Aunque pinta y dibuja desde siempre, es la primera vez que expone sus trabajos. La muestra se llama “Sin palabrebras” y puede verse en la Librería y Espacio de Arte Menéndez hasta el 30 de diciembre.
Pasada la inquietud propia de cualquier debut, dialogó con Tiempo Argentino, pero en esta oportunidad no habló como escritor, como lo hizo tantas veces, sino como el pintor y dibujante de toda la vida que decidió mostrar sus trabajos plásticos por primera vez.
–Es tu muestra hay trabajos unos en blanco y negro y en color. Excepto en aquellos en que aparece la figura humana, podría decirse que se trata de paisajes porque la línea horizontal siempre sugiere un horizonte, aunque tienden a la abstracción. ¿Acordás con esto?
-Creo que no te equivocás. Me parece que en las pinturas hay un camino de paisaje que va hacia la abstracción. Por eso prefiero hablar de visiones más que de paisajes.
-¿Cuáles son las técnicas que utilizás?
-Pastel en un caso, pastel al óleo en otro y los trabajos en blanco y negro son tintas, tintas comunes de las que se usan para cargar las lapiceras fuente hechas con distintos pinceles, aunque no una gran diversidad. Pinto dejándome llevar por la espontaneidad, por lo intuitivo.
-¿Cuándo comenzaste a pintar?
-Empecé de muy pibe con la pintura y el dibujo. Mi viejo me llevaba a concursos de manchas que se hacían en los barrios y yo, si no ganaba, salía finalista. Era algo muy sorprendente, te regalaban cajas de pinturas. Luego sentí la tentación de seguir Bellas Artes, pero mi viejo veía eso como algo imposible. “Seguí Derecho, seguí una carrera seria y te dedicás al arte como hobby”, me decía. Yo me peleaba por eso como me peleaba también con él política en mi época troska. Al final, terminé en Letras, que fue una manera de encontrarle la vuelta. Por otro lado, a los 15 o 16 años hubo un hecho muy importante y es que comencé a trabajar en publicidad en una agencia que se llamaba Walter Thompson. Te estoy hablando más o menos del año 66, gobierno de Onganía. En ese momento no existían las escuelas de publicidad o las academias. En las agencias de publicidad trabajaban artistas plásticos, escritores, gente de cine. Para mí entrar allí fue iluminador. Tenía al alcance materiales, directores de arte que me hablaban de pintura, redactores que me hablaban de literatura. Era todo un descubrimiento. En esa época yo ya me había armado un taller de pintura en el fondo de mi casa.
-¿Y cómo siguió tu trayectoria?
-Con los años, además de seguir trabajando en publicidad como redactor, me hice guionista de historietas. Así conocí a todos los dibujantes de historietas que te puedas imaginar: Alberto y Enrique Breccia, Solano López, Cacho Mandrafina… Estar al lado de ellos cuando dibujaban era como hacer una carrera de Bellas Artes sustituta. Al mismo tiempo, iba a ver exposiciones, cosa que hice siempre porque siempre tuve interés por la plástica. Toda la vida dibujé y pinté, pero nunca me animé a mostrar lo que hacía. Dibujaba y regalaba los dibujos.
-¿Qué relación hay entre la escritura y la pintura?
-Te diría que la pintura es una actividad distinta de la escritura, pero complementaria. En la pintura expreso algo que no puedo expresar con la misma soltura en la escritura, me dejo guiar más por la intuición. Hay un libro de Henri Michaux que cito todo el tiempo que es Escritos sobre pintura. En él plantea que hay momentos en los que la línea te lleva y tenés que dejarte llevar por ella porque es la línea la que piensa por vos, es la línea la que te piensa. Me parece que eso es lo que pasa cuando pinto. Me dejo llevar por el color, por los tonos, por el dibujo, no me impongo ni un plan A ni un plan B.
– Todos los trabajos son de tamaño pequeño. ¿Te sentís más cómodo con él o elegiste expresamente trabajos chicos para la exposición?
-Es un tamaño con el que vengo trabajando desde hace tiempo y que está determinado por el espacio en que vivo. En Buenos Aires vivo en un departamento de un ambiente y en Villa Gesell, en una cabañita muy chica que es como de un ambiente y medio. Si tuviera a mi disposición un galpón seguro trabajaría en dimensiones mayores, aunque no me preocupa en absoluto trabajar en tamaño chicos. Lo hago en hojas A4 de block de dibujo, a veces con mejor soporte. Otras, en esos blocks de dibujo “El nene”.
-Por lo menos en la muestra, hay una mayor cantidad de trabajos sin figura humana.
-Sí, pero estoy trabajando desde hace años en figura humana, en pintura erótica, algo como el shunga japonés. Pero no me animo a mostrarlo todavía. A veces la pintura me lleva por delante respecto de la escritura porque es una actividad más libre, que tiene que ver con el juego, con el inconsciente, en la que me dejo llevar por una forma. La narrativa te impone un ejercicio más cerebral. La pintura y el dibujo están más ligados a la poesía, al fulgor del instante.
-Conociéndote como escritor imaginé que tu pintura sería más expresionista. Sin embargo, tiene predominancia de líneas horizontales, da una sensación de calma zen, como si pintura y literatura corrieran en vos por carriles distintos. ¿Lo ves así?
-Creo que las pinturas responden más a momentos de sosiego, me imponen una asociación libre que es, al mismo tiempo, meditación. Las hago desde otro estado.
-¿Qué te decidió a mostrar lo que hacés?
-En Gesell viven Ricardo Roux con Balbina Lightowler, su pareja. Los dos son artistas plásticos. Un día les mostré lo que estaba haciendo y me dijeron que tenía que seguir y que me atreviera a realizar una muestra. Años antes ya le había mostrado mis trabajos al “Oso” Smoje. En ese momento pintaba caracoles de tamaño grande, tal vez porque vivía en una casa más grande y el espacio te determina. El “Oso” también me alentó a que me mandara. Un día le mostré a la librera Marta Menéndez lo que estaba haciendo y me dijo que hiciéramos una muestra en su librería que tiene un espacio de exposición.
-En la inauguración también estuvo un gran artista plástico, como Daniel Santoro. ¿Se puede saber qué te dijo?
-Hizo un comentario favorable de mi trabajo, pero en realidad nos dedicamos a hablar mal de los curadores, que son la raza maldita del mercado (risas). También comentamos nuestra proclividad si no hacia el realismo, sí a la figuración. Si ves la muestra de tendencias plásticas que se hizo en el CCK que creo que abarca del 60 o 70 hasta ahora, te das cuenta que, además del gran escultor Juan Carlos Distéfano, las marcas más importantes pasan por Pablo Suárez, Marcia Shvartz, por lo que viene de Berni, de Alonso…Yo me siento más afín a esa pintura, aunque a veces me acerque a la abstracción. Creo que con el arte conceptual las cosas se han ido muy al carajo.
–Bueno, aquí el movimiento de la Nueva Figuración fue muy fuerte.
-Claro, había figuras como Macció, Deira, Noé, estamos hablando de grossos, de artes plásticas mayores. Pero yo me guío mucho por lo que he visto de Alberto Breccia y de José Muñoz que son grandes plásticos. Creo que las artes consideradas menores en la Argentina han tenido tal vez valores tanto o más grandes que la de los artistas plásticos.
-Tu último libro, Esperar una ola, tiene en la tapa un dibujo tuyo. ¿Es un primer intento por mostrar lo que hacés por fuera de la literatura?
-Creo que cuando uno llega a cierta edad empieza a laburar con más libertad y hasta a tirarse en contra de la forma en que ha trabajado, empieza a cuestionarse lo que ha hecho y lo que hace. ¿Por qué quedarse en un lugar y no experimentar? Hay un libro de Edward Said, Sobre el estilo tardío, que me parece redondo respecto de este tema. Jean Genet dice “escribo contra mí mismo”. Creo que se trata de eso, de ponerse en duda. La pintura es para mí un ejercicio de autoconocimiento. Allí aparece uno que no sabés de dónde viene.
La muestra de Guillermo Saccomanno Sin palabras se puede visitar en la Librería y Espacio de Arte Menéndez, Paraguay 431, CABA, de lunes a viernes de 10 a 18.
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