La novela se llama Fernández mata a Fernández. El título del primer capítulo es “Fernández y Fernández”; el del segundo, “Fernández, Fernández y Fernández”; el del tercero, “Fernández y Fernández”. Lo único que varía hasta el título del capítulo final es la cantidad de Fernández. Sin embargo, cualquier parecido con la realidad, como suele decirse, es mera coincidencia. Su autor, Federico Jeanmaire, la escribió entre 2009 y 2010 y lo publicó en 2011 por Alfaguara, cuando la fórmula presidencial del krchnerismo que sorprendió al país una mañana de sábado de mayo de 2019 ni siquiera estaba en germen en la historia argentina. El libro que hoy está fresquito en las librerías publicado por Tusquets es una reedición de ese otro al que Jeanmaire no le modificó ni un punto ni una coma.
¿Jeanmaire es adivino? ¿Lee el futuro en la borra del café o en los palitos de la yerba mate? Imposible saberlo. Lo cierto es que su novela llena de humor y situaciones absurdas en la que todos los personajes se llaman Fernández, ese sábado histórico y los días siguientes recalentó las redes sociales y una editorial decidió reeditarla. ¿Será este el primer indicio de la reactivación productiva que promete la fórmula de apellidos repetidos?
-¿Te sorprendió lo que pasó con tu novela publicada en 2011 cuando se anunció la fórmula Fernández-Fernández?
-Sí. Ese sábado mucha gente comenzó a hablar de Fernández mata a Fernández, se hicieron muchos chistes. Se armó mucho revuelo en Twitter y otras redes sociales y el lunes me llamaron de Tusquets para reeditarlo. Originalmente lo saqué en Alfaguara y justo acababan de devolverme los derechos.
–¿Y para vos no tiene ningún rasgo político aunque sea ajeno a la coyuntura?
-De hecho creo que sí lo tiene. Mientras lo estaba escribiendo e iba por más de la mitad, los personajes se llamaban Martínez. Mi relación con la realidad es matutina. Me levanto y, mientras tomo mate durante media hora antes de ponerme a escribir, enciendo la radio y escucho las noticias. Una mañana escuché que Aníbal y Alberto se habían peleado. Además Cristina también es Fernández y entonces pensé que los personajes tenían que tener ese apellido. De hecho, el libro tenía en la primera página una frase de Guillermo Martínez y la cambié por otra de Macedonio Fernández. Es decir que esos Fernández tienen que ver con que los personajes se llamen Fernández. La tapa de la edición original, además, tenía la foto de una instalación de Liliana Porter con varios patitos. Eso fue porque lo escuché a Aníbal Fernández decir que Carrió no tenía todos los patitos en fila. En la editorial me decían que esa imagen no tenía nada que ver con la novela, pero a mí me encantó. La de ahora, con los huevos envueltos en papel de diario, tiene más relación con la novela. Recién el otro día me di cuenta de que los huevos están envueltos con una página de clasificados de Clarín.
–Tus Fernández no son parientes. ¿Por qué todos los personajes se llaman igual?
-Esto tiene que ver con un viaje que hice a China con mi hijo. Aquí decimos que los chinos son todos iguales aunque son tan distintos entre sí como los que no somos chinos. Pero con el tema de que eran todos iguales hicimos chistes todo el viaje. Decíamos que toda persona con la que habláramos iba a ser siempre la misma. Además, no sé si durante el viaje o antes, leí que en Corea solo hay tres o cuatro apellidos. Así se me ocurrió escribir una novela en la que todos los personajes tuvieran el mismo apellido.
-Además, no hay narrador y tampoco guiones de diálogo, lo que contribuye a que, aunque se entiende en cada momento quién habla, ningún personaje se destaque más que otro.
-Y si no se entiende y el lector no puede establecer quién dice qué y se pierde, tanto mejor para el libro, porque va a hacer que la lectura sea más atenta. El libro es también una crítica un poco cruel a la justicia y a cierto periodismo.
–En eso también fue premonitorio porque la situación de la justicia y del periodismo hoy es más crítica
-Sí, 678 no tenía la forma que adoptó después y Cristina comenzaba su guerra con Clarín. Me gustaba que todos se llamaran igual, además, porque eso denota un estado de la cultura y de la sociedad en un momento determinado. Todos somos parte de lo mismo, de una misma cultura.
-¿Se podría definir como un policial atípico?
-Yo no tenía la intención de hacer un policial o no sabía que lo estaba haciendo. Estuve seis años viviendo con mi hijo en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Sarandí. Había una señora que se bajaba todos los días del colectivo con una bolsa de pan bien cortadito y se lo daba a las palomas. No tenés idea de lo que fue vivir en ese barrio. Las ventanas estaban llenas de palomas y todas sucias. Cuando me iba, no podía dejar una ventana abierta porque al llegar me encontraba con una paloma adentro. Viví en el campo y me gustan los animales, pero las palomas son terribles. En cada ventana de mi departamento vivían diez o doce y a las tres de la mañana empezaban a hacer brrr, brrr, brrr. En Congreso la gente tiene espantapájaros, cds que giran y todo tipo de trucos para espantarlas, pero ninguno funciona. Muchas veces fuimos algunos vecinos y yo a decirle que, por favor, no les diera más pan, pero ella lo seguía haciendo. Escribí este libro para matar a la mujer que le daba de comer a las palomas. Eso es lo único que sabía cuando empecé a escribirlo. Cuando se publicó leí muchas críticas que decían que era un policial muy extraño, pero de eso nunca me di cuenta porque se fue dando por la personalidad de los personajes que comenzaban aapareceía. Cuando el ex periodista de policiales que encuentra la noticia de que Gastón Fernández atropelló y mató con su auto a Juan Eusebio Fernández y va a averiguar a un edificio cercano al lugar donde se produjo el hecho, el portero o encargado le contesta “soy gay”. Soy cervantino en eso: nunca quiero saber lo que va a contestar un personaje, me tiene que sorprender a mí, me tengo que divertir yo con la respuesta. Recuerdo que como a los dos años de haber escrito la novela, pasó algo absurdo que yo había escrito en ella, un piquete en plena Recoleta.
–Otra premonición.
-Sí. Un grupo de vecinos pidió que mataran las palomas que habían invadido el barrio. Fue en ese momento que Macri, que en ese momento era jefe de Gobierno de la ciudad, trajo halcones para que Recoleta estuviera libre de palomas. Si este fuera un país de gente que lee libros, yo ahora estaría apareciendo en los programas de televisión por escribirlo antes de que sucediera.
-¿La modificaste en algo en esta segunda edición?
-No. Lo releí y estuve a punto de cambiar algo, pero luego pensé que la novela era producto de un determinado momento mío y que dice algunas cosas sobre el país y no modifiqué nada.
–¿Qué crees que dice?
-Que somos una sociedad que habla más de lo que hace. En plena campaña electoral se habla muchísimo de lo que dijo tal o cual persona, pero no de lo que van a hacer los candidatos. Eso me parece muy argentino. Importa más la forma que el fondo de las cuestiones. Nos cuesta entender las causas de los problemas. Vemos el efecto, pero no podemos determinar lo que lo produce. El libro está escrito desde esa mirada. No es un libro moral, no baja una línea. Si tiene algún significado, será el que le otorgue cada lector. La novela no dice esto está bien y esto está mal, es más una pregunta sobre la Argentina que una respuesta.
-La jueza con su odio de clase es un personaje muy actual.
-Sí, además, el periodismo y la justicia hoy son los grandes temas de la Argentina. Posiblemente también lo fuera en otros. Respecto de la justicia, ahí está el Martín Fierro para demostrarlo, pero me parece que antes estos temas no aparecían con tanta intensidad. Recuerdo la servilleta de Corach, pero hoy todo es más bochornoso. La jueza de mi novela podría ser perfectamente Lilita Carrió. El periodismo tiene una falta total de objetividad, una especial capacidad para recortar y ver solo lo que quiere. Ni siquiera conserva la objetividad como ilusión. Por eso creo que mi novela es política, pero no de manera explícita. Hoy todo es muy grotesco y la novela también.