las Garland y como se trata de una escena fuerte, me sugirieron que pusiera otro nombre y yo no quise. De hecho, se trata de una mujer que escribe, que traduce, que tiene  una hija como yo, pero las historias toman su propio camino porque quieren revelar algo que voy descubriendo en la escritura y que no sé de qué se trata cuando comienzo a escribir.

Hay una verdad emocional que está por debajo como si algo en la vida me hubiera pegado y me hubiera dejado una cicatriz y yo tuviera que investigar qué fue. Cuando escribo, se abren cajones y aparecen cosas. Tengo que estar ahí para verlas pero no controlar mucho ese material. Después lo controlo en la corrección.

–Si bien no se sabe qué es biográfico y qué no, lo más probable es que el lector crea que lo que contás es verdad, que relatás hechos que protagonizó Inés Garland aunque no se trate de Inés Garland. En este sentido, aunque se trate de ficción, hay una exposición del cuerpo que no es muy frecuente.

–Sí y ese fue un gran tema para mí. Lo hablé mucho con las editoras  y con mi agente. Pero no creo que lo que me pasa a mí con el cuerpo, que las cosas que terminan pasando en la novela sean mías, sean privativas de mí. Si consigo que eso se sienta como algo más universal, a mí me alcanza. En realidad, eso es lo que busco cuando leo. En su momento me preocupó el nivel de exposición. Era como un desnudo en hora pico, como me dice un amigo.

Pero para mí escribir se trata de eso, no le puedo dar importancia a lo personal porque estoy haciendo algo que llega a otra gente. La primera en leer la novela fue mi hija porque la novela tiene escenas con una hija. Le pregunté qué pensaba, si le molestaba porque iba a quedar expuesta.

–¿Y qué te contestó?

–Estás hablando de una madre con una hija adolescente y esto va mucho más allá de vos y yo, me dijo. También me dijo que quería que la leyeran sus amigas, que le gustaba mucho cómo hablaba del cuerpo, de la mujer, del paso del tiempo. Con que ella lo entendiera así me alcanzó. Yo dicto talleres y mucha gente que asiste tiene temor  de escribir por miedo de lastimar a alguien. No sé, entonces, si esa gente va a poder escribir.

Una vez que se termina un texto se puede decidir qué se quiere mostrar y qué no, pero primero hay que escribirlo porque escribir es la prioridad y escribir lo que aparezca y enfrentar las monstruosidades que haya que enfrentar. Annie Ernaux decía algo así como que hay que darnos coraje para mirar lo que nos pasa

Vos usás la palabra novela para definir Diario de una mudanza. Yo no leí el libro como una novela, sino como un diario en el que se cuenta el proceso de varias mudanzas, sobre todo de la mudanza del cuerpo que es “la mudanza” de la que hablás.

–Estoy de acuerdo con vos.

–En un sentido tradicional una novela supondría narrar dos historias paralelas relacionadas y una tensión que de algún modo se resuelve.

–Y vos no sentiste una tensión que se resuelve.

–Sentí algo que empuja a la lectura. Si no hubiera una tensión, no empujaría, pero no es la tensión de un desenlace.

–Para mí tampoco es una novela, pero nunca le presto demasiada atención al tema de los géneros, aunque entiendo lo que decís. No hay un hilo conductor tan obvio como en una novela tradicional que debe resolverse, pero sí tiene un hilo conductor. Mucha gente me dice que no podía dejar de leer, entonces creo que sí hay una tensión del hilo conductor.

–Creo que hay  una tensión del hilo conductor en la escritura, no en la anécdota. No hay tensión por lo que le pase a la protagonista, o a tal o cual. Por otra parte, hay algo muy interesante: es  una narración que hace teoría, una narración de averiguación de qué es el deseo, qué es el cuerpo… De hecho citás muchos autores.

–Me gusta que me digas esto porque yo escribo para averiguar y la escritura me contesta. Escribo para averiguar frente al desconcierto de la vida. Vivo preguntando. Busco respuestas, pero también me planteo muchas preguntas y cuando escribo creo que dejo más preguntas que respuestas. Otra vez cito a Annie Ernaux que dice que escribimos para preguntarnos lo que hacemos y cómo hacemos para soportarlo. Ella sí que es feroz en su autobiografía

Estoy segura de que si hablara con ella me contaría que también hay cosas que inventa. Su padre tenía un negocio y era y violento. Ella decide salirse de ese medio y estudiar Letras con la pérdida enorme que eso significa, con el dolor, con la sensación de no pertenecer a ninguna parte. Dice las cosas muy descarnadamente. Con  muchas de esas cosas que dice, yo, Inés Garland, me siento muy identificada. En 2022 ganó el Nobel de Literatura.

–Algo que me pareció muy interesante también es que, si bien hay relaciones amorosas, relaciones sexuales que no son encuentros felices, no hay una mirada autocompasiva de la protagonista, sino una indagación.

–Sí, me pregunto qué hice yo, qué pudo haber hecho el otro, qué fracasó, cómo se producen los desencuentros… Estas son preguntas que tengo de toda la vida. No encuentro las respuestas pero creo que con el tiempo voy afilando las preguntas. Entonces, comienzan a irse las preguntas más superfluas y quedan las más profundas.

–Vos sos traductora. En este libro creo que también traducís no al inglés o del inglés, sino que traducís a palabras un estado interrogativo sobre el cuerpo. ¿Es así?

–Es que poner en palabras es traducir. Eso es lo hermoso de escribir para mí, lograr materializar algo. Por eso digo  que el cuerpo materializa algo, hace tangible algo que es intangible. El lenguaje y la escritura hacen lo mismo: de pronto algo intangible se vuelve materia. Y eso es traducir.

Un feminismo sin manifiesto

–Me pareció muy interesante que siendo la protagonista una mujer de hoy que conoce lo que es el feminismo, el texto no resulte un manifiesto que es algo poco interesante desde lo literario aunque se concuerde con las ideas que propone. 

–Sí, creo que no hay modo de no estar de acuerdo con ciertas ideas pero a veces no se encuentra la forma. En este sentido, yo tampoco concuerdo con lo que llamás manifiesto.

–Hay una escena en la que un camionero violenta sexualmente a la protagonista que más adelante en el texto dirá que aún no logra estar enojada con lo que le hizo. Eso es una pregunta muy compleja no una respuesta express.

–Sí, es una pregunta. Además, ella dice también que le gustaría entender en profundidad qué le pasó a él. Por un lado, comprende que lo educaron para pensar que si una mujer le acepta un trago es porque quiere ir a la cama con él. Hay una educación en que los hombres están tan enjaulados como las mujeres. Me interesa parar un minuto y preguntarme cómo hacemos para entendernos si seguimos cada uno por su lado y con ese enojo profundo. De todos modos, creo que las mujeres estamos enojadas y que está muy bien ese enojo. Pero me parece que aún estamos a años luz de poder comenzar un diálogo con los hombres, aunque un mundo menos violento es una búsqueda conjunta.

Una espontaneidad muy elaborada

Diario de una mudanza es un libro que parece escrito de un tirón, que salió así. Sé que, por lo general, lograr eso lleva un trabajo enorme. ¿Cómo fue en este caso?

–Sí, me llevó mucho trabajo. Cuanto más espontánea parece la escritura, más esfuerzo tiene detrás. La corrección fue un trabajo infernal. Tardé cinco años en escribirla. Corregí muy fuertemente el último año con ayuda de Ana Laura Pérez, Julieta Obedman y Julián López. Julián venía a mi casa y yo le leía hasta que le explotaba la cabeza. La ayuda que recibí fue invalorable. Me gusta el trabajo de sacar todo lo innecesario, de decir acá estoy subestimando al lector… Es como tomar un bisturí y sacar lo que me parece que no sirve. Aunque soy minuciosa, cada vez que releo un texto mío, volvería a empezar el trabajo de corrección. En unos casos sacaría aún más de lo que saqué y en otros, agregaría. Soy muy escueta y a veces me paso de rosca y me parece que hay algo que no termina de entenderse. Julián me señaló eso en algunas escenas.

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