“Es difícil contar algo que cuando lo enfrento se escapa”, dice el narrador de Familia Etc. (Promesa), la segunda novela de Tomás Schuliaquer. De allí viene, tal vez, el primer impulso de la escritura: atrapar el relato para que no se pierda. Tomar la voz para que se escuchen (y escuchar) todas esas cosas que no pueden decirse frente a frente en la mesa familiar. Una reflexión sobre el origen del apellido paterno y la posibilidad incierta de conseguir el pasaporte europeo actúan como pretexto para sumergirse en la historia de los Schuliaquer. Lo que se cuenta al comienzo de la novela: el descubrimiento de que las migrañas infernales que sufre el narrador forman parte de la genealogía familiar. Ese dato no es menor, forma parte del interrogatorio cotidiano en reiteradas visitas médicas y de su propia inquietud cada vez que la cabeza se llena de gusanos y sabe que no hay respuesta al dolor. Ese dato, que el narrador buscó durante años, aparece casi por accidente en una conversación casual con su tío paterno. Familia “Etcétera” como un síntoma, una forma de decir, sin decir del todo, que en una familia hay mucho más para contar de lo que habitualmente se muestra.

Tomás Schuliaquer expone la ficción de un vacío lingüístico: un padre que casi no habla del pasado. Esa impericia, la torpeza de la conversación cotidiana, se convierte en un hábito, en una constancia, pero también se vuelve una necesidad. Hay un reflejo en el hijo, como el del cuerpo, casi automático, de insistir en el impulso del lenguaje. Pero ese diálogo es difícil: ¿cómo iniciar la conversación? ¿cómo desarmar la costumbre? ¿cómo encontrar en la frecuencia de la convivencia una excusa para lo inusual? En esa búsqueda también se encuentra la ansiedad por identificar los legados, lo que se transmite de padre a hijo: algunos gestos, una manera de entrecerrar los ojos cuando se mira al sol, la pasión por la militancia. “Etcétera” es también una forma de dar a conocer la herencia, lo que vuelve a ocurrir, esas historias que parecen repetirse con algunas variantes, como versiones distintas de un mismo origen.

Existe, por lo demás, un universo de personajes y relaciones que exceden a los Schuliaquer. La imagen omnipresente de Tomi: su muerte, a los 17 años en una cancha de Handball, marca un punto de quiebre en la vida del narrador y actúa como parámetro temporal. Hay ciertas comunidades que esa muerte forjó: con la familia de Tomi, con el grupo de amigos. El reconocimiento a la amistad como experiencia de aprendizaje colectivo tiene un papel protagónico en la novela: no se deja escapar ninguna oportunidad para hacer un reconocimiento explícito a los saberes que se transmiten entre pares; desde aprender a hacer una ensalada hasta conocer otras maneras de construir la propia identidad. “Etcétera” como una apertura, una manera de salir de la familia tradicional.

El diálogo con el lector es inversamente proporcional a los silencios que habitan los personajes de esta historia. Schuliaquier nos cuenta todo (o eso hace parecer): sus dudas, su búsqueda, el proceso de investigación del linaje familiar, pero también sus elecciones narrativas -por qué nos cuenta así la historia-. Con un estilo apegado a la oralidad, Familia Etc. es una reflexión sobre la ficción, sin falsa impostación, porque entiende que toda novela se forja a base de verdad.