En "Camille, la maldita" el autor se pone en la piel de la gran escultora del siglo XIX, la amante de Auguste Rodin opacada por su figura y condenada a la reclusión en un manicomio por ser una mujer valiente, que se animó a defender sus derechos y a desnudar la hipocresía de la sociedad patriarcal.
En el escenario despojado, con fondo negro y solo un rudimentario banco de madera, Camille nace de un lienzo blanco que es a la vez placenta y escultura y será, a lo largo de la obra también pañuelo, abrigo y niño deseado que no pudo ser.
En la sala hay un silencio absoluto. Nadie tose, ni desenvuelve un caramelo haciendo ruido de papel celofán, ni trata de acallar un celular inoportuno, nadie se mueve en la butaca para buscar una posición más cómoda. Ese silencio tenso, cargado y expectante se mantendrá durante toda la obra.
Camille, semidesnuda, dice: “Camille… Camila… Camilla… Kamilka… Mila… Soy mujer, mujer, mujer… soy mujeres, son mías todas sus angustias. Sus dolores son los míos. Nací con las manos llenas de formas.” Las palabras de Camille Claudel, la gran escultura del siglo XIX, la indómita, la que murió en un manicomio por rebelarse a los mandatos patriarcales de su época, la amante que Auguste Rodin condenó a la oscuridad por cobardía, son las de Hugo Barcia, el autor de Camille, la maldita. Fue él quien la sacó del hospicio al que fue condenada, para que diga sus verdades en pleno siglo XXI, cuando las mujeres se empoderan para luchar contra las mismas injusticias que ella denunciaba. Como alguna de vez dijo Flaubert de Madame Bobary, Barcia podría decir “Camille Claudel soy yo”. Claro que también es Zuleika Esnal, más conocida por su militancia feminista y su ayuda a mujeres en peligro que por su extraordinario talento actoral. Es Manuel Callau por su dirección impecable y su apuesta minimalista. Es Héctor Calmet por el clima creado a través del diseño del espacio escénico y la iluminación. Son todos y cada uno de los que hicieron que Camille saliera de una foto color sepia para contarnos su historia de injusticias y dolores, para recordarnos el precio que debió pagar por ser una mujer con aspiraciones propias.
-¿Cómo nació Camille, la maldita?
-Debo decir que fue un encargo. Al principio me resistí a la idea porque no es un tema que yo suelo abordar, pero luego esa resistencia inicial se transformó en una pregunta: ¿y por qué no? Entonces me puse a investigar sobre su vida. Entre otras cosas vi una película sobre ella con Isabelle Adjani y Gerard Deparidieu. No estaba subtitulada y yo no sé francés, pero me sirvió para meterme en los climas, las ambientaciones. Eso en teatro sirve de mucho. Se han hecho experiencias respecto de los climas. De hecho, Héctor Calmet, el ambientador, escenógrafo e iluminador de Camille, la maldita, una vez que estuvo lista la obra, me propuso hacer en el futuro lo que en primera instancia puede parecer un desafío un tanto loco, que es que yo escriba a partir de ambientaciones realizadas por él.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Ya se trate de una novela o una obra de teatro, no me largo a escribir hasta que no tengo todo bien cimentado y no tengo el final. Entonces, una vez que me pongo a escribir, lo hago rápido porque ya tengo todo resuelto en el corazón.
–Si uno no supiera que sos el autor de Camille, la maldita, podría pensar que la escribió una mujer que defiende los derechos femeninos. ¿Cómo fue meterte en su piel?
-En mi novela Las sombras cardinales de Porfirio también las mujeres tienen una presencia vital enorme, tanto La Polaquita como Antonia y las obreras de Porfirio Gómez. En mi obra las mujeres tienen siempre un rol central. Debe ser porque toda mi vida estuve rodeado de mujeres, de figuras femeninas muy fuertes como mi abuela calabresa y mi madre. Soy padre de tres hijas y abuelo de dos nietas. A eso se suman los amores que uno ha tenido. Para mí las mujeres son columnas fundamentales de la existencia. No hace falta que revisemos mucho la historia argentina para saber que, desde Eva Perón hasta las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el papel de la mujer ha sido muy importante. Yo quise ir al rescate de una mujer que tuvo una vida muy desgraciada, que fue muy dañada de Rodin. Lo mío fue un intento metafórico de sacarla de ese manicomio donde, lamentablemente, murió. Creo que no es una casualidad que escriba sobre mujeres.
– Sentiste empatía con ella.
-Siempre soy el personaje que estoy escribiendo. Si escribo sobre Camille Claudel, soy Camille Claudel, soy una mujer que está reclamando por lo suyo.
– La puesta es minimalista, el escenario con un fondo negro está casi desnudo, ella está vestida de color sepia… ¿Cómo te la imaginaste mientras escribías?
-Prácticamente así, con algunas leves diferencias. Pero cuando uno le entrega la obra al director, la puesta es del director. Siempre me la imaginé con un fondo negro, quizá con un escritorio, pero con muy pocos elementos. La escribí así no para influir en el director, sino porque necesito una puesta imaginaria mía para poder ambientarla. Uno no crea personajes que están flotando en el aire, sino que están en un determinado espacio. Luego eso se transforma en la puesta. Tanto Manuel Callau, el director, como Calmet, la fueron despojando de elementos. En principio se pensó en colgar unas telas, algunos sombreros antiguos, poner un baúl. Pero lo único que quedó fue un banco de madera, un lienzo con el que juega Zuleika Esnal, la poderosa actriz, un sombrerito y el vestuario. Tanto Callau como Calmet consideraron que no le hacía falta nada más a la obra que la actriz y el texto y unos pequeños condimentos, que cualquier otro elemento iba a distraer la atención. No se economizó en recursos por un tema de plata, sino por una elección estética.
-En la función que presencié el público mantuvo un silencio absoluto y salió impactado por la potencia del texto y de la interpretación. ¿Eso fue así en todas las funciones?
-Sí, desde el preestreno. Eso se mantuvo idéntico, lo que es muy raro porque los distintos públicos suelen comportarse de maneras diferentes. Aquí es como si un mismo público se repitiera de manera permanente. A la salida de una función vi a dos chicas muy jóvenes, de unos 20 años. Escuché que una le dijo a la otra: “Esta obra no te deja respirar”.
-Es muy difícil captar la atención del público de manera pareja durante más de una hora.
-Sí, sobre todo cuando se trata de un unipersonal. Per en este caso es como si el cuerpo de Zuleika estuviera poseído por todos los personajes a los que alude la obra. El suyo es un cuerpo tomado. Además de ella, hay en la obra cuatro personajes que no aparecen físicamente y ella es cada uno de ellos. Yo digo un poco en broma que es una obra muy fácil de escribir y muy difícil de actuar.
-¿Cómo fue la elección de Zuleika para la obra? Parece escrita para ella.
-Yo buscaba una actriz que pudiera encarnar ese desafío y no la encontraba. Se lo comenté a un amigo que me dijo que me quedara tranquilo, que él conocía a la actriz indicada. En dos días, me presentó a Zuleika, de la que solo había visto antes algunos videos y sabía de su militancia feminista. Mi olfato me dijo que era ella, que tenía garra. En la misma charla mi amigo me comentó que conocía las cooperativas Radio Gráfica y El Descubridor que son quienes luego presentaron la obra y que en El descubridor estaba Manuel Callau. Le pedí que le llevara la obra y que, si le gustaba, lo esperaba allí mismo, en el Bar Británico. Quince días después estábamos firmando el pacto de sangre con Manolo. Del maridaje de dos cooperativas, de Manuel y yo, de Zuleika y yo, en ese bar tan hermoso, en esa esquina que me trae recuerdos de Horacio González, nació Camille-Zuleika Esnal.
-Realmente, ella deja todo en el escenario.
-Sí, lo que hace tiene tal intensidad que sería imposible hacer dos funciones en un día. Físicamente es pequeña, un gorrioncito que se pierde cuando la abrazás, pero es puro carácter, puro nervio. Yo digo pomposamente que es la mejor actriz argentina. No digo que no haya otras, pero ella no tiene nada que envidiarle a ninguna. Yo voy a las funciones y me siento en la primea fila y veo que llora toda la obra excepto en breves tramos, está emocionada todo el tiempo. Escuché gente que decía que sintió que el escenario se le venía encima. Hay una enorme energía, una gran ida y vuelta entre la actriz y el público. Es de esas obras que se presencian sentado en la puntita de la butaca. Es una experiencia emocional muy fuerte. El otro día le dije a Zueika un poco en broma que si Camille Claudel resucitara y se presentara en mi casa, yo le diría “retírese, usted es un fraude”. Nosotros sacamos a Camille del manicomio al que la condenaron y la subimos al escenario. Nuestro grito de guerra es ‘Camille Claudel está en libertad’.
Camille, la maldita puede verse los lunes a las 21.30 en El Tinglado, Mario Bravo 948, CABA.
Ficha técnica:
Coro de hombres: Héctor Alterio, Miguel Ángel Solá, Jorge Bosso
Diseño de espacio escénico e iluminación: Héctor Calmet (ADEA)
Asistente de dirección: Laura Corrales
Dirección general: Manuel Callau
Fotografía: Alejandro Pombo
Diseño de sonido: Julián Pelliza
Producción ejecutiva: Lorenzo Juster, Checha Amorosi, Erika Eliana Cabezas
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