Félix Bruzzone: “La literatura bordea la política, pero siempre es ambigua”

Por: Mónica López Ocón

El autor del emblemático libro de cuentos “76” habló con “Tiempo” con motivo de su reedición en una fecha muy significativa para los argentinos. En esta nota, sus ideas sobre literatura y política y la forma en que conviven en él su condición de escritor y de hijo de desaparecidos.

En 2008, Felix Bruzzone publicó 76 en la editorial de la que fue fundador junto con otros escritores jóvenes, Tamarisco.  Eran entonces ocho cuentos a los que se le agregaron otros dos  en una edición posterior de la editorial Momofuku.  Literatura Random House acaba de reeditarlos en una fecha cercana a la conmemoración de los 46 años del golpe cívico-militar más sangriento de la historia argentina.

Con 76 Bruzzone se reveló como un autor destinado a ocupar un lugar significativo en la literatura y como un escritor capaz de procesar literariamente, alejado de la literalidad y del discurso unívoco del panfleto, los aspectos políticos más dolorosos de la sociedad argentina. En 76 se encuentra el germen de todos sus libros posteriores, la semilla de una orfandad que va encontrando siempre modos distintos de nombrarse a sí misma, de encarnarse en palabras que la mencionan sin la retórica y el convencionalismo con que suelen tratarse los grandes temas.

-¿Cómo lees hoy este libro que se reedita en una fecha tan significativa?

-Curiosamente, lo leí todo de nuevo porque con la edición del libro también se hizo la edición de un audio libro. Lo leí en voz alta, por lo que no sé cómo sería leerlo en silencio. De todos modos, los textos me fueron golpeando otra vez. Lo vi como un libro con varios elementos que luego fueron encontrando otros caminos. Hay ciertas historias, ciertos personajes, ciertas formas de narrar que seguí empleando. Creo que ahí adentro hay un poco de todo: cuentos muy clásicos como el primero y de alguna manera, el segundo, “Unimog”…

– Y también uno fantástico, como el último.

-Claro. Ese último podría ser el germen de una novela. Como cuento por momentos es bastante críptico por lo que al ampliarlo se podría hacer una novela de ciencia ficción. También hay cosas más experimentales como el cuento “Fumar abajo del agua” donde hay una biografía completa en cuatro páginas. Hay cuentos más derivantes como el de las medusas o “Todo lo que cabe en un vaso de papel”. Creo que tienen cierta morosidad que mantuve. El sentido se va construyendo de a poco y a veces no se termina de construir del todo, pero se van cargando de tantas capas que algún sentido termina por aparecer.

– Quizá haya que ser argentino para comprender del todo todas las capas de lectura.

-Sí, hace  unos años estuve en una ciudad europea haciendo un taller para traductores. Yo fui a zanjar algunas dudas de traductores que trabajaban sobre un cuento mío. Y era increíble cómo se daba esto que decís de ser argentino. Aunque los cuentos son simples, había cosas que resultaban incomprensibles. Por ejemplo, me preguntaban por qué en un pasaje decía que golpeaba “el cuerpo blando y gordo del hombre” y no ponía directamente que “golpeaba al hombre”. Ahí me di cuenta de que la palabra cuerpo en este relato y en todos los otros, no es nada gratuita.

Para quienes vivimos o sabemos de la dictadura, la palabra está cargada de un sentido que no tiene para alguien ajeno a eso. Ya lo planteas en el primer cuento, “Una casa en la playa” con los cuerpos de la revista erótica que luego queda bajo la lluvia y se deforman, se deshacen. 

-Sí. Recuerdo haberlo leído en la Feria de Guadalajara para un grupo de adolescentes y se entendió esa capa de superficie que es totalmente válida, porque hay un grupo de preadolescentes que se masturban por primera vez, el tabú que hay detrás y las riñas internas entre ellos. Pero debajo corre otra historia que está como cifrada en la experiencia del protagonista y del amigo.

-Suele decirse de vos y concuerdo, que encontraste otra manera de narrar la generación de los hijos de desaparecidos. Vos sos hijo de desaparecidos, pero tu visión no es la de lo heroico o quizá haya cierta irreverencia respecto de los hijos de desaparecidos como tópico literario. Si tuviera que hacer un paralelo con otro escritor, pensaría en Fogwill, en Los Pichiciegos, que narra la guerra de Malvinas desde los que desertan. ¿Cómo lo ves vos?

– Creo que haría una distinción. En casi todos mis personajes hay algo del orden de lo conflictivo. No se deciden por la militancia. No hacen lo que sería lo esperable que es buscar su origen a través de esa vía. Ellos viven en el conflicto de saber que todo eso existe, que esa puerta está abierta y no habría demasiados problemas en entrar por ella, pero hay algo que no les termina de cerrar. Ahí hay una tensión, pero no es que desertaron de la militancia. O si desertaron por el momento, saben que está allí y que hay que estar atento a eso. Viven en el conflicto de ser ellos mismos y el de cumplir ese otro mandato que también asumen como propio. De hecho, en el último cuento, el personaje no está de acuerdo con lo que quiere hacer su tío, que  es tomar nuevamente el Comando 141 y ver qué pasó con el padre del narrador pero. Sin embargo, el narrador va, se involucra e incluso atraviesa demasiadas puertas para llegar. Los personajes terminan por morder el anzuelo que les ofrece esa realidad extraña. Lo mismo sucede con “El orden de todas las cosas”, el cuento en el que el protagonista busca en una agenda vieja, se da contra la pared, se encuentra con una tía enloquecida que habla de extraterrestres. Es como si todos los personajes estuvieran atravesados por ese conflicto.  

Creo que lo que dicen los cuentos en conjunto es que ese conflicto es imposible de resolver. En el último, han pasado cien años y la situación sigue estando presente.

-Sí, incluso yo cuidé mucho que hubiera un presente, un aquí y ahora. De hecho, el personaje se comunica permanentemente con su pareja y vive tironeado por ese presente y el mandato del tío. Trata de estar en los dos lugares al mismo tiempo, lo que lleva al fracaso porque lograr eso  es muy difícil.

-Naciste en el 76, tu primer libro se llama 76, sos hijo de desaparecidos. En una entrevista dijiste que este hecho es tu carta de presentación. ¿Hay un conflicto entre tu posición como escritor y tu posición como hijo de desaparecidos? ¿Lo llevás de un modo en tu literatura y de otro en tu vida cotidiana?

-No lo sé. No es algo muy estable. Este problema está siempre presente, incluso en los libros en que parece que no está. Son problemas que devienen de personajes que son huérfanos o casi huérfanos. Con dictadura o sin dictadura siempre está presente la relación entre padres e hijos.  Más cerca o más lejos de la dictadura, pienso esas relaciones desde lo literario. Siempre estoy jugando con esos elementos y quizá por eso mi literatura parezca algo irreverente. Son temas demasiado serios, demasiado importantes y entonces podría surgir  la pregunta de cómo la literatura va a pasar por encima de eso. Generalmente, los temas tan grandes se terminan comiendo al texto porque son demasiado densos, demasiado pesados, demasiado importantes. Yo vengo de Letras y siempre me gustó construir lindas frases y situaciones literariamente llamativas y entonces el tema va quedando un tanto enrarecido o relegado.

Claro, el tema es tan grande que se transforma en tópico y lo que creo que vos lográs es salir de ese tópico que se traga la escritura.

– En realidad,  empecé a escribir este libro cuando la literatura argentina comenzaba a poner en juego la historia personal para narrar. Pero, insisto, yo venía de Letras no venía de Instagram donde todo el mundo expone todo el día su historia personal.  Entonces,  tenía otra mirada sobre lo que es escribir sobre uno mismo. Uno quizá empieza escribiendo sobre uno mismo como lo hago en el cuento “Otras fotos de mamá” que comienza diciendo: “Ayer, sábado, conocí a Roberto,  un exnovio de mamá que militó en el PC…” Todo ese primer párrafo es bastante literal respecto de mi experiencia. Pero luego aparece un techo de vidrio en la casa de Roberto, hay cierta tensión erótica entre el narrador y la mujer de Roberto y ahí el cuento ya se fue para otro lado, dejó de ser algo autorreferencial. Por supuesto, el narrador sigue teniendo a su mamá desaparecida, está el inicio de la relación con Roberto pero, al mismo tiempo, está lo que pasa con la mujer que un poco es el espejo de la madre, al menos en ese momento. Y aparece otra cuestión que es desde dónde me sirve más contar una historia de ese calibre más que la cuestión de si hay o no desaparecidos atrás. Los  desaparecidos siguen estando siempre, pero en superficie aparecen otro tipo de cosas.

Allí aparece otra vez la cuestión del cuerpo, no en relación con la muerte, sino en un sentido erótico como en el primer cuento.

-Sí. El tema es ese, que en un relato que podría ser de muerte, de golpe hay vida. El protagonista se calienta con la mujer del exnovio de su madre del mismo modo que los chicos con la revista porno.  Eso es algo que se repite bastante, que va pasando de un cuento al otro.

-¿La literatura se construye con palabras más que con ideas preconcebidas?

– Recuerdo una clase de (Jorge) Panesi  en la facultad en la que hacía la pregunta típica de qué es la literatura, para que uno pise el palito diciendo boludeces. Daba varias definiciones y luego concluía en que la literatura es escribir una frase detrás de otra. Podría haber elegido otra unidad de sentido como la palabra, pero no lo hizo. Me quedé pensando en eso, en la frase como la unidad de sentido mínimo. Y me pareció que estaba bien, porque es lo que tiene una unidad de sonido. Uno lo que quiere es que lo que escribe suene bien, suene lindo. Cuando escuché los cuentos para el audiolibro encontré miles de fallas y las seguiré encontrando porque no es que haya un momento en que uno se vuelve bueno para siempre. Uno siempre está intentando que las cosas suenen bien y siempre falla. Pero igual se nota que hay un trabajo en ese sentido.

-¿Cuál sería para vos la relación entre política y literatura?

-Hace poco me pidieron una lista de libros que pensaran la relación dictadura y literatura. Traté de encontrar los que no fueran los más típicos, busqué que apareciera la dictadura pero también otras cosa. Creo que el discurso más inconmovible, sin fisuras no está tanto en la literatura, sino en donde tiene que estar, que es en la militancia, en la política, en la lucha por los Derechos Humanos, en el periodismo que los reproduce.  Todos esos relatos tienen un objetivo más político. La literatura va bordeando la política, es más ambigua, se pone de un lado, del otro. Es cierto que hay muchos textos literarios que reproducen esos discursos, pero también hay muchos que no. El beso de la mujer araña, por ejemplo, que es del 76. Ni bien comenzó la dictadura creo que ese texto ya existía. Se dice que en los 80 la literatura se vuelve más testimonial.  ¿Y Copi, qué? Creo que hay que buscar el canon, no quedarse con que hay que concientizar.

-Es decir  uno espera otra cosa de un texto, no lo que le cuente lo que ya sabe.

– Yo, como mucha otra gente, escribimos hacia fines  del 2000, cuando ya estábamos en otra posición. No podíamos escribir como Bonazo. Lo de Bonazo está muy bien, pero ya lo escribió él, ya está.

– Creo que tu posición no solo está legitimada por tu posición sobre la literatura, sino también por tu propia. Nadie te puede contar lo que fue la dictadura porque lo viviste y lo seguís viviendo en carne propia.

-Ese es el problema de algunos que no son “hijos de”, se metieron en este berenjenal y son muy criticados. Por ejemplo, el año pasado yo hice una película con Jonathan Perel, Camuflaje, que tiene que ver con Campo de Mayo.  Él no es hijo de desaparecidos, pero ha investigado sobre temas de memoria y ha hecho varias películas que bordean este tipo de temas.  Se lo critica por no ser “de la familia”. A mí, en cambio, me pareció muy saludable trabajar con él justamente por eso. Algo parecido pasó con Julián López y su novela Una muchacha muy bella.

-Suele decirse que hay temas con los que no se puede hacer humor. Los desaparecidos es uno de ellos. Sin embargo, vos publicaste en Anfibia una carta a tus padres que comienza con un chiste y decís allí mismo que no hay que ser tan serio, tan solemne. ¿No crees que en este punto también te respalda tu propia historia?

-Probablemente, pero creo que sería bueno que las cosas fueran más de esa manera. Es lo que pasó con Jonathan, que quizá venía de una cosa más solemne y yo lo arrastré o nos fuimos arrastrando hacia otros lugares. Es un poco lo que han hecho también Carlos Gamerro en La aventura de los bustos de Eva, que es desopilante, o Daniel Guebel en El terrorista o La vida por Perón.

-¿Hay algún un límite?

-Creo que está dado por la posición desde la que se escribe. En mi caso, me banco el humor siempre que quien escribe no se ría de la dictadura, que un nazi no se ría de un judío.

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