La escritora chilena visitó la Argentina para presentar su último libro de cuentos, Avidez. Aunque fueron escritos entre 1994 y 2023, los relatos tienen una gran unidad y comparten una misma estética. El gran protagonista siempre es el cuerpo.
Lo que podría ser catalogado, a falta de una definición mejor, como escatológico, no es en ella vocación de escándalo exhibicionista, sino naturalización de todo aquello que la cultura esconde, neutraliza o niega acerca de los cuerpos.
Escritos entre 1994 y 2003, hay entre los cuentos del volumen sólo una distancia temporal que resulta irreconocible bajo una homogeneidad absoluta. Los 13 relatos que integran Avidez son piezas de orfebrería construidas con materiales considerados innobles, desde las secreciones corporales a la fetidez de la muerte. Es como si hubiera descubierto en la biología los insumos perfectos para su discurso literario y como si un espíritu de investigación la impulsara a llevar a sus personajes a situaciones extremas, a colocarlos al borde del abismo para ver qué pasa. Sólo que, al contrario del investigador científico que trata de encontrar leyes universales, ella busca lo particular, aquello que se subleva ante lo normativo para expresar contra viento y marea su absoluta singularidad.
–Si no supiera que Avidez reúne cuentos escritos a través de muchos años, pensaría que los escribiste o en un mismo momento y con una misma idea rectora: lo corporal. En este libro hablás, sobre todo, del cuerpo femenino, pero también del masculino y del de los niños. El cuerpo es fuente de poder y de vulnerabilidad. ¿Cómo surge en vos esta estética?
–Me encanta la observación y me alegra que el libro se vea como una unidad porque lo que yo no quería hacer era publicar, sencillamente, todos los cuentos que había escrito a lo largo de 30 años. Hay más cuentos de los que aparecen en el libro, pero esos fueron los que seleccioné. En lo que se refiere a la estética, no es algo que hago a propósito, no hay un planteamiento programático. Lo que pasa es que estoy muy formada en el lenguaje y en la mirada sobre el cuerpo. Tiene que ver con el hecho de que crecí en una familia de médicos donde la medicina era «el» tema de conversación. El otro día un amigo médico me decía que el médico es como el detective, la enfermedad es el criminal y las pistas son los síntomas. Entonces, todo eso construye un relato muy cautivador, sobre todo si a uno no le da asco esa conversación y a mí no me da asco. A esa formación de mi lenguaje y de mi mirada se suma el hecho de que yo misma tengo una condición médica desde los 6 años, con lo cual la mirada sobre mi propio cuerpo se vuelve una mirada muy obsesiva porque es la mirada del cuidado. Uno está solo con su cuerpo y entonces, como no lo conozca bien, como no lo entienda bien, como no lo escuche bien, como no lo mire bien, se pone en peligro. Digamos que tengo una formación que, por un lado, pasa por mi propio cuerpo pero, por otro, pasa también pasa por mi lenguaje y por mi fascinación por el caso clínico. Y entonces lo corporal aparece en todo, no puedo evitarlo. No es algo problemático para mí lo que tú mencionas del asco. No siento asco puesto que estoy completamente habituada a esta mirada visceral sobre las situaciones de cuerpo. Mi familiarización con lo médico se extiende a la mirada sobre el cuerpo femenino y sus propios procesos que son médicos, pero no patológicos, sino que son parte del devenir de un cuerpo en la medida en que se hace adulto.
–Y luego esa mirada se amplifica.
–Sí, luego hay también una mirada más conectada con lo político, con el cuerpo migrante, con el cuerpo víctima de la dictadura. Esto tiene que ver con mi recorrido intelectual y entonces van reapareciendo estos cuerpos, pero siempre son cuerpos. Con esto no quiero decir que esos cuerpos no tengan subjetividades, las tienen. De hecho, me he dado cuenta a lo largo de tantos años de escritura de que mis personajes suelen tener menos reflexión que acción y que en esa acción, de manera casi conductista, se refleja una motivación más profunda, psicológica. Las heridas internas empiezan a manifestarse en la propia materia del cuerpo y en la propia conducta de los personajes. Esto fue siempre así y por eso encuentras unidad entre un cuento escrito en 1994 y otro escrito en marzo de 2023.
–Cuando hablo de una estética del asco no me refiero a la descripción de funciones fisiológicas. Me refiero a descripciones como la de la chica que le pedía a su hermano que le rascara la espalda que tenía llena de grasa y tenía los dientes amarillos de tanto fumar, a las narices llenas de mocos y gusanos, al olor de la descomposición de los cuerpos. La palabra médica es más bien aséptica, distante respecto de los procesos del cuerpo. Vos, en cambio, hablás de otra cosa: de la podredumbre, de la grasa, del mal olor. Eso va más allá de lo médico.
–Sí, eso tiene que ver con la precariedad de esos niños que son niños de la calle, no son niños recién bañaditos por su mamá. El cuerpo de la chica que tiene grasa en la espalda es un cuerpo no bañado, no cuidado. La falta de cuidado se manifiesta en las grasa, en el olor a cigarrillo. Los mocos y los gusanos tienen que ver con la falta de un pañuelo para limpiar esa nariz o la falta de esa persona adulta que acompaña y limpia la nariz de los niños. En el niño al que su hermana le pide que le rasque la espalda hay una mirada fantasiosa respecto de su propia circunstancia, pero hay una realidad material que tiene que ver con lo que les pasa a esos cuerpos cuando están abandonados. Es que en este libro hay muy orfandad.
–Sí, es cierto.
–Pero yo me di cuenta de esto después, a través de distintas conversaciones, porque una no es una lectora crítica de sus propios libros. Es una orfandad que en este libro está tratada con cierto cariño desde los huérfanos, pero que mirada desde afuera es una situación de mucha vulnerabilidad, de mucha precariedad. Entonces no pienso que el asco sea algo programático, sino que es más bien la mirada sobre qué le pasa a esos niños. Yo soy de un país como Chile en el que, durante mi infancia protegida y resguardada había una serie de niños que estaban todo el tiempo en la calle. Eran mocosos, estaban sucios, despeinados y si tenían una mosca encima, no se la sacaban porque estaban acostumbrados. Desde una mirada cómoda, eso produce asco, pero desde una mirada sencillamente descriptiva, esos son los cuerpos que circulan por las calles. Esos son los cuerpos sin hogar y sin cuidado.
–¿Pero existe una mirada sencillamente descriptiva?
–Posiblemente no. En este sentido, me pareció muy interesante lo que tú dices del lenguaje médico, que tiene una función de distanciamiento porque es un lenguaje elevado, que te aleja de tu propia experiencia, que es cosificador. Creo que hay que tener cuidado con ese lenguaje médico, porque también puede ser muy moralizante. Todo ese lenguaje de la enfermedad, de la suciedad, de la desprolijidad está muy asociado a la rareza, la criminalidad, a la falta de un buen vivir. Entonces a veces se mezcla ese lugar más objetivante de la medicina con un dejo o algo más que un dejo de culpabilización por ese estado de dejadez o de enfermedad que ocurre en un cuerpo. Me parece que hay que tener mucho cuidado con ese relato y hay que producir contra-relatos, porque a falta de ese contra-relato lo que hay es una sentencia una sentencia moral.
–Por eso, enfermos, solemos sentirnos culpables.
–Claro, eso lo dice muy bien Susan Sontag. Ella advierte sobre la metáfora. Cuidado con culpar al enfermo de su enfermedad, a la mujer que no habla de sí y no expresa sus sentimientos y por eso tiene cáncer, entonces la culpa es de ella y si expresa mucho es una histérica y entonces la culpa también es de ella. No hay salida para las mujeres. Tienen menos salida que los hombres porque se las escucha menos y se las diagnóstica menos.
–En las enfermedades serias suele usarse una metáfora bélica. Hay cientos de asociaciones de «lucha contra», como si la enfermedad fuera algo político, una guerra.
–Y ante lo cual uno casi siempre fracasa. Por eso por ejemplo, me interesa mucho lo que pasa a la mujer del cuento llamado «Lo profundo».
–El de la mujer que como consecuencia de una operación tiene un agujero que no quiere que los médicos le cierren.
–Exacto. Es una mujer sin formación, una mujer de la calle, una trabajadora sexual. Toma una decisión muy radical sobre su cuerpo en términos de que su cuerpo es su sostén económico. Entonces decide alimentarse de ese agujero y desobedecer la orden médica porque ese agujero le permite comer y a falta de él, a lo mejor, come menos. Las secretarias del hospital que son la voz del médico la llaman al orden. Pero ella dice no, decide sobre su cuerpo aunque no sea el cuerpo normativo de la medicina.
–Ese agujero es para ella una posibilidad que va contra lo que la medicina prescribe.
–Claro, le queda un cuerpo alternativo. Y ese cuerpo alternativo es un cuerpo cómplice que le da un beneficio económico cuando hoy el cuerpo no normativo se ve como un cuerpo traidor. Ese personaje me interesa mucho y está tomado en parte de una historia real que escuché y sobre la que luego inventé todo. Es que a veces, como suele decirse, la realidad supera a la ficción. La ficción la explica, la acompaña y la potencia. El personaje me permitió hacer una serie de reflexiones sobre cuestiones muy importantes para mí como el cuerpo medicalizado de la mujer. Hay un mando medio que cumple la instrucción sin ninguna atención a la subjetividad del paciente. Es parte del cuidado, pero también de la verticalidad y el orden.
–En tu escritura el olor tiene una presencia muy fuerte. En el último cuento de Avidez, por ejemplo, es el olor a la descomposición el que resuelve el final. ¿Por qué es tan importante para vos el sentido del olfato?
–Te parecerá una contradicción, pero yo no me considero alguien especialmente atento a los olores, no uso perfumes, no me definiría con una persona olfativa, por lo que me llama la atención que aparezca tanto en mi escritura el sentido del olfato. Siempre tuve una preocupación especial por contar a través del cuerpo y cuando se cuenta a través del cuerpo, se cuenta a través de los sentidos. Lo visual es omnipresente y está muy asentado también en nuestra tecnología que es muy egocéntrica. El cine, la serie, están centrados en lo visual, porque en el cine y en la serie no se puede producir olor ni sabor. Creo que ahí es donde aparece mi preocupación y mi interés por el sentido olfativo. Me parece que hay una función narrativa de los sentidos y es algo que me sale de manera espontánea, no programática. Empecé a hacerlo muy tempranamente, me acompaña mucho ese trabajo con lo sensorial, me permite narrar ciertas cosas sin tener que entrar en esas largas descripciones propias de la novela decimonónica en las que se narraba todo.
Mi interés en el sentido del olfato tiene razones estrictamente narrativas.
–Es una buena pregunta porque yo no los veo como cosas separadas. Es verdad que tengo sólo dos libros de cuentos y cinco novelas y no sé cuántos ensayos, pero la realidad es que el cuento es una parte muy importante de mi formación de escritura, tiene el beneficio de la espontaneidad y una cierta rapidez para resolverlo. Escribo cuentos como algo en sí mismo, pero también he construido novel as que, de hecho, incorporan la forma del cuento dentro de ellas. Por ejemplo, de Sangre en el ojo uno podría decir que son muchos fragmentos seguidos y cada uno es una escena que podría ser un cuento corto y algunos de ellos, incluso, se podrían sacar del conjunto y funcionarían de forma independiente. Fruta podrida es una novela que fue un libro de cuentos que tenían como protagonista a la misma mujer. Sistema nervioso es aún más fragmentaria. No está construida linealmente, con lo cual tiene algo que es propio de la manera de escribir el cuento que es la economía del lenguaje.
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